23 junio 2016 ·
La misoginia como espectáculo
Gabriel Núñez
En el porno del siglo XXI, el
sexo es sólo una coartada para la violencia[1]. Amparada tras un arsenal de
argumentos falaces, victimista hasta el paroxismo, la pornografía amplía su
campo de batalla mientras reduce la condición humana de la mujer y pulveriza su
dignidad[2]. Impulsado por una insaciable ansia de ofrecer “todavía más”, el
porno se ha convertido en una maquinaria universal de propaganda misógina. La
debilidad de sus detractores (y la habilidad del mundo porno para
descalificarlos) ha conducido a una situación paradójica, en la que el porno se
presenta y se acepta como valedor y defensor del sexo, cuando el sexo, ya lo
hemos dicho, no es más que una coartada para ejercer (sin penas) y promulgar
(entre aplausos) un modelo machista brutal y extremo. Este alegato contra el
porno, contra la aberrante evolución que ha sufrido la representación y
exhibición de escenas sexuales, contra la propuesta de un sistema único de
relaciones sexuales basado (y complacido) en la conducta violenta y en la
actitud despectiva contra las mujeres, es una reflexión desordenada y confusa,
alarmada y dolorosa, que se enfrenta, sobre todo, al silencio que la sociedad
mantiene sobre este asunto.
PRÓLOGO (‘BLOW JOB’)
La primera vez que fui a ver una
película porno (Educating Mandy) junto a varios amigos, a la sala X de la
Corredera Baja de San Pablo, en Madrid, comprobé que, efectivamente, aquello
“podía herir mi sensibilidad”: ¿cómo era posible tratar así a las mujeres?
¿Cómo se podía ser tan zafio y machista? Y, sobre todo: ¿cómo podía plantearse
que algo así se pudiera filmar y exhibir? ¿Cómo estaba permitido? ¿Cómo podía
tener público? Salí conmocionado de la sala… y también tremendamente excitado.
De vuelta a casa manifesté convencido que nunca más iría a ver semejante
barbaridad, criterio que compartieron mis compañeros de aventura, pero pocas
semanas después todos nos enganchamos irremisiblemente al porno.
Vista hoy, aquella película
parece una nadería comparada con las brutalidades habituales que caracterizan a
la producción pornográfica actual. Al fin y al cabo, en aquellos polvos sólo
había unos tipejos asquerosos y groseros que trataban con desdén y sin respeto
a varias chicas jóvenes y bellísimas. De haberse filmado hoy, Traci Lords,
Christy Canyon y compañía, además de todo tipo de insultos, se habrían llevado
varios escupitajos en la boca y en los ojos, habrían recibido unas cuantas
hostias, les habrían abierto el culo hasta el límite y habrían sido forzadas a
vomitar tras atragantarse con las pollas de sus compañeros de reparto, quienes
habrían acabado meándose sobre ellas. En fin, lo normal. Sí: lo normal: eso es
lo que ocurre en la inmensa mayoría del porno del siglo XXI, el que anuncian y
emiten todos los días Digital Plus y las televisiones locales, el que recibe
premios y aplausos, el que protagonizan estrellas del espectáculo como Rocco
Siffredi o Nacho Vidal. Ése es el porno que se ha instalado en nuestras
pantallas, en nuestras casas, en nuestras conciencias.
INTRODUCCIÓN
La pornografía se ha convertido
en un tabú, no por inconfensable, sino por intocable. No hay quien que hable en
su contra, algo realmente sospechoso, ni síntomas de preocupación o protesta
ante la evidencia que la pornografía es un instrumento universal y eficacísimo
de propaganda de la misoginia, un aparato reaccionario y fascista que ha
reducido, caricaturizado y secuestrado el sexo, una herramienta que publicita y
vende un modelo basado en el desprecio de la mujer. Es algo obvio, palpable,
pero no hay nadie que levante su voz contra esta arma de destrucción
machista[3]. Todavía se sigue considerando a la pornografía como algo vinculado
a la libertad sexual, por mucho que se muestre y demuestre ser un mecanismo de
desigualdad, discriminación y agresión.
La pornografía del siglo XXI ha
seguido un proceso de expansión, legitimación, normalización y radicalización.
Se ha producido la pornificación de la sociedad: la pornografía ha entrado
masivamente en los hogares a través de la televisión y, sobre todo, de internet
y ha penetrado con fuerza en las conciencias y en las costumbres. El porno se
normaliza (se hace normal) y a la vez normaliza (impone las reglas de) un
modelo de relaciones sexuales basado en la celebración del sometimiento de la
mujer, de su reducción a objeto de placer y fuente de satisfacción sexual.
La pornografía se muestra inmune
a las críticas por su habilidad para situarlas (y así descalificarlas) junto a
compañeros de viaje tan indeseables como los ultraderechistas y los
fundamentalistas religiosos. También junto a las feministas, cuya indispensable
labor ha sido ridiculizada con saña y sin pausa. Sin embargo las teorías y
argumentos de las feministas de los años setenta[4] están más vigentes y son
ahora más necesarios que nunca. La pornografía es hoy un paraíso fiscal de la
delincuencia del sexo, y alimenta directamente graves problemas sociales como
la violencia de género, el proxenetismo, el tráfico de personas, la pederastia
y la lamentable educación sexual de varias generaciones. Si la pornografía
sitúa a quien la critica junto a fanáticos políticos y religiosos, sus
defensores se colocan al lado de los verdugos, violadores, ejecutores y
filonazis del sexo.
Ésta es la pornografía del siglo
XXI[5]. Esto es el porno, esa manera familiar y amistosa de nombrar la
pornografía. El porno ha secuestrado valores como la libertad sexual, la
diversidad sexual y hasta la libertad de expresión. El secuestro opera en una
doble vertiente: proclamarse como abanderado fundamental de estos valores para
después retirarlos del espacio público. Esta labor, aparentemente
contradictoria, tiene sin embargo una explicación muy coherente: el porno
elimina esos valores porque, en realidad, van en contra de su esencia
(reaccionaria, reductora y absolutista) aunque los encarne demagógicamente por
razones de legitimidad y de marketing. La estafa, por evidente, no deja de ser
eficaz, y así se constata cotidianamente en la propaganda que el porno hace de
sí mismo y en el amplio y creciente calado acrítico que su mensaje tiene en la
sociedad. Lo que ha secuestrado el porno, puede afirmarse, en fin, es el mismo
sexo, sustituyendo su riqueza por una normativa rígida y unidireccional de entender
las relaciones sexuales.
El mundo, pues, ya es
pornográfico. La vida es pornográfica. El sexo es porno. Sólo porno. El porno
ya no es una representación del acto sexual. Es el acto sexual. Y por acto
sexual se entiende cualquier cosa que produzca placer al hombre. Al hombre.
Cualquiera. Todo lo que excite al hombre (al hombre) es pornográfico y, como
tal, adquiere el visado que otorga el sexo y que impide la posibilidad de ser
analizado o criticado. En el deformado nombre de la libertad de expresión y en
el manipulado anhelo de la libertad sexual se cometen delitos constantes que
conforman una propaganda universal respecto a la manera de entender (y
practicar) el sexo. Se cometen delitos que se graban y se exponen y se venden
con esa coartada sexual, con esa patente de corso del sexo, con esa protección
garantizada por la inmunidad de la pornografía.
RADICALIZACIÓN (‘EXTREME SEX’)
¿Se puede hablar de
radicalización del porno cuando ya en junio de 1978 la revista Hustler
publicaba su famosa portada de una mujer triturada por una máquina de picar
carne?[6] Lamentablemente, la respuesta es sí. No sólo porque esa idea ha sido
recogida y multiplicada por decenas de webs porno (Meatholes sería el ejemplo
más próximo) sino porque su mensaje ha pasado del chiste a la realidad, del
montaje al hecho, de la ficción a la ejecución.
El porno se construye y
radicaliza sobre la evidencia de que la mujer sigue estando en una situación de
inferioridad universal[7] y es, por definición, abusivo, tramposo y amenazante.
La descripción que hace el documentalista Stephen Walker de su encuentro con el
magnate del porno Max Hardcore es realmente espeluznante, y define a la
perfección cómo se las gastan en este negocio.[8]
La radicalización del porno
abunda en su planteamiento como caza, tortura y castigo… Se hace una sola
pregunta, obsesiva, definitiva: ¿qué más se le puede hacer a una tía? O, lo que
es lo mismo: ¿Cómo se puede degradar y humillar más a una puta? El hastío,
generado por las propias limitaciones de la representación sexual, sólo sigue
esta vía compulsiva: más y más fuerte, más y más duro, más y más extremo.
Podían plantearse otros caminos, pero no: la carrera, la lucha, la obsesión, es
avanzar en la destrucción de la mujer, y se celebran y aplauden (y son rentables)
ocurrencias como tratar a las mujeres como urinarios (Human Toilets), hacerlas
vomitar (Gag On My Cock), abofetearlas (Slapp Happy), eyacular dentro de sus
ojos (Pink In The Eye), asfixiarlas, escupirles, peerse en sus bocas y un
sinfín de modalidades de vejación que son publicitadas y ofrecidas como
atrevidas, innovadoras o incluso humorísticas.
No hay lugar para el buen rollo o
el afecto o simplemente, la humanidad, se postula la complicidad misógina y la
camaradería macho, se adoran los atributos viriles y se destruyen los
femeninos, y el lenguaje es tan limitado como insultante. La pornografía tiene
ya mucho más de violencia que de sexo. Es más: si una escena sexual no contiene
cierta dosis de violencia (verbal, física, actitudinal…), difícilmente será
considerada pornográfica.
Desde hace tiempo y cada vez más,
el porno ya no es la representación de escenas sexuales, sino la grabación y
exposición pública de esos actos y cuanto más crudos (menos cocidos: menos
preparados: más realistas) y violentos, mejor. No hay ya lugar para la
representación, de modo que el porno se halla genérica y esencialmente mucho
más cerca de las grabaciones caseras y de las palizas, humillaciones y actos
delictivos grabados en móviles para su posterior exhibición (en el móvil,
claro, pero sobre todo en internet, espacio libre, alegal y amoral como
principal pantalla)[9].
El porno crea, recrea y
transforma al espectador a través de la destrucción del objeto sexual. La ley
de la pornografía crea y transforma (al hombre, el espectador) mientras
destruye (a la mujer, el objeto). La fórmula ideal exige que el objeto
destruido sea bello, pero si hay que elegir entre belleza y destrucción, el
porno se inclina por lo segundo: es preferible que el objeto sea menos bello
siempre que sea más destruido[10].
La radicalización del porno
afecta también al estatus de sus protagonistas. Durante muchos años se lanzó el
bulo de que las verdaderas estrellas eran las mujeres, se mitificaban aquellas
mujeres que entendían su papel con respecto al hombre: hacer lo que a él le
apetezca (todo) cuando a él le apetezca (siempre). El truco coló entre las
propias actrices y entre los espectadores más cómodos, porque, en efecto, ellas
eran las protagonistas del espectáculo: cobraban más, tenían clubs de fans,
asistían a premios, fiestas y festivales, salían en las portadas de los vídeos
y las revistas... Esa farsa se ha ido dinamitando hace tiempo, parece que ya no
hace falta disimular. Ahora las estrellas del negocio son los actores, aquellos
que son más agresivos, los que no tienen límites en el envilecimiento de sus
compañeras de rodaje. Ellos ahora tienen nombres y apellidos y son los grandes
capos. Ya no se buscan películas de Zara Whites o Ginger Lynn, sino de Rocco
Siffredi, Roberto Malone, Christophe Clark, Nacho Vidal, Max Hardcore... ellos
son los que saben cómo hay que tratar a las tías. Cada vez hay menos actrices
cuyo nombre (artístico o real) aparezca en las producciones. La mayoría
atienden a un difuso nombre de pila, sin que casi nunca se identifique a una
cara con él. Para qué, qué importan, sólo son tías, sólo son putas, las hay a
millones; sin embargo, maestros del sexo, verdaderos maestros como Rocco y
compañía se cuentan con los dedos de una mano. Muchas de las actrices actuales
proceden de los países del Este. En ellos se reúne excelente materia prima y la
mejor de las disposiciones dados los mecanismos habituales del subdesarrollo,
la apertura al libre mercado y la urgente necesidad económica. Ellas son, como
mucho, Tanya, Ursula, Veronika... qué más da, afortunadamente hay miles de
jovencitas necesitadas a las que ofrecer un billete a la fama, a Europa o al
capitalismo, y acto seguido escupirles y romperles el culo. Cada día miles de
chicas buscan y encuentran la única manera que tienen de soñar con una
esperanza en las ofertas o imposiciones de cuantos proxenetas, chulos,
esclavistas o productores de pornografía se crucen en su camino. Lo que
diferencia a estas cuatro especies nombradas es que sólo los últimos son
legales. O mejor dicho: alegales, porque actúan al margen de la legalidad, y
saben que hay un mercado legal que les comprará a excelentes precios sus
productos y que un extensísimo y relajado y civilizado público jamás se
preguntará por lo que les ocurrió en sus respectivas vidas a esos miles de
mujeres con las que un día se hicieron pajas mientras observaban cómo las
machacaban, insultaban y envilecían un puñado de hombres civilizados, ricos y
famosos. Y qué más da; como decían los propios actores, no eran más que putas,
y a quién le puede importar lo que le pase a una puta. Porque ése es el proceso
que desde hace años se sigue en la gran mayoría de las películas porno, éste es
el mensaje constante y redundante, por muy repugnante e irracional que sea.
Todas las tías son unas putas. Algunas lo saben y actúan como putas y por lo
tanto son tratadas como putas, esto es: sin respeto ni consideración, y desde
una posición superior, física, moral y socialmente. Otras no lo saben y
necesitan un hombre que se lo haga saber. Cuando ocurre la revelación, la mujer
que ya se reconoce como puta agradece al varón su enseñanza y pasa a comportarse
como tal, y por lo tanto merece ser tratada como lo que es: puta: nada. Por
último están las más reticentes, las más caprichosas, las más obtusas, aquéllas
que no sólo no saben que en el fondo son unas putas, como todas, sino que
además se resisten a que un hombre se lo demuestre. A éstas sólo cabe
obligarlas. Se las chantajea, amenaza o agrede hasta que admiten ser,
efectivamente, putas. En este punto ya pueden ser tratadas como se merecen: El
guante negro, emitida hace ya años por Canal Satélite Digital, es una premiada
película de Christophe Clark que acaba con una pandilla de tipos escupiendo a
una chica del Este y diciéndole literalmente: “No eres nada, te vamos a hacer
mucho daño, no eres nada, eres una mierda, eres una puta, eres una guarra, no
eres nada”. Este tipo de apreciaciones son cada vez más frecuentes, acompañadas
por supuesto de órdenes, golpes, azotes y escupitajos. Uno de los nuevos
reclamos para la venta de películas porno son los salivazos. Ya no basta
escupir con la polla, vaya a ser que alguien crea que el porno se queda en la
metáfora, se escupe a la cara directamente, o se mean en la cara de la chica
después de correrse y escupirle, o la ponen a oler mierda de cerdos, como en la
celebradísima Rocco el perverso, o le meten la cabeza en el váter (metáfora y
realidad) y tira repetidas veces de la cadena (como se hace cuando en el váter
hay mierda).
Los títulos del porno son muy
reveladores y no escapan, ni mucho menos a este proceso imparable de
radicalización. La cosificación de la mujer comenzó con términos como rubias,
morenas, mulatas o tetonas, hace ya tiempo que no se detiene en consideraciones
y va directamente al grano: putas, zorras, cerdas, marranas, guarras. La misma
evolución han sufrido los verbos: de seducidas y encantadas se pasó a acosadas,
perseguidas o atrapadas, para terminar desgarradas, taladradas, violadas o
machacadas. Una puta es material de risa, de broma, de chiste, de insulto, de
venganza[11], de humillación. Porque al fin y al cabo una puta no es nada. Si
alguna sale del negocio y accede a otros ámbitos (el cine, la televisión) es
ridiculizada, condenada, estigmatizada y no se pierde ni una sola oportunidad
de recordarle su pasado.
La radicalización del porno
invade por supuesto al terreno de las fantasías. Si se es tan ingenuo como para
creer que nada de lo que muestra el porno es real, que todo es ficción, o
simplemente que no se puede llegar a demostrar que lo es, surgen nuevas
preguntas: ¿Es ésta la única fantasía posible? ¿Qué hay detrás de un público
cada vez mayor que legitima esta fantasía y este modelo como algo válido y
plausible? ¿Es el sexo que ofrece el porno el único sexo posible, la única
fantasía sexual valida, el sexo ideal?
Por último, el humor porno, tan
celebrado y extendido, sitúa a la mujer en el papel que han sufrido antes otros
colectivos discriminados (negros, homosexuales, discapacitados…): es la
burlada, la engañada, el motivo de las risas del hombre. Siguiendo con el
engaño, son muy significativas las páginas dedicadas a entrevistas de trabajo.
Unas veces reales y otras representadas, recogen la experiencia de chicas
jóvenes que buscan trabajo y se encuentran en una evidente situación de
inferioridad ante el jefe que las tiene que seleccionar: el desenlace, claro,
es que tienen que acceder a los requerimientos del jefe. Esta “fantasía” no se
detiene siempre en su representación: cuando el trabajo a conseguir tiene
alguna relación con el sexo (fotos eróticas, por ejemplo, bailarinas de
striptease, camareras en topless) la ficción se convierte en realidad y la
conducta del demandante está de nuevo legitimada, pues es evidente que esas
chicas son unas putas, de modo que ya se puede hacer con ellas lo que sea. Las
webs recogen cientos de ejemplos en los que estos castings grabados con cámaras
ocultas muestran a jóvenes que acuden a la cita para encontrar un trabajo y se
marchan violadas, grabadas y chantajeadas. Lo que debería constituir prueba de
delito se convierte en arma arrojadiza contra la víctima. El asunto, además de
pingües beneficios, da para muchas risas. Los autores se jactan de sus trofeos
y de la inocencia de las engañadas, las echan a patadas de los despachos, les
tienden emboscadas con varios gañanes, se ríen de ellas… Este esquema crece en
brutalidad si la víctima es una actriz porno: una mujer que va a un casting
porno pude prepararse para lo peor, porque otra vez su condición (actriz porno)
legitima que la traten como a tal. Son frecuentes los comentarios de este tipo:
“La muy idiota de esta puta creía que venía para hacer un par de mamadas y una
doble penetración y mira lo que se encontró”. “Lo que se encontró” suele ser un
catálogo infinito de violaciones brutales, maltratos, torturas, palizas y
escarnios. El último paso de esta escala macabra son, evidentemente, las
prostitutas. Si la protagonista de una escena es una prostituta, hay veda
libre. Si se contrata una puta para follar, se la folla, se le hace lo que uno
quiere (no uno: los tipos del porno son grandes cobardes y suelen actuar en
grupo), se la graba (por supuesto sin su consentimiento, ¿quién necesita el
permiso de una puta?) y después se la echa y se le amenaza, “porque es una
puta”. Las webs están llenas de estos ejemplos: quizás el método más sangrante
y extendido es el de recoger a una puta en la calle, montarla en una furgoneta,
y violarla y grabarla mientras la furgoneta se aleja de la ciudad; concluido el
trabajo, la tiran de la furgoneta al arcén entre risas y vítores.
ALGUNAS MENTIRAS (‘FETISH’)
“El porno defiende la libertad sexual”. Esa libertad sexual se entiende
entonces como la libertad del hombre de satisfacer todas sus fantasías
sexuales. El hombre es libre de disponer de las mujeres a su antojo y capricho.
La mujer, en el porno (tampoco en el porno) no tiene libertad, tiene
obligaciones, recibe órdenes, tiene que acceder a todos los requerimientos del
hombre. El hombre es libre, absoluto y caprichoso. La mujer es esclava.
“El porno defiende la diversidad sexual.” Contra la acusación de
reducir la mujer a un objeto (con prestaciones y características de serie), el
porno proclama su afán de variedad. Y sí, es cierto, el porno es muy variado:
en realidad no hay ocurrencia capricho o perversión que el hombre quiera ver
(¿por qué querrá con tanto interés y tanta saña el hombre ver estas cosas?) que
no esté reflejada en la inagotable oferta pornográfica. Es decir, la variedad
está puesta al servicio del cliente, que es el hombre, luego en absoluto
es el porno un reflejo de la diversidad
sexual general, sino de la de una parte exclusiva de la población: los hombres:
en general el porno ofrece tías buenas dispuestas a hacer todo lo que un tipo
desea (cualquier tipo: bien dotado, musculoso, flacucho, impotente, gordo,
peludo, lisiado, drogado… aquí no importan tanto los atributos). Y como hay
hombres que las prefieren gordas, viejas, peludas, embarazadas, rapadas,
chinas, negras, de clítoris gigantes, de tetas de todos lo tamaños, etcétera,
el porno ofrece todo eso y más. Y ofrece por supuesto niñas. Y si el cliente
quiere hombres también se los da (aunque el porno gay es mucho más delicado, en
general). Un ejemplo claro del truco de la diversidad sexual del porno lo
encontramos en el bestialismo. Esta categoría no ofrece productos en los que
hombres y muchachos penetran a cabras, ovejas y gallinas. Lo que ofrece la
zoofilia porno es mujeres expuestas a la acción sexual de animales: mujeres
folladas por perros y caballos, mujeres que tienen que chupársela a burros y
cerdos, mujeres aterrorizadas por ratas, ratones y culebras que recorren sus
cuerpos, mujeres penetradas por anguilas… La mujer es obligada al riesgo, y
expuesta como algo inferior a un animal, menos que un perro, menos que un
potro, menos que un cerdo (cualquier espectáculo basado en tratar a un animal
como se trata a una mujer en el porno sería objeto de denuncia inmediata).
Habitualmente, las mujeres obligadas a semejantes brutalidades muestran
claramente los rasgos de la heroína y la miseria en sus rostros y en sus
cuerpos. Son putas, también. Putas con clientes de cuatro patas. Otro ejemplo
clarificador es el sadomasoquismo. Casi siempre son las mujeres las que
aparecen atadas, quemadas, torturadas, azotadas, y agredidas. La variedad es
otra de las grandes mentiras del porno.
“El porno se sitúa en el terreno de las fantasías.” El porno
también realiza un extraño y perverso viaje de ida y vuelta de la realidad a la
fantasía: se ampara en la fantasía para legitimar sus representaciones,
representaciones que ya no son tales, pues son, en cambio, realidades. Lo real
es condición sine qua non para la ejecución y eficacia de la fantasía. La
fantasía del espectador tiene que depositarse sobre hechos reales filmados y
expuestos y contemplados. Lo cierto es que en el porno nada es fantasía, todo
es real, si diez tipos eyaculan en la boca de una chica las diez eyaculaciones
son reales, la chica se las traga, tiene arcadas, le entran en los ojos, y todo
es real.
“El porno lleva a cabo una importante labor pedagógica.” A menudo
se alaba la función pedagógica del porno: enseña cómo hay que hacerlo. Lo que
enseña el porno es cómo hay que tratar a las mujeres: hay que insultarlas,
despreciarlas, humillarlas, castigarlas, violarlas, atarlas, asustarlas,
azotarlas, torturarlas, agredirlas, asfixiarlas, destrozarlas y vencerlas… La
seducción es, por supuesto, algo pasado de moda. Y sin embargo está en la
seducción el principio justificador de muchas conductas (o enseñanzas)
posteriores: seducir no deja de ser algo muy parecido a engañar: a las mujeres
hay que seducirlas, es decir: engañarlas: una vez engañadas, ya se puede hacer
con ellas lo que se quiera. El engaño es una trampa y la mujer la presa que ha
caído en ella. Una vez presa, el cazador es su dueño. De alguna manera la
habilidad para cazarla legitima su uso posterior: puede domesticarla, comérsela
o degollarla y poner su cabeza adornando el salón. En este sentido es habitual
que los actores porno más brutales se les muestre como “caballeros”[12], una
burda máscara que no sólo responde a un obsoleto punto de vista sino que
esconde también la artimaña del cazador: la galantería como cebo para que se
relaje la atención de la víctima. Claro que muchas veces el porno se salta
estos vericuetos y va directamente al grano: se las viola y punto. Y si se
resisten, mejor: el placer de la resistencia es continuamente expresado en el
porno. Así, una página web declara: “¿qué es mejor que una tía que quiera
comernos la polla? Una que no quiera comérnosla y tenga que hacerlo”. La
pedagogía no se limita a la cama: fuera de ella también se enseña como hay que
tratarlas: dándole órdenes. Porque a la mujer también se la enseña como tiene
que comportarse: siempre obediente, siempre sumisa, siempre complaciente,
dispuesta a todo (para evitar que la tilden de mojigata, estrecha o poco
sofisticada), necesariamente predispuesta a relaciones lésbicas para
satisfacción del macho, espectador y amo, agradecida y sonriente si la escupen,
agradecida y sonriente si la ensucian, agradecida y sonriente si le dan dos
hostias. Manchada, dócil. Vencida. Inerte.
SILENCIO Y MIEDO (‘BONDAGE’)
Criticar al porno parece algo
inconcebible, porque se ha extendido la idea de que el porno mola, el porno es
guay, el porno es lo mejor[13]. El porno se ha instalado en nuestra sociedad y
ha logrado legitimarse con una autoridad sorprendente, incluso entre los que no
lo consumen. Los que saben realmente de qué va el asunto suelen buscar la
complicidad del aficionado, ese rollo machote que ineludiblemente conduce al
celebrado “Todas son unas putas”. Resulta sorprendente la resistencia de los
ignorantes y la desfachatez de los entendidos. Pero la sorpresa se difumina
cuando se tienen en cuenta las múltiples y poderosas estrategias que ha seguido
el porno para conseguir esta victoria.
Cuando el programa 21 días, de
Cuatro, dedicó un programa a la industria del porno lo llamó 21 días en la
industria del porno, y a pesar de que en tal enunciado no había nada que
indicase que su presentadora, Samanta Villar, tuviese que protagonizar escenas
porno, la periodista y la cadena recibieron una avalancha de insultos y
descalificaciones por no haber estado “21 días chupando pollas” como exigían
muchos comentarios de televidentes que se sentían “decepcionados, engañados y
estafados”. Si algo se le podía criticar al programa era su complicidad con esa
industria, su acercamiento en tono de colega y la ausencia absoluta de crítica
(más allá de un par de momentos en los que Villar arrugaba la nariz). La propia
Villar declaraba: “El equipo y yo queríamos dar una imagen del porno alejada de
los tópicos de sordidez, vicio o drogas”. Es decir, que se partía de un
prejuicio positivo hacia el género. Algo cada vez más habitual y, a la vez, a
contracorriente del ideario habitual de la parrilla televisiva: resulta al
menos curioso que cuando en todos los asuntos se intenta buscar el lado oculto,
en el porno se intenta mostrar el lado amable[14].
Esta prudencia, este miedo a
molestar a la pornografía, a disentir del discurso dominante (la pornografía
mola), a señalarse, en fin, es algo muy extendido. Las teorías feministas son
ridiculizadas, ninguneadas y descalificadas si están contra el porno y
recibidas con entusiasmo si están a favor. Las tribunas de los periódicos ceden
con placer su espacio a opiniones tan ridículas y dañinas como las de Enrique
Lynch[15] y Vicente Verdú[16], abanderados de esa extensa, cobarde y bochornosa
sociedad de hombres llorones que señalan temerosos la pérdida de sus
centenarios privilegios.
Por lo demás, en el porno no
interesa la conciencia, se descalifica a los redimidos, se burlan de los
arrepentidos[17] y hasta análisis brillantes como el de Andrés Barba y Javier
Montes en La ceremonia del porno mantienen una prudencia práctica y cobarde:
saben que entrar en valoraciones morales no vende, por lo que sus análisis
semiológicos y semióticos obvian el hecho que está detrás del discurso:
descifran los elementos estéticos y simbólicos de las ejecuciones olvidándose a
propósito del destino de las víctimas.
Todo esto conforma un panorama de
unanimidad positiva, en el que cualquier crítica es sospechosa, un excelente
caldo de cultivo de lo que podríamos denominar reaccionarismo inverso.
NORMALIZACIÓN (‘PORNO CHIC’)
De Haro Tecglen[18] a Vicente
Verdú, de Román Gubern a Salman Rushdie, de García Berlanga a Valentino Rossi[19],
un nutridísimo elenco de escritores, analistas y famosos ha mostrado su
admiración y sus respetos por el porno. La revista Interviú editó hace años una
amplísima colección de películas porno acompañadas de unas separatas en las
que, junto a algunos datos técnicos, incluían dudosos análisis que abundaban en
los aspectos artísticos del asunto y en sus argumentos, y también columnas
escritas por todo tipo de famosetes (de actores a cantantes) en los que éstos
comentaban sus puntos de vista sobre el género (todos positivos cuando no
exultantes), contribuyendo así de manera contundente y machacona a esa
normalización del porno, reforzando la impresión de que el porno es divertido,
sano (¡sano!), genial, y consagrando su introducción en la vida cotidiana. Algo
también reforzado por la inmensa mayoría de los medios de comunicación (unos
más que otros: la labor del Grupo Zeta y de Prisa, alentados por los beneficios
económicos que la explotación de este material les ha proporcionado, ha sido
infatigable), en los que la presencia de anuncios de prostitución tampoco deja
de crecer. Así, la parrilla de Digital Plus se ha ido llenando de espacios
dedicados al porno y sus taquillas han visto crecer los canales dedicados al
porno (de los dos iniciales hasta los nueve actuales) en detrimento del cine de
estreno, estrategia común a infinidad de canales locales y generalistas. Las
películas de Digital Plus incluyen una sinopsis redactada siempre en términos
“simpáticos”, con recursos tan pueriles como la rima fácil. Todo vale para
relajar el asunto, para presentarlo como algo inofensivo, cachondo, y parece
que la cosa funciona, que la gente se ríe con estas cosas. La Cadena SER
celebró los 20 años del porno del Plus en un tono realmente festivo y lleno de
risas. No sé por qué causa tanta risa el porno, me temo que serán risas
nerviosas, al menos así acaban pareciéndolo. Aunque Digital Plus mantiene
decisiones tan sonrojantes como no emitir porno durante la semana santa (sólo
en taquilla). También El País Semanal ha analizado el asunto, lo ha llevado a
su portada y no ha rozado siquiera la crítica, no ha planteado preguntas
elementales, se ha esforzado en ofrecer al gran público una imagen saneada,
normal y apetitosa del negocio … Sólo se denuncia la pederastia, aunque se permiten
y se celebran las constantes referencias pedófilas en las películas de adultos,
donde la referencia a niñas y adolescentes es apabullante, donde se explota la
imagen y las actitudes infantiles, donde se aplauden las producciones de
jóvenes que acaban de cumplir dieciocho años, donde se juega con la ambigüedad
de las edades: el rollo teen, también conocido como barely legal (apenas
legal), actrices o modelos pornos muy jóvenes, de apariencia casi infantil.
Incluso quienes se atreven a
cuestionarlo, acaban cayendo en sus trampas. En su última novela, Snuff, Chuck
Palahniuk pierde una buena oportunidad de sacudir los mitos del porno. El
escritor ha optado por la sordidez y la escatología en lugar de llegar al fondo
del asunto, y ha perdido fuerzas y tiempo en confeccionar un innecesario
muestrario de títulos presuntamente simpáticos en los que se recurre por
enésima vez a la parodia de películas de éxito[20]. Una de las protagonistas,
la representante de una actriz porno, afirma: “Da igual que una mujer sea una
concubina o una damisela a redimir, nunca es nada más que un objeto pasivo para
satisfacer las necesidades de un hombre”. Lo que parece una crítica incluye la
aceptación de que el hombre necesita hacer lo que hace con las mujeres.
Necesita escupirles, azotarlas, humillarlas, insultarlas.
Por supuesto, los protagonistas
del negocio también defienden su corralito. El productor de pornografía Larry
Flynt afirma que la pornografía es vital para la libertad y que una sociedad
libre y civilizada debe ser juzgada en función de su disposición a aceptar la
pornografía. El ínclito Max Hardcore explica que comenzó a hacer porno porque
en el porno que existía no veía lo que quería ver, y se divierte contando cómo
las chicas que llegan a su casa no tiene ni idea de lo que les va a ocurrir. La
sorpresa, la mentira, el chantaje, la amenaza, son sus armas. “El secreto está
en pulverizar su voluntad, reducirla a pedacitos, y cuando ya sólo son
pedacitos, machacarlos aún más”, afirma, entre risas. Podría pensarse que el
caso de Max Hardcore representa lo peor de este negocio, de hecho hay
compañeros de profesión que reniegan de sus prácticas porque les parecen muy
extremas y porque dan una mala imagen del género, pero lo cierto es que sus
hazañas beben del porno alemán y del japonés, y han creado escuela entre los
nuevos productores estadounidenses y europeos. Sus modos y maneras son cada vez
más habituales en las producciones más comerciales, viejas estrellas como Rocco
o Vidal van cada vez más allá para no quedarse atrás (los salivazos, el
gagging, los azotes, las hostias y los insultos son marca de la casa en ambos
casos) y buena parte del porno emergentes se siente inspirado y legitimado por
estos maestros.
Cuando Rocco es preguntado por la
violencia de sus películas[21] se defiende así: “La violencia es,
sencillamente, la forma en que yo vivo mi sexualidad, y son muchas las mujeres
que lo comprenden”.
Algunas actrices reconocen
haberse sentido maltratadas y asustadas por ellos, pero lo dicen con la boca
pequeña para no poner en riesgo su posición, y en general se tiende a no darle
demasiada importancia al asunto.
Tampoco los analistas escapan a
este efecto normalizador. Gabriela Wiener es una escritora peruana que se ha
hecho famosa por “haber venido a España para follar con Nacho Vidal y
escribirlo”. El hecho no es exactamente así: si alguien se molesta en leer su
Sexografías comprobara que tal afirmación dista mucho de la realidad: después
de definir tranquilamente (irresponsablemente) a Vidal como “el violador que
toda mujer quisiera encontrar en su camino cuando se ha empalagado de hacer el
amor”, Wiener relata un encuentro en el que Vidal le pide que le enseñe su
vello púbico y se masturba corriéndose sobre sus zapatos. Tal acto es
calificado por Wiener, incomprensiblemente, como su venganza personal en nombre
de todas las mujeres que han sido maltratadas por Vidal. El peligro de sus
tesis desesperadamente provocadoras quedó en evidencia en una mesa redonda del
primer Festival Eñe denominada “Pornófilos” cuando Wiener negó la conveniencia
de psicoanalizar su afición por el porno: “Si lo hiciera me vería como una
nazi, descubriría que soy una racista, y eso no me gusta”. Por último, un
crítico tan poco sospechoso como Jordi Costa afirma: “Pensar que las películas
clasificadas X están muy orientadas a satisfacer las necesidades de los hombres
degradando un poco a la mujer es uno de los prejuicios que suelen rodear al
porno con los que estoy menos de acuerdo. El porno hay que verlo como fantasía:
no hay que creérselo a pies juntillas. Es una ficción que, por así decirlo,
ocurre en un universo de pasiones excesivas en el que no rigen las mismas
reglas morales que en nuestra vida. Por otro lado, hay muchas mujeres
dirigiendo porno y lo que hacen no es, en muchas ocasiones, precisamente suave.
El porno para mujeres más blando y paternalista suelen hacerlo hombres que
creen que, detrás de cada mujer, hay una Heidi que prefiere una caricia a un
pasional mordisco”. Y añade: “El porno gusta porque es la sublimación de nuestras
fantasías más íntimas en forma de gran espectáculo”. Exacto: el espectáculo de
la agresión a la mujer[22].
La inspiración es uno de los grandes efectos
de esta normalización del porno. La televisión, el mundo pop, los videoclips,
el cine, la publicidad[23]… están cada vez más influidos por la estética y la
ética pornográfica.
EFECTOS Y CONSECUENCIAS (‘CUMSHOTS & BUKKAKES’)
Podemos encontrar teorías sobre
los efectos de la pornografía totalmente contrapuestas. Sus defensores alaban
sus “virtudes pedagógicas” o insisten en la imposibilidad de vincular conductas
o hechos violentos a la contemplación de pornografía, y sus detractores
recuerdan que una de las motivaciones fundamentales del consumo de pornografía
es la de adquirir nuevas ideas y propuestas para después ponerlas en práctica.
Algunos estudios demuestran que, como mínimo, la pornografía deja la impresión
en los espectadores de que el sexo irresponsable no tiene consecuencias
adversas. Otros detallan numerosos cambios en la conducta sexual después de
exponerse a la pornografía, incluyendo la trivialización de la violación. Hay
quienes definen la pornografía como una descalificación de la sexualidad que
internaliza ideas destructivas en asociación con la misma. Es algo muy cercano
a nuestra tesis del secuestro del sexo.
Con todo, lo peor del porno es
que es impune. Quien quiera ganar una fortuna maltratando a mujeres puede
hacerlo sin temor. Nadie le molestará, nadie le criticará, se hará rico y será
aplaudido. Los seguidores de este género podrán declararlo orgullosamente. Se
declararán misóginos sin problemas y serán felicitados y admirados.
No se trata de salvar el porno
(por mi parte ¡que se joda el porno!) pero sí de plantear sus límites. No se
trata tampoco de recurrir a la censura, por ineficaz y porque provocaría el
clásico discurso falaz de ir contra la libertad de expresión. Se trata de
controlar cómo se genera el producto, de luchar contra la exaltación del
terrorismo de género. Hay una manera muy sencilla de hacerlo: adecuarse a los
derechos humanos. Andrés Barba y Javier Montes recuerdan en su citado ensayo
que Potter Stewart, juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos, sentó las
bases de jurisprudencia en estos asuntos manifestando que “no sabía definir la
pornografía pero sí era capaz de reconocerla”. Del mismo modo, aunque alguien
no sepa definir estos límites, sí será capaz de reconocerlos. Y si tiene alguna
duda, puede resolverla con un ejercicio muy simple: ponerse durante un momento
en el lugar de esas mujeres. Verá cómo entonces entiende al instante que el
porno es, simplemente la celebración de un crimen.
[1] A veces hasta se prescinde de
esta coartada. En el subgénero de dominación, por ejemplo, no hay nada de sexo,
más allá de que las chicas estén más o menos vestidas; sólo hay un hombre
agrediendo a una mujer, pero tales agresiones son admitidas porque se supone
que se hacen dentro de un marco sexual (aunque ni siquiera se sigan los
parámetros pornográficos de lo sexual y no haya erecciones, ni penetraciones ni
eyaculaciones, ni las mujeres finjan orgasmos, sólo griten de dolor).
[2] La dignidad de la mujer y,
también, la del hombre. Una de las grandes preguntas que hay que hacerse ante
el porno es por qué millones de hombres se excitan, se complacen y envidian el
papel de violadores y agresores que les otorga el porno. También cabe
preguntarse por la complicidad de la mujer en este negocio, pues sería absurdo
caer en el mensaje maniqueo de que el porno divide a hombres y mujeres en
criminales y víctimas: las que lo protagonizan voluntariamente, ¿es ésa la
imagen que quieren transmitir de la mujer y de las relaciones sexuales?; las
que no lo combaten ¿se sienten tal vez bien porque haya “otras que hagan esas
cosas”?; y las que intentan cambiarlo desde dentro, ¿no acaban engrosando una
industria y participando de sus clichés y sus mensajes?
[3] ¿Por qué nadie escribe en
contra de la pornografía? En los últimos veinte años he leído miles de
artículos y opiniones a favor y en contra de todos los asuntos imaginables,
pero muy pocas voces autorizadas se alzan en contra del porno. Michael
Houellebecq sí avisó de la tendencia del porno en un visionario artículo
aparecido en Les Inrockuptibles que más tarde recuperó en El mundo como
supermercado: “…No habla de la violencia del deseo, sino de una violencia
realmente violenta (…) Para reafirmar su potencia viril, el hombre ya no se
conforma con la simple penetración (…) Para llegar a sentir placer, ahora
necesita golpear, humillar y envilecer a su compañera; sentirla completamente a
su merced”.
[4] Andrea Dworkin, Catherine
MacKinnon y, cómo no, Robin Morgan, autora del acertado axioma: “La pornografía
es la teoría, la violación es la práctica”. Si la contundencia y generalización
del argumento pueden hacerlo discutible, una leve corrección del mismo lo
convierte en inapelable: “La pornografía es la teoría, la prostitución es la
práctica” (Alberto Lema, en Una puta recorre Europa plantea que irse de putas
es como pagar una violación).
[5] Existen otras pornografías,
pero son anecdóticas, residuales. Hablamos aquí de la tendencia universal, la
que triunfa en el mercado.
[6] Larry Flint declaraba en la
portada: “Ya no trataremos más a las mujeres como piezas de carne”. La portada
suscitó reacciones enfrentadas entre los que la consideraban una agresión
brutal y los que la justificaban en el nombre del sentido del humor y de la
libertad de expresión
[7] Indiscutible la afirmación de
Rosa Regás: “el mayor colectivo esclavizado del mundo es el de las mujeres”.
[8] El director Stephen Walker, durante
la grabación de un documental sobre el porno, acude con una actriz a la casa de
Max Hardcore y comprueba las agresiones que éste inflinge a la chica hasta que
decide intervenir, se enfrenta a las amenazas de Max Hardcore y salen
literalmente huyendo. Lo cuenta en su columna del London Evening Standard: “…
Felicity (la actriz) salió corriendo y gritando histéricamente. Max Hardcore la
había forzado hasta la asfixia. Se negó a seguir el rodaje y él le exigió que
pagase a todo el equipo (…) Yo estaba muy asustado. La casa estaba lejos, era
muy tarde, los perros ladraban furiosamente y Hardcore estaba muy violento (…)
Agarré a Felicity y salimos de la casa. Estuvo llorando todo el camino. Me dijo
que estaba aterrorizada, convencida de que Hardcore iba a matarla (…) ¿Quién
sabe que hubiese pasado si hubiese estado sola? Este caso es exactamente el
mismo de las miles de chicas que ya han grabado con Max Hardcore y de las que
grabarán con él”.
[9] Paco Gisbert: "El de ahora yo lo llamo “sexo
filmado”; es como si a un vídeo de una primera comunión o de una boda lo
llamáramos una película, las productoras filman ahora a gente follando y ya se
creen que es cine porno". En cualquier caso, este fenómeno no es
patrimonio exclusivo del porno, aunque sea en él donde se lleva a sus máximas
consecuencias. En un magnífica columna en El País, titulada Mirones del horror,
Manuel Rodríguez Rivero lo explica así: “Sólo mediante la cosificación absoluta
de las víctimas —a las que no se considera seres humanos— es posible reducir su
sufrimiento a puro espectáculo que merece ser compartido (…) Al final, la
víctima (y su suplicio) pierde realidad: tiende a ficcionalizarse. Y en ello
(cada vez más) estamos”.
[10] Manuel Valencia, experto en
porno, declara que prefiere “menos glamour y más putas baratas”.
[11] Los argumentos que utiliza
Julián Fernández de Quero en su reveladora serie Desmontando al hombre
(sexpol.net), aunque dirigidos a la desvelar la naturaleza de la prostitución,
son muy aplicables a la pornografía: “Durante miles de años los varones gozaron
del privilegio de forzar y violar a las mujeres con el beneplácito de los
Estados y Códigos Civiles (…) En las sociedades modernas, el uso de la fuerza
física para obligar a las mujeres a mantener relaciones sexuales se ha
convertido en delito (…) por lo que la vía sustitutoria más viable es convertir
la fuerza física en la fuerza simbólica del dinero”. En este sentido, la
pornografía actuaría como cauce o como sustitutivo por proyección. El motor de
la construcción del arquetipo pornográfico estaría fundamentado en la venganza
del hombre por la pérdida de tal privilegio. Así como “el varón prostituyente
considera razonable que las mujeres son inferiores y diferentes a los hombres y
que están ahí para obedecer sus deseos sin rechistar”, el actor pornográfico
lleva a efecto tal consideración, y el varón pornográfico disfruta
contemplándola.
[12] Así suelen referirse a Rocco
Siffredi o a Roberto Malone, y así presentaba Miguel Bosé a su amigo Nacho
Vidal…
[13] Cada vez que he comentado
que estaba escribiendo un artículo sobre el porno, la gente me felicitaba, pero
cuando les explicaba que escribía contra el porno se extrañaban y se ponían a
la defensiva: “¿Cómo que contra el porno? Si el porno es lo mejor del mundo”.
Cuando muestro algunos ejemplos del porno que hoy se consume, suelo obtener
como respuesta que ése no es el porno que conocen mis interlocutores.
Finalmente, cuando demuestro que ése es el porno que sale en Digital Plus y en
todas las televisiones, el que primero te asalta si buscas páginas en internet,
el que se anuncia en las revistas más vendidas, entonces (sólo entonces) muchos
reconocen que, en realidad, ellos no ven pornografía. No la ven, pero la
defienden.
[14] Este tono y esta intención
es la que gobierna programas como Mundo X, de Sandra Uve, donde el porno se
presenta como un mundo feliz lleno de gente estupenda en el que todos se
quieren y todo es muy guay, y hay muchas risas.
[15] Enrique Lynch: “El
revanchismo "de género" (o sea, el resentimiento femenino) es un mal
que se extiende imparable por todas partes
(…) donde ese carácter resentido es más claro y elocuente es en las
letras y en los videoclips de las canciones populares (…) las mujeres actuales, que tan a menudo se
identifican con una masculinidad imaginaria, no emulan la melancolía de los
hombres sino que se calzan unas botas de caña alta, se atizan un atuendo de
perdularia al estilo Madonna o un traje de leopardo y se retratan basureando
sin piedad a potenciales amantes o pretendientes. Ni lloran ni piden perdón”.
[16] Vicente Verdú: “…nunca se
llegó tan lejos, en aras de "la igualdad", a rebajar el ser de los
hombres. Hombres borrados del lenguaje a través de lo políticamente correcto,
difamados en el sistema familiar, desacreditados en sus formas de amar,
lacerados en las sentencias de divorcio, envilecidos en la violencia de género,
descartados, en fin, como portadores de algún don significante que convenga al
futuro. Pocas campañas contra un grupo social fueron tan duras y generalizadas”.
[17] En un ridículo seudodebate
de La noria ignoraban sistemáticamente las declaraciones de un actor porno que
reconocía que su trabajo le había traído problemas en sus relaciones en la vida
real.
[18] “Soy partidario de ese
bendito género (la pornografía)”. Y también: “La pornografía dura, la de
algunas madrugadas de Canal +, es mucho más decente (que el erotismo) (…). Se
ve lo que hay que ver y como hay que verlo”.
[19] Valentino Rossi, fan de
Rocco Siffredi, llevaba en su mono lleva la inscripción “Viva Rocco siempre
duro”.
[20] Sueño anal de una noche de
verano, La zorra sobre el tejado de cinc, El nabo de Oz… Este recurso barato,
este chiste fácil, es muy apreciado por muchos aficionados y hasta existen
blogs y webs dedicados a recopilarlos.
[21] Entrevista en El Mundo.
[22] Hay quien va más allá:
Camille Paglia suele argumentar que se ha exagerado la sensibilización sobre
las violaciones.
[23] Ahora Emma Thompson y antes
Keira Knightley, protagonizan campañas contra la prostitución y el maltrato
actuando como prostituta y maltratada. En el caso de Knightley, su spot de
maltrato fue buscado y contemplado con asiduidad por numerosos internautas
excitados por la idea de ver a la bella siendo maltratada…
Fotografía de portada y primera
del interior del texto de Kathryn.
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