Razones para abolir la prostitución
“La prostitución siempre ha
existido, dicen. También las guerras, la tortura, la esclavitud infantil, la
muerte de miles de personas por hambre. Pero esto no es prueba de legitimidad
ni validez”.
24 noviembre 2016
Isabel Salud, Cristina Simó,
Enrique Díez, Jose Luis Centella y Maite Mola // La violencia de género
extrema, como es el uso y violación de mujeres por dinero, está en contra de
los derechos humanos y no debe ser considerada un “trabajo” que justifique su
continuidad y que quienes la promueven y se benefician de ella sean
considerados “empresarios del sexo” convirtiendo en negocio legal la violación
de mujeres y niñas. Aquellas personas a quienes importe la integridad, la salud
y la seguridad y los derechos humanos de quienes son prostituidas deben apoyar
las iniciativas tendentes a la abolición de esta violencia de género extrema,
como han hecho países como Suecia o más recientemente Francia.
La prostitución no es, como se
han inventado muchos hombres para justificarse, la profesión más antigua del
mundo, sino la forma de explotación y de violencia de género que se inventó
para tener a las mujeres al “servicio sexual” de los hombres y que debe ser
abolida. Lo que las mujeres prostituidas tienen que soportar equivale a lo que
en otros contextos correspondería a la definición aceptada de acoso y abuso
sexual. ¿El hecho de que se pague una cantidad de dinero puede transformar ese
abuso en un ‘empleo’, al que se le quiere dar el nombre de ‘trabajo sexual
comercial’?
Es más, si regulamos la
prostitución como una profesión más, ¿cómo vamos a educar en igualdad, sabiendo
que sería un posible nicho laboral futuro para nuestras hijas y compañeras de
pupitre?, ¿qué modelo de sociedad en igualdad estaremos contribuyendo a construir?
Si regulamos la prostitución como una profesión, integrándola en la economía de
mercado, estamos diciendo que esto es una alternativa aceptable para las
mujeres y, por tanto, si es aceptable, no es necesario remover las causas, ni
las condiciones sociales que
posibilitan y determinan a las mujeres a ser
prostituidas. A través de este proceso, se refuerza la normalización de la
prostitución como una “opción para las pobres”.
Tenemos que cambiar el foco de
análisis y centrarnos en el protagonista de esta forma de violencia de género
que permanece oculto y casi siempre pasa desapercibido e invisibilizado.
Debemos preguntarnos ¿por qué los hombres acuden a la prostitución actualmente?
En una época de libertad sexual como la actual, todos los estudios y resultados
coinciden en que los hombres usan la prostitución como un ejercicio de poder y
sumisión sobre otra persona, con la que no tienen que tener ninguna
consideración porque la pagan y debe estar a su servicio, convirtiéndola en
objeto de consumo. Muchos hombres, en las relaciones sociales y personales,
experimentan una pérdida de poder y de masculinidad, y no consiguen crear
relaciones de reciprocidad y respeto. Son éstos los hombres que acuden a la
prostitución, porque lo que buscan en realidad es una experiencia de dominio y
sumisión. Este grupo de hombres parecen tener problemas con su sexualidad y la
forma de relacionarse con el 50% del género humano, que creen que debe de estar
a su servicio.
Es sorprendente que en pleno
siglo XXI los proprostituidores sigan justificando la prostitución como
“necesidad” inevitable de los hombres, dado que, según ellos, “en especies que
tienen reproducción sexual, el sexo es, por razones obvias, uno de los deseos
más fuertes y ubicuos”. Presuponer que la necesidad sexual masculina es una
necesidad biológica que no puede ser puesta en cuestión, similar a las
necesidades de nutrición, contradice manifiestamente el hecho comprobado de que
las personas, mujeres y hombres, pasan largos periodos de sus vidas sin relaciones
sexuales ¡y sin llegar al fatal desenlace que habría tenido la privación de
alimento! Esta es la concepción del capitalismo neoliberal, donde si tienes
suficiente dinero y poder, puedes “elegir libremente” en el mercado, en el que
todo se compra, usar a otras personas para “obtener suficiente sexo, o el tipo
de sexo que desean”.
Pero la justificación del negocio
de la violencia sobre las mujeres a través de la violación y uso de sus cuerpos
va mucho más allá, para quienes buscan, en definitiva, justificarse. Consideran
que esta violencia debe ser considerada un trabajo “con mejor remuneración y
una jornada más corta,… que entraña más habilidad e incluso un toque más
humano” que “ocho horas diarias en una línea de montaje o dando vuelta
hamburguesas”. Parece que estos varones proprostitución nunca han tenido que
sufrir dar vueltas a hamburguesas, mientras simultáneamente te violaban
reiteradamente viejos babosos o psicópatas violentos, que tenían el suficiente
dinero para gritarte mientras tanto que “lo has elegido libremente porque esto
es mucho más fácil, so guarra”. En su cabeza no comprenden que nada tiene que
ver un trabajo, por muy penoso que sea, con una violación, por muy sofisticada
o adornada que se la quiera presentar como “dar placer físico y también apoyo
emocional a personas necesitadas”. Una violación es una violación, lo adorne
como lo adorne Agamenón o su porquero.
Por eso, desde este enfoque,
tenemos que afirmar categóricamente que el denominado eufemísticamente
“intercambio consentido de sexo por dinero entre adultos”, por los colectivos
proprostitución, ni es intercambio, ni es consentido, ni es sexo y, cada vez de
forma más frecuente, ni siquiera es entre personas adultas.
En primer lugar, la prostitución
jamás se da en condiciones de libertad; nunca es objeto de un contrato de
compraventa entre personas iguales en derechos y libertades. Está sobradamente
demostrado que no hay intercambio, sino ejercicio de poder y sometimiento. El
que ejerce quien puede comprar y someter a sus deseos a otra persona que
necesita el dinero. No hay consentimiento, pues no hay libertad ni igualdad
para establecer la relación, pues una parte es la que ejerce el poder mediante
el dinero con la que compra y somete a la otra parte, que es la que se ve
obligada a dejarse usar para satisfacer los deseos “del otro”, si quiere
conseguir el dinero que necesita.
Incluso en el supuesto de que
alguien declarara que elige la prostitución de forma libre, ¿podemos considerar
una elección libre la explotación y la violencia de género? En nombre de una
concepción del ser humano como persona, del bien común y del respeto a los
derechos humanos, la humanidad ha juzgado necesario con frecuencia poner
límites a la libertad individual (venta de órganos, esclavitud, uso abusivo de
drogas, etc.), estableciendo que hay prácticas, por muy libremente que se
quiera decir que se han asumido, que van en contra de los derechos humanos más
elementales. No obstante, conviene recordar que los usuarios masculinos de la
prostitución no se preocupan de saber si la prostituta se considera libre,
cuestión que no les inquieta lo más mínimo. En este sentido, no se puede
desvincular el tráfico de mujeres con la legalización de la prostitución,
porque el tráfico es una consecuencia de la oferta y la demanda que rige el
negocio de la prostitución.
En segundo lugar, la prostitución
no es sexo. Porque la prostitución, se justifique como se quiera justificar, no
deja de ser una violación reiterada, no una relación sexual en libertad e
igualdad. No se vende la actividad o el producto, como el cualquier trabajo,
sino el propio cuerpo sin intermediarios. Y el cuerpo no se puede separar de la
personalidad. Además, sólo alguna afortunada podrá poner “límites”, pero la
mayoría tendrán que satisfacer a los prostituidores porque pagan (un “cliente”
a quien una prostituta le negara un acto sexual particular o una relación sin
preservativo, podrá siempre alquilar a otra mujer más necesitada que accederá a
su demanda). El punto de vista según el cual las intrusiones repetidas en el
cuerpo y los actos sexuales tolerados, pero no deseados, pueden ser vividos sin
perjuicio es, por lo menos, dudoso. Las mujeres han referido en numerosas
ocasiones sus estrategias para terminar rápidamente con el cliente, porque si
las prostitutas necesitan y desean el dinero de la prostitución, no desean la
sexualidad prostitucional que, en tanto que tal, es una forma de “violación
remunerada”. Solo la conciben como “sexo” quienes han reducido la sexualidad al
tradicional modelo de “genitalidad varonil”, que solo piensa en satisfacer sus
propios deseos, al precio que sea.
Por supuesto, el lobby
empresarial que está detrás de todas estas políticas de la justificación de la
violencia sexual prostitucional financia a algunas prostitutas para que salgan
en los medios de comunicación afirmando que lo hacen porque quieren, que nadie
las obliga. Como si el hecho de que algún esclavo reclamara para sí seguir
siéndolo, justificara que se tuviera que regular la esclavitud como nuevo
trabajo y futuro nicho laboral para las y los pobres. Sin embargo, estas pocas
mujeres que salen una y otra vez en todos los programas de los medios de
comunicación sobre el tema, les sirven como justificación y coartada para
afirmar constantemente que la regulación de la prostitución como una profesión
“es lo que desea la mayoría de quienes lo ejercen”. Es evidente que viven
completamente al margen de la experiencia brutal de quienes la sufren
cotidianamente y ni siquiera se han detenido a revisar las investigaciones al
respecto ni los datos reales de las organizaciones que trabajan con mujeres que
están siendo prostituidas.
Detrás de quienes justifican la
violación reiterada como sexo con los “discursos de la regulación” y hablan de
esta violencia prostitucional como “industria del sexo”, casi siempre acaba
apareciendo la patronal de los proxenetas. No olvidemos que a quienes beneficia
realmente la regulación de la prostitución es, no solo a estos proxenetas que
pasarían a denominarse “empresarios del sexo”, dándoles un baño de
respetabilidad, sino también a las redes de trata de blancas que se
convertirían en corporaciones empresariales, que cotizarían en bolsa
convirtiendo en industria la violación de casi cuatro millones de mujeres, y
también a los “clientes”, puesto que esto les colocaría en una situación de
“normalidad”.
No podemos dejar de recordar una
y otra vez que hay prostitución porque hay tráfico de mujeres. Lo mismo que la
esclavitud es la que generó el tráfico de esclavos. Es inseparable la
prostitución del tráfico. Sólo quienes tienen intereses en mantener y lucrarse
del tráfico, justifican la prostitución como un trabajo…, claro, para las
mujeres pobres.
Por eso no es de extrañar que
utilicen como argumento definitivo para justificar la empresarialización de la
prostitución el económico: el ingreso que supondría para las arcas del Estado
el pago de impuestos de esta “actividad profesional”. Y en esto coinciden, por
supuesto, los sectores más conservadores (como el gobierno conservador de Nueva
Gales del Sur de Australia o el del Partido Popular de España) con los sectores
más neoliberales proprostitución como Amnistía Internacional. Convirtiendo de
esta forma la violación de mujeres en una “actividad profesional” amparada y
justificada por un Estado proxeneta que calla porque cobra. Esta es la visión
de futuro de los derechos humanos que defiende el lobby empresarial proxeneta y
quienes les justifican y amparan.
La solución pasa, no por
prohibir, como plantean maniqueamente los pro-prostitución, sino por abolir. Como
lo ha hecho Suecia, o más recientemente Francia. En primer término, por
supuesto, pedimos que se aplique la ley y se persiga la trata y a los
inductores y proxenetas que están campando por sus fueros, los clubes, los
burdeles de carretera, que todo el mundo conoce. Pero el cambio de enfoque que
se pretende con la abolición supone centrar las medidas en la erradicación de
la demanda, a través de la denuncia, persecución y penalización del
prostituidor (cliente): Suecia penaliza a los hombres que compran a mujeres o
niños con fines de comercio sexual, con penas de cárcel de hasta 6 meses o
multa, porque tipifica este delito como ‘violencia remunerada’.
En ningún caso se dirige contra
las mujeres prostituidas, ni pretende su penalización o sanción. La novedosa
lógica detrás de esta legislación se estipula claramente en la literatura del
gobierno sobre la ley: “En Suecia la prostitución es considerada como un
aspecto de la violencia masculina contra mujeres, niñas y niños. Es reconocida
oficialmente como una forma de explotación de mujeres, niñas y niños, y
constituye un problema social significativo.., la igualdad de género continuará
siendo inalcanzable mientras los hombres compren, vendan y exploten a mujeres,
niñas y niños prostituyéndoles”. Además otro elemento esencial de la ley sueca
y de la ley francesa es que proveen amplios fondos para servicios sociales
integrales dirigidos a cualquier prostituta que desee dejar esa ocupación;
también proveen fondos adicionales para educar al público para contrarrestar el
histórico sesgo masculino.
La prostitución siempre ha
existido, dicen. También las guerras, la tortura, la esclavitud infantil, la
muerte de miles de personas por hambre. Pero esto no es prueba de legitimidad
ni validez. Tenemos el deber de imaginar un mundo sin prostitución, lo mismo
que hemos aprendido a imaginar un mundo sin esclavitud, sin apartheid, sin
violencia de género, sin infanticidio ni mutilación de órganos genitales
femeninos.
Isabel Salud es diputada de
Izquierda Unida; Cristina Simó es secretaria general del Movimiento Democrático
de Mujeres; Enrique Díez es presidente de la asociación ZeroMacho Hombres por
la Abolición de la Prostitución; José Luis Centella es secretario general del
Partido Comunista de España y Maite Mola es coordinadora del Área Federal de la
Mujer de Izquierda Unida.
Fuente:
http://www.lamarea.com/2016/11/24/razones-abolir-la-prostitucion/
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