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jueves, 16 de abril de 2020


Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (segunda parte)

12/03/2020

AUTORA
Tasia Aránguez Sánchez

Resposable de Estudios Jurídicos de la Asociación de Afectadas por la Endometriosis (Adaec) y profesora del Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada
Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (primera parte)


El lobby proxeneta ha realizado importantes esfuerzos, tanto económicos como publicitarios, para lograr la aceptación social de su negocio criminal. Lo sorprendente es que muchas personas autodenominadas “feministas” han aceptado tesis favorables a la legalización de la prostitución. Los argumentos pseudofeministas tienen tanto predicamento que se ha impuesto la absurda idea de que el feminismo se encuentra dividido acerca de si la prostitución es compatible con la libertad de las mujeres. Dicha confusión es insidiosa, pues la abolición de la prostitución ha sido un objetivo feminista desde el sufragismo. En este artículo continuamos analizando los argumentos más populares que emplea el pseudofeminismo para blanquear el negocio de la explotación sexual.

Un trabajo como otro cualquiera:
Hay quien compara la prostitución con trabajos duros y feminizados como la limpieza o la recogida de fresas. También hay quien lo compara con trabajos del sector servicios como ser camarera, o con cualquier tipo de trabajo “pues en todos se vende el cuerpo o la mente” (sostienen quienes realizan estas comparaciones). Incluso sostienen que, como cualquier otro trabajo, la prostitución se beneficiaría de una capacitación laboral (como un taller para aprender a hacer felaciones). Quienes así argumentan evitan responder a la cuestión de si el Servicio Público de Empleo Estatal debería obligar a mujeres y hombres desempleados a aceptar este tipo de vacantes so pena de perder la prestación como pasaría con otro “trabajo cualquiera”.

La prostitución no es un trabajo como otro cualquiera, pues lo que se vende no es la “fuerza de trabajo” o un “servicio” sino la persona misma y la subordinación de las mujeres. En la mayoría de trabajos las habilidades y experiencia te hacen un trabajador/a más valioso, pero en la prostitución eres más valiosa cuando eres una niña y no sabes ni lo que ocurre. Es la prostitución la habilidad vale mucho menos que la juventud porque lo que se vende es la persona y no sus conocimientos. No es casual que el exponencial aumento de la prostitución haya surgido tras la aparición del feminismo de los años setenta del siglo XX, que cuestionó la dominación masculina en el sexo y denunció la ausencia de reciprocidad. Frente a dicha ola revolucionaria, el patriarcado ha reforzado el mandato de la cosificación sexual femenina y ha multiplicado vorazmente el consumo de los cuerpos de las mujeres más vulnerables.

Las posiciones que sostienen que la prostitución es un trabajo prefieren ignorar los detalles físicos inherentes a la prostitución, que supone una auténtica invasión del interior del cuerpo de la mujer. Rosa Cobo explica que la prostitución no puede ser considerada un trabajo porque su función es posibilitar que los hombres accedan sexualmente al cuerpo de las mujeres.

 La prostitución es libertad sexual:
El pseudofeminismo señala que las feministas somos puritanas porque nos oponemos a la prostitución. Argumentan que la prostitución es un peligro para el patriarcado porque rompe el binarismo entre la “buena mujer” (la esposa) y la “mala mujer” (la prostituta). A esta última se la presenta como modelo de emancipación para todas las mujeres. Como explica Alicia Puleo, aunque estas ideas sobre la “transgresión sexual” parezcan modernas y juveniles, se remontan al siglo XVIII con Sade y los libertinos, que no eran feministas precisamente.

Lo cierto es que renunciar al deseo propio para satisfacer el masculino no es “libertad sexual”. La prostitución autoriza el acceso al cuerpo de las mujeres sin tomar en consideración sus deseos y con formas agresivas y prácticas sexuales que producen dolor e infecciones. Como señala Rosa Cobo, el feminismo reivindica una sexualidad basada en el deseo mutuo. En la prostitución, en cambio, la pobreza, la precariedad o un pasado marcado por los abusos sexuales te empujan a la industria del sexo.

La forma de vivir la sexualidad que tienen los puteros representa la falta de todo compromiso y reciprocidad. La prostitución se banaliza y se ve como un mero acto de consumo que proporciona un momento de diversión, relax tras el trabajo o romper la monotonía “de comer siempre el mismo plato”. Los prostituidores lo comparan a ir al cine o comprar ropa. Los puteros describen el placer de seleccionar, elegir y “follarse” a mujeres que sin dinero de por medio no estarían a su alcance. Para ellos el placer está en obtener sin dar, sin tener que continuar la relación, sin obligaciones; es el modelo sexual promovido por la pornografía. En ese coito, los hombres pueden despreocuparse por completo del placer de ella y centrarse en el suyo. Rosa Cobo explica que la prostitución es cómoda para los hombres porque tienen sexo de modo inmediato, ahorran tiempo, no tienen que cortejar, no tienen que hablar, ni seducir y no temen ser rechazados. Es la opción ideal para los que rechazan la reciprocidad emocional: algo rápido y al grano. La prostitución es la negación del deseo de las mujeres. Los hombres satisfacen su deseo y las mujeres complacen, no dicen “eso no me gusta” o “no me apetece”.

La defensa de la prostitución se basa en el argumento machista de la irrefrenable sexualidad masculina. Según ese argumento, la prostitución cumpliría la función de satisfacer una urgencia sexual masculina que está inscrita en la biología. Hay que sacrificar a una clase de mujeres para que los hombres puedan tener mujeres a su disposición. El hecho de que las mujeres puedan ser usadas sexualmente por los hombres envía a la sociedad el mensaje de la inferioridad de las mujeres y niñas. Los deseos de los hombres son transformados en derechos.

 La prostitución como trabajo socialmente necesario:
Hay quien sostiene que la prostitución es un trabajo necesario comparable al trabajo reproductivo o a uno que cubra necesidades emocionales. Una de las versiones de moda de este argumento es la que sostiene que las personas con discapacidad necesitan “asistencia sexual” sufragada por las administraciones públicas para poder cubrir sus necesidades sexuales y sanitarias.

Entre las principales funciones que tiene la prostitución, según este tipo de argumentos, se encuentra la de desfogar a los hombres. Se expone que, gracias a la prostitución, los hombres no violarán a las mujeres, estarán más tranquilos al llegar a casa y no maltratarán ni violarán a sus esposas. Además, según ese argumento, la prostitución permite hacer efectivo el “derecho al sexo” o a la “salud sexual” (el discurso del “trabajo sexual” confunde deseos con derechos). Quienes defienden la postura del “trabajo sexual” elevan el sexo a categoría de necesidad imperiosa: sexo es salud y, si no lo tienes, está justificado que hagas casi cualquier cosa para obtenerlo.

Los regulacionistas consideran que la prostitución es un trabajo femenino que hay que valorizar, al igual que ocurre con el trabajo doméstico sin salario que ha sido habitualmente ignorado (se compara así un trabajo que constituye una necesidad social con la prostitución, que solo es necesaria para mantener el dominio masculino).

 
Burdel El Delfín. Foto diario Página12

El argumento de que el abolicionismo es racista y colonial:
Kapur, regulacionista india, acusa a las abolicionistas de su país de hacer el juego a occidente presentando a las mujeres indias como víctimas de la dote, los asesinatos por honor, la trata y la prostitución. Considera que las activistas indias que ven a las mujeres prostituidas como “víctimas” reproducen una mirada heterosexual, blanca, de clase media y occidental. Según Kapur, las abolicionistas de su país traicionan sus intereses de mujeres racializadas. Los argumentos como el de Kapur suponen que cualquier mujer que denuncie la opresión o la violencia que sufren otras mujeres está siendo clasista y condescendiente. Kapur considera que tenemos que centrarnos en la fortaleza que tiene la “trabajadora del sexo” que es madre, trabajadora y objeto sexual. Al mantener de forma simultánea el binomio madre/prostituta desafía las normas sexuales y familiares indias. El punto de vista de Kapur, que ella misma define como “posmoderno y postcolonial”, consiste en no centrar la atención sobre los factores estructurales opresivos, sino en los “espacios de empoderamiento” que hay en el interior de las situaciones de victimización.

Sheila Jeffreys señala que no es cierto que las madres prostituidas representen un nuevo modelo familiar en India. Hay familias y maridos que llevan a las jóvenes a los prostíbulos y hay castas tradicionalmente dedicadas al “entretenimiento”. La teórica añade que si elegimos ignorar los aspectos estructuralmente opresivos de la prostitución es muy fácil considerar que estas mujeres “están empoderadas”. Las abolicionistas no queremos apartar la atención de los aspectos estructurales (de clases, de sexo, de dominio colonial) sino que queremos ponerlos en primer plano.

El activismo contra la trata también recibe acusaciones de racismo provenientes de voces posmodernas. Las regulacionistas usualmente se refieren a la trata con el eufemismo de “migración laboral”. Las defensoras del sexo como trabajo acusan a las activistas contra la trata de complicidad con las políticas antimigratorias y desvían la atención hacia vulneraciones de derechos humanos que también afectan a los hombres migrantes, como las relacionadas con los CIE (centros de internamiento de extranjeros). Las abolicionistas compartimos con las regulacionistas las justas reivindicaciones en relación con las políticas migratorias pero rechazamos que se usen como cortina de humo para blanquear la trata.

Es evidente que tanto la trata como el turismo sexual son fenómenos asociados a una historia de colonialismo económico. Las mujeres migrantes son percibidas como más indefensas y “exóticas”, mientras que los hombres que consumen sus cuerpos suelen ser más acomodados que ellas, blancos y occidentales. Los hombres incluso viajan a otros países con la finalidad de acceder a mujeres que se prostituyen por extrema necesidad. El turismo de prostitución confirma el poder del primer mundo y permite a los hombres acostarse con mujeres a las que perciben como más sumisas que sus compatriotas. Como vemos, no es en el abolicionismo donde se encuentra lo racista y colonial.

  Minimizar la trata:
Las asociaciones defensoras del trabajo sexual han recibido grandes subvenciones públicas desde los años ochenta y gracias a eso han logrado imponer con cierto éxito el uso del término “trabajo sexual” y han conseguido que la prostitución se vea como “un trabajo cualquiera”. El nuevo objetivo de estas asociaciones “de trabajadoras sexuales” vinculadas a la industria del sexo es legitimar la trata, logrando que se perciba socialmente como un fenómeno de migración en busca de trabajo. Así, las mujeres víctimas de la trata son denominadas con el eufemismo “trabajadoras sexuales migrantes” y los tratantes son “organizadores de inmigración”.

El trabajo forzado por deudas, reconocido por los tratados internacionales como una forma moderna de esclavitud, se convertiría en “trabajo con contrato”. Según las regulacionistas, las mujeres tienen un contrato y saben a lo que vienen, pues han dado su consentimiento. El trabajo forzado por deudas lo consideran “pagar una tarifa para ser trasladadas”. Los defensores del trabajo sexual minimizan la trata sosteniendo que son muy pocas las mujeres que realmente han sido forzadas o engañadas. Señalan que las deudas por las que las mujeres se ven forzadas a trabajar surgen por la ignorancia de las mujeres, que no estaban familiarizadas con las tasas de cambio y acaban pagando más de lo que esperaban.

Los regulacionistas señalan que hablar de las mujeres como víctimas es insultarlas, pues ellas son trabajadoras empoderadas. A quienes luchan contra la trata las acusan de colonialistas y racistas que victimizan a las mujeres inmigrantes. Los únicos daños a las mujeres prostituidas y víctimas de la trata que reconocen es el que sufren de parte de las abolicionistas, que les obstaculizan el trabajo. También admiten el daño causado por las injerencias de la policía, las autoridades migratorias, el estigma de la puta…Es decir, reconocen como daño todo aquello que perjudica al negocio.

Frente a las mentiras del lobby del sexo, la mayoría de las mujeres prostituidas extranjeros han sido extorsionadas económicamente para venir, ya que las mujeres de países pobres no tienen los recursos para migrar ni saben cómo hacerlo. Las víctimas de la trata son obligadas a trabajar en prostíbulos y apartamentos, que las regulacionistas describen como un ambiente de trabajo multicultural y ameno donde las “trabajadoras extranjeras” pasan horas charlando entre ellas y con otros trabajadores como camareros y personal de seguridad. Según estas teóricas, muchas mujeres se adaptan al “trabajo”. Sin embargo, como explica Jeffreys con sarcasmo: “algunas no se adaptan”, porque la explotación sexual es un mundo aterrador y alienante en el que las mujeres son vendidas y alquiladas entre hombres. Los proxenetas trasladan con frecuencia a las mujeres a nuevos países y ciudades para que los clientes vean constantemente “género nuevo” y para mantener a las mujeres desorientarlas y evitar que aprendan la lengua local y que puedan denunciar su situación.


El precio de un pase no es lo que piensas


Ocultar al putero:
El énfasis en la “libre elección” de la mujer prostituida oculta el papel del putero en la prostitución. Sheila Jeffreys expone un estudio de 2007, realizado en Londres, en el que los puteros confiesan que no les importa si la mujer a la que están pagando es víctima de trata o no. Según el mismo estudio, el 77% de esos hombres consideran sucias e inferiores a las mujeres que venden sexo.
Como expone Rosa Cobo, el término “cliente” despolitiza y permite ocultar la violencia que ejercen los prostituidores. Además, todos los estudios académicos que no hablan del putero contribuyen al sostenimiento de la prostitución, pues parece como si la existencia de la misma dependiera únicamente de la “elección” de las mujeres prostituidas. Los medios de comunicación también ignoran a los puteros. Sin embargo, sin ellos no existiría la industria del sexo. Sin demanda no hay oferta.

Debemos tomar conciencia de que hay muchos puteros en la sociedad (y en nuestro país hay muchísimos). Son hombres que prefieren renunciar a la reciprocidad emocional en la sexualidad y que la sustituyen por el dominio. Consumen prostitución porque existe un sistema social que lo permite y justifica. Durante los años setenta y ochenta el putero estuvo sometido a cierta condena social gracias al feminismo. Pero durante la edad de oro del neoliberalismo sexual, en las décadas de los noventa y los dos mil, esa crítica despareció. Hay que volver a hablar de ellos.

Tanto hombres marginados como hombres exitosos consumen prostitución. Hay prostitución callejera y prostitución en hoteles de lujo. En la prostitución todos los hombres se sienten poderosos e importantes, porque todos ellos pertenecen al sexo dominante: no importan su cultura, su clase ni su cualificación profesional. En la prostitución las mujeres son propiedad colectiva de los hombres. La superioridad sobre las mujeres permite establecer cierta hermandad entre los hombres. Su masculinidad se construye sobre la diferenciación con las mujeres: ellos no son mujeres, son machos dominantes. Los prostituidores pueden actuar como en los patriarcados más duros: las mujeres prostituidas pueden ser humilladas y abusadas. Las “putas” son deshumanizadas, a ellas no hay que tratarlas con reciprocidad. Con ellas los puteros “pueden hacer de todo”.

  Argumento de que las mujeres también pueden ser clientas:
Desde las posiciones del sexo como trabajo se enfatiza el hecho de que las mujeres pueden ser puteras y hay hombres que se dedican al “trabajo sexual”. La finalidad de ese argumento es que nos olvidemos de que la prostitución es una institución machista. Aunque es verdad que hay algunos hombres que son prostituidos, la clientela de los mismos es masculina. Además esos hombres prostituidos suelen ser incluidos en el lugar simbólico de lo femenino (es decir, son tratados como “putas”).

Quienes defienden el trabajo sexual consideran que las “clientas de prostitución” irán aumentando conforme las mujeres vayan perdiendo “sus tabúes e inhibiciones sexuales”. Para justificar el carácter no patriarcal de la prostitución ponen el ejemplo del turismo sexual en el Caribe, en cuyas playas algunas mujeres occidentales mantienen relaciones con muchachos a cambio de dinero.
Jeffreys refuta la pertinencia del ejemplo del Caribe. En primer lugar, la escala del turismo sexual femenino es, en términos de número, mucho, muchísimo menor que el turismo sexual masculino. En segundo lugar, la hermenéutica de la sexualidad es inherentemente patriarcal. A modo de ejemplo: un joven de Barbados describía su entusiasmo sexual por las turistas diciendo que “las mujeres acá no saben coger, ni siquiera quieren chupar. Tienes que rogarles que lo hagan, y aún así se rehúsan, y si lo hacen, actúan como si te estuvieran haciendo un favor. Ahora bien, a una blanca tienes que rogarle que se detenga”. En este caso, sostiene Jeffreys, la turista sexual está al servicio de los hombres del lugar más que a la inversa. La dinámica de poder de la dominación masculina parece seguir bien preservada. Los hombres en los lugares turísticos siguen teniendo el control de la interacción sexual en virtud de la construcción de la sexualidad masculina dominante. En tercer lugar, los peligros que experimentan las personas de uno u otro sexo no son comparables. Las mujeres prostituidas del Caribe cuentan experiencias como la de un cliente que atacó a la mujer con un machete porque no estaba satisfecho con el trabajo. Otra mujer cuenta que acordó un encuentro con un cliente que luego apareció en el cuarto del hotel con otros seis hombres. Las mujeres afirman que siempre tienen mucho miedo porque no saben qué puede pasar. Los hombres no corren ningún peligro comparable.

La prostitución no puede aislarse de su contexto patriarcal. Los regulacionistas utilizan la “interseccionalidad” (apelación a la clase y a la raza) no para mostrar que las mujeres prostituidas también sufren explotación por su clase social y experimentan racismo, sino para argumentar que puede haber mujeres privilegiadas (puteras adineradas que instrumentalicen a hombres pobres). La cortina de humo es un uso habitual que los regulacionistas dan a la “interseccionalidad”.

  No es el momento:
Cuando el abolicionismo logra aceptación en el discurso público, la posición regulacionista se refugia en el “soy abolicionista pero…”. Uno de los “hits” de este pseudoabolicionismo es la postura “después de la revolución”, que sostiene que la prostitución terminará cuando se termine la pobreza, de modo que es la pobreza la que debe ser atacada y no la prostitución. Según ese punto de vista, primero hay que crear trabajos para las mujeres y procurar el desarrollo económico y solo después podrá afrontarse el problema de la prostitución. El “no es el momento” permite a la industria del sexo prosperar sin ataduras.

Como denuncia Jeffreys, esta excusa no se pone para otros temas como el matrimonio forzado o la violencia de género, aunque esas prácticas también sean exacerbadas por la pobreza. Pilar Aguilar compara este argumento con el que usó parte de la izquierda española para oponerse al sufragio femenino durante la Segunda República (la izquierda consideraba que era justo que las mujeres votasen, pero que el voto femenino daría el poder a la derecha y acabaría con la República, de modo que decían que “no era el momento”). Las abolicionistas de hoy, como las sufragistas de antaño, rechazamos el argumento de “no es el momento”.




El argumento de que la “regulación” es el mal menor:
El regulacionismo argumenta que la legalización de la prostitución es el “mal menor”. Este argumento es un clásico al que se enfrentaron ya las sufragistas en el siglo XIX. Josephine Butler se opuso a la legalización de la prostitución argumentando que el robo y el asesinato también son males que “siempre han existido”, pero a nadie se le ocurre decir: “como no podemos eliminar el robo o el asesinato, pongamos controles y que la ley determine en qué lugares, a qué horas y en qué condiciones se podrá robar y matar”. La idea del “mal menor” se basa en la creencia de que el impulso masculino de prostituir mujeres es natural e incontrolable.

Además es falso que la legalización sea “el mal menor”. Cuando la prostitución se legaliza, los que salen ganando son los proxenetas, tratantes y clientes, que se benefician de la complicidad social con la misma. Un número muy pequeño de mujeres queda incluido en el segmento legalizado de la industria y la inmensa mayoría de esta sigue siendo ilegal. Poquísimas mujeres se dan de alta como autónomas o trabajadoras (y muy pocas quieren hacerlo). Las condiciones de seguridad y las tarifas de las mujeres disminuyen, pues aumenta la competencia. Cuando la prostitución se legaliza, la intervención de la Administración pública se limita a financiar a las “asociaciones de trabajo sexual”, cuya tarea fundamental es legitimar la industria del sexo. Estas asociaciones utilizan esos fondos estatales para repartir folletos informativos a las mujeres prostituidas y preservativos.

Los folletos informativos consisten en recomendaciones de seguridad para las mujeres prostituidas. Ejemplos reales de estos folletos que cuenta Sheila Jeffreys son: usar el preservativo para evitar ETS y embarazos, examinar el pene de los clientes para ver si tienen signos de enfermedad, que las mujeres revisen los coches para ver si encuentran cuchillos, armas de juego, almohadones, cinturones o sogas (porque todos esos elementos son armas potenciales), etc.

Como vemos, las recomendaciones transfieren la responsabilidad a las mujeres prostituidas para que ellas mismas se cuiden de graves peligros. Pero, dada la situación de impotencia en la que viven las mujeres prostituidas, estos consejos son ridículos. Es obvio que si una mujer prostituida intenta mirar el pene del hombre para ver si tiene algo, el cliente puede enfadarse y ser violento o simplemente, marcharse sin pagar “el servicio”. Con respecto al uso del preservativo, ni siquiera está garantizado en los prostíbulos legales, porque las mujeres aceptan por más dinero que no se use o aceptan a un hombre que no quiere usarlo porque no han tenido un cliente en toda la noche. Aunque se utilice, este puede romperse o salirse, o  incluso el hombre puede quitárselo en mitad del coito. Mientras que en “un trabajo cualquiera” como la obra o las oficinas, la inspección de trabajo puede evaluar el cumplimiento de las medidas de seguridad, en la prostitución el Estado no hace nada y los proxenetas se desentienden. El apartado de “seguridad e higiene en el trabajo” se despacha con unos consejos absurdos que dejan toda la responsabilidad a la víctima y que incluso la culpan si es atacada (por no haber cumplido bien las reglas de seguridad). En la prostitución las mujeres experimentan violaciones y golpes por parte de los clientes, proxenetas y tratantes y sufren la violencia cotidiana de la penetración no deseada (y a menudo dolorosa) por la cual les pagan. Ningún folleto con “recomendaciones” puede hacer nada frente a estos problemas.

Sheila Jeffreys expone que la sociedad está aceptando que la dominación sexual masculina es inevitable. Cuando hablamos de violencia de género en la pareja, las feministas no trabajamos bajo la premisa de que lo mejor que se puede hacer es repartir tiritas porque los hombres no pueden evitar pegar. Ya es hora de pensar que un mundo sin prostitución es posible. Debemos exigir políticas públicas eficaces frente a esta forma de violencia machista.


Fuente






Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (primera parte)


Desmontando el discurso del “trabajo sexual” (primera parte)

05/03/2020
AUTORA
Tasia Aránguez Sánchez

Resposable de Estudios Jurídicos de la Asociación de Afectadas por la Endometriosis (Adaec) y profesora del Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada

El lobby proxeneta ha realizado importantes esfuerzos, tanto económicos como publicitarios, para lograr la aceptación social de su negocio criminal. Lo sorprendente es que muchas personas autodenominadas “feministas” han aceptado tesis favorables a la legalización de la prostitución. Los argumentos pseudofeministas tienen tanto predicamento que se ha impuesto la absurda idea de que el feminismo se encuentra dividido acerca de si la prostitución es compatible con la libertad de las mujeres. Dicha confusión es insidiosa, pues la abolición de la prostitución ha sido un objetivo feminista desde el sufragismo.

Los argumentos pseudofeministas han sido acogidos con especial calidez en los departamentos de las universidades al albur de las llamadas “teorías posmodernas” que, pese a no tener nada de feministas, han parasitado los “estudios de género”. Como explica Rosa Cobo, la universidad (especialmente en las últimas dos décadas) funciona como una instancia más del poder dominante. Se impone silenciosamente la idea de que los conceptos no deben desafiar a las lógicas dominantes, sino someterse a ellas. En dos artículos vamos a analizar 16 argumentos muy populares que emplea el pseudofeminismo para blanquear el negocio de la explotación sexual:

1. El uso de neolenguaje:

Uno de los elementos distintivos del pseudofeminismo es la utilización de eufemismos. Así, en lugar de hablar de prostitución hablan de “trabajo sexual”. Este nombre sugiere que la prostitución debería ser vista como un trabajo más. A los hombres que compran mujeres no les llaman “puteros” o “prostituidores” sino “clientes”, lo que normaliza sus prácticas como si se tratase de una forma cualquiera de consumo. Incluso hay quien denomina a los proxenetas que regentan espacios y obtienen ganancias como “proveedores de servicios” o “empresarios del sexo”. Otro término de moda es “asistencia sexual”, que alude de forma eufemística a la prostitución para personas con discapacidad. Algunas manifestaciones de esta neolengua son especialmente flagrantes: hay quien se refiere a la trata como “migración laboral”. Como explica Sheila Jeffreys, “el lenguaje es importante. El uso del vocabulario comercial en relación con la prostitución eclipsa el carácter dañino de esta práctica y facilita el desarrollo mercantil de la industria global”. Frente al neolenguaje, el feminismo apuesta por utilizar términos que no enmascaren la realidad.


Frase de Emma Goldman


2. La diferencia entre “trabajo sexual libre” y “trata”:

Muchos trabajos pseudofeministas que hablan de la prostitución como “trabajo sexual” defienden que hay que diferenciar entre varias formas: adulta e infantil, trata y trabajo sexual, libre y forzada, legal e ilegal, prostitución de mujeres occidentales y no occidentales, prostitución y asistencia sexual.

Como explica Rosa Cobo, “un argumento recurrente que plantean los partidarios de la regulación es que en la industria del sexo encontramos a una minoría de mujeres esclavizadas por las redes de trata y a una mayoría que realiza libremente el trabajo sexual”. Sin embargo, sostener esto supone ocultar “las condiciones sociales y económicas que empujan a las mujeres prostituidas hacia la industria del sexo: la pobreza, la discriminación, la existencia de circuitos que facilitan el tránsito de mujeres para la prostitución, las redes de trata y un pasado o presente de violación y abusos sexuales son las causas que empujan a algunas mujeres a entrar en la prostitución”.

Las posiciones lobbistas admiten que existen problemas “excepcionales” como la trata, la coacción o la violencia; pero sostienen que tales problemas deberían tratarse como casos individuales, preservándose la industria de la prostitución en sí misma. Resulta obvio que la prostitución no encaja en el relato de la “prostitución igualitaria y libre”; la violencia no es algo excepcional sino un elemento estructural. Jeffreys lamenta que “desafortunadamente esta perspectiva (la del “trabajo sexual libre”) domina en las obras de numerosas investigadoras feministas”.

3. El discurso de los derechos laborales para las “trabajadoras sexuales:”

Tal vez el punto de vista del sexo como trabajo ha seducido entre las filas de la izquierda porque siempre han tenido más facilitad para pensar en los derechos de la clase trabajadora que para pensar en los derechos humanos de las mujeres y en la violencia contra las mismas. Pero desde una posición feminista no se puede hablar de derechos laborales si antes no hablamos de derechos humanos básicos como la integridad física, la seguridad, la igualdad de oportunidades y la vida libre de violencia sexual.

Realmente, la teoría del “trabajo sexual” no es compatible con una lectura de clases sociales. De hecho, lo que ha conducido a este posicionamiento de la izquierda “posmoderna” no ha sido el marco teórico materialista/socialista sino la distorsión del mismo provocada por la asunción de las “políticas de la identidad”. Como señala Carole Pateman, cuando las feministas postsocialistas adoptan el enfoque del “trabajo sexual” terminan haciendo caso omiso del contexto y siendo mucho más positivas de lo que lo serían con respecto a cualquier otra “forma de trabajo”, en las cuales sí advierten las relaciones de subordinación y dominio.

4. Afirmar que el problema principal es el estigma:

Quienes defienden los “derechos para las trabajadoras del sexo” dedican mucho menos tiempo a hablar de medidas de seguridad e higiene en el trabajo que a teorizar sobre el problema del estigma. Esto tiene sentido, pues como explica Pilar Aguilar, las medidas de seguridad laboral serían difícilmente aplicables: ¿las trabajadoras usarían guantes, traje especial y mascarilla, al igual que en otras profesiones que trabajan con fluidos corporales?, ¿la inspección de trabajo podría supervisar las medidas de seguridad durante el “servicio”?, ¿con qué patronal se negociarían dichas medidas? (hemos de tener en cuenta que gran parte de la industria está bajo el control de mafias y redes de tráfico de personas, drogas y armas). Pero estos problemas realmente no preocupan a los supuestos “sindicatos de trabajadoras sexuales” porque sus reivindicaciones nunca y en ningún país del mundo han sido de tipo sindical. Hablan de hacer controles de enfermedades de transmisión sexual a las mujeres prostituidas pero no a los puteros, lo que no deja de ser una forma de atraer a la clientela ofreciendo seguridad.

Es sorprendente que muchas investigadoras sobre la prostitución pongan todo el énfasis en el “estigma”. El concepto de “estigma”, como explica Jeffreys, se usa para sugerir que los daños que causa la prostitución no provienen de la práctica de la actividad en sí, sino del estigma que sufren las mujeres prostituidas. Quienes defienden el trabajo sexual alegan que si toda la sociedad acepta la prostitución y el estigma desaparece, los problemas de la prostitución desaparecerán también y la prostitución se convertirá en un trabajo como cualquier otro. Pero la realidad es que hay problemas mucho mayores que el estigma (y los riesgos de embarazo o de contraer enfermedades como el VIH no son los únicos). Las mujeres prostituidas explican que el problema principal es la violencia que proviene de los propios clientes (que a menudo son sucios, abusivos, borrachos y explotadores). Los prostíbulos son lugares horribles y las mujeres tienen que estar todo el tiempo intentando que el “cliente” no haga cosas que ellas no quieren hacer mientras a la vez tratan de satisfacerlo. Casi todas las mujeres prostituidas consideran que no hay nada bueno en la prostitución. Las mujeres prostituidas están extremadamente preocupadas por su seguridad. Si un cliente no logra tener una erección, puede pegarte. Pero las regulacionistas solo hablan del estigma. Como explica Jeffreys, hay que hacer muchas piruetas mentales para atribuir todos los daños al estigma.
Y aquí no estamos negando la importancia del estigma. Las mujeres prostituidas sufren daños derivados del modo en que la sociedad, la policía y el sistema las trata, y porque no pueden volver con sus familias ni explicarles lo que les ha ocurrido. Las mujeres sienten que tienen una marca que las señala como indignas e infrahumanas. Pero los problemas de las mujeres prostituidas no desaparecerían si el estigma se terminase.

No hay que confundir el rechazo a las mujeres prostituidas con el rechazo a la prostitución (una actividad que causa daño a las mujeres y vulnera nuestros derechos). Rechazar la prostitución no es “putofobia”. Las personas que defienden la prostitución como trabajo sustituyen un debate materialista por uno identitario (políticas de la identidad). El discurso del “trabajo sexual” minimiza la violencia y pone en primer plano un problema de estatus que se solucionaría con una actitud personal de orgullo y con un cambio de la percepción social sobre la prostitución. Por tanto, en la práctica quienes hablan de derechos de las trabajadoras sexuales realmente sostienen un discurso de “orgullo de puta” mucho más que de derechos laborales.

5. El argumento de que hay que escuchar a las “trabajadoras sexuales”:

Todas conocemos grupos de “trabajadoras del sexo” que aseguran que la prostitución es una experiencia positiva, una elección personal y que debería ser legalizada. Cuando se invoca la experiencia personal muchas mujeres se ponen de parte de dichas “trabajadoras sexuales” o, cuanto menos, optan por callarse para respetar a “la voz de la experiencia”. Sin embargo, también hay grupos de mujeres sobrevivientes del sistema prostitucional que rechazan la idea de que la prostitución sea una elección libre y que reclaman la abolición de la misma.

Pese a la coexistencia de ambas voces, el sector “regulacionista” ha logrado dibujar la imagen de que las abolicionistas son señoras “burguesas” que se niegan a escuchar a las “trabajadoras sexuales”, e incluso que son “putófobas” a causa de su puritanismo. Las voceras del trabajo sexual poseen mayor visibilidad gracias a las millonarias subvenciones que se han proporcionado durante décadas a los lobbys del “trabajo sexual” en todo el mundo. Tampoco hay que descartar la importancia del respaldo discreto de todos los hombres que forman la base de clientes, e incluso en algunos casos la aquiescencia de funcionarios públicos favorecidos con prebendas y redes de corrupción en las que la administración pública está directamente implicada en el negocio.

Rosa Cobo invita a cuestionarse críticamente la idea de que las opiniones de las mujeres prostituidas o las de los consumidores deben determinar la evaluación ética de la prostitución. Hay que analizar el contexto en el que surgen las voces, porque una cosa es escuchar y otra es estar de acuerdo con lo que se afirma. No podemos ignorar que la prostitución es una institución inseparable del dominio patriarcal de los hombres sobre las mujeres, la falta de recursos, la feminización de la pobreza, la inmigración y las redes mafiosas. En tal contexto resulta totalmente iluso creer en la libertad de elección.

La Prostitución. Autor: Pedro Lobos



6. El mito de la puta empoderada:

Quienes defienden el “trabajo sexual” dicen situarse en la izquierda, pero sus posiciones tienen un trasfondo y un lenguaje propio del neoliberalismo. Para el discurso del “trabajo sexual” las mujeres prostituidas son emprendedoras que tienen un negocio, pagan una tarifa al dueño del bar y asumen riesgos. Los riesgos son tremendos: no solo está el riesgo de que no se les pague, sino que hay otros como el de sufrir violencia e incluso de ser asesinadas, de tener problemas de salud como el VIH o que los consumidores se quiten el preservativo a mitad del acto. Pero esos riesgos son vistos como responsabilidad de las mujeres y parte del negocio. Para la posición del “trabajo sexual” las mujeres son como leonas en busca de su mejor presa y, aunque los puteros piensan que tienen el poder, realmente son ellas las que lo tienen (esto significa ser una “puta empoderada”).

Aunque lo usual es que los partidarios del “trabajo sexual” exceptúen la trata y la prostitución de países empobrecidos, cada vez se leen más artículos en los que se aplica el lenguaje de la “libre elección” a estas circunstancias. Un ejemplo real que expone Jeffreys es el de un estudio académico de 2006 que asegura que las prostitutas de Calcuta o México que tienen sexo sin preservativo pueden ganar un 80% más de lo que ganarían usándolo y entonces, según ese cínico estudio, las “trabajadoras” estarían decidiendo racionalmente entre dos opciones: usar preservativo y tener un sueldo que apenas les permite llegar a fin de mes, o no usarlo y enviar a sus hijos a las mejores escuelas. Por tanto estas mujeres en realidad serían “empresarias exitosas” que toman sus propias decisiones libres y racionales. Debería ser obvio lo que explica Jeffreys: nadie debería considerar que es una “elección libre” aquella que consiste en elegir entre la posibilidad de morir por VIH/Sida o de alimentar a los niños y llevarlos a la escuela. El enfoque del “trabajo sexual” puede ser individualista hasta extremos sorprendentes.

La posición del “trabajo sexual” muestra mayor interés por criticar a las abolicionistas que en denunciar las opresivas condiciones de poder inherentes a la prostitución. Acusan a las partidarias de la abolición de la prostitución de victimizar las prostitutas por considerarlas “incapaces de tomar sus propias decisiones”. Jeffreys explica que esta visión que encontramos en el discurso “regulacionista” es propia de la ideología postmoderna y neoliberal que hay tras ella. No es casual que las mismas personas que defienden el “trabajo sexual” suelan pensar que ponerse un velo islámico es elegir un estilo de vida, que las mujeres afirman su auténtica personalidad mediante el maquillaje y la moda y que la sexualidad es un terreno regido por la libre expresión del deseo. Este “postfeminismo” considera que el feminismo consiste en sentir “orgullo puteril” y en hacer “lo que me sale del coño”. Ni rastro de un análisis estructural acerca de la opresión de las mujeres como clase sexual y tampoco hay rastro alguno de los hombres como clase opresora. La idea de la libre elección dista mucho de un análisis materialista basado en una categoría como sexo, clase o raza. El postfeminismo ya no ve a las mujeres como sujetos oprimidos y su única finalidad es celebrar la individualidad y la libre elección entre estilos de vida. Es una filosofía completamente despolitizada.

Como expone Rosa Cobo, lo que hace el enfoque del “trabajo sexual” (dominante en el ámbito universitario) es mostrar como libres y empoderadas a quienes son objeto de explotación sexual. El verdadero reconocimiento de la dignidad de las mujeres prostituidas consiste en mostrar las estructuras sociales y económicas en las que viven y que facilitan el crecimiento de dicho negocio. Dar reconocimiento a las mujeres prostituidas implica hacer justicia.

7. Defensores del “trabajo sexual” que dicen ser “anticapitalistas”:

Marx negó la validez de los contratos establecidos entre un burgués y un obrero, por basarse en la necesidad de una de las partes contratantes. Sin embargo como explica Rosa Cobo, en lo concerniente a la sexualidad de las mujeres, el neoliberalismo posterior a los años ochenta del siglo XX ha logrado inocular el liberalismo más radical a sectores de la izquierda que tienen incluso la poca vergüenza de autodenominarse “anticapitalistas”. La izquierda compra el discurso más liberal. Se apela a la libertad de las mujeres para justificar ideológicamente la prostitución o los vientres de alquiler.

Como explica Rosa Cobo, para el liberalismo la prostitución es un intercambio de servicios sexuales por dinero realizado voluntariamente. La prohibición legal de este intercambio es, además de inútil, un atentado a la libertad y una vulneración del derecho de las prostitutas a utilizar su cuerpo como quieran. En las teorías críticas, como el socialismo y el feminismo, se sostiene que no puede haber libertad contractual absoluta en sistemas fundados sobre dominaciones patriarcales, raciales o de clase. Tenemos que preguntarnos si puede haber una relación consentida por parte de quien tiene una posición social subordinada y se encuentra en la intersección de dos sistemas de dominio tan opresivos para las mujeres como el capitalismo y el patriarcado. Si no existen otras alternativas de vida digna no cabe hablar de libertad de elección.

La realidad que encubre esa ideología radical del contrato es la de una sociedad consumista y patriarcal en la que los hombres consumen cuerpos de mujeres en congresos, negocios, competiciones deportivas, despedidas de soltero, celebraciones de divorcio y en su tiempo libre. La prostitución es el colofón de un evento de hombres, el premio al estrés, al éxito o el caprichito de diversión. El mercado ha promovido la idea de que todos los deseos deben satisfacerse siempre que el dinero pueda comprarlos. Las mujeres prostituidas son reducidas a un objeto para el entretenimiento masculino. Se considera que no hay nada malo en la prostitución y la compra de sexo se presenta como un acto de consumo aséptico.

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martes, 31 de marzo de 2020

Nos venden una ilusión de libertad y nos responsabilizan de elegir nuestra desgracia (I)


Nos venden una ilusión de libertad y nos responsabilizan de elegir nuestra desgracia (I)

– Abuela –sollozó–, me estoy muriendo. La abuela le tocó la frente, y al comprobar que no tenía fiebre, trató de consolarla.

– Ya no faltan más de diez militares –dijo.

Eréndira rompió a llorar con unos chillidos de animal azorado. La abuela supo entonces que había traspuesto los límites del horror, y acariciándole la cabeza la ayudó a calmarse. (…)

Salió de la tienda cuando Eréndira empezó a serenarse, y le devolvió el dinero al soldado que esperaba. “Se acabó por hoy”, le dijo. “Vuelve mañana y te doy el primer lugar”.

Luego gritó a los de la fila: – Se acabó, muchachos. Hasta mañana a las nueve.”

Este diálogo novelado por García Márquez pudiera estar recogido en cualquier página de sucesos de un diario de actualidad y participar de titulares. La (1) historia fue editada en 1974, y cuenta el embrutecimiento y la crueldad salvaje que una abuela impone a su nieta por una deuda que a ésta ni tan siquiera le pertenece. En la actualidad es la historia de millones de mujeres y niñas que son prostituidas y explotadas como mujeres de deuda.

En el documental El proxeneta de Mabel Lozano, su protagonista nos cuenta que en unos pocos años compró en otros países, vendió y explotó en la prostitución a más de mil setecientas mujeres. La realidad que explica es la demostración palpable de que trata y prostitución son un sistema de explotación y esclavitud indisoluble. Que su erradicación requiere políticas que la aborden en su totalidad con intervención sobre todos los actores; punitivamente sobre todos aquellos que se lucran con el tráfico, la explotación y la esclavitud, también con los que la promueven; y protegiendo y amparando a las mujeres, niños y niñas que son prostituidas, con políticas paliativas y preventivas y  reparadoras que nunca jamás ha hecho ningún gobierno.

Beatriz R. superviviente de trata, señaló en el último congreso de CATW (Coalición contra la trata de mujeres) (2) celebrado en Madrid, que el gobierno colombiano ni se plantea acabar con la prostitución dados los grandes beneficios económicos. Solo en Pereira ciudad con 476 mil habitantes y situada en la región cafetera se han contabilizado 42 mil mujeres tratadas que son prostituidas en nuestro país, aparte hay otro número igualmente importante en otros países europeos y en Japón. Las mujeres y niñas son entregadas a los conseguidores en muchas ocasiones por las propias familias a cambio de una cantidad. Una vez atrapada por la red de traficantes, los prostituidores les imponen una deuda que multiplica la cantidad entregada, sumándole su manutención elevada hasta extremos imposibles, y el coste del aire que respiran. La deuda es el eufemismo para ocultar el cálculo previo que hace el tratante-prostituidor sobre el beneficio que puede extraerse de una mujer prostituida a razón de quince horas de trabajo diarias sin días de descanso, y su desgaste físico y psicológico en una situación de explotación y encierro. En palabras del proxeneta, al que entrevista Mabel Lozano en su documental, la duración media suele ser de dos o tres años y después de este período de tiempo es revendida a un club de menor categoría. Para ese momento es posible que esté enferma física y psicológicamente, sea adicta o alcohólica, tenga uno o más hijos y sea una mujer totalmente rota. Una vez dejan de tener utilidad para el sistema prostitucional pueden ser revendidas para otros tipos de explotación o colaboración con el propio sistema en la captación de otras mujeres, el paso o distribución de estupefacientes…y si les son totalmente inservibles, simplemente son tiradas a su suerte, sin nada, sin un solo céntimo de los muchos millones que les han extraído en beneficios, en muchos casos enfermas, adictas o con hijos y quedan abandonadas al albur de los servicios sociales. Esta es la realidad de la prostitución en nuestras calles que es narrada por algunas supervivientes del sistema prostitucional que han sobrevivido sin ninguna ayuda del sistema explotador y muy a pesar del mismo y con muy poca de las instituciones públicas que casi siempre las olvidan.

La prostitución y la trata son dos caras de la misma moneda, su comprensión como fenómeno social no puede ser abordada al margen de las dinámicas socioeconómicas que genera un capitalismo global que ha abrazado entusiastamente la ideología neoliberal más extrema y fanática. Son el resultado de la imposición de sus propias políticas. El capitalismo neoliberal es más que un sistema económico antisocial. Es una religión embrutecedora adoradora del dios mercado, en su interior late la nueva forma del patriarcado, el sistema de dominación y explotación más antiguo que existe. La prostitución es un sistema de expropiación estratégico para el capitalismo neoliberal, como lo fue anteriormente la venta de esclavos para el capitalismo originario  y el colonial. Fue esta actividad ilícita la que alimentó una clase social depredadora, también dentro de nuestras fronteras, con familias que hicieron grandes fortunas y cuyo patrimonio, en manos de sus herederos en la actualidad, es producto del repugnante negocio de la venta de seres humanos.

La globalización ha permitido que florezca de nuevo bajo una nueva apariencia y es tan fundamental su aportación al capitalismo neoliberal que la prostitución siempre está entre las dos actividades económicas que genera más beneficios, compitiendo con el tráfico de armas y de drogas.

Para la socióloga Saskia Sassen este capitalismo neoliberal ha entrado en una lógica destructiva de expropiación y destrucción, millones de personas son expulsadas de sí mismas, de su propia significación, de su historia y biografía para sobrevivir simplemente con lo único que poseen, la venta de sus cuerpos. Sassen acuñó también el concepto de población desechable para los millones de personas que sufren expulsiones sistémicas complejas,  fenómeno que se ajusta plenamente al fenómeno de la trata y por supuesto también a la prostitución. No solo no podemos disociar los dos hechos, sino que no podemos adornarlos con mentiras; la mujer tratada se prostituye en los clubs de nuestras ciudades, en nuestras calles, rotondas y descampados, es aquí dónde sucede el fenómeno.

Estos millones de mujeres desechables pierden todos sus derechos de ciudadanía, y están en un grado extremo de vulnerabilidad. Deslocalizadas de su territorio, sin redes familiares de apoyo, ni comunidad, identidad, historia, sin ciudadanía, sin conocimiento del idioma o de las instituciones, sometidas a una deuda impagable, muchas veces sufriendo la extorsión sobre sus familias e hijos en sus países de origen. Son utilizadas por el depredador capitalismo neoliberal con afán expropiatorio sustituyendo al tradicional ejército de reserva (3) su función es enriquecer al sistema que las expropia, el sistema prostituyente. Conviven con una prostitución local de carácter residual que hasta hace unos años estaba en claro retroceso. Este es un hecho que muchos ignoran y que avala la realidad de que con políticas adecuadas sí se puede incidir en su erradicación, de la misma manera que hacemos políticas para erradicar la pobreza. Cuando las mujeres pudieron acceder libremente a los trabajos y ya no necesitaron el consentimiento marital vigente hasta 1981, y con el desarrollo del Estado de bienestar  y la democracia la prostitución como subsistencia empezó a desaparecer. Durante el último lustro con el agravante de la crisis, pero ya antes con el desarrollo de las políticas neoliberales, la prostitución ocasional ha sido el modo de introducción en el sistema prostituyente. Pero el aumento constante de la demanda y el nuevo dinamismo de la industria necesitan del tráfico para la prostitución a gran escala y de la rotación de las personas por la geografía como si fuesen ganado. Las cifras de beneficio son escandalosamente obscenas.

La actual alianza entre el capitalismo, el neoliberalismo y el patriarcado ha organizado un nuevo reparto de los recursos; la acumulación en muy pocas manos de unas élites automarginadas de la sociedad y una inmensidad de personas a las que instala más tarde o más temprano en una vuelta a la esclavitud. A las mujeres las distribuye en función de la clase social y la etnia a modo de castas y les impone una distopía de lógica económica calculadamente perversa que solo persigue el beneficio de unos pocos aún con el perjuicio de toda la sociedad.

Los protagonistas jamás dan la cara, hablar de prostitución es hablar de grandes cuentas en los bancos, en paraísos fiscales, de inmensas cantidades de dinero que corren en negro para comprar voluntades y leyes protectoras del negocio. De lobbies que presionan gobiernos y rigen los mercados con mano de hierro y desprecio social. De todos aquellos que no aparecen en los medios; grupos de inversores aislados en burbujas que con pulsar una tecla arruinan países; de falsos empresarios que son en realidad proxenetas y no dudan en encerrar a sus víctimas para sacarles beneficios y cuya suerte les es indiferente; de traficantes de cualquier cosa que les lucre, seres envilecidos como lo fueron y siguen siendo los tratantes de esclavos; de chulos y macarras capaces de amedrentar, golpear, violar y si la situación obliga, matar. Una historia conocida por todos y que los medios silencian y censuran deliberadamente.


Cruz Leal, feminista abolicionista, es la autora de este artículo
Recuperamos este artículo publicado originalmente por nuestra compañera Cruz Leal en Tribuna Feminista. El texto aparecerá publicado en tres capítulos los miércoles de las próximas semanas


Fuente.

Nota:   la imagen y las negritas están en el original









lunes, 30 de marzo de 2020

Belle de Jour y Catherine Deneuve: El papel de su vida


Belle de Jour y Catherine Deneuve: El papel de su vida
9/18/2018

Artículo de la Dra. Ingeborg Kraus – Karlsruhe, 14 de febrero de 2018


Traducción: Maura Lopez
Colaboración: Maite Sorolla

Dra. Ingeborg Kraus


La película “Belle de Jour” es una obra maestra. No es una película sexista. No es una película sobre una mujer que quiere vivir sus fantasías sexuales, o una película sobre una mujer que quiere romper con una sociedad puritana. Ninguna otra película se ha malinterpretado tanto como “Belle de Jour”. La misma Catherine Deneuve que representó este papel a la perfección, nunca lo entendió. Es el papel de su vida: una mujer que no reconoce que abusaron sexualmente de ella.


¿Cómo es posible que una hermosa mujer de buena familia deja que la maltraten, la humillen y abusen sexualmente de ella? En la película bastan dos escenas cortas para esclarecer el enigma. Durante unos pocos segundos, en el minuto 14 de la película, se puede ver cómo un adulto besa a una niña, la pequeña Séverine, y la manosea por debajo de su vestido. En la segunda escena, poco antes, Séverine llama a la puerta del burdel, por primera vez tiene un flashback, ve a la pequeña Séverine rechazando a un hombre. Se siente culpable por lo que le hicieron. No es la mujer adulta la que va al burdel, es la niña que se siente culpable. Es llamativo como su ser adulto se disculpa constantemente. Sufre de pesadillas recurrentes en las que la humillan, le arrojan basura, la insultan, la flagelan y la violan. La adulta Séverine, con frecuencia se muestra ausente de su vida, como en trance, dispersa. Deja caer las cosas. No puede establecer un verdadero vínculo íntimo con su marido. A través de la prostitución se torna más animada, más feliz y puede aceptar más intimidad con su marido. Sin embargo, su vida como prostituta se descontrola. Un putero celoso la sigue y dispara a su marido que, como consecuencia, queda parapléjico. La última escena es intolerable porque su marido se entera a través de un putero de que ella trabajó como prostituta y, por lo tanto, es en parte responsable de que él esté en silla de ruedas. Ella es -por así decirlo- declarada culpable. Derrama una lágrima y un momento después dice que ya no tiene sueños y se refugia en un mundo de fantasía.




Desde un punto de vista psicotraumatológico, ¿qué es lo que sucede aquí? Séverine es una mujer de la que abusaron sexualmente en la niñez. Este recuerdo está escindido de su mente, se trata de una amnesia traumática. Constantemente aparecen recuerdos fragmentados que ella no puede interpretar. No es consciente de su trauma. Hay fragmentos almacenados de manera disociada en su mente traumatizada. Es una parte diferente de su cerebro al que no puede acceder voluntariamente. Por eso no sabe lo que le pasó. Eso permanece inconsciente. Por ello, tampoco su trauma está integrado en su memoria narrativa. Sin embargo, se activa una y otra vez y aparece en su vida adulta bajo la forma de flashbacks, pesadillas, estados de trance, disociación, comportamiento inseguro, insensibilidad emocional, problemas de intimidad y distancia. No comprende estos estados. No puede vivir la sexualidad con su esposo porque está asociada a imágenes masoquistas. Se siente mágicamente atraída por el burdel y no entiende por qué se prostituye. En este caso, la prostitución se considera una recreación de su trauma disociativo. Vive una vida torturada por imágenes masoquistas y un profundo sentimiento de haber hecho algo malo y ser culpable de algo. Pero no puede analizarlo. No entiende el porqué. La siguiente aseveración se utiliza en psiquiatría: “Un trauma que no se reconoce vuelve a padecerse”. Es un intento de exteriorizar el dolor íntimo para poder aliviarlo. Hay un buen ejemplo de esto: a principios del siglo pasado montones de mujeres japonesas se dejaron fotografiar amordazadas para visibilizar su represión. Declaraban sentirse más libres después. Pero esa no es una liberación real. Es una recreación de su sufrimiento íntimo y, si es autodestructivo, es la continuación de un trauma. Séverine está atrapada en este círculo vicioso. “Belle de Jour” no trata sobre la liberación sexual, no es la huida de una sociedad puritana, tal como también la describe Nora Bossing de una forma totalmente equivocada en su libro “Redlight”. “Belle de Jour” no va de una mujer que disfruta del masoquismo. No, “Belle de Jour” es el síntoma de una mujer severamente traumatizada de la que abusaron sexualmente en su niñez.

Y ahora, la mujer madura, Catherine Deneuve, la gran dama, es la que habla. Protesta por el movimiento “MeToo”. Irónicamente, es ella la que se dirige al público y advierte sobre la confusión entre lo que es una violación y lo que es “solo” un pesado intento de seducción. Afirma que intenta proteger la libertad sexual y denuncia que la campaña es totalitaria y un regreso al puritanismo.



“Belle de Jour”, filmada en 1967, es una película que muestra con detalles sutiles todas las reacciones ante el trauma de una mujer que fue víctima de violencia sexual en su niñez. En una época en la cual la psico-traumatología estaba en sus comienzos, esta película marcó un hito en la historia de esta disciplina. Sin embargo, muchos la malinterpretaron. En definitiva, también lo hizo la misma Catherine Deneuve, que tal vez todavía piensa que “Belle de Jour” significaba liberación para Séverine. No, no era una liberación. Era su destrucción. Catherine Deneuve sigue estando en el papel de “Belle de Jour“, que no entiende lo que está haciendo.

Para millones de mujeres, que con mucho dolor se atrevieron a hablar sobre su abuso, y que tal vez no hubieran tenido el coraje de alzar su voz sin el escudo protector del movimiento “MeToo”, esto constituye una bofetada y una traición a la causa de las mujeres. Todo el mundo tiene derecho a vendarse los ojos pero no el derecho a negarle a otras personas la posibilidad de ver claramente la verdad.


Dr. Ingeborg Kraus
Psicóloga y experta en psicotraumatología
Iniciadora de la protesta “German psychologists and the scientific case against prostitution“
Esta entrada se publicó en Allgemein el 16 de febrero de 2018 por Ingeborg Kraus.

https://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/belle-de-jour-y-catherine-deneuve-el-papel-de-su-vida






Su derecho a un burdel propio


Su derecho a un burdel propio  
 07/01/2020

AUTORA  Cruz Leal
Abolicionista, porque el abolicionismo es la revolución del feminismo como último ideal universalista.

Su nombre es Rosen Hicher y es una de las supervivientes de la prostitución que lidera el Mouvement du Nid, junto a otras supervivientes llevan años creando conciencia en contra de la esclavitud sexual. A ellas debemos en parte, que el Estado francés optara por una ley abolicionista de la prostitución inspirada en el modelo nórdico. Es autora del libro Une prostituée témoigne, testimonio de la actividad a la que dedicó más de veinte años de su vida. Entró y salió de la prostitución en varias ocasiones a lo largo de décadas, ella misma manifiesta que nadie le obligó a entrar, nadie le puso una pistola en la cabeza. Decidió no volver nunca más el día en que un putero habitual le ofreció dinero por su hija de doce años.

Rosa Hicher


Se llama Alika Kinan también es una superviviente de la prostitución, su abuela, su madre y sus tías fueron prostitutas. Ella misma cuenta, cada vez que acude a una conferencia, que nadie le obligó a entrar, nadie le puso una pistola en la cabeza. A lo largo de dieciséis años esa fue su vida y cuenta con pelos y señales, a todo el que quiera oírlo, cómo transcurre el día a día de algunos millones de mujeres; los controles sanitarios que ellas mismas se costean; los controles policiales; las deudas, extorsiones, amenazas y abusos de tantos chulos, médicos, policías, funcionarios, políticos, jueces, taxistas, vendedores, caseros, camellos… incluso las propias familias y por supuesto también de los puteros; nos cuenta del miedo, del asco, de la soledad, del ser y sentirse insignificante, de cómo todos estamos enterados y no queremos saber. Hasta que un día en el interrogatorio posterior a una redada, una jueza le preguntó si pensaba que ser prostituta sería una buena ocupación para sus hijas. Define ese momento como un golpe que le hirió profundamente y la movilizó para revelarse contra el destino que nadie admitía haberle impuesto y por el que campaba desde la adolescencia.


Alika Kinan















La  explotación consentida

Nadie le puso una pistola en la cabeza, pero tampoco nadie le había ofrecido nunca otra posibilidad para poder romper el círculo de pobreza y exclusión que venían repitiendo durante generaciones las mujeres de su familia y de su entorno próximo. No hubo libre elección, nacieron en el  camino y solo siguieron la lógica del trazado. En 2016 el Tribunal Federal de Tierra de Fuego condenó a su proxeneta a siete años de cárcel, a una indemnización de  más de siete mil pesos y el Estado argentino fue considerado cómplice de trata. Fue un hecho histórico de reconocimiento de todo un sistema de explotación sexual de mujeres y niñas, de todos los elementos que lo constituyen, tantos, que llegan a implicar a todo un Estado y lo convierten en un Estado cómplice y proxeneta.

Este logro de Kinan es suficiente para autorizar su voz y todo el conocimiento que nos aporta sobre un fenómeno social que se ha desvinculado de sus formas de explotación tradicionales y que la globalización ha impulsado a escala planetaria, convirtiendo la prostitución en un sistema criminal de explotación total que incide en la economía tanto como en la política y repercute en los Estados y en toda la sociedad. La prostitución es en estos momentos la expropiación absoluta de la humanidad de millones de mujeres, niñas y niños, su cosificación para  la violación y el abuso sexual sistemático en todas sus formas. La prostitución es ahora una industria globalizada de explotación sexual, liderada internacionalmente por grupos de inversores organizados en red que participan impunemente de su criminalidad. Su nicho de negocio en cambio, es el viejo sistema de acumulación por extracción y fabricación de pobres de toda la vida.

En palabras de Sheila Jeffreys, la prostitución no puede ser explicada al margen de la economía política; es una industria clave para el capitalismo neoliberal criminal y su funcionamiento está sólidamente racionalizado y estructurado como el de cualquier multinacional. En ello se amparan como organización para exigir reconocimiento como trabajo regulado, de interés social y exigir trato de favor en la fiscalidad. Una criminalidad profesionalizada.

Solo desde los planteamientos abolicionistas del movimiento feminista se ha tomado conciencia de la gravedad del fenómeno y de la necesidad de investigar el sistema prostitucional, los vínculos que se establecen entre sus actores principales y de éstos con el poder político,  económico y financiero. De cómo se tejen las redes criminales, cuáles son sus modos de actuación y consecuencias para la sociedad, el Estado y la democracia. Y también qué políticas son necesarias para su erradicación.

La sociedad siempre quiso ignorar el significado de la prostitución, pero las mujeres conservamos la cicatriz atávica de las violaciones de guerra. Lo primero que se instala en una colonia militar es un burdel. El primer botín que se entrega a un ejército como recompensa o para levantar el ánimo del combate es el burdel. El papel de puta reservado para mujeres y niñas es imprescindible en cualquier conquista. Calmar la frustración de cualquier ejército o animarlo al horror de la batalla requiere el sacrificio y la entrega de mujeres y niñas para alimentar a la bestia. Violar mujeres y niñas es un arma de destrucción masiva que aniquila comunidades enteras desde tiempos inmemoriales. Su eficacia avala su pervivencia en las guerras actuales, incluidas aquellas que se han desarrollado hace apenas unos años en la cultivada Europa. Incluso, como hemos sabido por titulares, las intervenciones de los cascos azules de la ONU dejan un reguero de abusos, y violaciones de menores que se intentan justificar con el intercambio de unas monedas o un plato de comida, es decir el burdel legitimado de cualquier ejército. En la guerra, las violaciones de mujeres y niñas son una repugnante costumbre justificada por el embrutecimiento, y en la paz también. La sociedad necesita legitimar su indiferencia con la lógica del burdel apuntalada por la libre elección, la biología masculina y el intercambio de dinero. Para las mujeres nunca se ha firmado un tratado de paz.

En el burdel la violación y la deshumanización están permitidas y legitimadas por el intercambio de dinero que corre a manos del proxeneta. Seguir el rastro de ese dinero y de los grupos inversores, llevó al periodista Joan Cantarero a infiltrarse en la Asociación de Empresarios de Locales de Alterne-Anela. Pudo demostrar, destapando la red de prostitución de niñas en Valencia (1985), las relaciones de éstos grupos con la extrema derecha, con políticos corruptos, con individuos de familias franquistas de reconocido renombre entre las élites, todos ellos haciendo negocio con la prostitución. Individuos referentes del régimen, de misa diaria, hombres y algunas mujeres de clases pudientes, élites económico-financieras, políticos de factoría franquista, todos en conexión con la ultraderecha política. Y ahora desde alguna supuesta izquierda siguen apuntalando sus intereses, reivindicando su derecho al negocio y también a la violación y el abuso. Y también se esmeran en defender a una organización que vomita sobre la palabra sindicato y que ya había echado sus cuentas de beneficios en cómodos plazos de cuotas mensuales, sobre lo que dicen es el trabajo empoderante de unas trescientas mil mujeres en el territorio español. No hay que ser contable para calcular los multimillonarios beneficios que recibiría la organización con el cierre de ejercicio de un solo trimestre.

Sabemos que el negocio es tan multimillonario que organismos internacionales como el FMI recomiendan su cuantificación y cotización en el PIB. Porque todos los que defienden la prostitución como un trabajo tienen intereses en su perpetuación. Todos obtienen algún tipo de beneficio. Desde el negocio multimillonario de inversores y proxenetas a la discreta mordida del asalariado para completar el mes. Desde el postureo cómplice que te abre a la aceptación del grupo y te proporciona reconocimiento y silloncito, a la posibilidad de autoafirmación y el compadreo ocioso y salvaje del putero.

Las únicas que no tenemos interés en la prostitución somos las mujeres, de ser así el mundo sería un inmenso prostíbulo. Solo la necesidad nos obliga y como cuenta Beatriz Ranea  en su investigación sobre la prostitución ocasional, el sistema prostitucional y sus redes nos está esperando en cualquier lugar, una cafetería, un banco de una plaza, una parada de autobús, encarnado en cualquier hombre dispuesto a follarnos a cambio de unas monedas. Ante nuestra necesidad no nos ofrecen ayuda sino la posibilidad de hacer de puta.

Amelia Tiganus


Amelia Tiganus también superviviente de la prostitución, cuenta que el sistema te construye como puta igual que te construye como emigrante, refugiada, mano de obra barata o mendigo.  Te deja a la intemperie y espera a que ocupes tu lugar mediante los mecanismos perversos de la exclusión y reproducción de la pobreza. A todas estas mujeres la prostitución les estaba esperando, explica, y sobreviven mientras se les despoja de toda libertad, dignidad, salud física y psicológica, derechos humanos, incluso la vida, concluye. Es un aprendizaje de servidumbre y renuncia a la humanidad. Las hacen mujeres de deuda eterna y serán expulsadas a otro sector de explotación o abandonadas a su suerte, cuando sus  captores decidan que ya no les pueden extraer más beneficio. Su supervivencia en el sistema prostitucional solo es posible colaborando en la explotación de otras, y esto es así desde el principio de los tiempos, la criminalidad se perpetúa consigo misma.

La prostitución es desde siempre el reino alucinado de las falacias y las mentiras burdas que nos contamos para poder soportarlo y las que nos cuentan para que miremos en otra dirección. El glamur que venden es sordidez, el dinero que corre siempre lo hace en la misma dirección y hacia los mismos bolsillos. Cuando una administración pública se decide a intervenir en el hecho social de la prostitución, lo hace siempre previa intervención policial y necesariamente a través de los servicios sociales y lo que encuentran son mujeres y menores en la más absoluta de las precariedades, un “trabajo” del que te rescatan con la policía. Las mujeres, ninguna, jamás hemos corrido al burdel, pero al parecer en algún sitio se ha decidido que este debe ser nuestro destino.

Su supervivencia en el sistema prostitucional solo es posible colaborando en la explotación de otras, y esto es así desde el principio de los tiempos, la criminalidad se perpetúa consigo misma.

En el último informe de ABITS de 2017 encargado por el ayuntamiento de Barcelona, nos encontramos con el hecho peculiar de que solo han atendido a un hombre en prostitución. El cinismo y el empeño en disfrazar la realidad no pueden ocultar los porcentajes estadísticos. Otra realidad que muestra el mismo informe es que casi el noventa por ciento de las mujeres prostituidas son emigrantes africanas, seguidas de latinas, rumanas y en menor medida de origen marroquí, la prostitución local no llega ni a un escaso diez por ciento. Es pertinente preguntarse por qué las mujeres dejan sus comunidades y países en los que sobran puteros y se van a miles de kilómetros a prostituirse, sin redes, desconociendo el idioma, la cultura, sus instituciones, sin apoyos de familiares ni amigos y acostumbran a dejarse la documentación olvidada, cuando no a perderla.

Y la pregunta del millón; cómo es que ante un negocio multimillonario y empoderante, los hombres no le encuentran la oportunidad o la gracia y no tienen interés en prostituirse. La respuesta es conocida por todos, incluso por quienes se empeñan en negarlo; nosotras somos el producto y los hombres dirigen el negocio, tanto en la demanda como en la extracción de beneficios. Si de verdad fuese un “trabajo cualquiera” hace ya mucho que lo hubiesen industrializado a su favor excluyéndonos por no ser suficientemente aptas o buenas putas.

De puteros y colaboracionistas

Para Rosa Cobo, en su investigación sobre el sistema prostitucional, la industria de la explotación sexual es la clave para que algunos países se incorporen a la economía global dirigida por los fundamentalistas del mercado. El neoliberalismo en su conquista de los países y con la implementación de sus políticas de destrucción del Estado afecta a sus élites, una parte de ellas entran en crisis y su economía y negocios peligran. La también socióloga  Saskia Sassen refuerza esta hipótesis al señalar cómo dichas élites reconstruyen su patrimonio a partir de las economías ilícitas (armas, narcotráfico, prostitución, venta de órganos…) y crean redes, comparten rutas, estrategias, asesores, abogados, grupos de inversión… Sus actividades son intercambiables según las circunstancias y estas actividades criminales sirven para recomponer las economías nacionales cruzando sofisticados sistemas de blanqueo de actividad y capitales que crean circuitos cuasi-institucionales e internacionales que permiten acumular grandes cantidades de dinero en poco tiempo.


Rosa Cobo










Con Rosa Cobo coinciden muchas otras investigadoras del sistema prostitucional y todas constatan su incidencia en la violencia contra las mujeres, después las estadísticas demuestran su clara incidencia en el aumento de la criminalidad. El resultado  de un sistema económico de acumulación despiadado provoca un cambio social de valores que despierta las alarmas de supervivencia, alimenta los discursos de odio y promueve la mercantilización de niñas y mujeres en la prostitución, los vientres de alquiler o la pornografía en estrecha relación con las anteriores.

Los interesados en la promoción del sistema prostitucional hablan de empoderamiento. A propósito de este palabro Daniel Bernabé desenmascara su doblez y critica la perversión de la lógica neoliberal, te puedes empoderar como persona o como mercancía, dice. Como ser humano te reconocerás en otra humanidad, arrancarle la dignidad te envilecerá y te pasará factura social. Si lo haces como mercancía, al otro, solo le otorgarás un precio siempre devaluado por el uso y el tiempo. Es el viejo mantra neoliberal del “todos tenemos un precio” que niega la posibilidad civilizatoria y solo ve la lucha descarnada por la supervivencia. El mantra anticivilizatorio de los que han convertido el mundo en un mercado repugnante y la vida en él  en un callejón sin salida.

En la prostitución, lo que siempre fue un tabú y una alianza de ocultación de la fratría masculina, ahora es secretismo. Hay un empeño en no conocer, en no querer saber, en negar la evidencia de su brutalidad porque lo que está en juego es la pérdida de nuestra inocencia, el tener que asumir la complicidad del consentimiento y la indiferencia.

Los negacionistas, en la defensa de sus intereses, aparentan ser críticos y alimentan activamente la ignorancia, ocultando hechos, cifras, actores, sus intereses, la función que cumple y las consecuencias para toda la sociedad. Niegan las voces de las pocas supervivientes que se deciden a dar testimonio y se aferran al dogma de la libre elección individual. En palabras de Amelia Valcárcel, las mujeres han sido prostituidas con independencia de su voluntad durante casi todo el periodo conocido que abarca nuestra memoria histórica ¿Cuál sería la novedad? Que ahora decidieran hacer por sí mismas lo que en el pasado se las obligó a hacer sin el concurso de su libertad.

Ahora ya sabemos qué es la prostitución y que nuestro país es destino de turismo sexual, es así como aparece en las guías de viajes. España es el país con mayor consumo de prostitución de Europa y el tercero en el ranking de demanda según la ONU y recalca que el 39% de los hombres en nuestro país ha pagado en alguna ocasión por sexo. Las cifras sobrepasan los dos millones de consumidores, por lo tanto no hay que hacer mucho cálculo para saber que en algún momento tenemos un putero cerca.

El putero es el mayor conocedor de lo que es la prostitución. Él es quien mantiene el negocio con su demanda. Su deseo lo vale todo. La trata es una atención a su gusto por el exotismo, la niñas prostituidas son un regalo a su deseo de dominación, aquellas que están sin estrenar halagan su exquisitez elitista, las que están rotas por el alcohol, las drogas o la mala suerte son un saco de boxeo ideal donde descargar toda su frustración de manera individual o en manada. No hay perfiles cerrados, todos tienen en común que son hombres de toda clase y condición social, cultural o económica y son una especie de animal mitológico que solo se encarna en el compadreo entre iguales.

El putero es ese amable policía que te va a salvar de los malos o que colabora poniendo los neones al burdel, por ejemplo en el caso  Carioca. El encantador padre de familia que se ofrece a recoger a tu niña del colegio. Los estudios reflejan que la mayoría son hombres casados y admiten ser conocedores de que en los burdeles hay menores, incluso las han visto y nunca han denunciado. El médico que te hace el reconocimiento diagnóstico, el profesor de tu hija, el dentista que mete sus manos en tu boca, el funcionario que tramita toda tu documentación de extranjería y residencia, el del INEM que te inscribe en el paro, el tendero, el taxista, el panadero, el paleta, el del bar… Son los putos amos y solo reclaman su derecho a un burdel propio ¡Déjenme ser un putero, tengo derecho!
Pero prefieren que sean ellas, las mujeres, las que den la cara y en un ataque de total libertad empoderada exijan su derecho a ser prostituidas. Su coro son las que solo pueden hacer de su necesidad virtud, defienden su explotación y la de otras muchas, porque piensan es su única salida. Sus voces son amplificadas por otras que ponen su clasismo, elitismo e hipocresía al servicio de una nómina o una oportunidad de crecimiento personal. Y caminando arropadas por su ego, pero sin ir más allá de su ombligo, promueven la prostitución de otras mujeres con la expectativa de favor de un putero halagado que en algún momento pudiera ser un promotor.

Son mujeres en condiciones de elegir y decidir, con trabajos garantizados, en instituciones o pertenecientes a una burguesía acomodada que saben sus derechos plenamente garantizados, y convencidas de que no son deudoras de la barbaridad de sus propuestas, porque siempre encontrarán la condescendencia y el reconocimiento del sistema de privilegios que defienden. Los hechos y los datos para ellas no cuentan, la realidad es siempre una mentira. Con la excusa del debate solo pretenden el control del discurso y que la explotación sea un largo río tranquilo. Su impostura discursiva pone las claves en la defensa de la libertad individual y en la prostitución como trabajo. Lo que solo es un modo desesperado de supervivencia, como la mendicidad, solo los capos explotadores quieren legitimar su crimen hablando de trabajo. Un ejemplo, el capo brasileño que llegó a crear un imperio y en los registros telefónicos, ante algunos comentarios suplicatorios de sus chulos, su orden era No hay chicas cansadas. Están allí para trabajar. Aparte de ellos, que haya quienes teniendo toda la información sigan blanqueando la prostitución y digan que el problema está en la necesidad de una ley para regular la explotación y la esclavitud, en vez de cargar sobre las exigencias de los puteros de poder abusar y violar mediante pago, es cinismo canalla. Pero también una complicidad con el sistema prostitucional que podemos llamar sin tapujos colaboracionismo.

Dado que el deseo de prostituirse de cualquier mujer solo existe en la mente calenturienta de los puteros, ellas lo validan y como no tienen intención de dedicarse, defienden nuestro derecho a poder prostituirnos. No se interesan por nuestro derecho a un trabajo digno y en condiciones deseables. Solo les motivan que las putas estén limpias y sanas.

Se prestan a recoger las prebendas del sistema prostitucional, igual que el taxista recoge la mordida por acercar un cliente. Y cuentan que prostituirse es un derecho que tenemos las mujeres trabajadoras, pobres y emigrantes. Ellas prefieren dedicarse a una profesión o hacer modus vivendi de la política en cualquier partido o de la reivindicación social en cualquier movimiento. Mientras canalizan su narcisismo en la defensa de las minorías vulnerables porque da puntos al carnet de esnobismo y postureo, desprecian a la gran mayoría que somos las mujeres, porque ellas son la abeja reina. La única mayoría que consigue conmoverlas en su vulgaridad numérica es la de millones de puteros. Ante el rechazo social creciente, antes se ponen la venda y ya tienen preparado la campaña del NO punitivismo. Algo así como, podéis pensar que son despreciables pero que no les pongan una multa y sobre todo que no se la envíen a casa, tienen familia. Las putas en cambio, son seres de luz que existen porque  sí al margen de cualquier estructura o condicionante social, solo viven por su voluntad de prostituirse y ser folladas. Simplemente aparecen, y algún día ya no están en la esquina o rotonda.

Algunas de estas señoras han hecho de la defensa de la prostitución como trabajo su carrera de éxito, sacan manifiestos escandalizadas e indignadas por la falta de libertad, escriben artículos y dan conferencias como si no hubiera un mañana. Cobrando por supuesto, y sin poner un pie en la realidad, también. Y no como esas feministas fanáticas que defienden su militancia a escote.

Ellas sí son buenas feministas, de las que jamás molestarán al patriarcado, y ni se les ocurre  considerar las consecuencias  para la sociedad o para todas las mujeres del hecho posible de naturalizara la prostitución como un trabajo cualquiera ¿qué condiciones de trabajo y salud para las mujeres? ¿Qué tipo de regulación y de qué? ¿cómo afectaría al derecho laboral y a los derechos de todas las personas trabajadoras? ¿Qué riesgos asumiría la sociedad y las mujeres si fuese un trabajo? Sabiendo como saben y ya sabemos todos, que en los países que ha sido regulada como trabajo, en todos, constatan el fracaso, el aumento de la violencia hacia las mujeres y de la criminalidad. No hace mucho supimos por titulares de la apertura del primer burdel con muñecas de silicona y que en menos de una semana estaban destrozadas por prácticas violentas, afortunadamente no eran mujeres.

A este coro de entregadas a la causa puteril las apodo ofendiditas. Tomo el término prestado de Lucía Lijtmaer en alusión a su libro sobre la criminalización de la protesta de las mujeres feministas contra el abuso sexual y su negación a seguir soportándolo. Las ofendiditas son estas señoras siempre escandalizadas, que desde su privilegio nos dictan a las demás cómo debemos interpretar la realidad, en base a sus convicciones. Porque solo ellas saben lo que nos conviene. Les molesta que hablemos de esclavitud porque no llevamos grilletes, y la defienden porque ese sistema y no otro, ha sido el que ha sustentado y amalgamado a las élites desde siempre. Al final resulta que es la vieja lucha de clases de toda la vida.

Pero la supervivencia de la prostitución siempre ha requerido de la ocultación y la doble moral, por lo tanto de grandes dosis de hipocresía y ceguera selectiva. La narración que mejor refleja esta doblez, así como la función que cumple la prostitución y la imposición de una casta de mujeres y niñas destinadas a la misma sí o sí, es este párrafo de Gonzalo Torrente Ballester en su Don Juan –Hasta que las madres de familia se reunieron en junta y acordaron ir a ver al señor Corregidor… Total, que un día surgió el tumulto, y asaltaron esta casa, lo destrozaron todo y sacaron de ella a las arrepentidas y las devolvieron a su lugar de origen…¡Cómo se fornicó en Sevilla aquella noche!- Las arrepentidas de la novela eran aquellas mujeres de la prostitución que no tenían otra alternativa. Aquí el autor se apiada de ellas y hace que se refugien y se nieguen a ejercer, lo cual subleva a las señoras de bien que entran a la casa y arrastran a las putas por los pelos hasta la puerta del burdel para que se dediquen.

Nosotras somos mucho más afortunadas y como mujeres libres, nuestras desgracias son solo culpa nuestra, algo habremos hecho mal, salvo que sea merecimiento, claro está. Pero tenemos unas valedoras generosas, son aquellas que dicen se han trabajado su posición y nos regalan un nuevo derecho, el derecho a prostituirnos. No nos van a dar unas mejores condiciones laborales o salariales por limpiar sus casas, de ser así y dada nuestra condición subalterna pudiéramos darnos a la pereza. Si no tenemos suficiente salario siempre podemos meter horas de atención y cuidado de sus mayores o dependientes. Y si tampoco así nos llega nos soltarán el haber estudiado. Y después nos harán la empoderante oferta de elevar la autoestima de los hombres de su entorno amorrándonos a sus genitales u ofreciéndoles amablemente nuestro culo para aumentar un salario que siempre les parecerá excesivo.

…¡y que vengan los puteros a debatir!

Quien debería conocer el fenómeno social de la prostitución, los intereses de sus diferentes actores y las consecuencias que acarrea a toda la sociedad, sería la institución académica. Pero la universidad ha contribuido al desprestigio de los valores de la Ilustración, solo se salvó la libertad como única medida del deseo. La fraternidad y la igualdad,  más próximas a la redistribución que a la meritocracia y la excelencia, han sido despreciadas. Y cuestiones como la democracia o el feminismo son tan debatibles y puestas en duda como los Derechos Humanos. Entiéndase debate como simple cuestionamiento de su necesidad o transcendencia.

Un relativismo de bolsillo acompañado de un cheque o subvención para la implementación de un determinado modelo que solo favorezca al mercado,  junto con una posmodernidad que nadie necesitaba, han dado validez normativa a la posverdad, populismos varios y el fundamentalismo neoliberal declarado culto obligado y representado por las más peregrinas teorías o afirmaciones dogmáticas.




La universidad ha renunciado a la investigación de la realidad y también prescinde de su función social.  Rehúsa comprender y explicar un hecho social como la prostitución que afecta a millones de mujeres y niñas en todo el planeta. Son hastiadas las críticas abolicionistas por las trabas a sus investigaciones, no solo económicas sino administrativas, metodológicas y la escasez de comparativas que pudieran rebatir sus planteamientos. Está claro que tampoco hay interés en demostrar el beneficio de los supuestos regulacionistas, porque es más que probable que sean inexistentes.
En cambio el poder legitimador de la academia sigue intacto y ha tomado carta de facto en la justificación de la prostitución como una realidad sociolaboral necesaria para las mujeres más desfavorecidas. Mientras la reivindicación del acceso a la educación y a la educación superior de las mujeres son un clásico feminista aún sin plena consecución, la misoginia de la institución académica es un broche de oro de ostentación diaria. La formación superior es el mayor garante de ascenso social. Pero aunque las cifras demuestran que somos más y mejores en las aulas, en la universidad son menos las profesoras, catedráticas y rectoras. Con estos datos y el conocimiento de que las mayores tasas de pobreza son femeninas, los representantes de la academia han creído oportuno recordarnos que siempre podemos trabajar de putas.

Mientras nos ponen paños calientes para la aceptación de la precariedad y cada ruindad se disfraza con un palabro inventado, el derecho de los puteros se reclama como si de una revolución se tratara al grito de; fuera puritanas, censoras, fascistas y feminazis ¡queremos putas y tiene que haber mujeres dispuestas y suficientes! Mientras la academia francesa ordenaba no tocar a sus putas, la nuestra fue más allá. Se coordinó en menos de una semana para organizar seminarios en veinte universidades públicas sobre el trabajo sexual como un trabajo cualquiera, e invitaron a representantes del sistema prostituyente a promocionar su actividad. Alguna universidad decidió incluso que los seminarios eran obligatorios. Y el arrebato era tan intenso que hubo rectores que llamaban al debate a los puteros para que fuesen ellos quienes reclamaran su derecho a un burdel propio ¡Déjenme ser un putero, tengo derecho!

No hablaron de prostitución, ni invitaron a abolicionistas, se posicionaron a favor del trabajo sexual desde el título de cada convocatoria, ese era el objetivo. Y por lo tanto se posicionaron a favor de la trata, la explotación sexual, el neoliberalismo salvaje, en contra de los Derechos Humanos y por supuesto y siempre a favor del patriarcado, porque van juntos en el mismo sistema de valores. Para el sistema prostitucional ha sido una de las mejores campañas, el poder encontrase en un espacio público de reconocimiento y hacer coincidir la oferta y la demanda. Podemos suponer que en pleno alborozo solo les quedaba intercambiar teléfonos y fijar precios por servicio.

Solo podemos ver en este suceso una maldad deliberada, la insistencia en no querer ver o entender y la imposición del mandato patriarcal más rancio y retrógrado; o casada o puta, siempre esclava. El odio feroz contra las mujeres que se suma al elitismo, la hipocresía y conforman el colaboracionismo de una institución que apuesta por un tipo de sociedad donde una casta de mujeres y niñas  tiene su destino decidido de antemano; tienen que hacer de putas, porque  los hombres tienen derecho a ser puteros. Definitivamente la lucha de clases se ha trocado guerra despiadada entre sexos.

Por último y como ya no viene de unos párrafos, quienes deberían saber qué es la prostitución y qué implica, son nuestra clase política. Porque son ellos quienes tienen que decidir las políticas adecuadas para su erradicación. Las de promoción ya son añosas, desde el laissez faire de toda la vida, hasta la promoción activa de algunos ayuntamientos que subvencionan cursos para hacer de puta. Sabemos por titulares que algunos son bien conocedores del sistema prostitucional, en calidad de puteros. Se puede sospechar que algunos además tengan intereses propios, pues los grupos de inversores no son entelequias. La reacción social suele ser de indiferencia cuando no de mero chascarrillo. Ser putero es tan natural como respirar. Como, bebo, duermo o voy de putas, es normal. Creo que si en algún momento los medios que contribuyen a la normalización del sistema prostitucional por la difusión y el marketing, nos contaran las cifras que se gastan en prostitución nuestros políticos y en qué tipo de demandas, se nos congelaría la sonrisa.

Pero lo peor es la aceptación generalizada de la cultura puteril, ya sean puteros o no. Una cultura que se ha hecho hegemónica y que solo cuestionan como partido, y con la boca pequeña, socialistas y comunistas. Todo el resto de partidos, desde la extrema derecha, a la más rancia conservadora y la moderna neoliberal, juntamente con los que se dicen nueva izquierda, todos, la aceptan como natural e inevitable. Se empeñan en  imponer la idea de que el sistema prostitucional no puede dejar de existir y que debemos aceptarlo sin plantear otros horizontes porque ellos no son capaces de imaginarlos. Cuando precisamente la proyección de un mejor futuro, el posibilismo de la utopía, es la única garantía de la izquierda frente al conservadurismo. El mandato neoliberal comulgado por todos y apoyado en una sola verdad, la suya, es negacionista. Impone el no hay alternativa de manera tan natural como la brisa de verano.

Han abrazado sin ambages la ideología neoliberal y ésta se parapeta detrás de una supuesta buena intención; ya que es inevitable, ya que están atrapadas en el sistema y que hay puteros suficientes, ¡hagámoslo bonito!  Pero no hay nada rescatable del hecho de que tu cuerpo sea penetrado, baboseado, manoseado… por alguien que no deseas. Todos los hombres lo saben, por eso no aceptan ser prostituidos ¿por qué nosotras sí deberíamos aceptarlo? Las mujeres llevamos peleando más de tres siglos por conseguir nuestra completa ciudadanía. Nuestros problemas son los de todos, un trabajo digno y en buenas condiciones, hace mucho decidimos que ¡no queremos ser las putas de nadie!

Ana de Miguel


Como dijo Ana de Miguel, después de desmontar la falacia de la libre elección,  si la prostitución es un trabajo como cualquier otro, sugiero que la legislatura y los responsables políticos lo practiquen durante una semana antes de tomar una decisión. Es la mejor manera de aumentar la aceptación social y reducir el estigma. Las feministas sabemos de lo que es capaz la derecha, la política es su mejor negocio porque gobiernan siempre a su favor. Ellos no se molestan en defender la prostitución, solo hacen uso de su derecho natural, las mujeres somos esclavas de su propiedad. Su batalla no es partidista, es contra todas las mujeres para que acaten el orden establecido por el patriarcado. Parten de su natural supremacista y su único rival ideológico es el feminismo.

Quienes nos helaron el corazón fueron las supuestas nuevas izquierdas. Convencidas como estábamos que eran nuestras aliadas y que era su deber cambiar el mundo. Vimos primero como nos quisieron entregar el cielo, cuando lo único que pedíamos era la realización de nuestros derechos en la tierra. Más tarde se sumaron a la dialéctica de la barbaridad y mientras decían pactar con los mercados la total desmercantilización de la vida, ofrecían sin tapujos nuestros cuerpos, íntegramente. Como si de un sacrificio ritual se tratara. Y resultó algo así como que las mujeres éramos chanchos de los que se podía aprovechar todo, óvulos, leche, úteros… y el cuerpo para el uso y abuso. Solo que los chanchos pasaron a tener más derechos que nosotras en sus propuestas. Nosotras somos la moneda de cambio, nuestros derechos, nuestra dignidad y humanidad les resultan una revolución caduca, nuestra exigencia un atentado contra su vanidad y el narcisismo infantiloide de una generación satisfecha.

Hemos comprobado que si hay algo verdaderamente transversal son la misoginia, el sexismo, el machismo y un odio feroz y profundo hacia las mujeres. Estas autodenominadas nuevas izquierdas, parten de su supuesta superioridad moral para cargar contra el feminismo como rival político. Y pugnan cada día por el control del discurso, la interpretación de la realidad acorde a sus intereses y por fijar un marco conceptual que sobrepase la teoría política feminista. Lo cual no es posible porque; no puedes inventar la realidad cada día, despreciar toda influencia, vaciarla de todo tipo de interpretaciones y apostarlo todo al albur del relativismo y un neolenguaje hueco. El adanismo es simplemente idiota y el feminismo aunque moleste, es mucho más que una filosofía política.

Haríamos bien las feministas en recordar cómo fue la aparición de esta supuesta nueva izquierda, sus orígenes fundacionales en aquel 15M del 2011. Conservar la memoria previene tener que lamentar el engaño. Nuestro 15M vino precedido de otras movilizaciones y otras primaveras en diferentes países latinoamericanos, las causas eran las mismas; rechazo y hartazgo de unos sistemas corruptos que solo ofrecían austeridad y precariedad sin alternativa posible. En las concentraciones de todas esas primaveras, las feministas presentes fueron rechazadas y agredidas.

Como relata Nuria Varela en su último libro, en nuestro 15M también sucedió. Al querer unir su causa con todas en una reivindicación común y escenificarlo con una gran pancarta, las feministas fueron agredidas. La pancarta llevaba escrito el eslogan “la revolución será feminista o no será” y las feministas fueron abucheadas y la pancarta fue arrancada entre aplausos de los presentes. El feminismo ha sido un movimiento maldito justo hasta ayer, que en un ataque de cinismo algunos lo han impreso en miles de camisetas con el susodicho eslogan y lo han cambiado por unos cuantos votos. Está desactivado, o eso creen.
Tras el suceso de la pancarta ¡Vuelta al siglo XVIII! dice Varela al relatar el suceso, aquellos jóvenes revolucionarios, tal y como hicieron los franceses ilustrados, pretendían hacer una revolución contra los privilegios de clases acomodadas sin renunciar a uno solo de sus privilegios como hombres. El enemigo era el capitalismo; el patriarcado, ni tocarlo, concluye escéptica.

Nuria Varela


No puedes decir que eres de izquierdas, ver estructuras de poder y dominación incluso en el vaho de tu aliento y cuando una mujer te dice que no tiene trabajo decirle que se haga puta, que es un trabajo cualquiera. La convicción de que las mujeres pueden ser usadas, compradas y vendidas es el pilar fundamental del patriarcado. Naturalizarnos como inferiores y deshumanizarnos es lo que cimienta la dominación y justifica toda la violencia que ejerce el poder masculino. No puedes decir que eres de izquierdas cuando el único universalismo que entiendes es el de millones de puteros. No puedes decir que eres de izquierdas y sacar a la venta a mujeres y niñas. No puedes mercadear nuestro derecho a un  trabajo digno por el privilegio de millones de puteros a un burdel propio. No puedes abrazar el eslogan ¡Déjenme ser un putero, tengo derecho! Y seguir vendiendo que eres de izquierdas.

Cruz Leal. Abolicionista, porque el abolicionismo es la revolución del feminismo como último ideal universalista.

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