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viernes, 12 de mayo de 2017

Vídeo: cómo ser un buen proxeneta




Vídeo: cómo ser un buen proxeneta
 Redacción Tribuna

El siguiente vídeo lo ha subido a YouTube Isabel Ocampo, y lo grabó durante el proceso de elaboración de su película EVELYN.
En el vídeo, el actor Adolfo Fernández recibe indicaciones por parte de un proxeneta real de cómo interpretar bien su papel de Ricardo en la película.
“Las mujeres no son cosas, son personas con cerebro y las tienes que manipular… A algunas tienes que hablarles bien, a otras mal, a otras intimidarlas y a otras darle mucho cariño. ¿Con qué fin? Sacar el dinero a todo. No me considero ni más bueno ni más malo”.

Prostitución: ayer y hoy



Prostitución: ayer y hoy
Silvia Chejter

Resumen

El artículo revisa los relatos y debates en torno de la prostitución, que tuvieron lugar en Argentina a fines del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan actualmente a nivel nacional e internacional. Los ejes en torno a los cuales giran estos debates son: la pobreza como “causa” o “explicación” de la aceptación de las prácticas prostituyentes, el rol que debe cumplir el Estado -reglamentar y controlar, o bien abolir, prohibir y castigar, oponerse o preocuparse por su visibilidad-, la impunidad y el poder de las organizaciones proxenetas, los vínculos con el poder político, la libertad coerción a las mujeres, el trabajo, la violencia, etc.



El análisis comparativo de los relatos y los debates en torno de la prostitución, que tuvieron lugar en Argentina a fines del XIX y principios del XX, y los que se desarrollan actualmente a nivel nacional e internacional, es decir casi un siglo y medio más tarde, debieran dar cuenta sobre qué ha permanecido y qué ha cambiado en esos discursos (Chejter, 2005).

Burdeles y tiendas.Paseo 9 de julio (hoy Av Alem) Bs As
De ellos se desprende que persisten posturas y polémicas en torno a varios ejes. Entre otros, la pobreza como “causa” o “explicación” de la aceptación de las prácticas prostituyentes, el rol que debe cumplir el Estado -reglamentar y controlar, o bien abolir, prohibir y castigar, oponerse o preocuparse por su visibilidad-, la impunidad y el poder de las organizaciones proxenetas, los vínculos con el poder político, la libertad coerción a las mujeres, el trabajo, la violencia, etc. En este artículo, voy a tomar sólo uno de estos ejes, la intervención del Estado.

Hoy, como hace ciento cincuenta años, se sigue discutiendo si el Estado debe abolir o bien supervisar y reglamentar la prostitución. ¿Debe liberarla o reprimirla, castigar sólo a los clientes o también a las mujeres, a los proxenetas o a todos, o a ninguno? ¿Debe responsabilizar a la miseria, a la sociedad toda, a la biología de los varones?, etc. En la Argentina los debates parlamentarios de las últimas décadas del XIX y primeras del XX giraron en torno a si se reglamentaba o no la prostitución. Cuando se la reglamentó, fue sobre la necesidad de controlar a las mujeres prostituidas, coincidiendo en esto tanto los partidos conservadores como los socialistas.

Muy pocas voces –como la de la médica feminista Julietta Lanteri-, consideraron que ninguna ley debía legitimar la prostitución.

Entre una de las primeras disposiciones que combatió el proxenetismo cabe mencionar la Ley Palacios Nº 9143 (nombre del diputado socialista Alfredo Palacios). Sin embargo, como dice el Comisario Julio Alzogaray: “Sus disposiciones tienden a reprimir el ejercicio de la prostitución en beneficio de terceros o cuando se practique por menores de edad. Sin embargo una vez en vigor, con las modificaciones introducidas al proyecto original sus alcances distaron de surtir los efectos que el autor se propuso ya que reiterados fallos judiciales demostraron su inocuidad” (Alzogaray, 1933: 111-112).

Hubo numerosas ordenanzas municipales que regularon la prostitución. En 1875 se dictó un Reglamento, que recién fue derogado en 1935. Durante esos años se permitió el funcionamiento de prostíbulos –o casas de prostitución, como se las llamaba-, que sólo podían estar regenteados por mujeres.[1] La derogación de este reglamento en 1936 significó que muchos prostíbulos pasaran a funcionar de manera clandestina, otros se cerraron y se reabrieron bajo nuevas fachadas.

Es decir que el fin del reglamentarismo no significó el fin de la prostitución sino su reorganización. Con el “Código Penal promulgado el 29 de octubre de 1921, aún vigente, sucedió algo parecido. Después de la laboriosa tarea de la comisión parlamentaria se llegó a conclusiones terminantes en el capítulo relativo a la prostitución, el rufianismo ya no sería posible /.../ pero antes de convertirse en ley el proyecto sufrió modificaciones que lo hicieron tan inocuo como el anterior” (Alzogaray, 1933:112). Así, en la Argentina el poder estatal a través de sus legisladores ha oscilado a lo largo de casi dos siglos entre el abolicionismo y el reglamentarismo.

La prostitución. Pedro Lobos

Simmel, uno de los pocos filósofos que consideraron que la prostitución podía ser un tema filosófico, sostuvo que no era posible hablar de la vida y de la muerte de los individuos, sin hablar de las prácticas prostituyentes. Señaló que: “Frente al mandato moral de Kant de que nunca hay que usar a un ser humano como mero medio, sino reconocerlo en todo momento como fin, la prostitución implica el comportamiento absolutamente opuesto en relación a las dos partes que intervienen. De entre las relaciones mutuas de los seres humanos, la prostitución es el caso más patente de una degradación recíproca al carácter de puro medio y este puede ser el elemento más fuerte y más profundo que la sitúa en conexión estrecha con la economía monetaria, esto es con la economía de “medios” en sentido estricto” (Simmel, 2002: 188). Sin embargo cabe preguntarse ¿cuál es la correspondencia del mandato ético de Kant con los fundamentos de una sociedad patriarcal? ¿Es posible exigir o esperar el éxito del cumplimiento de tal mandato en sociedades como las nuestras? ¿Es posible esperar la erradicación de la prostitución en una sociedad que siga siendo patriarcal?

Hoy como ayer, organismos internacionales -como los que describe Albert Londres (1994) de los años 20-, siguen realizando investigaciones y, por utilizar la expresión de Julio Alzogaray, podría decirse que con efectos igualmente inocuos.

“Desde hace tres años la Sociedad de las Naciones lleva en secreto una amplia investigación sobre la Trata de Blancas. Ha enviado comisarios al Extremo Oriente, a Canadá, a América del Sud, a Oriente. Estos comisarios se han paseado por todos lados. Han aspirado el polvo, sino el de las rutas, el de los legajos. ¡Han buscado la verdad en los legajos! Eran demasiado serios para buscarla en otro lado. Razón por la cual no la encontraron, ya que no es en los legajos donde está. Los legajos no se constituyeron nunca para combatir la trata de blancas, sino para deslindar la responsabilidad de los funcionarios encargados de combatirla” (Londres: 237).

La crítica de Londres a estas políticas es retomada por Janice Raymond (1999: 40) de otra manera. Cuando analiza las políticas estatales, comenta que el Premio Nobel de economía Amartya Sen, refiriéndose a las hambrunas, dice que no se deben a la falta de alimentos sino al hecho de que los gobiernos no realizan las elecciones políticas que las hubieran evitado y erradicado ni intervinieron eficazmente en la protección de quienes resultan más afectados por ellas.

Raymond traslada este razonamiento al tema de la prostitución y afirma que el hecho de que la prostitución sea una industria tan floreciente muestra que tampoco en este caso los gobiernos han hecho las mejores elecciones para eliminarla, aunque reafirmen su voluntad de hacerlo. Se podría pensar que el fracaso de las políticas para erradicar la prostitución es el resultado de iniciativas políticas equivocadas o insuficientes.

Sin embargo, es posible preguntarse si, más allá de los propósitos que se proclaman con tanto énfasis en foros nacionales e internacionales, se trata en verdad de malas elecciones, de estrategias equivocadas, o bien si lo que expresan es, en realidad, una escasa voluntad para erradicar la prostitución.

En los últimos tiempos, los discursos feministas –en distintos países- han comenzado a replantearse las prioridades y las políticas estatales para el enfrentamiento de las prácticas prostituyentes: la defensa de las mujeres prostituidas, la denuncia del proxenetismo pequeño o grande, la denuncia de la ineficacia de las leyes, la consideración de mujeres prostituidas en términos de violación a los derechos humanos.

Retomando la antorcha encendida por Sor Juana de la Cruz (“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”) se está comenzando a considerar la demanda, es decir, los clientes, como el tema esencial para encarar la erradicación de estas prácticas.

Esta posición apunta también a responsabilizar a los varones, al machismo y al estado patriarcal que los cobija y los defiende. Recordemos a Londres cuando plantea que aún si no hubiera pobreza, mientras haya demanda, habrá prostitución.

Rara vez se reconoce que la demanda crea el mercado, promueve el reclutamiento, la organización y la  generación de las condiciones de posibilidad del “negocio/industria de la prostitución”.

Citemos a Donna Guy:

“A diferencia de los protestantes ingleses y los judíos europeos -que eran los que más reaccionaban y denunciaban la trata de blancas-, pocos argentinos pensaban que era necesario o prudente desembarazar a la sociedad de la prostitución /.../ Para aquellos que no podían evitar el sexo, en Corintios I,7-9, se aconsejaba el matrimonio.

Sin embargo ya San Agustín y Santo Tomás de Aquino habían considerado que la prostitución femenina aunque repugnante, era necesaria.

Por ejemplo, San Agustín creía que la eliminación de los burdeles daría lugar a la proliferación indiscriminada de la lujuria /.../ De acuerdo con su criterio era mejor tolerar la prostitución /.../ que enfrentar los peligros que podrían surgir  con la eliminación de las rameras de la sociedad.

Santo Tomás extendió la perspectiva de San Agustín y comparó la prostitución con una cloaca cuya supresión podría dar lugar a la contaminación del palacio. Asimismo esta supresión podría fomentar las prácticas homosexuales” (Guy, 1991).

¿Podrían expresarse mejor las razones por las cuales, hoy como ayer, la prácticas prostituyentes, aunque repudiadas, prohibidas  y reprimidas, son en la práctica, toleradas?

Zigmund Bauman dice:
“Es más peligroso no plantear ciertas preguntas que dejar sin respuesta algunas de las preguntas que se consideran políticamente relevantes. Plantear malas preguntas conduce a menudo a cerrar los ojos sobre los verdaderos problemas”.

Entonces, no cuestionar la realidad misma de las prácticas -la cultura que las hace posibles- lleva como consecuencia lógica e inevitable no cuestionar el rol de demanda.

Es decir, ¿no cuestionar una sexualidad que se asocia al poder, con o sin dinero, no es cerrar los ojos al verdadero problema?

Como señala Françoise Collin:“Estamos allí frente a un problema constitutivamente disimétrico /…/. Esta disimetría es un hecho secular mediante el cual los varones se aseguraron desde siempre el acceso al cuerpo de las mujeres para objetivos de goce o reproductivos. La regulación de esas relaciones mediante las leyes del matrimonio, constituyentes de la sociedad, concierne exclusivamente la dimensión reproductiva; la dimensión del goce ha sido siempre extra conyugal para los varones, como lo atestigua la sociedad homosexual, esencialmente pederasta, de la antigua Grecia. Sea como fuere, el goce -en todo el sentido de la palabra-, del cuerpo del otro es un componente más de la jerarquía. Y el intercambio de las mujeres por parte de los varones, según Levy-Strauss estructura todas las sociedades” (2004).

En las relaciones prostituyentes se conjugan dos estructuras: la del poder económico y la del poder sexual. Las más férreas leyes del mundo globalizado en el que nos toca vivir, no han anulado las viejas lógicas del poder sexista, más bien se han montado sobre ellas.


El sexismo de hoy y de siempre es el que permite a los varones asegurarse el acceso al cuerpo de las mujeres.

Como dice Carole Pateman,“El pacto original es tanto un contrato social como sexual: es sexual en el sentido patriarcal –el contrato establece que los varones tienen derecho sobre las mujeres- y también sexual en el sentido de que establece el acceso de los varones al cuerpo de las mujeres. El contrato original crea lo que se podría llamar, siguiendo a Adrienne Rich, la ley del derecho de los varones al sexo” (Pateman, 1996: 9).

Que existan espacios de placer -‘casas de placer’ como se les llama a los burdeles- está dentro de esa lógica.

La dominación masculina se apoya en una representación del deseo masculino; deseo que preside no sólo el desarrollo de las formas prostibularias más tradicionales sino que genera formas más nuevas -agencias de acompañantes, eros center, shows para voyeurs, etc.-, que al menos en Argentina coexisten con las formas más tradicionales, los burdeles cama adentro o prostíbulos exclusivos para personal militar.

Prostituir mujeres fue y es una práctica de la vida cotidiana, en la paz y en la guerra. Si algo cambió en la actualidad en torno de la censura, que podría haber formulado una sociedad puritana en contra de los hombres que frecuentaban “las mujeres de mal vivir”, es sobre todo la difusión de un lenguaje travestido con un ropaje mercantilizado.

La violencia de la explotación sexual está enmascarada en una relación contractual entre sujetos supuestamente iguales.

Sin demanda no existiría la oferta de cuerpos para usos sexuales y tampoco esa demanda tendría posibilidades de subsistir sin una tácita aceptación del derecho de los varones a convertir a sus semejantes en no-sujetos.

Es decir, en meros objetos de goce sexual, por más que la sociabilización de este intercambio se legitime a menudo como un intercambio de placer por dinero (placer para el cliente y dinero para quien es prostituida y/o para sus explotadores, directos e indirectos).

Pensarlo como un intercambio entre iguales constituye notoriamente una ficción.

La cultura patriarcal en la cual se basan nuestras sociedades moldea las subjetividades, imprime un sello a sus representaciones y acciones. La institución de la prostitución es un emergente de esta cultura. Mientras no se alcance un giro copernicano respecto de esa cultura, no podemos esperar grandes transformaciones. Sólo habrá políticas paliativas, como las actuales, que oscilen entre la permisividad y la represión, que logran cambios que no lo son en profundidad y que poco afectan, en palabras de Marie Victoire Lois, al sistema proxeneta.

Debemos preguntarnos, entonces, si no ha llegado quizás –a comienzos del siglo XXI- el momento de poner frente a su responsabilidad a quienes se consideran titulares del derecho  incuestionable de uso de mujeres como objetos sin sujeto, en esta violación de los derechos humanos esenciales de las personas cualquiera sea su edad, de proponerse lograr una cultura sin violencia y sin prostitución.

Hoy como ayer coexiste un doble discurso.

La idea de que la prostitución es un “mal” tuvo y tiene alto grado de consenso. Considerada muchas veces un “mal necesario”, perdura en las sociedades patriarcales de hoy como un “derecho adquirido a prostituir” de los varones.

Idea que siempre ha coexistido con la reprobación moral, ayer, como un atentado a los derechos humanos, hoy. Pero hoy como ayer en la Argentina, prostitución persiste.


Bibliografia

-A.A.V.V. (1992) La politique du texte, enjeux sociocritiques, Presses Universitaires de Lille.

-Alzogaray, J. (1933), Trilogía de la trata de blancas. Rufianes, Policía, Municipalidad, Buenos Aires.

-Collin, F. (2004) Aproche politique de la prostitution . La prostitution entre contrat social et contat comercial, mimeo.

-Chejter, S. (2005) “El camino de Buenos Aires. La prostitución: ayer y hoy”, Prostitution. La mondailisations incarnée, Alternatives Sud, Centre Tricontinental et Editions Syllepse, Francia-Bélgica.

-Guy, D. (1994) El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955, Buenos Aires, Sudamericana.

-Londres, A. (1994) ²Le chemin de Buenos Aires², Le Serpent a Plume, Motifs, Nº 16, Paris.

-Pateman, C. (1996) El contrato sexual, Barcelona, Anthropos.

-Raymond, J. (1999) ²L’Organisation internationale du travail (OIT) , Le Marché du sexe ², Chronique Féministe Nº 70, Bruselas, Université des femmes, octubre-noviembre.

-Simmel, G. (2002) “Sobre la individualidad y las formas sociales”. Escritos Escogidos, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes.

nota biográfica:

Silvia Chejter, Socióloga. Docente e investigadora de la carrera de sociología de la Universidad de Bs As. Ha realizado investigaciones y publicaciones en las temáticas: teorías feministas de
la violencia, globalización y nuevas formas de violencia hacia las mujeres, protagonismo de las mujeres en movimientos sociales, etc. Autora de libros y artículo, es además editora de Travesías, temas de debate feminista contemporáneo, publicación anual. (Cf. www.cecym.org.ar). Consultora de Naciones Unidas y Unicef para estos temas.



[1] En la ordenanza de la ciudad de Buenos Aires ( en el resto del país eran similares) se establecía cómo debían ser las ‘casas de prostitución’ , su localización (a no menos de dos cuadras de templos, teatros y escuelas), quienes debían regentearlas (sólo mujeres) las normas de higiene y seguridad municipal; establecía además que las mujeres debían ser mayores de 18 años (la mayoría de edad en el Código civil era de 21 años, de modo que la prostitución de menores estaba legalizada) y someterse a inspecciones y reconocimientos médicos. Regía la obligación para las casas de prostitución’ de llevar registros de las mujeres. Se prohibía la prostitución clandestina, es decir aquella “que se ejerce fuera de las casas de prostitución toleradas por el reglamento. En 1936 se dictó la Ley 12331 de profilaxis venérea y examen prenupcial obligatorio, de carácter abolicionista y aplicable a todo el país, que derogaba todas las ordenanzas anteriores.

Labrys
estudos feministas/ études féministes
agosto/dezembro 2005 -août/ décembre 2005






miércoles, 1 de febrero de 2017

Putas y terroristas



Putas y terroristas
domingo 01 de enero de 2017
Borja M. Herraiz
Jefe de Internacional de El Imparcial

En un mundo tan volátil como el que vivimos actualmente, con un equilibrio de poder desplazándose poco a poco hacia Oriente y con las potencias emergentes reclamando una cuota de capacidad decisoria cada vez mayor en las políticas de seguridad y defensa, cabe pararse a pensar cómo de divergentes son los planteamientos y las soluciones que se están proponiendo ante dos de los grandes retos de la globalización: el terrorismo y el crimen organizado.


Mientras organizaciones como Estado Islámico o Al Qaeda, y su pléyade de respectivas filiales, siguen infundiendo el temor a lo largo y ancho del globo con periódicos atentados, trasladando el miedo y la inseguridad desde sus feudos perdidos de la mano de Dios hasta nuestras mismas calles y casas, es sorprendente lo poco que nos importa la pandemia que supone, al mismo tiempo, el crimen organizado.

El terrorismo es uno de los grandes temores colectivos del siglo XXI, de eso no hay duda, pero su impacto es, en términos generales, relativo y variable. Vive de la publicidad, de la exhibición de sus actos, de la resonancia mediática y, por extensión, del reconocimiento social de que es una amenaza creíble y patente. Por el contrario, la razón de ser del crimen organizado, y entendemos por éste el blanqueo de capitales, la trata de personas -ya sean refugiados, mujeres, niños o trabajadores-, el tráfico de drogas, armas, animales o arte, los delitos contra el medio ambiente, etc., es la opacidad, el secretismo. Cuanto menos se hable de él, mejor, más productivo y, en consecuencia, más disruptivo.

En este segundo grupo, que normalmente sirve de vía de financiación para el primero, como es el caso, por ejemplo, del petróleo comercializado por redes vinculadas a ISIS, se cuentan centenares, miles de organizaciones que, al no mancharse las manos de sangre, la sociedad global adquiere una menor sensibilidad colectiva ante ellas. Sin embargo, la realidad es que en su conjunto son mucho más perniciosas y erosivas para la estabilidad y la seguridad mundial que los cuatro locos de turno enfundados en chalecos-bomba.

Pero pongámoslo en cifras, pues sólo así logramos atisbar de forma fidedigna la dimensión de esta lacra. El crimen organizado mueve en torno al 10 por ciento de la riqueza mundial. Es decir, uno de cada diez dólares que circulan en el mundo a día de hoy tienen como origen o destino alguna actividad ilícita. Esto se traduce en un impacto negativo en torno al 13 por ciento del Producto Interior Bruto mundial año tras año y creciendo, según el Fondo Monetario Internacional.

Más datos: en estos momentos se blanquea entre el 2 y el 5 por ciento del PIB global, el comercio de drogas genera un volumen de facturación de 750.000 millones de dólares al año; el de falsificaciones, de 650.000 millones; los delitos contra el medio ambiente, de 40.000 millones; el tráfico ilegal de personas, de 20.000 millones; el de animales, de 13.500 millones. Es decir, traducido en su conjunto, cuando hablamos de crimen organizado hablamos de 3 billones de dólares anuales en actividades delictivas, una cifra equivalente a los presupuestos públicos anuales de Alemania y Japón, tercera y cuarta economías mundiales, juntos.



Si nos vamos a las víctimas mortales, las diferencias son igual de gigantescas. La cifra de muertos por actos terroristas en los últimos dos años en Europa y Norteamérica no llega a los 400, mientras que sólo los fallecidos por consumo de drogas en España en 2015 superaron los 800; en Europa, los 16.900; en Estados Unidos, los 43.000; en el mundo, los 187.000. Y esto sólo en cuanto a consumo de estupefacientes. Súmele a estas cifras las defunciones por el resto de conceptos. Terrible.

Pasemos al impacto medioambiental. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), desde 1990 las redes del crimen organizado están detrás de la tala ilegal de 129 millones de hectáreas de bosques, una superficie casi equivalente a la de toda Sudáfrica. Esto supone un negocio de 152.000 millones de dólares al año, una suma superior a toda la ayuda al desarrollo prevista en el planeta. Además, 350 millones de animales y plantas son vendidos ilegalmente en el mercado negro cada año.

Las nuevas tecnologías y la democratización del acceso a las mismas hacen muy difícil la lucha contra estas organizaciones de guante blanco, pues el flujo de capitales se ha globalizado y la gobernanza mundial, cada vez más conglomerada, no logra dar con una respuesta eficaz a un problema acuciante.

La sociedad occidental está mucho más concienciada ante la amenaza que puede suponer la radicalización terrorista de individuos aislados que con la proliferación de prostitutas forzadas o falsificaciones en sus calles. Lo primero es agresivo y potencialmente mortal, lo segundo en cambio es fruto de lo casual, de la picaresca. He ahí el error de base, la aceptación del crimen organizado en su producto final sin ser capaces de valorar el daño que ha dejado tras de sí.


Desde la esclavitud de personas al destrozo medioambiental, pasando por el expolio cultural o la evasión fiscal, este tipo de delitos son pasados por alto con mayor facilidad porque no acarrean, al menos no de cara al público, delitos de sangre, si bien son terriblemente perjudiciales y llevan aparejados la vulneración de derechos humanos, conflictos de diversa índole, la corrupción generalizada o la economía sumergida, entre otros elementos.

Es necesario abordar esta problemática en su conjunto, pues si el problema no entiende de fronteras, la solución tampoco debe hacerlo. Una mayor cooperación y coordinación ante estas actividades, tanto de las potencias tradicionales como de las emergentes, así como de las organizaciones internacionales, y una persecución efectiva de sus patrocinadores, públicos o privados, urge como paso previo a erradicar una situación que se lleva por delante, no sólo decenas de millones de dólares al año, sino también, como hemos visto, millones de vidas humanas.

http://www.elimparcial.es/noticia/173176/opinion/putas-y-terroristas.html