Prostituidas, el dolor de las mujeres invisibles
Abel Renuncio, ginecólogo de la
Unidad de Atención a la Mujer del Hospital Universitario de Burgos y Laura
Redondo, psicóloga jurídica, forense y doctoranda en violencia sexual señalan
el precio que pagan las mujeres prostituidas en su cuerpo y en su alma y lo
difícil que llega a ser superar ser víctima de trata y prostitución.
MADRID17/03/2019 22:51
Actualizado: 18/03/2019
NURIA CORONADO SOPEÑA
@NuriaCSopena
Como si de refranes se tratara,
hay frases que se repiten como un mantra y que estigmatizan y culpabilizan a
las víctimas en lugar de apuntar a los victimarios. ¿Quién no ha escuchado o
dicho que las putas son putas porque quieren y prefieren dedicarse “a eso”
antes que a limpiar escaleras o porque es un dinero fácil y rápido? Sin embargo
frente a estos argumentos hechos bien desde el machismo, bien desde el mayor de
los desconocimientos y la insensibilidad, lo cierto es que las mujeres que son
prostituidas no lo hacen ni por gusto ni por devoción. La casi totalidad de
ellas son víctimas de redes de trata y prostitución con un fin patriarcal. “El
de cubrir la demanda de esos cuatro de cada diez hombres que consumen
prostitución en España”, tal y como siempre destaca la activista feminista y ex
prostituida Amelia Tiganus.
Ellos, y las mafias con las que
cooperan al pagar por cubrir sus deseos sexuales, son quienes con su dinero
apuntalan y reproducen las franquicias del proxenetismo y la explotación sexual
de las prostituidas. “Los prostíbulos son campos de concentración en los que
tienes que ser, vestir, sentir lo que otros quieren porque de eso depende tu
supervivencia”, dice quien estuvo atrapada cinco bajo el yugo del proxenetismo
y fue explotada sexualmente en más de 40 prostíbulos de toda España.
El horror de tener que acostarse
-obligadas por sus proxenetas- con entre 20 y 30 puteros al día les marca para
siempre en su cuerpo, y también en su alma. Lo sabe bien Abel Renuncio Roba,
ginecólogo de la Unidad de Atención a la Mujer del Hospital Universitario de
Burgos, quien tiene una amplia experiencia tratando a mujeres prostituidas. “En
las consultas de ginecología en general y más específicamente desde las
Unidades de Atención a la Mujer, los equipos de ginecología, enfermería y
trabajadoras sociales nos dedicamos a la asistencia sanitaria relacionada con
la anticoncepción, la interrupción voluntaria del embarazo y las agresiones
sexuales. Estas tres facetas médicas están muy íntimamente relacionadas con las
mujeres prostituidas y sus necesidades sociosanitarias”, dice a Público.
Unas consultas que para Renuncio
y el resto de profesionales que las atienden son muy complicadas ya que llegan
con una pesada mochila a sus espaldas que es muy difícil sobrellevar. “Son
mujeres que siempre están a la defensiva. Es muy difícil que se abran y
exterioricen sus problemas. Se mueven entre la suspicacia, las sospechas, las
reticencias iniciales ante cualquier propuesta… Les cuesta mucho hablar sobre
ellas, esconden mucho, hay que negociar los pasos a dar. Además en la mayoría
de las ocasiones son mujeres emigrantes, que asocian problemas legales, y un
miedo extremo a las repercusiones que éstos pueden tener sobre su futuro. Y en
todos los casos hay una sensación de estigmatización y de rechazo social que
tratamos de ayudarlas a manejar”, explica el ginecólogo.
Ese rechazo hace que los
protocolos de detección y denuncia de situación de trata y explotación en el
ámbito sanitario no funcionen tanto como les gustaría a los expertos.
“Funcionan en la medida de la accesibilidad que tenemos y de las reticencias
que ellas o sus explotadores tienen a dicho acceso. Hasta hace un tiempo la
prostitución se ejercía muy mayoritariamente en clubes, con unas
características específicas. En este ámbito, la movilidad de las mujeres estaba
más restringida y las mujeres no solían salir de ese ámbito. De hecho los
dueños de los clubes les proporcionaban habitualmente a las mujeres la
“asistencia sanitaria” consistente en revisiones por parte de algún sanitario
en el propio club, llegando incluso a realizarles, aparte de analíticas de
sangre, incluso citologías cada tres meses. Este tipo de controles sanitarios
lógicamente no son los idóneos y no se adaptan a las necesidades de las
mujeres. Y paradójicamente, los dueños de los clubes, aparte de cobrarles por
el alojamiento, la comida, los preservativos… también les cobraban por estas
revisiones sanitarias”, describe Renuncio.
Una situación que ha cambiado
porque la prostitución no se lleva solo a cabo en los puticlubs sino que se ha
movido hacia pisos ubicados en las ciudades para cubrir la demanda. “Esto ha
hecho que haya un mayor acceso de las mujeres a los recursos sanitarios, aunque
se presenta la dificultad de la gran movilidad que sufren y que pasan poco
tiempo en una misma localidad. A todo esto hay que sumar las dificultades de
acceso por los problemas derivados de la emigración, el no empadronamiento y la
carencia de tarjeta sanitaria o del derecho a la asistencia sanitaria,
situaciones que se tratan de remediar desde los servicios sociales”, añade el
responsable de la Unidad de Atención a la Mujer del Hospital Universitario de
Burgos.
La despersonalización elevada al infinito
Las prostituidas son mujeres
invisibles cuya explotación sexual hace que su cuerpo aguante lo que no está
escrito. “Es imposible que fisiológicamente ningún cuerpo esté preparado para
una explotación de ese tipo. La mente humana está preparada para una
afectividad equilibrada y el cuerpo humano lo está para una actividad sexual
sana y consentida. Ni afectiva ni sexualmente se dan estos aspectos en la
prostitución que implica relaciones sexuales continuas, repetidas y viciadas en
su consentimiento por el pago de dinero, y una degradación emocional al
sustituir toda la afectividad que implica la sexualidad por una
despersonalización y por la eliminación de cualquier sentimiento”, recalca
dicho profesional.
El proceso de destrucción y
degradación personal de las prostituidas depende de factores tales como “su
resistencia, las vivencias previas de las que provenga, los antecedentes de
abusos infantiles o sexuales, sus anclajes emocionales que le permitan aguantar
más o menos la ruina física”, señala Renuncio. A esta destrucción de sus
cuerpos hay que sumar la diferencia entre ser prostituida como adolescente o
como una mujer de mediana o más edad. “Una adolescente no está preparada para
semejante explotación, igual que su cuerpo no está preparado por ejemplo para
un embarazo a esa edad. En el caso de las niñas es aún peor, ya que su cuerpo
no está preparado ni siquiera para las relaciones sexuales. La adolescencia es
una edad para conocer el propio cuerpo y descubrir la sexualidad femenina, no
para estar sometida a prácticas sexuales repetidas y sin consentimiento. Y no
debemos olvidar que se trata de personalidades en construcción en las que
acciones y situaciones traumáticas marcarán para siempre, y muchas veces de
forma irrecuperable a la adolescente. La actividad a la que son sometidas al
ser prostituidas condiciona una destrucción rápida de su personalidad y una
acentuación aún más rápida de todos los problemas físicos que ocasiona la
prostitución”, añade Renuncio.
Además en muchas de estas
consultas médicas detectan cómo antes de ser esclavizadas por las mafias muchas
de ellas venían con la experiencia previa y traumática de la violencia y los
abusos sexuales. “Las mujeres prostituidas tratan de desarrollar estrategias
para sobrevivir a esas historias anteriores de violencia y abusos. Algo que
supone un enorme bagaje del que no son capaces de desprenderse ni de dejar
atrás. Son mujeres con una enorme vulnerabilidad que tiene su origen en esos
abusos y que se extiende y abarca a todos los aspectos de su vida. La relación
entre la historia de violencia sexual (incesto, pedofilia, violación, sea cual
sea la edad de la víctima) y la entrada en la prostitución es muy fuerte. Según
distintos estudios entre el 80 y el 95% de las prostituidas presentan
antecedentes de violencia sexual y abusos en su historia personal”, describe el
ginecólogo del Hospital Universitario de Burgos.
Golpeadas, quemadas y cortadas
Por si esta mochila no fuera
suficientemente pesada la vida de la mayoría de las prostituidas se mueve entre
la violencia física y la psicológica de sus maltratadores para someterlas y
mantener su sumisión (amenazas físicas a ellas, a sus familiares o hijos que
muchas veces permanecen en sus países de origen, utilización de creencias
místicas o mágicas como el vudú o similares, deudas contraídas que las
mantienen atadas a sus explotadores). Un infierno en vida que en el caso de sus
cuerpos pagan con lesiones, roturas de huesos, quemaduras, cortes o heridas.
“Destacan innumerables problemas ginecológicos, pero también problemas de salud
general, como enfermedades infecciosas respiratorias, digestivas o urinarias
relacionadas con sus condiciones de vida. También padecen el agravamiento de
trastornos o enfermedades psicosomáticas: dermatosis (eccemas, psoriasis),
gastropatías (gástrica o duodenal, enfermedad por reflujo gastroesofágico),
problemas reumatológicos…. A esto se unen las consecuencias físicas de la
violencia corporal y sexual a la que están sometidas (puñetazos, golpes con
objetos contundentes, heridas de arma blanca, secuelas de violaciones y abusos,
quemaduras, etcétera”, describe Renuncio.
A dicho cuadro médico se unen
trastornos alimentarios, problemas de sueño, fatiga o relacionados con la
privación de necesidades básicas. “Estos trastornos estarían en relación con la
alta presencia de problemas psicológicos originados mayoritariamente en su
historia previa de abusos infantiles o juveniles, y potenciados por la trata y
su situación de explotación. Sin duda, como comentábamos anteriormente también
son innumerables y graves los problemas ginecológicos que las afectan. Presentan
una mayor prevalencia de infecciones vaginales, vaginosis bacteriana o
candidiasis vaginal. También están incrementadas las infecciones de transmisión
sexual (ITS), como las infecciones por trichomonas, gonorrea, herpes genital,
sífilis, hepatitis B, hepatitis C o VIH. Estas infecciones genitales pueden ser
bastante graves y derivar en una enfermedad inflamatoria pélvica, una afección
del aparato reproductor interno (útero, trompas y ovarios), que puede dar lugar
a infecciones complicadas, abscesos pélvicos y requerir cirugía para su
resolución, ocasionando importantes secuelas para su salud presente y futura, y
comprometiendo en ocasiones la vida de la mujer”, describe Renuncio.
Según este reputado ginecólogo
sus problemas se potencian por el escaso o nulo control médico y de prevención.
“Esto ocasiona que se favorezca la no curación y transmisión de estas
enfermedades y que su detección se produzca en estadios más avanzados y con
mayores tasas de complicaciones”, dice. Por otro lado, en función de las
prácticas a las que son sometidas, las afectadas se pueden encontrar con
infecciones orales o faríngeas en caso del sexo oral; o en casos de sexo anal
problemas de estreñimiento, diarrea o incluso lesiones anales o rectales, como
fisuras y desgarros anales, o incontinencia fecal.
Asociado al uso inadecuado o
directamente al no uso del preservativo Renuncio también destaca como aumenta
“la prevalencia de lesiones premalignas de bajo o alto grado ligadas al virus
del papiloma humano (VPH), como las displasias de cérvix, vaginales o vulvares,
o la presencia de condilomas o de verrugas genitales. Y como consecuencia de la
degeneración de estas lesiones premalignas, la aparición de lesiones malignas
que pueden derivar en un cáncer invasor de cérvix, vulva o vagina. Y también
otros problemas ginecológicos como alteraciones del ciclo menstrual, sangrados,
complicaciones causadas por el mal uso de los anticonceptivos o de los productos
higiénicos para la menstruación, como las esponjas vaginales… No es infrecuente
la aplicación de cremas anestésicas en la vulva y en la vagina para tratar el
dolor y las irritaciones genitales ocasionados por las relaciones sexuales
repetidas. En el contexto de una práctica sexual repetida y ante abusos
sexuales no es infrecuente descubrir la presencia de lesiones genitales que
incluyen desde irritaciones o erosiones vulvovaginales, hasta desgarros y
lesiones vulvares, vaginales o cervicales”.
Y para concluir con otro de los
problemas con los que dicho ginecólogo se encuentra están los embarazos no
deseados por fallos anticonceptivos o violaciones y de la incidencia de
interrupciones voluntarias del embarazo (tanto médicos como clandestinos) y de
las graves complicaciones que se pueden derivan de ellos. “Esto provoca
sangrados, infecciones genitales o urinarias, perforaciones uterinas, lesiones
de órganos adyacentes o incluso la muerte”, describe.
El dolor invisible
A todos estos padecimientos en el
cuerpo se suman los que no se ven pero que duelen igual o más. Y es que tal y
como asegura Laura Redondo, psicóloga jurídica y forense así como doctoranda en
Violencia Sexual, “las mujeres que han sido explotadas sexualmente presentan
cuadros de afectación psicológica similares a los de los veteranos de guerra de
la Primera y Segunda Guerra Mundial que al volver a sus casas tenían un cuadro
psicológico de daño producido por las vivencias traumáticas. Estas mujeres son
supervivientes de otra guerra que está invisibilizada”, remarca a Público.
El efecto más inmediato se
traduce en el desajuste psicoemocional, en las relaciones interpersonales o
sociales que viven o en problemas de enfermedad mental como los trastornos de
estrés postraumático. “Una víctima que ha vivenciado un trauma severo tiene
convivir diariamente con secuelas como revivir el suceso, pesadillas
recurrentes, evitación personas o lugares, falta de ganas de realizar
actividades que ante le producían placer, o incluso pérdida de placer o la
percepción de que no tiene reactividad emocional, estando desapegada de seres
queridos o viviendo como un autómata. Esto a su vez, como es lógico, limita su
funcionamiento a distintos niveles, desde interpersonal a social, sufriendo
anulación, indefensión”, remarca Redondo. “Entre el 60 y el 70% de las mujeres
prostituidas sufre este síndrome. Para que nos hagamos una idea de la gravedad
de este porcentaje señalar que entre la población general menos de un 5% de las
personas sufren este síndrome”, añade Renuncio.
Por otro lado Redondo comenta que
dado que en la mayor parte de los casos se trata de mujeres socialmente
desprotegidas y por tanto víctimas más vulnerables acaban necesitando mayor
ayuda y atención. “Los datos hablan de cómo las mujeres prostituidas tienen
hasta 200 veces más la probabilidad de sufrir una muerte violenta que la
población normal y un índice de sufrimiento mayor que el sufrido por veteranos
de la guerra. Viven una situación muy dura donde tratan de deshumanizarlas y
anularlas para así utilizarlas como objetos o mera mercancía intercambiable”.
Además, tal y como describe Abel Renuncio, “también hay que señalar que son muy
frecuentes los suicidios o los intentos de suicidio o de cómo tienen hasta 40
veces más riesgo de ser asesinadas que el resto de la sociedad”.
Ante este panorama las víctimas
de este negocio patriarcal reaccionan defendiéndose de manera inconsciente
normalizando la conducta violenta. “Cuando algo es normal el impacto es menor a
corto plazo, si bien esto no quita que genere secuelas. Cuando, además, este
tipo de interacción se manifiesta en lo que denominamos “ciclo de la violencia”
se alternan con cuestiones positivas (muestras de afecto, regalos, cenas, ropa,
etc.) que tratan de difuminar la situación real. Por tanto, la percepción
subjetiva de la mujer víctima tiende a minimizar la gravedad de la situación en
la que está como un mecanismo de defensa, a la par que suele haber un proceso
de culpabilización del maltrato (“me obligas a hacerlo”) que hace que
efectivamente, piensen que es lo que merecen e incluso que tienen suerte pues
podría ser peor”, señala Redondo.
A esto dicha profesional añade el
proceso de minimización de su autoestima, tergiversación de su identidad,
manipulación o engaño, “o una situación de vulnerabilidad, que en no pocas
veces induce a considerar que este tipo de interacciones son las naturales, al
no conocer otras diferentes con las que poder realizar una comparativa”,
explica a Público.
Otra de los efectos que tiene ser
prostituida es la relación patológica con los hombres a los que ven bajo el
prisma de su relación con los puteros. “Las interacciones en relaciones de
desigualdad y maltrato no son inocuas para ninguna de las partes. Si hemos
tenido modelos tóxicos, de sumisión, no reconocimiento del deseo propio, esto
es lo que asumimos como modelo a seguir. Por eso los programas de prevención
incluyen educación sexual que debe mostrar modelos alternativos psicoafectivos
saludables. Más cuando en la mayoría de las ocasiones el modelo de sexo es el
que trasmite la pornografía, un modelo nocivo, que objetualiza a la mujer, y
que genera expectativas que truncan el sano desarrollo sexual y afectivo. Esto
está íntimamente ligado con lo emocional, donde el abuso, maltrato y la
desconsideración del deseo del otro o la ausencia de empatía son muchas veces
la norma. Por tanto, las necesidades afectivas no están cubiertas y el patrón
de relación tóxico es normativizado”, resume Redondo.
Trastornos disociativos
Ante la dura realidad en la que
se encuentran todas estas mujeres la salida para sobrevivir a la misma es
anestesiarse y adaptarse a ella. Un ajuste que se traduce en negar la propia
situación o en tener la percepción de falso control sobre ella. “Uno de los
trastornos de mayor estudio más allá del Trastorno por Estrés Postraumático es
el disociativo donde la persona se disocia o desconecta de la realidad dado el
carácter hostil de la misma para evitar mayor daño”, explica la doctoranda en
Violencia Sexual. “Cuando este se produce a raíz de un trauma existen lagunas
de memoria, sensación de irrealidad o estar en una película, problemas de
identidad e incluso identidades alternativas. Ambos trastornos pueden ir
acompañados de otras sintomatologías que evidencian la experiencia traumática
vivida como ansiedad, depresión e incluso ideación suicida”.
Así las cosas los expertos
coinciden en la falta de atención a la historia de la violencia sexual y
doméstica que sufren (según varios estudios el 80% al 95% de las prostituidas
la padecen) y las consecuencias de la práctica de la prostitución: depresión,
ansiedad, fobias, negligencia agravada para cuidar de su cuerpo y su salud. “En
general la violencia sexual ha sido una materia pendiente en nuestro país.
Pensemos que la última modificación del Código Penal es del 1995 donde se
trasladó el foco de delitos contra el honor a delitos contra la indemnidad y
libertad sexual tras siglo y medio de vigencia de esta concepción. Cuando
además hablamos del mayor estertor de la desigualdad como es la explotación
sexual de las mujeres sumamos mayores factores que dificultan su abordaje:
tabú, cuestiones de clase e incluso racismo. Por tanto, su abordaje es más
complejo, pero no inviable”, cuenta Redondo.
Por ello dicha forense apunta a
ir a las causas que provocan esta injusta realidad y hacerlo apuntando a los
consumidores a la par que explicando las causas por las que las mujeres acaban
en la prostitución. “Si se diera el caso de que esto respondiera a una elección
sin condicionantes de ningún tipo no tendría sentido hablar de explotación
sexual. Pero el caso es que la libre elección en la mayor parte de casos es un
mito, tal y como nos revelan datos como una edad de inicio global en 13 y 14
años, o situaciones de vulnerabilidad de fondo como haber sufrido abuso sexual
o malos tratos en la infancia. A este respecto es importante resaltar que, tal
y como el Código Penal Internacional Europeo estipula, cualquier consentimiento
no tiene validez si hay una situación de vulnerabilidad, siendo conscientes
desde Naciones Unidas (2011) de cómo los condicionantes situacionales alteran
la toma de decisión, pues si hay necesidad no hay libertad”, subraya dicha
profesional.
Redondo también apunta al debate
actual de ver la prostitución como un trabajo más para explicar las secuelas en
las victimas. “Si tal y como afirman determinados sectores, fuera un trabajo al
uso, ¿provocaría secuelas? Lo cierto es que cuando trabajar produce secuelas
está penado, es un delito, estaríamos hablando de acoso laboral o mobbing y
tiene consecuencias, desde penales a civiles. Si nos encontramos con que las
supervivientes tienen trastornos por estrés postraumático, es decir, evidencias
psicológicas de huella derivada de un trauma en la línea de perfiles de
agresiones sexuales, es que estamos ante una victimología. En este caso además,
una multivictimología, que puede provocar distintas patologías como ansiedad y
depresión y que tienen que ver con el hecho de revivir el suceso o evitar
lugares o actividades, a trastornos de pánico, afectación emocional,
incapacidad de sentir, etc.”, esgrime Redondo.
La solución es la abolición
Con todo lo expuesto dicha
experta tiene claro que la explotación sexual no puede ser negociada cuando es
un foco de daño y sufrimiento y que ha de ser erradicada. “Hay una línea clave:
necesitemos políticas abolicionistas que comprendan que primero tiene que venir
la ayuda a las víctimas en primer término y la prevención de estas casuísticas
para luego pasar a otras medidas necesarias como las sanciones a los
consumidores, que como consumidores sean los demandantes del negocio de tráfico
de humana”.
Por último la forense apunta que
es fundamental tener un modelo centrado en la víctima y sus necesidades reales,
basándose en la evidencia y en profesionales que estén a la altura en
conocimientos sobre estas cuestiones. “Para esto se necesitan planes
específicos y estratégicos que estudien de primera mano las situaciones reales,
que escuchen a las supervivientes, y que las apoyen a todos los niveles, desde
sistemas de apoyo, prevención e intervención en la Infancia y Adolescencia
(teniendo en cuenta el maltrato, abuso infantil, negligencia y abandono), a
sistemas de detección, evaluación e intervención, alternativas a su situación,
ayudas, etc. Nos tiene que quedar claro, que como afirman diferentes sectores
desde supervivientes, académicas, activistas a profesionales, que mientras siga
habiendo un oasis en el que la violencia contra la mujer esté permitida, no
podremos hablar de una igualdad real”.
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