Si el sexo no se basa en el deseo ¿en qué se basa?
julio 17, 2019
Sandra Díez Guerrero
Asamblea Abolicionista de Madrid
El pasado 21 de junio el Tribunal
Supremo sentenció que lo ocurrido en Pamplona durante los Sanfermines de 2016
fue un delito continuado de violación (agresión sexual) y no un abuso. Se
reconoce así que la ausencia de consentimiento es violación, y que la
intimidación y el sometimiento al que se vio expuesta la víctima no eran
compatibles con ese consentimiento. Ese mismo día, un político español
(diputado autonómico en el Parlamento de Andalucía) publicaba una respuesta a
dicha sentencia en Facebook. En ella, cuestionaba la independencia de los
jueces y afirmaba que había sido la presión “de la turba feminista” lo que
había forzado esa sentencia. El feminismo clamó por el reconocimiento del
delito de violación, para protestar contra esa mirada machista que interpretaba
la violencia como algo “normal”, cuando los hechos probados no dejaban lugar a
dudas, y eran una prueba inequívoca de que se trataba de una violación. Además,
fue la manera de mostrar el apoyo que la mujer víctima de esa agresión sexual
necesitaba, después de sufrir el acoso de la turba machista.
El texto publicado por dicho
individuo rezuma una alarmante misoginia, que debería ser impropia de este
siglo. Una parte en concreto del texto refería lo siguiente: «la relación más
segura entre un hombre y una mujer será únicamente a través de la
prostitución”. Esta línea es una síntesis
de lo que se encuentra en la mente de los hombres que consumen prostitución, y
hay que recordar que España es el tercer país del mundo donde más la demandan.
No muestran ninguna preocupación hacia lo que las mujeres sienten y desean
(hacia su verdadera voluntad), y conciben el sexo como violencia, basado en la
dominación sobre las mujeres, a las que reducen a objetos deshumanizados.
Cuando los hombres ven atacada y
dañada su situación de poder y privilegios, la prostitución es el lugar en el
que resguardan su masculinidad, donde pueden seguir ejerciendo violencia contra
las mujeres de manera casi impune. Entre una violación y la prostitución lo
único que varía es que en el segundo caso hay dinero de por medio. Los
consumidores de prostitución pagan por explotar sexualmente a las mujeres. No es
sino una práctica que fomenta la violencia, la cuna de la ideología patriarcal
y de la cultura de la violación, y lo es junto a la pornografía, el otro pilar
fundamental de la explotación sexual que sufren las mujeres. Como ha comentado
la socióloga y feminista radical Kathleen Barry, no hay diferencia entre los
hombres que abusan sexualmente de una mujer en una fiesta y quienes consumen
prostitución.
En los últimos tiempos, algunos
medios han renunciado a seguir incluyendo publicidad sobre prostitución (Prensa
Ibérica Media anunció la retirada de estos anuncios de sus cabeceras el pasado
mes de marzo). Sin embargo, a la vez que se extienden acciones como estas, hay
espacios (medios de comunicación, ámbito político, plataformas de toda clase)
que se convierten en altavoz del discurso que idealiza la industria del sexo y
reduce lo que es una relación de explotación, consecuencia de las desigualdades
de género y económicas, en una simple transacción. Que una mujer venda su
consentimiento y se convierta en un producto dentro de un mercado en el que la
humanidad parece cada vez más extinta se normaliza y se presenta como algo
natural, como un “trabajo”. La equidistancia cuando se habla de la explotación
de mujeres y niñas no existe. Una postura que no condena la prostitución
favorece al discurso del lobby proxeneta, que es quien se beneficia de la
normalización y naturalización de esta forma de violencia contra las mujeres y
niñas.
Que un individuo misógino llegara
a esa conclusión justo cuando la justicia reconocía que si las mujeres no
manifiestan un consentimiento explícito se trata de una violación no extraña.
Sin embargo, la idea que se muestra a continuación fue escrita por una política
(diputada de la Asamblea de Madrid) que se sitúa en un ala completamente
opuesta al anterior, que se define como feminista y de izquierdas: “si todo
sexo no deseado (incluyendo el trabajo sexual pero no solo) fuera una
violación, estaríamos no reconociendo a las mujeres la posibilidad de tomar
decisiones a pesar de sus deseos o incluso contra ellos.”
Si el sexo no se basa en el deseo
¿en qué se basa? El consentimiento debe ser la manera de expresar ese deseo, y
ponerlo por delante significa que lo único que lleve a las mujeres a mantener
relaciones sexuales sea que las deseen. El consentimiento puede estar viciado,
puede existir presión, intimidación, precariedad…Resulta extraño que la
conclusión de una feminista sea separar deseo y voluntad, pero,
lamentablemente, hace tiempo que el discurso que protege a la industria del sexo
pretende escudarse en el feminismo para justificar que la explotación sexual de
las mujeres no es tal si ellas la “consienten”. En su análisis quedan fuera los
datos y la terrible realidad de la prostitución, sus consecuencias para las
mujeres que día a día son violadas en todo el mundo dentro de ese mercado, y
para todas las que habitan el mundo, que comparten su vida con hombres que se
rigen de acuerdo con pensamientos machistas como los expuestos por el político
en Facebook.
Las palabras del diputado andaluz
contienen además una frase que afirma que “la diferencia entre sexo gratis y
pagando, es que gratis te puede salir más caro”. La idea de que existe un
“sexo” que se “paga” sigue la misma línea que afirma que existe un “trabajo
sexual”, y que reduce la explotación a un mero intercambio. Conceder más
importancia en una relación al “consentimiento” que al “deseo” es la manera de
justificar esa explotación y mantener sus privilegios intactos, pues su única
preocupación es eliminar las consecuencias penales sobre sus hechos. Para ello
existe la prostitución: mujeres convertidas en productos y el dinero como la
manera de explotarlas sexualmente sin perjuicios legales.
Lo que los prostituidores piensan
sobre las mujeres y sobre las relaciones sexuales queda plasmado en las
palabras del político andaluz. Que esta postura se pueda justificar desde el
feminismo es lo que carece de sentido. Abordar la prostitución desde una
postura abolicionista es una prioridad, lo ha sido históricamente para el
feminismo, pese a que haya quien intente ignorar el pasado abolicionista de la
teoría y el movimiento feminista. Los prostituidores son hombres que no
muestran ninguna empatía por las mujeres y se aprovechan de su situación de
poder y de las desigualdades para acceder a los cuerpos de quienes no los
desean. Se sigue sin poner el foco en ellos cuando se habla de prostitución,
pero el feminismo debe empezar a buscar una condena social, exponerlos como lo
que son, hombres que explotan sexualmente a mujeres. Lo que no se puede es
llamar feminismo al discurso que los protege y escuda la explotación.
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