miércoles, 5 de febrero de 2020

“El putero moderno se consiguió una niñera queer” de Kajsa Ekis Ekman


“El putero moderno se consiguió una niñera queer” de Kajsa Ekis Ekman*

8 MARÇ
Artículo original en inglés (The modern john got himself a queer nanny) en Feminist Current (agosto 2016).
Traducción del colectivo “Mujeres por la Abolición de la prostitución”.
* Periodista, escritora y activista sueca, autora del libro “El Ser y la mercancía. Prostitución, vientres de alquiler y disociación” que será publicado próximamente en castellano.

 “El putero moderno se consiguió una niñera. Pasa algo raro en los debates sobre la prostitución: mientras que la casi todos los que solicitan servicios de índole sexual son hombres, la abrumadora mayoría de los intelectuales que defienden la prostitución son mujeres. Se trata de un fenómeno extraño que, ciertamente, merece que se lo analice por separado.

En teoría, el putero tiene razones de sobra para preocuparse. Está, por primera vez, en el centro de la discusión: los legisladores, cada vez con más frecuencia, los tienen a ellos (o a la “demanda”, para usar un término empleado por las ONG) en la mira y el modelo nórdico ha sido elogiado por el Parlamento Europeo, que reconoce que es el modelo que mejor combate la trata de personas. Además, los movimientos conformados por sobrevivientes de la prostitución crecen día a día en todo el mundo. Las mujeres se animan a alzar la voz, como sucede en Prostitution Narratives: Stories of Survival in the Sex Trade (“Narrativas de la prostitución: historias de supervivencia en el comercio sexual”), un libro de publicación reciente que devela lo que los puteros realmente les hacen a las mujeres en prostitución. Es la primera vez en la historia que tantas mujeres colectivamente revelan lo que pasa en el mundo de la prostitución, un mundo en el que, hasta no hace mucho, un hombre podía hacer casi cualquier cosa con una mujer sin que nadie se enterase. Esos tiempos ya se acabaron: el putero se está volviendo una figura visible. Crece la tensión. ¿Hemos llegado a un punto en la historia en el que a una mujer le tiene que gustar un hombre para que él pueda acostarse con ella?

A pesar de todo esto, al putero no se le conoce la voz. No necesita hablar. Como siempre, cuando un hombre está bajo amenaza, llega una mujer para ayudarlo: a la vanguardia del discurso que intenta presentar a la prostitución como un “trabajo” no está el putero, sino la académica mujer. En cualquier revista, conferencia o evento en el que se esboce una leve crítica al putero, ahí se alzará una académica proprostitución para defenderlo.

¿Quién es esta académica? Ella se denomina una “subversiva”, una “revolucionara” o una “feminista”, incluso. Por esa razón es que el putero la necesita de embajadora: que una mujer como ella defienda la prostitución hace que parezca el epítome de la liberación femenina: un intercambio de bienes por dinero que es justo para ambas partes, una práctica moderna y socialista que además es pro LGBT y queer. Pero, el putero la necesita más que nada porque, cuanto más hable ella, más nos olvidaremos de que él existe.

El acuerdo tácito pactado entre el putero y la académica proprostitución es que ella va a hacer todo lo posible por defender el modo de actuar del putero, al tiempo que se asegura de que nunca se hable de él. La académica, entonces, habla sin parar sobre la prostitución, pero jamás nombra al putero, porque ella está para asegurarse de que la discusión sobre la prostitución siempre termine en las mujeres. La académica queer usa a la mujer prostituida como escudo protector del putero. Le hace de todo: la analiza, la reconstruye y la deconstruye, la presenta como modelo a seguir y hasta la usa de micrófono (es decir, para acrecentar su fama como académica). A través de este mecanismo, se posiciona como la feminista “buena” que lucha contra las feministas “malas”.

La jugada imita la prostitución a la perfección: la prostituta es visible, se la ve en la calle y en los bares, pero el putero sólo pasa por ahí sin ser visto, lo que hace él no genera vergüenza ni hace que se tejan mitos alrededor de su figura. La función de la académica queer es asegurar la continuidad de ese status quo para el putero.

Ante lo que nos encontramos es una defensa de la prostitución pensada como un escudo doble, ya que a cualquiera que quiera debatir sobre la prostitución le va a costar llegar al putero, porque en el medio se encuentran la académica y la “trabajadora sexual”. Cualquier intento que se haga de hablar de lo que hace, piensa o dice el putero rebota y se termina convirtiendo en una discusión sobre las identidades de las mujeres o en una pelea.

La académica pro-prostitución tiene su propia definición de “debate intelectual”: le dice “escuchar” a cuando ella habla. Asegura que no está de por sí a favor de la prostitución, sino que solamente “escucha a las trabajadoras sexuales”. Cuanto más fuerte habla, más asegura de que eso es prueba de que “escucha”. Cuando se le presenta una persona que no está a favor de la prostitución, denuncia que se la está “silenciando”.

El surgimiento de los movimientos conformados por sobrevivientes de prostitución ha mostrado que la supuesta capacidad que tiene la académica para escuchar a las mujeres en prostitución, está condicionada. Cuando las sobrevivientes hablan en contra de la prostitución, la académica queer puede proceder de dos formas: o directamente no las escucha o argumenta en contra de ellas. Ahí es cuando queda al descubierto que no defiende a la voz de las “trabajadoras sexuales”, sino al putero.

Esta académica es de las hacen denuncias en las redes sociales si se cruza con un hombre que cree que sabe más que ella (mansplaining) o que acapara mucho espacio en el transporte público (manspreading), o si alguien la trata de “preciosa” o si alguien dice que las mujeres se embarazan y no usa el término “personas”, que es más abarcativo. Uno no puede evitar preguntarse cómo es que la indignación que le nace ante esos detalles logra convivir con la insensibilidad que demuestra al hablar de una industria que, según estudios, es la más mortal para las mujeres.

No hay que olvidar que para ella, al igual que para el putero, la mujer en prostitución es “otro tipo” de mujer. Es cierto que la académica emplea un tono de admiración para hablar de la prostituta, mientras que el putero utiliza solamente desprecio, pero, en el fondo, se trata de lo mismo.

La verdad es que la académica queer no es una revolucionaria o una feminista, ya que ni siquiera intenta defender a las mujeres, sino que, más bien, es la niñera del putero. Se trata de una de las funciones más antiguas pertenecientes al patriarcado. La académica lo tranquiliza cuando está preocupado y considera a sus enemigos como propios. Vigila que nadie le saque los juguetes, sin importar lo que él les haga a los demás. Es como aquella niñera de antaño que siempre trataba al hijo varón de la familia como niño y amo al mismo tiempo: obedecía sus pedidos, limpiaba el lío que dejaba y lo subía al regazo para que llore. La niñera, más que cualquier otra mujer dentro del patriarcado, es la figura de la mujer comprensiva. No soporta ver a su joven amo con hambre y por eso él siempre come antes de que ella se prepare algo, pero nunca lo trata como a un hombre con responsabilidades. Sin importar cuántos años tenga, para ella siempre va a ser un niño que no puede controlar su comportamiento. La niñera fue la que permitió que los hombres de clase alta sean, al mismo tiempo, jefe y niño irresponsable. No se puede entender al patriarcado sin comprender cómo la “niñera” le dio forma a los hombres que se encuentran en los escalafones más altos de la masculinidad.

El putero personifica a este tipo de hombre. El tipo de hombre que da órdenes y pretende que le cumplan todos los caprichos, pero que no se hace responsable de su comportamiento. Si le arruina la vida a otras personas, les contagia ETS a mujeres en situación de prostitución y a la propia esposa, contribuye a que se mantenga el negocio de la trata de personas, ¿cuál hay? Ni que fuese problema de él…

El putero de la actualidad no tiene una niñera literal, pero encontró algo parecido en la académica proprostitución: una niñera queer que lo tranquiliza cuando está alterado, se encarga de sus necesidades y lo defiende del mundo exterior. De esta manera, el putero puede seguir fanfarroneando sobre todas las “putas” que se va a coger en los viajes que haga, aunque él nunca aceptaría que su hija se hiciera prostituta (ni tampoco se casaría con una). Puede seguir mirando películas porno pero cuidado con que la novia se porte como “una puta”. Nunca la niñera lo va a retar. Nunca va a entrar en los foros de puteros donde los hombres se congregan para darles una puntuación a las prostitutas a decirles que no tienen que llamarlas “putas”, que el término correcto es “trabajadoras sexuales”. La niñera nunca lo va a retar por estigmatizar a las mujeres o por tener dobles estándares. Los hombres son hombres, después de todo…

Bien, si es así, entonces que crezcan y que hablen y se defiendan ellos solos. Si pagar por sexo es algo que está muy bien, que hablen y cuenten qué hacen y por qué, y que lo hagan utilizando sus propias palabras, las mismas que usan cuando van a los prostíbulos. Y cuando las supervivientes señalen a los puteros, que las niñeras se corran, que no dejen que los hombres se les cuelguen de la pollera en busca de protección. A las niñeras queer del mundo, les pregunto: ¿les pagan para hacer de embajadoras de los puteros, siquiera, o trabajan gratis? ¿Se ofrecen gratis, como lo han hecho mujeres por siglos, para proteger a los hombres y para no se los obligue a madurar y hacerse cargo de los que hacen?

Niñeras queer, a ustedes les hablo: renuncien. También ustedes se merecen algo mejor”.


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El debate sobre la prostitución y la regulación fantasma


El debate sobre la prostitución y la regulación fantasma
11/03/2019
Autora  Jorge Armesto
Padre, compañero, amigo, hijo, hermano que es lo que de verdad importa. Escritor, músico y fotógrafo aficionado. Trabajador público.

Hace algunos años, científicos como Richard Dawkins o matemáticos como John Allen Paulus publicaron trabajos en los que trataban de refutar racionalmente los argumentos clásicos a favor de la existencia de Dios. Desenmascararon el de la causa primera, la apuesta de Pascal, o el diseño inteligente. Y plantearon, además, alguna objeción ingeniosa, como aquella que se pregunta cómo es posible que Jesús fuese un varón, si el cromosoma Y (que determina que un individuo mamífero sea macho) solo se transmite de padres a hijos.

Sin embargo, me atrevo a sospechar que ninguna de estas brillantes argumentaciones convenció siquiera a un solo creyente. La religión y la ciencia operan en planos distintos e irreductibles. Y para alguien capaz de creer en el inmenso entramado quimérico de una religión, ¿qué más da un cromosoma más o menos?

Desgraciadamente, el debate en torno a qué hacer ante el drama de la prostitución se mueve en parecidas coordenadas, circunscribiéndose únicamente a valores abstractos que parecen desplegarse en una especie de limbo ideológico. De hecho, en la casi generalidad de las ocasiones, la controversia se plantea exclusivamente en términos moralistas, entendiendo este moralismo como lo define Wendy Brown: “síntoma y expresión de impotencia analítica” e “incapacidad para vislumbrar hacia donde encaminar la acción”, producto todo ello de una desorientación política radical.

En su excelente libro La prostitución, Beatriz Gimeno reconoce que abolicionistas y regulacionistas ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo en lo que deberían ser los aspectos más objetivos de la cuestión, como los datos empíricos, la metodología de estudio, la definición de los conceptos o la valoración de tales o cuales políticas. Esto evidencia nítidamente que la discusión sobrevuela sus aspectos más terrenos para inflamarse estallando con estrépito en un moralismo gaseoso, que se expresa casi únicamente en forma de reproche. Citando de nuevo a Wendy Brown: “En lugar de rendir cuentas analíticas convincentes sobre las fuerzas que generan injusticias y ofensas, los reproches moralistas condenan la manifestación de estas fuerzas dentro de observaciones y eventos particulares”. O, dicho de otro modo, el discurso moralizador es el sustitutivo impotente de la práctica y del estudio real de las fuentes del problema.
Sin embargo, aunque ambas partes participan del debate en parecidos términos, no me parece que ambas sean igualmente responsables de mantenerlo en ese espacio etéreo y convenientemente incorpóreo. Es verdad que, en justicia, también se le puede pedir al abolicionismo un mayor esfuerzo propositivo sobre medidas concretas que lleven a su objetivo, pero en lo que respecta únicamente a la dicotomía entre regular/no regular, la posición fundamental del abolicionismo, esto es: el cuerpo de la mujer no puede regularse como objeto de consumo recreativo para el hombre, sí es una posición moral de principios. No moralista, sino moral.
Frente a esto, el regulacionismo alardea de ofrecer soluciones realistas para tratar de atender a los problemas específicos del presente. Pero, de un modo bastante paradójico, tal pretensión de realismo e intervención directa en lo material no se expresa en propuestas concretas. Al contrario, es precisamente el discurso que pasa por ser más pegado a la praxis el menos capaz de definición y el que más abusa del reproche moral. En este mundo al revés, el esfuerzo intelectual por tratar de averiguar o predecir las posibles consecuencias efectivas que podría acarrear una posible regularización de la prostitución se lleva a cabo únicamente desde el abolicionismo mientras que los textos o manifiestos regulacionistas nada regulan, convirtiéndose en una concatenación de ambigüedades, buenos deseos y dogmas para los que se necesita de mucha fe.

Cada vez que se publica una de estas aportaciones me lanzo ávido a leerla buscando un atisbo de esa regularización que dicen regular. Pero en cada ocasión solo encuentro acusaciones contra sus compañeras abolicionistas a las que se califica, por ejemplo, con expresiones como “mamá abola blanca y asistencialista” siendo habitual el reproche de preocuparse únicamente por sus intereses de mujer blanca de clase media. Increpar hoscamente sí; pero regular, lo que se dice regular, nada se regula.

el esfuerzo intelectual por tratar de averiguar o predecir las posibles consecuencias efectivas que podría acarrear una posible regularización de la prostitución se lleva a cabo únicamente desde el abolicionismo

Voy a revelar un caso personal que creo bastante ilustrativo. Hasta no hace mucho colaboraba con un medio de comunicación que se autodefine como diferente, asambleario, democrático y de propiedad colectiva. Tras años de relación provechosa para ambas partes les envié una primera versión sobre posibles consecuencias prácticas de legalizar la prostitución que está ahora recogido en la antología: “Debate prostitución: 18 voces abolicionistas”. A vuelta de correo se me advirtió que el texto sería revisado por una persona experta quien, a los pocos minutos lo censuró justificándose con tres líneas un tanto groseras.
Al margen de la decepción personal por tales comportamientos, que no parecen ni respetuosos ni asamblearios, y aunque envidio y admiro la concisión de quienes son capaces de ser faltones en solo tres líneas (¡ya quisiera yo!), lo relevante aquí es por qué esa persona experta no usó sus conocimientos para refutar reflexivamente las cuestiones que ese artículo esbozaba con buena intención y así enriquecer el debate en lugar de amputarlo con toscos modales.

Algunos de los interrogantes que se plantean desde el abolicionismo con respecto al panorama que abriría una regularización de la prostitución son tan inquietantes que bien merecían algún tipo de esfuerzo intelectual tranquilizador más allá del improperio y la invectiva. Se anticipan escenarios de tal gravedad y consecuencias tan difíciles de calcular y tan extremadamente peligrosas que no estaría de más algún tipo de reflexión y estudio riguroso. Aunque sea con el ánimo de rebatir. Yo, desde luego, me sentiría bastante más tranquilo. En su lugar, el regulacionismo que nada regula, ignora sistemáticamente los fundados recelos que se plantean. Y es precisamente el sector que defiende unos principios éticos el que se ve obligado a proyectar argumentos de orden práctico que una y otra vez se estrellan contra un muro de arisco desdén. Así, el regulacionismo se mantiene en una cómoda posición en la que, como nada llega a regular, tampoco se siente obligado a refutar las objeciones a esa regularización espectral que solo existe como anuncio. Y, ocultando esa nulidad propositiva en una hostilidad catequizadora que se despliega con virulencia, mantiene una actitud que recuerda a un gruñón y sabelotodo aprendiz de brujo que juega temeraria e irresponsablemente con fuerzas a las que es incapaz de controlar.

Una de las coartadas en las que se sostiene esa posición de superioridad moral es la de atribuirse la verdadera voz de las prostitutas, algo que se hizo muy visible en la última polémica sobre la conveniencia de legalizar sindicatos de prostitutas. Se abre aquí un interesante asunto sobre la capacidad de ejercer esa representación, porque es evidente que hay un problema que acompaña a la regulación, y es determinar quién tendría la capacidad de regular.

En la literatura acerca del Holocausto se analizó el llamado “problema del testigo”. Agamben y Primo Levi reflexionan sobre la figura de los “Muselmänner”, esto es, el ser humano llevado ante el estadio anterior a la muerte que aún deambula, capaz de ciertas funciones físicas básicas, pero sin que se pueda saber si aún conserva la conciencia humana. El Muselmann sería el testigo integral, aquel que llegó hasta el final del horror, pero precisamente al rebasar ese estado ya no puede regresar para contarlo. Lo relevante para nuestro caso es que los que sobrevivieron al horror se sienten de algún modo incapacitados para representar del todo a las víctimas absolutas. Así, su experiencia es intestimoniable y solo puede narrarse, incompleta, desde fuera.

Pongamos ahora un nuevo ejemplo: imaginemos una habitación A con un personaje A y una idéntica habitación B con un personaje B. En ambos espacios A y B son sometidos a idénticas prácticas de cierta violencia física con idéntica coreografía e idéntico uso de la fuerza. Pero mientras que A está participando en un ritual masoquista deseado, B está siendo atormentado por un desconocido. ¿Podemos decir que A y B han vivido la misma experiencia? Físicamente es equivalente, pero es vivida no solo como distinta sino como radicalmente antagónica. Es la voluntad libremente expresada la que difiere entre una y otra y la que las convierte en opuestas.

Algo parecido ocurre con el discurso de aquellas prostitutas que juzgan su actividad deseable y hasta empoderadora. No es solo que no tengan capacidad para ser “testigos” y hablar por aquellas otras que han llegado hasta un lugar infinitamente más lejano del horror: es que de hecho son sus antagonistas absolutas. Son precisamente quienes encuentran aspectos positivos en la práctica de la prostitución las que están ontológicamente en las antípodas de aquellas mujeres que han sido llevadas a ese mundo forzadamente o incluso aquellas otras que se prostituyen “voluntariamente”, con una libertad degradada y muy disminuida por circunstancias terribles de pobreza y desamparo.

Cuando el regulacionismo se adjudica la voz de las prostitutas haciéndose eco sobre todo de aquellas que defienden su actividad, no solo toma la parte por el todo. Sino que además, esa parte no es significativa proporcionalmente, ni menos aún ontológicamente.

Desde esta perspectiva, ¿entenderíamos que el participante en el ritual masoquista “regularizase” la violencia ejercida contra su compañero en la habitación de al lado? ¿O no son acaso ambas realidades completamente irreductibles y radicalmente diferentes a pesar de compartir una forma externa común?
En un orden de cosas parecido, el filósofo Žižek afirma que –al contrario que lo que piensa la judicatura española- lo que hace que resulte veraz un testimonio de una víctima de violación es precisamente que sea confuso e inconsistente. Y que lo extraño sería que fuese meticuloso y ordenado. Es decir, que como dice el propio Žižek: “el contenido de la experiencia contamina la propia forma de hablar de ella”.

Cuando el regulacionismo se adjudica la voz de las prostitutas haciéndose eco sobre todo de aquellas que defienden su actividad, no solo toma la parte por el todo. Sino que además, esa parte no es significativa proporcionalmente, ni menos aún ontológicamente. O, dicho de otro modo, las personas que legítimamente creen que la prostitución fortalece su autonomía, impugnan y contradicen de un modo radical el silencio de la experiencia traumática de las víctimas que encuentra dificultades colosales para ser expresada. Y que, de serlo, no tendría esa forma de alegato emancipador. Eso, por no hablar de que solo desde entornos socioeconómicos desahogados se tiene acceso a los medios de comunicación capaces de divulgar ese mensaje liberador, en tanto que la experiencia de las víctimas es, en gran medida, inefable, invisible e inaprensible por los que no sufrimos sus padecimientos.

Quizá entonces, la única posibilidad, como en el caso de Primo Levi, es la de ser su voz prestada, externa y obligadamente incompleta y fragmentaria.
Entretanto, el enemigo no descansa. Y los pocos datos objetivos parecen dar cuenta de un crecimiento en el consumo de la prostitución y, sobre todo, de un cambio en la percepción social del putero, ahora cliente. Quizá no tenga valor científico, pero recuerdo de mi infancia que ser putero no era algo en absoluto bien visto ni era tema de conversación en espacios respetables. Dudo que siga siendo así. Tampoco entonces nadie sabía ni palabra acerca de la trata ni sobre las condiciones de esclavitud y violencia que sufrían muchas de esas mujeres a las que se consideraba “de vida alegre” o “moral distraída”. Hoy, sin embargo, el conocimiento generalizado y la difusión social de las condiciones horrendas que las prostitutas sufren no parece que frene el deseo de consumo de sus cuerpos. Me atrevería a decir que aquí opera ya el fetichismo de la mercancía, es decir, el velo que oculta el objeto de consumo de las condiciones de su elaboración. Y del mismo modo que sabemos que los balones de fútbol los cosen niños esclavos y lo olvidamos convenientemente cuando vamos a comprarle uno a nuestro hijo libre, también ese conocimiento de lo que está tras la prostitución se olvida juiciosamente en los ratos en que uno quiere echar un polvo. Si esto es así, quizá no tarde el día en que sea el capitalismo el que tenga el dudoso mérito de eliminar el estigma, porque se estigmatiza a personas, no a balones de fútbol. Y ya no son personas.

Hay, además, otras penosas consecuencias más allá del terrible desgarro que la controversia causa en el movimiento feminista. No hace mucho le preguntaban a Pablo Iglesias sobre la perspectiva de Podemos con respecto a la prostitución. Este se limitó a afirmar que una vez que el movimiento feminista consensuase una posición, el partido la asumiría sin reservas. O, lo que es lo mismo, que, entre tanto se concilia lo que parece irreconciliable, la izquierda transformadora en nuestro país carece de posicionamiento y no solo es incapaz de proponer iniciativa legislativa alguna, sino tampoco de construir otro sentido común distinto al que sí construyen las fuerzas de la explotación y el neoliberalismo. Es decir, que hay un espacio en el territorio en liza por la justicia social que entregamos a la barbarie sin oponer resistencia alguna.

Espero que me disculpen las lectoras que hayan llegado hasta aquí pues mi intención al escribir este texto era poner de relieve lo que tendría que ser una auténtica obviedad. Esto es: quienes pretenden regular, ¿no deberían aportar antes que ninguna otra cosa su idea de regulación? ¿A qué esperan para hacerlo? ¿A que les demos permiso? ¿A conseguir una unanimidad absoluta en la humanidad? La carencia de una propuesta sistemática de cómo sería esa regularización, entendiendo no solo su forma legal sino qué medidas se adoptarían para impedir posibles efectos indeseados, me resulta absolutamente desconcertante.
Supongo que es más fácil permanecer como un frente unido cuando uno se abstiene de entrar en aspectos enrevesados, obligadamente conflictivos, y solo se centra en vaguedades. También imagino que es más gratificante alcanzar la autocomplacencia moral redactando un artículo de folio y medio que articulando un complejísimo y minucioso anteproyecto de incontables páginas que trate de contemplar todos los supuestos y de contestar a todos los interrogantes. El que décadas de enfrentamientos y polémicas no hayan producido ni un triste simulacro de propuesta de corpus legal sobre el que discutir parece evidenciar una pereza intelectual inaudita. No hace mucho, la crítica Pilar Aguilar decía irónicamente en una red social que los manifiestos contra la sindicación de las prostitutas eran más largos y complicados de leer porque decían más cosas. Algo de eso hay.

El mercado del sexo contiene todas las características para ser declarado nocivo,

Sin embargo, también conozco y admiro a personas de gran talla intelectual que militan en esta posición y a las que no se puede acusar de indolencia. Pero el rigor y la riqueza analítica que desarrollan en otros ámbitos se transmuta en un batallar pueril y tramposo cuando entran en este debate. Cabría esperar que fuesen capaces de aportar un texto bien armado que aclarase lo que verdaderamente proponen; que este se sustentase en datos empíricos abrumadores y que escuchasen y tuviesen en cuenta las advertencias preocupadas y bienintencionadas de todo el arco del feminismo. Un texto que tratase también de aportar seguridades a los justificados miedos que un cambio de ese calado puede suscitar. La filósofa Debra Satz, en su libro Por qué algunas cosas no deberían estar en venta: los límites morales del mercado, analiza las condiciones por las que se puede considerar un mercado como nocivo. Estas son: a) extrema vulnerabilidad subyacente de una de las partes, b) agencia débil o débil capacidad de acción, c) perjuicios extremos para el individuo, d) perjuicios extremos para una colectividad.

El mercado del sexo contiene todas las características para ser declarado nocivo, pero la autora encuentra los argumentos más poderosos y fuertes en el apartado d), esto es, en las consecuencias perniciosas que la prostitución tiene para cualquier mujer en el contexto actual de desigualdad de género y de las consecuencias adversas del mercado del sexo “sobre cualquier posibilidad de alcanzar una forma significativa de igualdad”. Concluye que desde ese punto de vista sí es posible hablar de “asimetría” con respecto a los efectos negativos únicos que provoca la actividad de la prostitución frente a “cualquier otra”, incluyendo incluso aquellas de explotación laboral o las que contribuyen a cosificar a la mujer.
Sin embargo, este tema de capital importancia es probablemente el que más se soslaya, o directamente se ignora, y en el que la ausencia de estudios empíricos es aún más acusada. Quizá un primer paso sería proporcionarse una tregua en la que se pueda estudiar el fenómeno y la trascendencia de las medidas propuestas con el rigor que requiere.

En su lugar, el debate se centra en una regulación fantasma. Si al regulacionismo se le señalan las experiencias negativas de otros países y las consecuencias indeseadas e imprevisibles de dicha regularización, “es que allí lo hacen mal”. ¿Y cómo es hacerlo bien? Quién sabe. A cada pregunta concreta, no sabe, no contesta, o solo divaga con frases como “hay que sentarse en una mesa y ver cómo hacer” ¿Qué ocurre? ¿No encuentran una mesa que les guste?. Las prostitutas necesitan de “más derechos”. ¿Cuáles? ¿Cómo se harían valer? ¿Qué situaciones específicas se corregirían y de qué manera? Un misterio insondable se cierne sobre el tema. “Se acabará con el estigma” ¿Cómo? ¿Por qué? Y me parece estar viendo al teólogo, frente a Richard Dawkins, perplejo e impotente con su cromosoma.

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Ejercicio de reducción al absurdo


Ejercicio de reducción al absurdo
13/12/2018
Autora  Trini López Verdú
Profesora de filosofía del IES Las Norias de Monforte del Cid, Alicante.

Reducción al absurdo: necesidad de partir desde un supuesto hipotético contrario al que se pretende demostrar.

Supongamos que realmente estoy equivocada. El abolicionismo es un punto de partida erróneo. Los términos en los que se establece y fundamenta constituyen una creencia absurda adoptada desde una perspectiva de superioridad moral. Desde mis prejuicios entiendo que está mal aceptar que la prostitución es trabajo sexual, es decir, un trabajo como cualquier otro, cuya regulación es necesaria para proporcionar derechos a las mujeres que los demandan. Que incluso las mujeres que lo ejercen libre y voluntariamente, en realidad son víctimas y necesitan ayuda para abandonar la situación de explotación sexual a la que son sometidas. Sin embargo, estoy profundamente equivocada, pues estoy rechazando su autonomía y su capacidad para decidir libremente.

En definitiva, son mis prejuicios morales, mi puritanismo, mis lecturas feministas las que me han conducido al error de asumir una falsa superioridad moral que me hace considerar la prostitución, únicamente, como explotación de las mujeres en un sistema patriarcal.

Asumiré, por lo tanto, una posición regulacionista o “pro-derechos” que deberá conducirme, al mismo tiempo, a defender posiciones contrarias que demostrarán que este supuesto inicial es absurdo, buscando en realidad contradicciones que demuestren que el feminismo solo puede y debe ser abolicionista.

El “feminismo regulacionista” defiende, entre otros, algunos argumentos que si son analizados desde un punto de vista lógico entrañan su propia negación. El primero es que el trabajo sexual es trabajo, el segundo es que las mujeres que deciden dedicarse profesionalmente a la prostitución son realmente libres para hacerlo y, en tercer lugar, se proyecta como la única alternativa que puede garantizar sus derechos a las trabajadoras y trabajadores sexuales.

Primera contradicción. Sobre el trabajo sexual:

El feminismo debe reconocer el trabajo sexual como trabajo.

La regulación del trabajo sexual es imprescindible para apoyar a todas las mujeres, la industria del sexo debe ofrecer condiciones dignas a sus empleados y empleadas. Desde esta posición es un hecho innegable que la prostitución ha existido, existe y existirá. Se trata de una constatación empírica, la historia muestra la prostitución como el oficio más antiguo del mundo. Sin embargo, al mismo tiempo, la idea queda disociada del contexto histórico patriarcal en el que siempre se ha encarnado.

El feminismo no puede considerar el trabajo sexual como trabajo.

El trabajo sexual es trabajo porque es considerado como una posibilidad de realización para la mujer, dejando al margen consideraciones morales sobre su normalización. Así la prostitución forma parte del imaginario entorno al mito de lo “eterno femenino”, como una característica propia de su naturaleza, la mujer como objeto que permite la satisfacción de los deseos masculinos. En palabras de Simone de Beauvoir, la mujer es considerada como “lo Otro”, como el sujeto pasivo de la historia que puede comprarse y venderse. Esta transacción económica de la mujer considerada como objeto de compra-venta, puede realizarse a través del matrimonio o de la prostitución. La consecuencia regulacionista es clara: si la mujer puede ser esposa o prostituta, reconozcamos los derechos de todas, de una forma u otra, “todas cobran”. Esta posición implica que vender el cuerpo, forma parte de la esencia de la mujer y esto es, precisamente lo que entra en contradicción con el feminismo.



Segunda contradicción. Sobre la autonomía, libertad y capacidad de decisión:

El feminismo debe respetar y apoyar las decisiones tomadas por las mujeres.

El feminismo debe defender la libertad de todas las mujeres y, por supuesto, a aquellas que deciden ser putas. Algunas mujeres han encontrado en este trabajo una posibilidad de desarrollarse profesionalmente, son mujeres autónomas que reivindican derechos, con independencia de las circunstancias que les han conducido a esta situación. De acuerdo con este argumento, también debería respetar la decisión de aquellas mujeres que deciden alquilar su vientre, ya sea para mejorar sus circunstancias económicas que pueden ser precarias, ya sea por el sentimiento altruista de satisfacer el deseo de ser padres que puedan tener otras personas. Esta misma razón permite justificar que las mujeres libremente decidan someterse a los deseos de sus maridos, a considerar que las mujeres deben recluirse al ámbito doméstico y que no deban trabajar fuera de casa. Incluso la decisión de practicar la ablación a sí mismas o a sus hijas es una decisión libre que, por lo tanto, debe ser justificada con independencia de las circunstancias. Paradójicamente, podríamos también afirmar que somos libres para rendirnos y convertimos en esclavas.

El feminismo no puede justificar todas las decisiones tomadas por las mujeres.

Sin embargo, sería absurdo interpretarlo como un acto de libertad, más bien al contrario, son las circunstancias las que obligan a aceptar la esclavitud. En un maco regulacionista, la necesidad y la coacción quedan enmascaradas bajo una falsa apariencia de libertad. El feminismo no puede asumir esta postura porque, de hecho, supone la negación de ciertas ideas y creencias que han formado parte de un sistema de pensamiento propio del patriarcado. Ilustradas como Olimpe de Gouges o Mary Wollstonecraft se enfrentaron a ese ideario que no solo sostenían hombres sino también mujeres. La contradicción radica en que el feminismo no puede respetar todas las opiniones ni todas las decisiones que hayan sido tomadas por las mujeres por el mero hecho de que puedan ser figuradamente consideradas como sujetos libres con autonomía. Es necesario indagar en las causas que han conducido a la aceptación de una situación.

Tercera contradicción. Sobre posiciones pro-derechos:

Solo el regulacionismo reconoce los derechos de todas las mujeres.

La regulación del trabajo sexual es la única alternativa que garantiza sus derechos a las trabajadoras del sexo. Si determinados intereses o circunstancias llevan a una mujer a desempeñar este trabajo debemos, más allá de nuestros posibles prejuicios, considerar sus derechos y reconocer la dignidad de su profesión. Este reconocimiento solo es posible desde un marco regulacionista que normaliza la prostitución para dignificar y empoderar a las trabajadoras sexuales. Sin embargo, bastaría con el caso de una sola mujer -y es evidente que son muchas más- obligada a ejercer la prostitución en estas condiciones para comprender que esta normalización no es aceptable. La regulación de la prostitución comporta exigencias y obligaciones laborales que serían muy discutibles.

El regulacionismo no reconoce realmente los derechos de las mujeres.

Cualquier mujer podría sentirse obligada a aceptar un trabajo de prostituta debido a una situación de precariedad. El feminismo se presenta como una filosofía de la sospecha que somete a crítica las estructuras patriarcales y la prostitución forma parte de estas estructuras. Reconocer los derechos de las mujeres es, desde un punto de vista feminista, proporcionar herramientas que permitan la emancipación, la autonomía y la libertad, que no han sido posibles en la sociedad patriarcal que ha dado origen a la prostitución.

Por una parte, quizá pueda sorprender la insistencia de enmarcarse en un feminismo “pro-derechos”. Una mirada atenta sugiere que es imprescindible abordar el problema de la prostitución desde un punto de vista feminista, no es posible otro enfoque. Esta exigencia de conectar el feminismo con la regulación se fundamenta en la necesidad de garantizar derechos a todas las mujeres. Por otra parte, discusiones igualmente complejas como el problema de la trata, del tráfico de mujeres con fines de explotación sexual, son planteados tangencialmente, insistiendo en la diferencia entre una prostitución que debe ser aceptada, fruto de una decisión libre y otra que debe ser combatida, llegando a asumir una posición abolicionista en este último caso. En el mismo sentido, el papel de los proxenetas no queda incorporado al discurso regulacionista más que para insistir en que las trabajadoras del sexo deben tener derechos para protegerse del mediador. También el cliente se encuentra al margen del discurso y se rechazan las sanciones a estos, medidas que han sido adoptadas en países que desarrollan políticas abolicionistas, ya que pueden repercutir en más dificultades para la trabajadora.

En conclusión, el feminismo solo puede ser abolicionista.  Si consideramos el trabajo sexual como un trabajo más, debemos hacerlo más allá de un marco feminista. Esta consideración poco tiene que ver con las críticas que ha recibido el abolicionismo (sobre el puritanismo, sobre no escuchar a las putas…) La prostitución solo puede ser considerada como trabajo sexual en el marco de una sociedad patriarcal que delimita el papel y las profesiones que las mujeres pueden desempeñar. El debate sobre abolición o regulación no puede llevarse a cabo desde un marco feminista. Quizá si el regulacionismo aceptara esta contradicción debiéramos deslizar la discusión hacia un marco de protección de las mujeres que ejercen la prostitución y hacia una educación basada en el respeto hacia los cuerpos de las mujeres que podría ser el fin de la prostitución. Sería un debate diferente y seguiría siendo difícil, pero podría ser algo más fructífero.

Fuente
https://tribunafeminista.elplural.com/2018/12/ejercicio-de-reduccion-al-absurdo/





“No sé qué me han dado” Drogas en el porno



“No sé qué me han dado” Drogas en el porno
Este texto se basa en el vídeo “Drogas y rodajes porno” que puedes encontrar en Youtube con el material completo.
Ismael López Fauste
Jun 20 ·

Drogas y rodajes porno
Sabrina lleva en activo desde los 20 años y nunca ha dejado de grabar porno, sin embargo, también ejerce como informante sobre los abusos que ha experimentado en la industria a lo largo de su trayectoria. Gran parte de este contenido sobre drogas en la pornografía proviene de información que ella misma me ha transmitido.

Este, por supuesto, no es su nombre real. No puede permitirse enfrentarse a las posibles represalias, es una forma de control que las productoras en las que ha trabajado y donde ha sufrido los abusos utilizan para controlar lo que se filtra. Es algo aparentemente común en la industria pornográfica, de modo que dar la cara supone correr riesgos, perder el trabajo es el primero de ellos.


Esta vez hablamos de drogas, o de cómo la drogaban. Ella nunca ha sido usuaria habitual de estupefacientes. Su experiencia con ellos en los rodajes porno se dio porque las propias productoras o distintos actores se las ofrecían para desenvolverse mejor durante la grabación.

Aunque nunca pudimos identificar las sustancias, ella habla de pastillas o píldoras que tomaba poco antes de empezar a grabar y que a menudo facilitaban personas cercanas al proyecto.

Sin embargo, ¿qué podía ocurrir si se negaba? Según su versión se dieron casos en los que se le amenazó con marcharse a casa sin cobrar. Este era el mayor condicionante. Por supuesto, Sabrina no entró en el mundo de la pornografía por gusto, ni era una pasión que tuviera dentro de ella como una especie de vena artística, una versión que sí se vende habitualmente en televisión. En este caso el consumo de drogas estaba condicionado por una necesidad económica. Las productoras porno estaban aprovechando esa situación para conseguir que ella hiciera lo que la empresa quería.

Para entenderlo, tenemos que explicar cómo se distribuía el pago de cada vídeo pornográfico en este caso. En primer lugar, estaba el viaje hasta el set de rodaje donde se iba a grabar, lo cual se le pagaba de entrada, y luego se enviaba un billete. Estaba por otro lado el viaje de vuelta, que estaba condicionado por el hecho de que se grabase ese vídeo. Y también el propio rodaje. Además, se incluía si era necesario una noche de hotel o las que hicieran falta.
O sea que desde el momento en el que ella pisaba la ciudad donde estaba la productora, estaba condicionada para cobrar tres cosas distintas. Si no, tenía que volver a su casa perdiendo dinero. Eso la dejaba en una situación vulnerable ante las exigencias de la productora.

Al preguntar por los argumentos que utilizaban para convencerla, más allá del chantaje, cuenta que decían lo siguiente: si tomas esto, te vas a soltar durante la grabación. Mediante ese tipo de prácticas se consiguió que llevara a cabo prácticas que, según su versión, no habría hecho en condiciones normales. Ha llegado a afirmar que se ha visto en películas y no se ha reconocido. Sin embargo, nunca ha puesto una denuncia en este sentido, porque tiene la sensación de que sería inútil. Sin embargo, sí que ha denunciado otras situaciones de abuso sin demasiado éxito.

Existe un concepto que podría explicar el caso: la sumisión química. Así lo define Efesalud:
La sumisión química consiste en la administración de una sustancia que anula la voluntad de una persona para facilitar la comisión de delitos, bien sean agresiones sexuales o robos. (Lee el contenido completo en Efesalud.)

Una experiencia semejante le sucedía Laura, también nombre ficticio, según me narraba en La Sexta, donde contaba como grabó su primer vídeo porno engañada bajo los efectos de una droga que ni pudo identificar ni tuvo consecuencias legales para la productora en cuestión.
“Me violaron, y no pude hacer nada porque había firmado un contrato”
Pero el caso de Sabrina va más lejos porque también vio cómo las drogas estaban presentes en distintos eventos relacionados con el negocio más allá de los rodajes, cuando su caché y relevancia como actriz porno empezaron a crecer.

“Nos pusieron esas cámaras en los vestuarios y los baños. No sé qué pensaban grabar… ¿Qué querían? ¿Ver cómo nos metíamos la raya?”

Entrevista para Escúpelo: crónicas en negro sobre el porno en España

Es algo que yo mismo me encontré durante mi etapa de redactor en una revista pornográfica. El uso de las drogas estaba muy normalizado, tanto blandas como duras, pero generalmente eran depresoras. 
Durante esa etapa dentro del porno, que sería a finales de 2015, me llegaron unos mensajes de Whatsapp. Venían de una actriz profesional que se fue a Budapest a grabar una temporada.
Budapest es algo así como la meca del porno aquí en Europa. Así como en Estados Unidos, Los Ángeles funciona de la misma manera, en este caso Budapest es uno de los núcleos de la pornografía en Europa.

En el caso de las chicas que se van al extranjero (y sobre todo es a Budapest) entran en juego lo que se llaman model houses y los representantes de distinto tipo. A menudo se contacta con una de estas empresas y son ellas las que por medio de una comisión encuentran distintos trabajos para la chica que se ha trasladado para grabar porno y también le dan un lugar donde quedarse a dormir. También existe la alternativa de que ellas se busquen la vida y se alquilen un piso, por supuesto.

Pero en este caso fue la agencia de modelos la que se encargó de todo, y aquí entran otra vez las drogas y su relación con grabar porno.

Budapest en ese momento estaba rodando un montón para Japón. Y Japón necesitaba un tipo de vídeos muy concretos en los que las chicas parecieran niñas. Evidentemente no eran niñas, eran mayores de edad, pero con aspecto bastante infantil. Personas sin tatuajes, sin piercings y chicas en general poco maquilladas y con un aspecto bastante aniñado.

“Lamentamos que no encuentres oportunidades. Estos días la ciudad está grabando escenas para los japoneses. Ya sabes cómo son, quieren chicas que parezcan niñas, sin tatuajes y sin operaciones. Naturales. Vuelve a ponerte en contacto con nosotros si no consigues encontrar nada”.

Fragmento de un correo.
Lo que ocurrió es que no cuadraba ese aspecto que estaban buscando en ese periodo con el de la actriz porno que protagoniza la historia. Al final, tras una semana de espera, por fin la productora se puso en contacto con el piso y le ofrecieron un rodaje. Cuando el chófer vino a buscarla y la llevó al set, le ofrecieron unas pastillas, las cuales aceptó. Aunque ella, a diferencia de Sabrina sí que tenía experiencia tomando este tipo de sustancias en distintas fiestas y eventos.

Las tomó antes de comenzar a grabar, sin que le explicaran qué eran, solo con el argumento de que se relajaría, pero en cuestión de minutos empezó a encontrarse mal. Lo que ocurrió después me llegó a través de mensajes de Whatsapp poco articulados y mensajes de voz que hablan de temblores, frío y de lo que podría identificarse como una sobredosis.

En lugar de llevarla a un hospital, los responsables le pidieron que se tumbara en un sofá y esperara a encontrarse mejor. Por supuesto ellos no sabían que ella estaba hablando conmigo y ahí quedó todo. 

Al final nunca fue a un hospital y no tengo constancia de que hubiera ningún tipo de consecuencia legal para la productora.

Como esta historia hay otras tantas que no llegan al público general. Nos vamos al otro lado del Atlántico; a principios de 2018 morían varias chicas bastante relevantes en la industria pornográfica, en algunos casos por sobredosis y en otros por suicidio, pero en ningún caso salieron investigaciones y nombres de empresas que distribuyen estupefacientes en los rodajes.

En el caso de los hombres hay una variante. El Huffington Post publicaba en 2014 una historia sobre un actor porno, Danny Wilde, que había acudido a un hospital con una jeringa clavada en el pene:

Hace aproximadamente un año, Danny Wilde terminó en la sala de urgencias con una gran aguja sobresaliendo de su pene erecto. Este no era el problema, sino el tratamiento. Después de tomar 80 mg de un medicamento para la disfunción eréctil (Cialis), cuatro veces el máximo diario recomendado, el actor porno de 28 años desarrolló una erección interminable.

En el momento en el que se trasladó a la sala de urgencias, esta erección había durado 12 horas seguidas. Si continuaba, se arriesgaba a dañar permanentemente el tejido del pene, o incluso a perder el miembro del que dependía su carrera.

Los médicos solo tenían una solución, usar una jeringa para drenar la sangre

Fuente.







sábado, 1 de febrero de 2020

Proxenetas y puteros, los grandes aliados de la desigualdad


Proxenetas y puteros, los grandes aliados de la desigualdad

"La prostitución es la consecuencia de la desigualdad entre hombres y mujeres, además de la forma más perversa de violencia de género", afirma Mabel Lozano
"La prostitución no es el resultado de la decisión de las mujeres, sino la imposición del machismo para que los hombres refuercen su masculinidad", señala Miguel Lorente
Feminismo
Nuria Coronado El domingo, 26 de enero de 2020

La prostitución es sinónimo de esclavitud sexual. Y es que, sin importar el lugar en el que se produzca, el destrozo que causa en los cuerpos y las vidas de las menores y las mujeres obligadas a venderse como esclavas sexuales es idéntico. La solución, tal y como destacan multitud de voces expertas, es abolirla y señalar a quienes causan tal destrucción.

Cuando la necesidad aprieta, la desigualdad se abre paso y ahoga a las mujeres, con una soga sostenida por la mano cómplice de la sociedad, a través de la prostitución. “El negocio de la explotación sexual se vale de una materia prima muy dolorosa.  Son las mujeres y las niñas, que son explotadas y exprimidas de manera salvaje hasta optimizar su rendimiento económico. Un negocio en el que la materia prima puede ser utilizada una y otra vez, maximizando el lucro. Y si se agota o no sirve, es desechada sin más trámite”, tal y como siempre explica la cineasta y activista Mabel Lozano.

Un triste ejemplo de esta miseria alimentada por el machismo está en Perú. Allí, con la ironía hasta en el nombre, en el conocido Kilómetro 106, hay una carretera que conduce al infierno en la tierra. Se trata del departamento amazónico de “Madre de Dios”.  Un lugar que, como tantos otros en el mundo, ofrece “una plusvalía de género” -tal y como explica la antropóloga Rita Segato- en la que los puteros campan a sus anchas.




La impunidad más absoluta
Lozano pudo ver esta miseria al grabar una parte de su documental “Chicas Nuevas 24 horas” en el que muestra el negocio que gira en torno a la esclavitud sexual en cinco países. “Al abrigo de un negocio de extracción minera ilegal se asienta un espacio de impunidad para la explotación de mujeres y particularmente de niñas y adolescentes que son previamente captadas en los pueblos y aldeas de la sierra. Y todo con la colaboración, silencio, complicidad o tolerancia, según el caso, de todo actor social imaginable”, contaba en su día la directora.

Una explotación sexual de la que también fue testigo la periodista y escritora Charo Izquierdo, quien acompañó a Lozano en dicho viaje para después poder escribir su novela Puta no soy. “Allí la prostitución se nutre de la desigualdad y de la indefensión de las mujeres y niñas pobres que nacen en situaciones de desventaja y que les hace ser las víctimas perfectas para las mafias que después las convierten en esclavas sexuales”, afirma la autora.

En Madre de Dios el sistema prostitucional se hace fuerte a costa de la debilidad de las menores y de las mujeres que son llevadas a esta zona minera donde los hombres, a pesar de tener salarios de explotados, no escatiman en gastar cuando se trata de pagar sus deseos sexuales. Es el ciclo perfecto de la economía neoliberal. “Es más perverso que esto. En las zonas de extracción minera informal, hombres muy jóvenes son víctimas de trata laboral. Para compensarles, distraerles y que sigan trabajando, el reclamo son las niñas y adolescentes que pueden comprar, dominar y oprimir. Por más pobre que sea un hombre siempre tiene dinero para comprar el cuerpo de una mujer. Por más explotado que esté un hombre, siempre hay una mujer o niña mucho más explotada y humillada que él”, recalca la cineasta.

Una explotación sexual que a la vez es estrategia para evitar la revuelta social. “La prostitución es la consecuencia de la desigualdad entre hombres y mujeres, además de la forma más perversa de violencia de género. La prostitución no tiene nada que ver con la sexualidad, sino con el dominio de los hombres sobre las mujeres. ¡Pobrecitos los hombres a los que hay que compensar con carne humana para que no se revelen! Debemos dejar de poner al hombre siempre como el sujeto político prioritario, el sujeto de poder, o de falta de este, desplazarle del centro del debate político y situar a las mujeres. Hacia donde debemos caminar juntas en este siglo para no ser explotadas, vendidas, mutiladas. En mi caso como activista después de más de 20 años me pregunto hacia donde tengo que migrar, a qué fronteras tengo que ir a caminar para ayudar y rescatar a mujeres explotadas ahora de una forma nueva y desconocida todavía”, añade la autora de El Proxeneta.

Un sistema prostitucional planetario
Pero usar a las mujeres como esclavas sexuales y bonus para los hombres a los que la economía neoliberal precariza en sueldos y de la que ellos se redimen violando a las mujeres previo pago, no es solo propio del Perú. Los avernos del sistema prostitucional están repartidos a la vuelta de cualquier esquina.

Aquí, en esta Europa que se dice del siglo XXI, cada vez son más las empresas que ofrecen prostitutas como parte oculta del salario de los hombres. Están en ferias, en bonus o en vacaciones. “Lejos de haber avanzado en la igualdad se está perpetuando el consumo de prostitución hasta límites que nunca hubiéramos imaginado”, desgrana Charo Izquierdo. “Buscan en los prostíbulos relaciones de poder que perpetúan lo más sucio, desquiciante y perverso de la sociedad. Es puro maltrato a las mujeres”.

Por eso, las expertas que cuartopoder ha consultado para este reportaje coinciden en decir que el único camino para acabar con esta esclavitud sexual es con la abolición de la prostitución. “Estas mujeres no eligen libremente la situación por la que están pasando, es una grave vulneración de los derechos fundamentales y hay que verlo como tal. El hecho de que haya consentimiento por parte de algunas mujeres muchas veces conduce a confusión: el consentimiento es totalmente irrelevante porque hay engaño y coacción, y porque la finalidad principal es la explotación”, señala Rocío Mora, coordinadora de Apramp, la asociación de asistencia integral a las víctimas de explotación sexual y trata de seres humanos.

Y es que como esta reconocida activista dice, en la prostitución los únicos derechos que prevalecen son los de puteros y proxenetas. “La única ley que impera es la del mercado y la de lucrarse a través de un negocio que tiene máximos beneficios y mínimo riesgo. La prostitución no es una relación entre iguales, la demanda masculina de mujeres constituye el factor esencial del desarrollo y expansión de la prostitución, y el tráfico y la industria del sexo. Sin demanda, no habría ni trata ni prostitución. En nuestro país, el 33% de los hombres han consumido prostitución. Está aumentando a un ritmo alarmante el número de consumidores, traficantes y proxenetas, como de mujeres que vienen engañadas o presionadas por situaciones de extrema vulnerabilidad”, recalca Mora.



La dignidad no se negocia
Por eso mismo la responsable de Apramp no pierde la oportunidad para señalar que la legalización y despenalización de la prostitución lleva consigo el aumento de su industria y responde a la ley de mercado. “Sin demanda no hay oferta y si la demanda persiste entonces el producto son las personas, el cuerpo de las mujeres. Los derechos humanos, la dignidad de las personas no son negociables, y no pueden estar a merced del lucro indiscriminado de unos pocos, que comercian con el cuerpo de la mujer. En una sociedad democrática como la nuestra, es necesario velar por el acceso a los derechos de todas las personas, con independencia de sexo, origen, edad, etc.”, subraya.

Y es que sin importar el país en el que se produce la prostitución hay una sucesión de hechos que son comunes. “La mujer, que es la víctima se convierte en una presa fácil para los mercaderes del mundo de la prostitución. Se destruye parte de la sociedad por los intereses económicos de los más poderosos y nadie se siente responsable por ello. El negocio está servido: compran mujeres y niñas, las venden, las usan, las enferman, las asesinan ante la impasibilidad de países y gobiernos”, expresa Rosa Hermoso, psicóloga y directora del Centro de Atención a la Mujer Leonor Dávalos donde acuden mujeres prostituidas. “Los compradores colonizan el cuerpo de las mujeres para sentir que poseen una propiedad a su libre disposición”, añade.

Es más, tal y como bien define Miguel Lorente, médico forense y profesor titular de Medicina Legal en la Universidad de Granada, “la prostitución no es el resultado de la decisión de las mujeres, sino la imposición del machismo para que los hombres refuercen su masculinidad y sensación de poder a través del sexo. Beneficia a los hombres y al machismo y lo hace a costa de las mujeres y la igualdad. El machismo ha creado la idea de que los hombres son los putos amos y les da oportunidades para que se sientan así. Entrenan su machismo con la violencia de género y la prostitución”, finaliza.

Fuente





Neoliberalismo, Teoría Queer y Prostitución


Neoliberalismo, Teoría Queer y Prostitución
5/18/2018
 Por: Anna Djinn
Publicación original: “Neoliberalism, Queer Theory and Prostitution”, 8/11/2014
Traducción: Olga Baselga
Colaboración: Maite Sorolla

Desde hace unos 40 años, la pornografía y la prostitución se han convertido en mainstream y la pornografía se ha vuelto más misógina, sádica y pedófila. En muchos países, la prostitución se ha incorporado a la economía como un sector más, y ya computa en el PIB. La pornografía se ha extendido cada vez más y la prostitución ha prosperado y se acepta más que nunca, mientras que las condiciones para las mujeres y las niñas involucradas siguen siendo alarmantes.
Pese a los avances logrados por el movimiento feminista desde los años 60, los hombres todavía controlan los grandes bloques de poder: el gobierno, las fuerzas armadas y la policía, las finanzas y la banca, las grandes empresas y los medios de comunicación. La ‘industria del sexo’ está abrumadoramente destinada a los hombres, y las feministas han encontrado una ardua resistencia a sus críticas. En este artículo intento reunir algunas explicaciones a esta resistencia, en aras de un enfoque diferente.

“Quizás lo más sorprendente es la dificultad que hemos tenido para encontrar aliados en este esfuerzo. Aunque existe un consenso bastante amplio entre las personas progresistas o liberales sobre el valor de la paz, la justicia económica y los derechos humanos, y sobre los valores negativos de la corrupción y el secretismo en el gobierno, la excesiva concentración de riqueza en manos de pequeñas élites, etcétera, hay una notable falta de consenso sobre el poder entre géneros y la explotación sexual. Los hombres ‘progresistas’ que enarbolan las banderas de la paz y la justicia siguen reclamando privilegios sexuales bajo las reglas del patriarcado” (D.A Clarke, 2004).






El auge constante del neoliberalismo
A partir de los años 70, las grandes empresas norteamericanas y británicas emprendieron una lucha contra los avances sociales introducidos después de la Segunda Guerra Mundial y se redefinieron como cumbre de la civilización y fin supremo de la evolución humana. El capitalismo financiero desplazó al capitalismo industrial; la desregulación permitió al capitalismo apropiarse de los recursos del mundo y destruir las condiciones de los trabajadores y el medio ambiente; la brecha entre ricos y pobres aumentó drásticamente y los empleos bien remunerados desaparecieron progresivamente. En todas partes, las mujeres han sido las más perjudicadas por esa estrategia que combinó los recortes del bienestar social, la erosión del empleo y las condiciones laborales con la destrucción de la agricultura tradicional de subsistencia.

Tradicionalmente, el comercio y la especulación llevaban una tensa convivencia con las fuerzas sociales, como la religión y las organizaciones culturales y laborales en defensa de los valores ajenos al mercado, como la conciencia social y la responsabilidad mutua. Pero la balanza se inclinó hacia la exaltación y alarde de la riqueza y el poder empresarial, el culto al negocio por sí mismo.

Simultáneamente, se produjo un proceso de comercialización de la cultura de masas: los medios de comunicación, que en gran parte son propiedad de grandes empresas o dependientes de ellas para los ingresos publicitarios, se concentraron en cada vez menos manos. La consecuencia de ello es que ahora el control recae en unos grupos empresariales cuyo propósito principal ya no es proporcionar noticias y análisis, sino vender la audiencia a los anunciantes. La pornografía se difundió cada vez más abiertamente, de forma que gran parte de la cultura actual se habría considerado pornográfica hace 30 o 40 años. Esto no es sólo una comercialización de nuestra sexualidad –yo diría que de lo que representa el ser humano en sí mismo—, sino también la propaganda de un mundo donde todo, incluida nuestra propia condición humana, puede reducirse a un intercambio comercial y donde el ‘derecho’ de ver satisfechos todos nuestros caprichos y deseos es sacrosanto, siempre que podamos pagarlo, por supuesto. Y vaya si pagamos. De una forma u otra.

“La mayoría de nosotros estamos familiarizados con la línea adoptada por los CEOs corporativos y sus defensores con respecto a la mano de obra barata en el extranjero. Si las mujeres en Filipinas o México, dicen, están dispuestas a trabajar en las fábricas de una zona de libre comercio por 60 centavos (americanos) al día, entonces esas mujeres son agentes libres que firman contratos individuales con su empleador. Han elegido el mejor acuerdo posible, como todos los actores racionales en un mercado libre, y cualquiera que cuestione los términos de ese acuerdo está impugnando su personalidad y su racionalidad. Cualquiera que intente que las multinacionales paguen más a las trabajadoras de sus maquiladoras, o que mejoren las brutales condiciones bajo las que trabajan, está actuando directamente contra las mujeres a las que intenta ayudar, porque las empresas sencillamente cerrarán si sus costes aumentan excesivamente, lo cual dejará a las mujeres nuevamente sin trabajo.

El lenguaje de los ‘feministas’ y gente de izquierdas que defienden la prostitución tiene unas similitudes inquietantes con el de los grandes empresarios y sus valedores. Nos dicen que las prostitutas eligen su línea de trabajo en un mercado libre, que son agentes racionales. Criticar la industria que las explota, o incluso decir que son explotadas, equivale a negar su libre albedrío. Intentar regularlo o restringirlo no es otra cosa que negarles ‘oportunidades’ y ‘opciones’. La similitud entre esos lenguajes no es casual, por supuesto: hace décadas que la irrupción de los valores y creencias comerciales en el mundo académico y la cultura popular viene cobrando fuerza. Cada vez es más difícil –y cada vez más marginal o mal visto— sostener una postura que no se ajuste al Mercado.

La cultura popular refleja el Zeitgeist de manera precisa y poco halagüeña en los esperpentos mediáticos de los ‘reality shows’ [...], en los que los ‘contendientes’ se enfrentan de forma no muy diferente de los gladiadores romanos en una cruenta lucha por la riqueza. Algunos ‘programas de radio’ ofrecen ahora dinero o ‘fama’ a los ‘invitados’ como incentivo para someterse a diversas humillaciones públicas. En un notorio incidente, Howard Stern convenció a una mujer para que se desnudara en el estudio y comiera comida para perros de un plato en el suelo, a cambio de emitir la música grabada por un amigo suyo. La ideología pseudo-smithiana de la ‘elección’ y el resto de la palabrería populista del mercado, por supuesto, exaltarían la ‘elección’ de esta mujer para soportar tal escena en lugar de poner en tela de juicio la ética de Stern, a la emisora de radio o sus anunciantes y oyentes. La escena en sí es paradigmática de la prostitución: un hombre ofrece algo que una mujer quiere o necesita para inducirla a hacer cosas que a ella la humillan y a él le divierten.

En una era dominada por la ideología neoliberal, obviamente es difícil organizar una campaña eficaz contra la explotación sexual de mujeres y niños. En todos los frentes, las feministas se topan con un muro.

En primer lugar, el culto al Mercado preponderante se burla y devalúa cualquier invitación al altruismo; Si las mujeres que han tenido la suerte de escapar de la explotación sexual en sus propias vidas se revelan preocupadas y por las mujeres prostituidas y su cuidado, se las tacha de ingenuas, idealistas poco realistas y (por supuesto) ‘ideólogas’. La ideología pseudo-progresista de la ‘liberación sexual’ se encarga de que las mujeres que se oponen a la explotación, especulación, coacción y otras prácticas habituales en la industria del sexo queden como ‘cripto-conservadoras’, ‘neo-victorianas’, ‘antisexuales’, etcétera. Y si cualquiera de estos obstáculos no desalienta a la crítica social feminista, el dogma neoliberal se apresura en demostrar que, por ejemplo, la mujer que come comida para perros en el suelo del estudio de Stern está exactamente donde quiere estar. Cualquier mujer que exprese asco hacia los hombres que propiciaron y disfrutaron este ritual de humillación es en realidad antifeminista: está negando el libre albedrío y elección de esta mujer ‘liberada’, lo ‘buena chica’ que es al ‘aceptarlo con valentía’. Porque no le hacen falta la compasión o intervención de unas niñeras bienpensantes. Exactamente igual que, por supuesto, los pobres, capaces de valerse por sus propios medios sin la insultante ayuda de las asfixiantes manos de Papá Estado.” (D.A Clarke, 2004)

Al tiempo que las grandes empresas luchaban contra las medidas sociales y económicas progresistas introducidas después de la Segunda Guerra Mundial, el neoliberalismo se convertía en la nueva ortodoxia en economía académica, el postmodernismo (o deconstruccionismo) se convertía en la nueva ortodoxia en los departamentos de literatura y humanidades, y la teoría queer tomaba el lugar de los movimientos feministas y del colectivo gay.





Movimiento feminista y movimiento gay
Los movimientos feminista y gay de los años 60 y 70 fueron movimientos de cambio personal y social en los que era fundamental el rechazo de los estereotipos y jerarquías de género. Las pensadoras feministas se basaron en el análisis marxista por el que todas las sociedades son sistemas de clases estratificados como una jerarquía de grupos sociales con diversas relaciones con los medios de producción, y demostraron que las sociedades también son sistemas en los que hombres y mujeres son dos grupos socialmente distintos y con una relación jerárquica por sus diferentes papeles biológicos en la reproducción humana. La explotación y la opresión de las mujeres no son fenómenos meramente accidentales, sino partes intrínsecas de un sistema (conocido como patriarcado) que existe desde hace miles de años. Las feministas han demostrado que la explotación y subordinación patriarcal es efectivamente necesaria para el sistema económico capitalista, basado en la máxima acumulación (Mies, 1998).

En una familia patriarcal, las niñas y niños aprenden cuál es su lugar en la jerarquía de clases sexuales y a través de ello aprenden a desenvolverse por la jerarquía de clases en sentido amplio. A los hombres se les puede machacar en el sistema de clases, pero tienen poder más o menos absoluto sobre sus mujeres y los menores. La cooperación de las mujeres a menudo se basa en su esperanza de que, si lo aceptan, sus hijas e hijos tendrán al menos la oportunidad de una vida mejor, o bien asumen que el poder y el bienestar material bajo la tutela de los hombres es mejor que nada en absoluto. De todas formas, la mayoría de las veces no tienen opción. Una vez que este sistema opresivo se interioriza, se convierte en el modelo para todas las demás opresiones y las niñas y niños crecen hasta convertirse en soldados rasos para el capitalismo y el colonialismo. O al menos así es como funcionaba tradicionalmente. Uno de los grandes éxitos del movimiento feminista es que las mujeres ya no están tan dispuestas a soportar un matrimonio opresivo.

Un amplio sector del feminismo entiende la explosión del porno en las últimas décadas como parte de una reacción contra éste y otros logros del movimiento feminista. Pero también puede verse como una continuación o repuesto de la familia patriarcal ahora que está en declive. Si nuestra incorporación al sistema de género es incompleta en la familia (porque, por ejemplo, gracias al movimiento feminista, las mujeres ahora pueden vivir con sus hijos sin un hombre), entonces la exposición de preadolescentes y adolescentes al tipo de pornografía violenta a la que sólo los hombres más pervertidos tenían acceso en el pasado los pone rápidamente al día.

Las feministas veían el género como una serie de roles socialmente construidos para garantizar el sistema de dominación masculina –donde la masculinidad es el comportamiento de la dominación masculina y la feminidad el de sumisión a esa dominación— y rechazaban el sistema de géneros como parte del sistema de supremacía masculina. Planteaban que sin el sistema de dominación masculina no habría necesidad de géneros, que podríamos relacionarnos como simples seres humanos, y que por lo tanto negarse a ajustarse a los roles de género estereotipados era en sí mismo un acto de rebeldía contra el sistema patriarcal.

El movimiento de liberación gay adoptó un análisis de la opresión de amplitud similar, tomando el modelo de la lucha de los pueblos colonizados contra el imperialismo, y entendiendo que la opresión de los hombres homosexuales proviene de la opresión de las mujeres y la imposición de roles sexuales (el género), entendidos igualmente como constructos políticos. También consideraban que la homosexualidad y la heterosexualidad se construyen socialmente.

Posmodernismo y teoría queer
El postmodernismo (o deconstruccionismo) afirma que no existe una realidad objetiva, que todo es sólo una entre un número ilimitado de narraciones posibles, que ningún sistema político u obra de arte es superior a ningún otro. Las palabras sólo adquieren su significado a través de sus relaciones con otras palabras y no hay un significado unívoco. Lo único que podemos hacer es ‘deconstruir’ el texto. Desde este punto de vista, la literatura (como Matar un ruiseñor, Las uvas de la ira o La habitación de las mujeres) que pone de manifiesto la desigualdad social y estructural no es mejor que la literatura (como Cincuenta sombras de Grey) que erotiza y legitima dicha desigualdad. El postmodernismo es una doctrina profundamente conservadora que ofusca la realidad política y social. Surgió en un momento particularmente conservador de la historia, cuando el neoliberalismo estaba en auge y las críticas sociales radicales habían pasado de moda.

Fue en este contexto donde surgió la teoría queer, que entiende el género como una actuación, que hay muchos géneros posibles e idealiza los desajustes entre género y sexo (que denomina ‘transgresión’). Así pues, una lesbiana butch, una drag queen, un gay dominante masculino y una mujer prostituida pueden considerarse géneros diferentes y ‘transgresores’. De esta manera, el género se desvincula de las diferencias materiales entre sexos, y por ende la supremacía masculina y la opresión de las mujeres se difuminan. En lugar de desafiar roles y comportamientos dominantes y sumisos, la teoría queer acaba defendiéndolos y perpetuándolos.
Entender que la prostitución es así de ‘transgresora’ equivale a idealizarla e invisibilizar su realidad, la que para la mayoría de las mujeres no es una elección entre varias opciones viables, y por su propia naturaleza es abusiva y destructiva (tal y como demuestro en Choice in an Unequal World y Prostitution is Unlike Other Work). Pero cuando las feministas critican los sistemas de prostitución, los teóricos queer lo tachan de ataque a la ‘agencia’ de las mujeres prostituidas, en consonancia con el contraataque neoliberal hacia quienes osan pedir a las multinacionales que mejoren los salarios y condiciones de las trabajadoras en sus maquilas de Bangladesh, por ejemplo.

En buena lid, el término ‘queer’ debería englobar a lesbianas y gays, pero debido al mayor poder socioeconómico de los hombres, las lesbianas se fueron haciendo menos visibles y la liberación homosexual fue reemplazada por un movimiento por los derechos de los gays, muchos de los cuales pueden verse como hombres reclamando su parte de privilegios masculinos, de tal manera que se ha ido desarrollando una enorme industria sexual comercial al servicio de los gays. Estas demandas de hombres gays por su privilegio masculino se puede ver en su reivindicación del ‘derecho’ al sexo público, un derecho que pocas lesbianas o mujeres sienten necesidad o deseo de reclamar y que puede verse como otro aspecto más del derecho sexual masculino. Al encontrar poco apoyo para este llamado ‘derecho’ entre sus compañeras lesbianas, los hombres homosexuales solicitaron el apoyo de las defensoras de la industria del sexo heterosexual (Jeffreys, 2003), por lo que existe la percepción de que cualquier desafío a la prostitución es también un desafío a la ‘libertad’ de los hombres gays. No es por tanto sorprendente que cualquier crítica a esta ‘libertad’ se refute tan brutalmente como cualquier crítica al ‘derecho’ masculino a la prostitución.

El postmodernismo está disminuyendo su popularidad en la misma medida que la crítica al neoliberalismo se normaliza. Sin embargo, la teoría queer sigue tan popular como siempre, y debido a que el postmodernismo domina el mundo académico desde hace décadas, varias generaciones de estudiantes han sido educadas en este paradigma. Por tanto, no deberíamos subestimar la longevidad de su legado.

La izquierda tradicional
“Nuestra experiencia demostró, una vez más, que las personas a menudo se aferran deliberadamente a su ignorancia de la realidad social cuando esa ignorancia les permite mantener y justificar sus privilegios. Es mucho más fácil que desafiar el statu quo.” (Wu, 2004)

Es frecuente que las feministas en lucha contra el sistema prostitucional se indignen al descubrir que muchas personas de la izquierda tradicional las ataquen con las consabidas críticas: que son puritanas, antisexuales, que socavan la ‘agencia’ de la mujer prostituida, etc., al tiempo que despliegan una sofisticada censura contra el neoliberalismo, el capitalismo desenfrenado, la extensión del mercado a todas las esferas de la vida, la apropiación de formas de vida, etc., argumentando coherentemente que es incorrecto mercantilizar algunas cosas. Entonces, ¿cómo pueden ser incapaces de admitir el argumento feminista de que los cuerpos de mujeres y niños no deberían estar en venta? ¿Y que la prostitución no es una solución humana al empobrecimiento y la falta de oportunidades para mujeres y niñas en todo el mundo?

Para entender la prostitución como sistema de explotación y opresión es necesario apreciar su conexión con el sistema patriarcal que explota y oprime a las mujeres y privilegia a los hombres. Si permitimos que esta comprensión entre en nuestra conciencia, tenemos que admitir nuestra propia complicidad en este sistema, es decir, que somos cómplices de alguna forma. Como hombres, nuestros privilegios se basan directamente en el sistema, pero como mujeres también estamos atrapadas en él: nuestros privilegios suelen depender de los privilegios de los hombres que nos rodean. Si estamos dispuestos a tomar plena conciencia de este hecho, veremos que si queremos llegar a una relación humana verdaderamente libre, tenemos que renunciar a nuestra complicidad. ¿Tan aterrador es eso? Claro… Es mucho más fácil dirigir nuestra ira contra esas feministas puritanas, sin sentido del humor y anti-sexo.

“Se evita que el neoliberal perciba aspectos negativos del boom de la prostitución precisamente porque es un boom: un aumento en la actividad monetarista, un aumento en el número de transacciones de mercado. Es un buen negocio. Para mí, como feminista, la ideología de centro- derecha de los neoliberales huele a algo desagradablemente conocido: huele más o menos como la misma lógica (o ilógica) que se viene aplicando sistemáticamente a las mujeres prostituidas desde el doble rasero de la izquierda norteamericana (e internacional).

Aunque sepamos, culturalmente, por experiencia o por osmosis, que mujeres y niñas son prostituidas frecuentemente mediante la violencia, la pobreza, la privación o la traición, el liberalismo occidental lleva proclamando desde hace décadas que el aumento de la prostitución y la pornografía implican mayor libertad, apertura y […] democracia. El hecho de que la democracia real desempeñe un papel muy pequeño en la vida diaria de la prostituta tipo no se recoge en ningún sitio. El fanatismo ideológico con el que el teórico neoliberal ignora todos los efectos negativos de la ‘liberalización’ de los mercados no difiere del deliberado esfuerzo con el que el teórico liberal tradicional del sexo viene ignorando los efectos negativos de la llamada ‘revolución sexual’.

Las estadísticas incómodas, los atroces hechos como la expectativa de vida de las prostitutas, la edad promedio de inducción a la prostitución, los ingresos medios de las prostitutas, etc. (es decir, demografía pura y dura), nunca han incomodado a quienes definieron el negocio sexual como una fuerza liberadora. Que esa 'libertad' sea principalmente la libertad de los hombres para acceder a los cuerpos de mujeres y niñas –o de las naciones del G7 para acceder a los mercados y materias primas del Tercer Mundo— es un hecho que se soslaya a la hora de redefinir la depredación como progreso”. (DA Clarke, 2004)




Deseo y demanda
“El consumismo es la droga por la cual las mujeres y los hombres aceptan condiciones de vida inhumanas, y cada vez más destructivas. Las nuevas 'necesidades' creadas por la industria en su esfuerzo desesperado por mantener el modelo de crecimiento en marcha son todas de tipo adictivo. La satisfacción de estas adicciones ya no contribuye a una mayor felicidad y realización humana, sino a una mayor destrucción de la esencia humana”. (Mies, 1998)

Cualquier madre nos dirá que uno de los retos de la crianza de los hijos es establecer y aplicar límites al deseo de sus hijos: que no, que no puede cenar chucherías en lugar de comida, que debe ponerse el cinturón de seguridad en el automóvil, que no puede coger algo que no es suyo… esas cosas. De alguna manera, como adulto tienes que convencer al niño de que moderar sus deseos es por su propio bien, que por ejemplo renunciar al derecho de tomar las posesiones de otras personas contribuye a un mundo donde podemos confiar en que otros no se apropiarán de las nuestras. Y el valor de la confianza mutua vale más que robar el nuevo juguete de tu amigo. Moderar el deseo es parte del ser humano.

Sin embargo, está claro que moderar el deseo no es bueno para los negocios, y entender el precio que se paga por el deseo ilimitado es aún peor. Así que las grandes empresas hacen todo lo posible para garantizar que no comprendamos el precio de nuestros deseos, que no podamos ver la explotación de las mujeres que cosen la ropa que adquirimos en nuestras compras desenfrenadas del sábado, por ejemplo. O el perjuicio medioambiental por el uso del riego y los pesticidas en el cultivo del algodón, o el coste para la salud y la educación de los niños que se ven obligados a recogerlo, o el coste de transportarlo por mar en un barco de mercancías, o de la destrucción de vida marina cuando un contenedor cae al mar y se abre, etcétera. El mundo es finito, la vida humana es finita y un mundo donde el deseo es ilimitado es despiadado e insostenible.

Pero Margaret Thatcher estaba equivocada: existe una alternativa y debemos concebirla. Quizás esa alternativa signifique que necesitamos moderar nuestros deseos, usar nuestra ropa hasta gastarla. Tenemos que renunciar a algo para conseguir algo de mayor importancia.

Me atrevo a decir que el precio de la prostitución es demasiado alto: no sólo para las mujeres, las niñas, las personas transgénero y los hombres, sino para la sociedad en general, incluso para los puteros ese precio es demasiado alto. Al igual que con el consumismo, ese precio se oculta. Pero al final todos pagamos. Los socialistas, las feministas, los antirracistas y aquéllos que luchan por un mundo más justo deben tener claro que nadie, ni una sola persona, debe ser chantajeada u obligada a hacer cosas que van contra la dignidad humana a cambio de su subsistencia o supervivencia. Y a nadie se le debe permitir construir su ego e identidad sobre la explotación y subordinación de los demás. La prostitución es incompatible con estos principios. Esto significa que los hombres deben renunciar a su antiguo derecho sexual patriarcal. Es una condición previa necesaria para una sociedad más igualitaria.

“Quiero sugerirles que comprometerse con los hombres a ser sexualmente iguales, es decir, a un carácter uniforme como un movimiento o superficie, equivale a comprometerse a adquirir riqueza en lugar de pobreza, a ser violadoras en lugar de violadas, asesinas en lugar de asesinadas Quiero pedirles que adopten un compromiso diferente: un compromiso con la abolición de la pobreza, la violación y el asesinato; es decir, un compromiso para acabar con el sistema de opresión llamado patriarcado; para acabar con el modelo sexual masculino en sí mismo”. (Dworkin, 1976)

Por tanto, recomiendo apoyar el modelo nórdico. Despenaliza a todas las mujeres, niños, hombres y personas transgénero que participan en la prostitución, reconociendo la explotación que implica y las condiciones de explotación que originaron su introducción en ella, supone una fuerte inversión en servicios de reducción de daños para las implicadas y estrategias de salida para aquéllas que quieren dejarla, y criminaliza a proxenetas y puteros, para dejar claro que la prostitución es incompatible con los derechos humanos, y así reducir la demanda que la alimenta.

“La pornografía es propaganda de odio, y la prostitución es explotación. Si queremos un mundo basado en la justicia –justicia de género, justicia racial, justicia de clase, justicia entre personas de diversas orientaciones sexuales— entonces la pornografía y la prostitución deben ser eliminadas. Para eliminar la pornografía y la prostitución es imprescindible que los hombres participen, no sólo porque sean la mitad de la población, sino por algo aún más importante: los hombres son los principales productores, distribuidores y consumidores de mujeres y hombres en la pornografía y la prostitución. La ética de la justicia es nuestra ética, y no puede convivir con la pornografía y la prostitución”. (Funk, 2004)

Para una traducción al francés de este artículo, ver “Néolibéralisme, théorie queer et prostitution”.

Referencias:

Clarke, D.A. 2004. ‘Prostitution for Everyone: feminism, globalisation, and the “sex” industry’ in Not for Sale Feminists Resisting Prostitution and Pornography. Spinifex, Melbourne.
Dworkin, andrea 1976. Our blood: Prophecies and Discourses on Sexual Politics. Pedigree Books, New York.
Funk, Rus Ervin 2004. ‘What does pornography say about me(n)?: How I became an anti-pornography activist’ in Not for Sale Feminists Resisting Prostitution and Pornography. Spinifex, Melbourne.
Jeffreys, Sheila 2003. Unpacking Queer Politics, Polity Press, Cambridge.
Mies, Maria, 1998. Patriarchy and Accumulation on a World Scale: Women in the International Division of Labour. Zed Books, London.
Pollitt, Katha, 2014. Why Do So Many Leftists Want Sex Work to Be the New Normal?
Wu, Joyce, 2004. ‘Left Labor in bed with the sex industry’ in Not for Sale Feminists Resisting Prostitution and Pornography. Spinifex, Melbourne.

Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos

 Fuente
https://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/neoliberalismo-teoria-queer-y-prostitucion