Foto: Salvador Batalla |
El discurso del “trabajo sexual” es el triunfo del patriarcado más
neoliberal
Raquel Rosario Sánchez
Escritora y activista dominicana;
trabajando en los derechos de niñas y mujeres. Especialista en Estudios de la
Mujer, Género y Sexualidad.
Las niñas invulnerables del
“trabajo sexual”
Imaginemos una niña. Puede tener
8 años como puede tener 17. La niña vive en pobreza extrema. Es probable que su
padre y su madre hayan fallecido en medio de un conflicto de guerra. Por lo
tanto, la niña tiene que valerse por sí misma para encontrar el pan de cada
día. Muchos días solo puede cenar y dice que el hambre le da dolor de cabeza,
lo que le dificulta concentrarse en la escuela. La niña no está sola; hay
muchas más como ella. Aparte de las adversidades descritas anteriormente las
niñas comparten algo más… Primero, un ferviente deseo de ir a la escuela y
superarse a través de su educación. Segundo, que diariamente los hombres
(quizás uno 1, quizás 4) en su pueblo le pagan menos de un dólar para que se
acuesten con ellos.
¡Ah! …y tercero: que según Al
Jazeera English esto no es ni explotación sexual comercial de menores, ni
prostitución “forzada” ni su genérico “prostitución” sin más ni más. No, según
Al Jazeera English estas niñas son trabajadoras sexuales. Trabajadoras sexuales
en quienes recae el famoso “poder de agencia”, de decidir sus opresiones.
¿Vomitaron ya o necesitan más contexto?
El día 28 de septiembre, Al
Jazeera English público un fotoreportaje titulado “Educando a las niñas de
Sudán del Sur”, escrito por la documentalista y fotógrafa Sara Hylton. El
proyecto fotográfico fue elaborado en colaboración con la Fundación
Internacional de Mujeres en los Medios. Es una serie de fotografías que
reflejan las vidas de las niñas y adolescentes del estado de Unidad en Sudán
del Sur. Conflictos sectarios dentro de su pueblo, caminar horas para poder ir
y venir de la escuela más cercana, matrimonios forzados… y pobreza; la pobreza
extrema implacable son alguno de los desafíos con los que viven las niñas.
“Las niñas de Sudan del Sur son
doblemente vulnerables, muchas son obligadas a contraer matrimonios forzados,
sufren abusos sexuales y explotación. Es tres veces más probable que una niña
adolescente del Sur de Sudán muera dando a luz, a que complete su educación primaria,”
escribe Hylton. Pero a pesar de todo, son niñas fuertes con sueños y deseos
inquebrantables de superación “que pelean por sus futuros en uno de los países
más volátiles del mundo.”
Es una historia inspiradora y llena
de esperanza. Una de las niñas comenta que en su casa nadie la puede ayudar con
su tarea porque nadie en su familia ha ido a la escuela pero que, aún así, ella
sueña con convertirse en Ministra de Educación en su país. La valentía y
determinación de las niñas y adolescentes me hicieron llorar… Por lo que me
quedé helada cuando leí la siguiente descripción en una de las fotografías.
“Jessica, de 14 años tiene desorden de personalidad múltiple. Vive en una casa
de acogida junto con otras 50 niñas vulnerables donde recibe cuidados y
educación… Según la fundadora de la casa de acogida, el trabajo sexual está
normalizado entre las niñas, que ganan menos de un dólar por “cliente”. La meta
de la fundadora es enseñarles a las niñas que “su cuerpo es lo que se queda” y
enseñarle maneras alternativas de generar dinero.”
¿Qué? ¿Cómo saltamos de la
pobreza extrema y el deseo de las niñas a empoderarse a través de la educación
a que las niñas son trabajadoras sexuales con “clientes”? Me llevó un segundo
entender el salto gigantesco que expresaban estas palabras en el contexto del
artículo. Cuando pude analizarlo me di cuenta de que lo que tenía ante mí era
una prueba de cómo la retórica del trabajo sexual es incompatible con las
realidades materiales que expresan las niñas. El discurso del “trabajo sexual”
no admite ni víctimas ni vulnerabilidades ni opresiones estructurales. Toda
mujer y niña se convierte en un ser que encuentra poder “para decidir” acceder,
curiosamente, a todo lo que el patriarcado de por sí quiere. No hay situación
lo suficientemente precaria, no hay niña lo suficientemente vulnerable para ser
interpretada como una “trabajadora sexual”.
No son argumentos aislados.
Consciente o inconscientemente, Hylton se unía a una línea de pensamiento que
insidiosamente se ha adentrado en el feminismo y el lenguaje coloquial. Mucha
gente, tanto conservadora como progresista, piensan que utilizar el término
“trabajo sexual” le pone un poco de dignidad y respeto al asunto. Funciona como
un manto para higienizar la industria y así no tener que pensar en las
realidades materiales de que hombres adultos (que curiosamente son los grandes
ausentes del fotorreportaje de Al Jazeera) le están pagando menos de un dólar a
niñas pobres (¿50 centavos, 75 centavos? ¿menos aún?), muchas huérfanas, para
penetrarlas.
La universalización del discurso del
“trabajo sexual” para hablar de prostitución es el triunfo del patriarcado más
neoliberal
La universalización del discurso
del “trabajo sexual” para hablar de prostitución es el triunfo del patriarcado
más neoliberal. A los conservadores no les digo mucho porque nunca se han
preocupado demasiado por los derechos de mujeres y niñas, pero sí quisiera
recordarles a los y las progresistas que en la concepción (capitalista) del
trabajo hay derechos laborales, pero también deberes. Si las niñas y
adolescentes son trabajadoras sexuales, ¿puede uno de esos hombres reclamar que
no le hicieron la felación como ellos querían o que no se sienten conforme con
cualquier otro de los actos sexuales por los que pagaron? ¿Y pueden entonces
demandar o que le devuelvan su dinero o que lo hagan otra vez? Preguntas que
demuestran la trampa absurda en la que caen todos quienes asumen el discurso
sin pensarlo bien.
¿Por qué tanta insistencia en que
lo cubramos todo bajo el manto del “trabajo sexual”? ¿Por qué tanta insistencia
en llamar “trabajadoras sexuales” a niñas que viven en la mayor de las
precariedades? ¿Por qué negarnos a decir las palabras duras: explotación
sexual, víctimas, sobrevivientes, violación?
Como nos explica Kajsa Ekis Ekman
en su trabajo referencial ‘Being and Being Bought’ (Ser y Ser Comprada), el
discurso del trabajo sexual se construye como una antítesis de la opresión de
las mujeres bajo un sistema patriarcal. La trabajadora sexual es una mujer
activa que encuentra empoderamiento personal dentro de un sistema opresor, dice
el discurso. La trabajadora sexual comprende que nada puede cambiar el
comportamiento de los hombres ni la sociedad que cosifica la sexualidad de la
mujer, entonces, en vez de resistir o protestarlo, la trabajadora sexual es
presentada como una sabia emprendedora que utiliza “su poder sobre los hombres”
para aventajarlos en su propio juego. Bajo esta concepción, “la trabajadora
sexual es interpretada como la mejor feminista”, explica Ekis Ekman. Es por eso
que cuando alguien intenta hablar de los daños que causa la prostitución, la
respuesta siempre es “las trabajadoras sexuales son fuertes y sujetos activos”
a quienes el lenguaje de opresión y agravios minimiza. Entonces en el discurso
del trabajo sexual no hay espacios para ningún tipo de víctima ni
victimización.
Desmoronemos el argumento:
1.La literatura feminista que
critica la prostitución como sistema opresor casi nunca habla de víctimas.
Cuando me encuentro con la palabra “víctimas” en mis investigaciones sobre el
tema, siempre es en el contexto de académicas en favor de prostitución que
acusan a quienes están en contra de estigmatizar como “víctimas” a las mujeres
en la prostitución. Estas acusaciones de las académicas que defienden el
derecho de los hombres a acceso sexual e ilimitadamente al cuerpo de mujeres y
niñas, nunca cita textualmente ningún ejemplo del crimen retórico que cometen
quienes no apoyan la prostitución, pero siempre viene acompañado de acusaciones
e improperios contra “las feministas moralistas que odian la libertad, son
reprimidas, retrogradas y anti-sexo.” Poniendo de lado las connotaciones
sexistas que tienen cada una de esas acusaciones, yo hago otra pregunta ¿y qué
si el feminismo decidiera hablar de víctimas?
La palabra “víctima” no es una
característica personal, en una descripción de una relación de poder. Si hay
víctimas, se infiere que hay perpetradores. Si bajo está concepción de las
relaciones de poder no podemos hablar de víctimas, entonces ¿dónde quedan los
perpetradores? Si nos enfocamos sólo en resaltar lo fuertes y empoderadas que
somos todas las mujeres todo el tiempo y no hablamos de las opresiones de las
que somos víctimas bajo el patriarcado, entonces ¿en qué contexto hablaremos
del daño que nos causa?
Ser víctima de una opresión habla
mal del opresor. La víctima de x opresión puede ser una joven estudiosa, una
tía cariñosa, una cocinera mediocre, una trabajadora medio vaga, una amiga
ambivalente, entre otras cosas. ¿Por qué asumimos que ser víctimas de un
sistema al que le encanta victimizarnos, cancela todas nuestras otras
identidades? En vez de negar que el daño que nos causa el patriarcado es real y
que el patriarcado es el genocidio más largo de la historia, tratando de
esconder sus opresiones bajo lenguaje (y solo lenguaje) empoderador, deberíamos
utilizar esa energía para decirle a los perpetradores “No, no. La víctima pude
haber sido yo, ¡pero el abusador eres tú!”
2. Esa idea de que “el trabajo
sexual” no es ninguna opresión contra las mujeres y niñas, sino El Gran
Empoderador porque nos permite ejercer “nuestro poder” sobre los hombres, es en
el fondo enteramente misógino. Una vez una amiga que baila en la barra para
pagar su tratamiento de cáncer me racionalizó que el verdadero poder lo tenía
ella porque a los hombres se les salía la baba cuando la veían bailar y por
tanto ella tenía total control de ellos durante el tiempo que ella tenía su
atención y excitación sexual.
Sí, ¿pero, cuando se les baja la
erección? Cuando se les pasa, son los hombres quienes siguen teniendo el poder
político, económico, cultural y estructural de toda nuestra sociedad. El dinero
que nos pagan por bailarles viene de un sistema financiero que ellos controlan.
Las políticas que controlan nuestro cuerpo (desde nuestros derechos
reproductivos hasta el impuesto que pagarán los tampones que nos ponemos) son
dominadas por hombres. Y tristemente, son los hombres quienes tienen el poder
histórico de decidir que esta noche sea la pelirroja ucraniana no la morena
salvadoreña quien le “trabaje” sexualmente.
Las políticas que controlan nuestro cuerpo
(desde nuestros derechos reproductivos hasta el impuesto que pagarán los
tampones que nos ponemos) son dominadas por hombres.
Argumentar que encontremos
“poder” dentro de nuestro rol subordinado es la manera más sutil del
patriarcado (como buen abusador al fin) de decirnos “Ay, ya no te quejes tanto.
¡Alégrate de que siquiera te presto atencion!”
“¿Por qué tanto miedo de llamar a
alguien víctima?” pregunta Ekis Ekman. “¿Por qué es tan importante decir que
gente prostituida no puede nunca, bajo ninguna circunstancia, ser víctima?”,
porque, según explica, “convertir la palabra víctima en un tabú es un paso para
legitimar divisiones de clase y las desigualdades de género”. Solo tras abolir
el concepto de víctima, podemos crear a la persona invulnerable.
Solo tras abolir el concepto de víctima,
podemos crear a la persona invulnerable.
Para llegar ahí necesitamos 2
pasos:
1. Nos creemos el cuento de que
la palabra víctima no es una relación de poder sino una característica o
identidad personal. Entonces nos creemos el cuento de que “víctima” significa
pasividad, debilidad y apatía. Hacemos de la palabra víctima (y de cualquier
persona a quien se le asocie) una caricatura patética. Nadie entonces querrá
que se le llame víctima ni tildar ninguna otra opresión como victimizante. La
caricatura que hemos construido es tan patéticamente inactiva que cualquier
cosa, desde mirar al otro lado mientras te viola un prostituidor hasta fumarnos
un cigarrillo después de un acoso, representa un acto de resistencia. Esto
sabemos que son estrategias de supervivencia y que no cancelan ni las
opresiones anteriores ni el daño que conllevan. Pero como ya hemos determinado
que víctima=pasividad absoluta y sujeto activo=literalmente cualquier
actividad, entonces asumimos que en realidad las víctimas no existen.
2. Como lógicamente nadie
(excepto quizás las personas que se encuentran en un coma) es “tan pasivo” como
la caricatura que hemos inventado de la víctima, decidimos que el concepto de
víctima deber ser remplazado porque es una falacia. “¿Cómo puede ninguna de
esas niñas ser víctimas de nada si ellas aceptan el dinero que les pagan los
hombres? ¿Aceptar dinero es un acto que te convierte en sujeto activo, verdad?”
Esos análisis me recuerdan mucho a los argumentos que hace la gente que no
entiende ni un ápice de cómo funciona la violencia. El argumento va en la misma
línea de aquel otro que asume que a menos que te estén poniendo una pistola en
la nuca y te estén amenazando con tirar del gatillo EN ESE PRECISO MOMENTO,
entonces nada es obligado y todo tu lo haces por voluntad. Una línea que ignora
completamente que el abuso y la opresión es muchísimo más multifacética y más
insidiosa que eso. Una línea de pensamiento que nunca se ha enterado que la
violencia psicológica es invisible, la manipulación emocional también y que la
pobreza es tanto material como estructural y conlleva un poder de coerción
latente.
Como no hay víctimas que
satisfagan la nueva caricatura de pasividad en que hemos convertido la palabra,
no hay perpetradores. Y como la víctima es “revelada” como un sujeto activo que
toma las riendas de su vida, no hay entonces porque estar hablando de opresiones
ni de abusos ni hacer análisis sistemáticos de la violencia. Son unas piruetas
retoricas e ideológicas complicadas pero que sirven finalmente para revelar a
la persona invulnerable.
“La persona invulnerable es la
versión neoliberal del mito antiguo del esclavo fuerte, la mujer pobre
extremadamente trabajadora, la “supermujer” negra, la mujer colonizada que no
siente los latigazos ni los golpes. La historia está llena de ejemplos de cómo
las condiciones de vida son reinterpretadas como características personales.”
Durante la esclavitud colonial en los Estados Unidos era común que se exaltara
las cualidades “sobrehumanas” de las esclavas y los esclavos.
La supuesta fuerza y las cualidades supra
humanas que se le asignan a la persona invulnerable son en el fondo una excusa
para no tener que analizar las condiciones que la hacen necesitar dicha fuerza
o aguantar tantas miserias. Es una táctica deshumanizadora.
La escritora Michele Wallace
describe en su libro ‘Black Macho and the Myth of the Superwoman’ (El Macho
Negro y el Mito de la Supermujer) cómo la mujer negra que tenía que sobrevivir
dentro de varios sistemas opresores, fue convertida en una caricatura que la
exaltaba, pero solo con el fin de negar las opresiones en sí. La mujer negra
del imaginario “es una mujer de fuerza extraordinaria, con una habilidad
inusual para tolerar el trabajo pesado y la miseria. Esta mujer no tiene los
mismos miedos e inseguridades que tienen las otras mujeres, pero ella misma
cree que es incluso más fuerte emocionalmente que la mayoría de los hombres.”
La supuesta fuerza y las
cualidades supra humanas que se le asignan a la persona invulnerable son en el
fondo una excusa para no tener que analizar las condiciones que la hacen
necesitar dicha fuerza o aguantar tantas miserias. Es una táctica
deshumanizadora.
Asignar a las adolescentes y
niñas de Sudan del Sur la denominación de “trabajadoras sexuales” sonara muy
bonito los círculos feministas más neoliberales, pero la realidad es que nos
blinda de tener que hacer muchas preguntas. Preguntas verdaderamente incómodas:
¿Qué repercusiones físicas, emocionales y psicológicas desarrollarán las niñas
y adolescentes al saber que los hombres de su comunidad ven sus cuerpos como
objetos por los que pueden pagar menos de un dólar? ¿Por qué los hombres están
explotando sexualmente de niñas que viven en tanta precariedad? ¿Habrá un
contexto social que se lo permite? ¿Qué contexto geopolítico estará causando
tantos conflictos internos en Sudán del Sur? ¿Tendrán algo que ver los intereses
occidentales en este conflicto y será posible que de manera directa o indirecta
estarán nuestros países exacerbando las condiciones que subyugan las niñas y
adolescentes de este fotorreportaje?
¿Cómo hemos podido las feministas permitir
que nuestro movimiento, un movimiento que centra la lucha de las niñas y
mujeres, sea secuestrado por estas ideas que priorizan los intereses tanto del
mercado como del mismo patriarcado?
¿Cuánto daño causará a largo
plazo que esa rama del feminismo occidental tan nociva que insiste en hacer
piruetas con el lenguaje y las teorías sin alterar las realidades materiales
sea exportada y extrapolada a la máxima potencia en todas las esquinas y
rincones de opresión imaginables? ¿en qué momento vemos niñas hablar del dolor
de cabeza que les produce el hambre cuando lo que quieren es estudiar, y en vez
de sentir empatía por su lucha, justificamos el sistema opresor que las
considera “trabajadoras” serviles del patriarcado?
El feminismo es un movimiento que
busca acabar con la violencia contra las niñas y mujeres y desmantelar el
patriarcado. ¿Cómo hemos podido las feministas permitir que nuestro movimiento,
un movimiento que centra la lucha de las niñas y mujeres, sea secuestrado por
estas ideas que priorizan los intereses tanto del mercado como del mismo
patriarcado?
Dice una de las adolescentes “Lo
que encuentro más horrible es escuchar cómo todas las niñas han sido violadas.
No hay nada difícil que una niña no pueda hacer… Sé que, si yo me levanto,
todas las niñas también se podrán levantar…. (pero) las niñas son las que han
sufrido más.”
Me parece que esta adolescente
tiene muy claro su análisis feminista al priorizar en su recuento la
importancia de nombrar la violencia por su nombre. ¿Le permitiremos que nos
enseñe?
Fuente
http://tribunafeminista.org/2016/10/el-discurso-del-trabajo-sexual-es-el-triunfo-del-patriarcado-mas-neoliberal/
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