La prostitución y el mito de la libertad
27/02/2019
AUTORA
Tasia Aránguez Sánchez
Resposable de Estudios Jurídicos
de la Asociación de Afectadas por la Endometriosis (Adaec) y profesora del
Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada
La libre elección, el derecho a
procurar mi propia felicidad, mi derecho a autodeterminar mi identidad, el
libre desarrollo de mi personalidad, la elección de mi estilo de vida en una
sociedad tolerante, la meritocracia, el emprendimiento, el empoderamiento, mi
derecho a perseguir mi voluntad, mi derecho a defender mis intereses…estas
nociones son el corazón de la utopía liberal que, tras varios siglos desde las
primeras enunciaciones liberales, aún mantiene la hegemonía ideológica de
nuestro mundo.
No cabe duda de los cambios
positivos que el liberalismo trajo al mundo frente a la sociedad estamental del
Antiguo Régimen. Además, el ideal de la libertad sirvió y sigue sirviendo de
inspiración para la lucha feminista y estuvo presente desde el comienzo en la
lucha anticolonial. También inspiró al movimiento obrero: el marxismo evidenció
las contradicciones entre esa libertad proclamada y la realidad material de la
clase obrera.
En nuestros días, en un contexto
de economía neoliberal, no solo existe una contradicción entre la libertad
sobre el papel y la libertad real, sino que además el mito de la libertad se
utiliza para ocultar la opresión. Así, nos hacen creer que emigramos por
espíritu aventurero, o como denuncia el filósofo Zizek, que el paro es la
situación ideal para reinventarse. Se nos invita a contentarnos con salarios
bajos a cambio de “una buena imagen” y a percibir nuestra situación de falsas
autónomas como la oportunidad de ser empresarias de nosotras mismas.
La creciente desigualdad no nos
indigna tanto si la vemos como un estilo de vida que hemos elegido porque somos diferentes. Con respecto a la
tolerancia liberal, señala Zizek, esta significa que cada persona es libre de
hacer lo que quiera siempre que se mantenga apartada y no nos contamine con sus
diferencias incómodas.
La inclusión liberal es
frecuentemente un fetiche humanitario, un juego de enumeraciones con muchas
comas, un anuncio de coca-cola que enfatiza la diferencia y la vuelve un
folclórico producto de consumo sin permitirnos dialogar con ella, incluyendo la
crítica argumentada, y transformarnos a nosotras mismas en ese intercambio.
La libertad se ha convertido en
la ideología legitimadora que oculta la desigualdad social. La filósofa Martha
Nussbaum rechaza la concepción liberal que ve los derechos humanos como una
voluntad o una libertad individual que se ha de proteger. En primer lugar hay
que señalar que los deseos son muy maleables, son adaptables a las expectativas
y posibilidades. Aprendemos a no desear cosas que la realidad social y política
pone fuera de nuestro alcance. Una niña que jamás en su vida ha probado un
helado y que no sabe ni que existe, no puede desear comer uno.
Con frecuencia las aspiraciones
de las mujeres se adaptan a las descripciones propias de su época sobre el
papel que les corresponde, en términos de belleza, inclinación al cuidado,
convicción acerca de nuestra supuesta debilidad física, etc. Además las mujeres
podemos llegar a aceptar una mala situación si no podemos acceder a ninguna
mejor, incluso aunque eso implique peligro para nuestra vida, nuestra
integridad física o sufrir ofensas constantes contra nuestra dignidad.
De este modo, un ideal social que ponga el acento en la
libertad, sin destacar la necesidad de unas condiciones previas de igualdad,
termina por reforzar un statu quo injusto y por frenar cualquier cambio real.
Es frecuente que en nuestra sociedad escuchemos discursos que culpan a las
mujeres de la opresión que padecen, achacándola a sus propias “elecciones”
(ella eligió a ese hombre, ella eligió continuar con él, ella decidió tener
hijos, ella decidió ir a su casa, ella decidió dejar su trabajo para cuidar,
ella decidió estudiar esa carrera).
Estos discursos minimizan el modo
en el que la ideología patriarcal moldea los deseos de las mujeres, y también
minimizan el hecho de que necesitamos información y medios materiales para
poder tomar decisiones libres. Por ejemplo, imaginemos que a una persona se le
ofrecen dos “soluciones” frente a su problema de salud: morirse o ser amputada.
La persona escoge la amputación, ¿hubiera escogido lo mismo de tener más
alternativas sanitarias?
Las personas de izquierdas están
bastante de acuerdo con lo expuesto hasta aquí. Sin embargo, cuando entra en
juego la esfera de la sexualidad, casi todo el mundo parece volverse
repentinamente neoliberal. Por suerte, ahí están las feministas como Ana de
Miguel, Rosa Cobo o Pilar Aguilar para denunciar los mitos liberales. El
feminismo denuncia que la sociedad patriarcal, en alianza con el capitalismo,
ha elaborado el mito de la libre elección: la idea de que las mujeres
permanecen en posiciones de subordinación por voluntad propia. La prostitución
y los vientres de alquiler son fenómenos que expresan la manifestación extrema
de este discurso.
Este mito de la libre elección,
al aunarse con el patriarcado, llega a extremos terribles. Como sostiene
Catharine MacKinnon, la noción del consentimiento sexual en la sociedad
patriarcal actual llega a ser tan perversa que una mujer puede estar muerta y
supuestamente haber consentido la relación sexual. Según la jurista, las
mujeres somos educadas en la sociedad de la pornografía para desear ser
humilladas, y el patriarcado llama a eso “libertad sexual de las mujeres”. No
importa lo que le ocurra a una mujer, que puede ser torturada o empalada: si
eso se produce durante una “relación sexual”, la sociedad patriarcal presumirá
su consentimiento, sin que apenas importen sus palabras o los hechos.
Es en este contexto teórico donde
se produce el “debate” sobre la prostitución. El mito de la libre elección
llega a emplearse para argumentar a favor del derecho de las mujeres a elegir
prostituirse. Muchas personas que se declaran de izquierdas, feministas o
incluso feministas interseccionales (antirracistas) deciden pasar por alto, en
este caso, los aspectos estructurales del fenómeno y mirar el asunto como si
consintiese en la firma de un acuerdo entre dos personas libres e iguales.
Poco les importa que casualmente
los puteros sean hombres y las prostituidas las mujeres, no les importa que la
inmensa mayoría de las mujeres prostituidas sean inmigrantes, no les importa
que la prostitución sea un fenómeno terriblemente racista y colonial, les da
igual que la prostitución sea el tercer negocio más lucrativo del planeta ni
que los hombres de la mafia proxeneta sean sus grandes beneficiarios, poco les
importa que las mujeres prostituidas carezcan de opciones laborales o de
papeles, o que provengan de historias de violencia de género o de abuso sexual
infantil, poco les importa que las mujeres sean tratadas como cosas y que gran
parte del “morbo” radique en la impotencia y desesperación de las mujeres, poco
les importa que su salud sea puesta en grave riesgo constantemente, que sufran
niveles de violencia incomparables con ningún trabajo asalariado, o que no sea
posible establecer medidas de seguridad e higiene laboral ni inspecciones de
trabajo.
Se empeñan en defender el ideal
de un pacto entre personas autónomas, iguales y libres cuando saben
perfectamente que los puteros exigen constantemente “género nuevo”, lo que
exige un nivel de movilidad constante solo posible en un modelo de “gran
empresa” organizado por cuenta ajena y a escala internacional, que mueva
grandes sumas de dinero, como es el caso de la industria proxeneta.
La “libertad sexual” se confunde
con “libertad para desear lo mismo que desean los hombres” y se tacha de
puritano el discurso feminista que defiende el derecho de las mujeres a tener
relaciones sexuales solo cuando satisfagan nuestro placer afectivo-sexual (y no
solo el placer masculino, como es usual). Se nos acusa de estigmatizar formas
de sexualidad disidente por puritanismo.
En primer lugar, la prostitución
no es una sexualidad disidente, sino una de las grandes expresiones de la
ideología patriarcal y capitalista dominante. El segundo lugar, nuestra
motivación, lejos de ser puritana, se basa en una concepción igualitaria de la
libertad y en una concepción emancipadora de las relaciones sexo-afectivas. El
tercer lugar, las abolicionistas no estigmatizamos a las mujeres prostituidas,
sino que es la dinámica prostituyente/patriarcal la que estigmatiza a las
mujeres a las que concibe como seres para usar y desechar. Las abolicionistas,
seamos o no sobrevivientes de la prostitución, nos percibimos como parte de la
clase sexual de las mujeres y nos negamos a reproducir la división tradicional
entre esposas y putas, que tiene como finalidad impedir la alianza de las
mujeres.
Por último, creo que el estigma
no es el único problema, ni el problema principal de las mujeres prostituidas,
del mismo modo que la victimización no es el único ni el principal problema de
las mujeres víctimas de violencia de género en la pareja. El énfasis desmedido
en el estigma forma parte del intento liberal de sustituir las desigualdades
sociales por una falsa tolerancia multicultural.
Cuando las feministas insistimos
en llevar a la agenda política la prostitución lo hacemos porque pensamos que
la posición que adopte sobre este tema un partido político o una organización
muestra con especial claridad si se ubican dentro de la ideología neoliberal
dominante o si se ubican en una crítica al mito de la libre elección. Si un
partido de izquierdas transige con el discurso liberal sobre la prostitución,
pensaremos de forma fundada que harán lo mismo con la “uberización” de la
economía y con el retroceso en los derechos sociales.
Como mínimo pensaremos que los
derechos de las mujeres les importan tan poco que son incapaces de aplicar a
las mujeres los mismos principios que aplican para analizar el mundo del
trabajo. Ningún supuesto antirracismo tendrá para nosotras credibilidad si es
capaz de ver la injusticia de los CIE pero no es capaz de ver la opresión
específica por razón de sexo que sufren las mujeres inmigrantes prostituidas. Ningún
supuesto feminismo tendrá para nosotras la más mínima credibilidad si considera
que la sexualidad es “la gran excepción” y que la libertad de las mujeres es la
única que no necesita una base de igualdad material para ejercerse.
https://tribunafeminista.elplural.com/2019/02/la-prostitucion-y-el-mito-de-la-libertad/
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