jueves, 14 de febrero de 2013

La persistencia histórica del patriarcado.Boaventura de Sousa Santos



La persistencia histórica del patriarcado
 Por Boaventura de Sousa Santos *

No hay naturaleza humana asexuada; hay hombres y mujeres y, para algunos, otros sexos. Hablar de naturaleza humana sin hablar de la diferencia sexual es ocultar que la “mitad” de la humanidad integrada por las mujeres vale menos que la de los hombres. Bajo formas cambiantes según tiempo y lugar, las mujeres han sido consideradas seres cuya humanidad es problemática (más peligrosa o menos capaz) en comparación con la de los hombres. A la dominación sexual que este prejuicio genera la llamamos patriarcado y al sentido común que lo alimenta y reproduce, cultura patriarcal. La persistencia histórica de esta cultura es tan fuerte que, incluso en las regiones del mundo en las que ha sido oficialmente superada por la consagración constitucional de la igualdad sexual, las prácticas cotidianas de las instituciones y las relaciones sociales continúan reproduciendo el prejuicio y la desigualdad. Ser feminista hoy significa reconocer que esta discriminación existe y que es injusta, y desear activamente que sea erradicada. En las actuales condiciones históricas, hablar de naturaleza humana como si fuese sexualmente indiferente, sea en el plano filosófico o en el político, es pactar con el patriarcado.
La cultura patriarcal viene de lejos y atraviesa tanto a la cultura occidental como a las culturas africanas, indígenas e islámicas. Para Aristóteles, la mujer es un hombre mutilado y, para Santo Tomás de Aquino, siendo el hombre el elemento activo de la procreación, el nacimiento de una mujer es una señal de debilidad del procreador. A veces anclada en textos sagrados (la Biblia y el Corán), esta cultura ha estado siempre al servicio de la economía política dominante que, en los tiempos modernos, han sido el capitalismo y el colonialismo. En Tres Guineas (1938), en respuesta a un pedido de apoyo financiero para la guerra, Virginia Woolf se niega y, recordando la marginación de las mujeres en la nación, afirma provocativamente: “Como mujer, no tengo país. Como mujer, no quiero tener país. Como mujer, mi país es el mundo entero”. Durante la dictadura en Portugal, las Nuevas cartas portuguesas, publicadas en 1972 por Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa, denunciaban al patriarcado como parte de la estructura fascista que sostenía la guerra colonial en Africa. “Angola es nuestra” era el correlato de “las mujeres son nuestras” (de nosotros, los hombres), y con el sexo de ellas se defendía la honra de ellos. El libro fue incautado de inmediato porque justamente fue percibido como un libelo contra la guerra colonial, y sus autoras no fueron juzgadas sólo porque entretanto estalló la Revolución de los Claveles, el 25 de abril de 1974.




La violencia que la opresión sexual implica se produce bajo dos formas, hardcore y softcore. La versión hardcore es el catálogo de la vergüenza y el horror del mundo. En Portugal, en 2010 murieron 43 mujeres víctimas de la violencia doméstica. En Ciudad Juárez (México), en los últimos años fueron asesinadas 427 mujeres, todas jóvenes y pobres, trabajadoras de las fábricas del capitalismo salvaje, las maquiladoras, un crimen organizado conocido como femicidio. En varios países de Africa se sigue practicando la mutilación genital. En Arabia Saudita, hasta hace poco las mujeres ni siquiera tenían partida de nacimiento. En Irán, la vida de una mujer vale la mitad que la de un hombre en un accidente de tránsito; en un tribunal judicial, el testimonio de un hombre vale tanto como el de dos mujeres; en caso de adulterio la mujer puede ser lapidada hasta morir, una práctica que, por otro lado, está prohibida en la mayoría de los países de cultura islámica.
La versión softcore es insidiosa y silenciosa, se produce en el seno de las familias, las instituciones y las comunidades, no porque las mujeres sean inferiores sino, por el contrario, porque son consideradas superiores en su espíritu de abnegación y en su disponibilidad para ayudar en tiempos difíciles. Como es una disposición natural, no hace falta siquiera preguntarles si aceptan los encargos ni bajo qué condiciones. En Portugal, por ejemplo, los actuales recortes del gasto social del Estado victimizan en particular a las mujeres. Las mujeres son las principales proveedoras de cuidado a las personas dependientes (niños, ancianos, enfermos, personas con discapacidad). Si con la clausura de hospitales psiquiátricos y la ausencia de soluciones alternativas los enfermos mentales son devueltos a sus familias, el cuidado queda a cargo de las mujeres. La imposibilidad de conciliar el trabajo remunerado con el trabajo doméstico hace que Portugal tenga una de las tasas de fertilidad más bajas del mundo. Cuidar de los vivos se torna incompatible con desear más personas vivas. Y esto es apenas una expresión extrema de algo que está pasando un poco por todas partes.
Pero la cultura patriarcal tiene, en ciertos contextos, otra dimensión particularmente perversa: la de crear en la opinión pública la idea de que las mujeres son oprimidas y, como tales, víctimas indefensas y silenciosas. Este estereotipo hace posible ignorar o desvalorizar las luchas de resistencia y la capacidad de innovación política de las mujeres.


Mujer en sillón. Pablo Picasso. 1946

Es así como se ignora el papel fundamental de las mujeres en la revolución de Egipto o en la lucha contra el saqueo de tierras en la India; la acción política de las mujeres que lideran municipios en tantas pequeñas ciudades africanas y su lucha contra el machismo de los líderes partidarios que bloquean el acceso femenino al poder político nacional; la lucha incesante y plena de riesgos por la punición de los criminales llevada a cabo por las madres de las jóvenes asesinadas en Ciudad Juárez; las conquistas de las mujeres indígenas e islámicas en su lucha por la igualdad y el respeto de la diferencia, transformando desde adentro las culturas a las que pertenecen; las prácticas innovadoras en defensa de la agricultura familiar y las semillas tradicionales de las mujeres de Kenia y de tantos otros países de Africa; la presencia de mujeres en los movimientos antimineros (recordemos la muerte de Betty Cariño Trujillo en Oaxaca) y en todos los que pelean por el reconocimiento de la naturaleza como “bienes comunes”, tal como ocurre en estos días en la Argentina; la palabra de las mujeres palestinas que, cuando son interrogadas por autoconvencidas feministas europeas sobre el uso de anticonceptivos, responden: “En Palestina, tener hijos es luchar contra la limpieza étnica que Israel impone a nuestro pueblo”.


* Doctor en Sociología del Derecho; profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Wisconsin (EE.UU.). Traducción: Javier Lorca.




La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a  alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.
En este blog las imágenes son afiches, pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución para no revictimizarlas.
 







martes, 12 de febrero de 2013

Patriarcado



Patriarcado

Por Alberto B Ilieff



“En términos generales el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia.”
Marta Fontenla
“¿Qué es el patriarcado?”



“Ser feminista hoy significa reconocer que esta discriminación
existe y que es injusta, y desear activamente que sea erradicada.
En las actuales condiciones históricas, hablar de naturaleza humana
como si fuese sexualmente indiferente, sea en el plano filosófico o en el político,
es pactar con el patriarcado.”

Boaventura de Sousa Santos


Las líneas que siguen no pretenden ser un trabajo completo sobre el tema, ni siquiera bosquejar los puntos más salientes, sino ilustrar cómo son las instituciones sociales, como actúan las ideologías y como atraviesan toda nuestra vida aún desde nuestro propio interior y nos compelen a sentir, pensar y actuar de maneras determinadas.
En relación a nuestro tema específico, la prostitución, el patriarcado constituye el origen de la misma, el poder del varón con capacidad económica sobre la mujer, institución que posibilita que se pueda tomar su cuerpo para la satisfacción del hombre en una clara relación de uso. En un marco general de sometimiento de la mujer, en que el cuerpo de ellas es una variable, la prostitución aparece naturalizada en una silenciosa aceptación social.


El patriarcado es uno de los más antiguos sistemas sociales, ha atravesado distintos momentos históricos, imperios, monarquías, feudos, repúblicas, distintas economías y religiones y en todos los casos se ha adaptado, se ha unido a ellas e impuesto sus condiciones. Con esto quiero señalar que es muy anterior al capitalismo y es muy probable que, si no modificamos profundamente nuestras relaciones, logre sobrevivirlo.
Recordemos que en la humanidad, salvo el cuerpo y sus funciones biológicas, poco queda de eso que llamamos “natural”; y  aún el cuerpo mismo y sus funciones han recibido un trato cultural por lo que han adquirido distintas significaciones a lo largo del tiempo.
El patriarcado a partir de la diferencia anatómica entre el cuerpo del macho y el de la hembra,  ha construido todo un aparato que los distingue entre hombre y mujer, masculino-viril  y femenino, asignando a cada uno roles específicos y una jerarquía social bien determinada.
Es debido a esta ideología que aún desde antes de nacer ya aparecemos diferenciados y marcados con un nombre de varón o de mujer, colores también diferenciados así como la ropa, los juguetes. Las fantasías de los padres acerca del recién nacido también son diferentes si tiene pene o vulva. Se podría decir que a partir del momento en que los padres se enteran del tipo de genitales que tiene el aún feto, ya le endosan todo un repertorio de significaciones que lo irán tejiendo desde ese mismo momento y pesarán como una especie de destino del que le será muy difícil sustraerse.
Luego la educación irá controlando, premiando o castigando el cumplimiento de estos roles: cerrá las piernas, los hombres no lloran, sensible como mujer, marimacho, maricón, pollerudo, no subas a los árboles como un varón, ese color es de nena, los cochecitos son para los nenes, etc y etc.
Podríamos hacer un largo listado de las características diferenciadas que se imponen a cada uno de los sexos y que están presentes a lo largo de toda la vida y marcan modelos de actuación. Las personas que por algún motivo no encajan dentro de estas prescripciones pasan a formar parte de los raros, de aquel grupo que es mirado con cuidado y considerado peligroso y por esto, víctima de violencia.


Desde la etimología se podría decir que el patriarcado es el “gobierno de los padres”, en este caso “padres” hace referencia únicamente al varón, por eso se entiende como la forma de organización social en la que el varón ejerce la autoridad en todos los ámbitos, asegurándose la transmisión del poder y la herencia por línea masculina.
El sistema patriarcal implica una forma de organización social en que la autoridad recae en el varón. Este es el jefe indiscutible y también el propietario ya sea de las personas (esposa, hijos, esclavos) como de los bienes.
Si bien surge de la idea de pater familias, del padre de la familia que tenía omnímodo poder, incluso de muerte, esta organización sobrepasa este esquema para constituir a la sociedad toda y encarnarse en el estado que no representa al conjunto social, sino al poder de los varones.




 Es un sistema de dominación masculina sobre las mujeres y de producción y reproducción de la especie humana. Pasa por el sometimiento de las mujeres, la represión de la sexualidad femenina y la apropiación de la fuerza del trabajo del grupo dominado.

El varón es el signo por antonomasia, es lo sobresaliente, lo que hegemoniza y nombra, en contraposición, la mujer queda relegada al segundo lugar, a lo oscuro, pasivo, emocional,  menos inteligente, incapaz de pensamiento racional y de tomar decisiones.



Algunas de sus características tradicionales han sido la falta de  independencia económica de las mujeres, la división del trabajo, haciendo que estas carguen con todo el trabajo no remunerado (crianza,  cuidado de enfermos o familiares mayores,  la casa,  la familia, etc.), y cuando realizan trabajos remunerados  lo hacen por menos dinero que los hombres y en tareas de “bajo perfil”,  especialmente de cuidado o asistenciales y en puestos de escasa responsabilidad y poder de decisión. También es conocido el “techo de cristal” que simplemente significa un tope al ascenso laboral, académico o social de la mujer, independientemente de su capacidad o condición personal.

Si bien lentamente, en los últimos tiempos, sobre todo con la aparición del feminismo, muchas de las características se han ido modificando, eso no significa que el patriarcado este perdiendo lugar, sino que se ha flexibilizado y adaptado a las nuevas ideas.


Origen
Si nos basamos en los actuales estudios antropológicos e históricos se puede conjeturar que la aparición del sistema patriarcal fue más bien tardía, no estando presente desde los comienzos de la humanidad que se han podido rastrear.
En la sociedad pre-patriarcal las mujeres aportaban en igualdad con los hombres  los alimentos y productos necesarios a los colectivos humanos, participaban con los hombres en la caza o la agricultura itinerante, o sea que se hallaban en situación de paridad. La procreación y la crianza daban un papel diferenciado en cuanto al trabajo pero no inferior. La existencia de divinidades mujeres, de diosas de la fecundidad, están demostrando este lugar distinto y también valorado.

Al parecer el patriarcado tuvo su origen con el sedentarismo de la humanidad, cuando se inicia la agricultura. Esto implicó  movimientos expansivos por el logro de nuevas tierras para el cultivo y  la división sexual del trabajo en la que la fuerza física, mayor en los hombres, prevaleció sobre la de las mujeres.
Asimismo, es en esos momentos que en se logra un excedente de producción  y su posterior acumulación. Este excedente es tomado por algunos varones que lo definen como propiedad privada, apareciendo así la desigualdad económica.  Según F. Engels  “la preponderancia del hombre en el matrimonio es consecuencia, sencillamente, de su preponderancia económica” (“El origen de la familia, la Propiedad Privada y el Estado”).  Es entonces cuando la mujer comienza a ser propiedad privada de los hombres, primero del padre, que la dará en matrimonio a quién él crea conveniente siguiendo criterios económicos y de alianzas, y luego del esposo. Paralelamente es el momento de surgimiento de la prostitución, de aquellas mujeres que no son ingresadas a la propiedad privada matrimonial sino que quedan en el espacio público para uso público. La prostitución no puede ser separada históricamente del patriarcado en cuanto sometimiento de la mujer y surgimiento de la propiedad privada y también  en cuanto diferenciación de espacios y bienes. La prostitución es claro indicador de la propiedad privada, marca a los varones como aquellos que tienen los bienes, los que pueden pagar, por lo tanto los que se han apropiado del excedente.

Con la Revolución Francesa esto no es modificado, las mujeres son consideradas personas subordinadas cuya principal misión era procurar la reproducción física de la especie.
Con la Revolución Industrial  inmensas masas de mujeres son sometidas a largas jornadas laborales y salarios muy inferiores a los de sus compañeros.

En la modernidad el poder de vida y muerte pasa de manos del pater familias al estado, que como gran padre organiza la sociedad en base al sometimiento de los ciudadanos a ese estado y al mismo tiempo garantiza la sujeción de las mujeres no solamente al estado sino también al padre, al marido y a los varones en general.
De este modo la sociedad aparece dividida no solamente en clases sociales basadas en las relaciones de producción sino también de género. Por esto se podría decir que las mujeres, más allá de la clase social a la que pertenezcan,  comparten una posición común de clase social de género pues su producción es apropiada  por los hombres.

Modelo de sometimiento jerárquico

En el patriarcado las diferencias sexuales son tomadas y convertidas en una categorías sociales divididas de manera jerárquica, implicando relaciones de dominio, por lo que necesariamente ya estamos en el plano político. Decir que es político no significa que es externo, cada uno/a de nosotros/as esta construido por estas relaciones y sin darnos cuenta pensamos, sentimos y actuamos en función de ellas.

Al instituirse como modo jerárquico de poder, el patriarcal  se fue extendiendo más allá de la opresión de las mujeres también hacia otros sujetos como las niñas y niños, la juventud o aquellos grupos que por clase social, orientación sexual, origen étnico, preferencia religiosa o política, son minoritarios o diferentes al grupo dominante.
En esto coincide con el capitalismo y su diferenciación en clases sociales con el consabido sometimiento de las inferiores por las superiores. El capital como el patriarcado tienen una flexibilidad tal que les permite ir adaptándose a los cambios que uno y otro sistema van sufriendo. La relación entre ambos hace que sea imposible hablar de un capitalismo puro o de un patriarcado puro, ya que los dos coexisten y se apoyan mutuamente.

La autora australiana Carol Pateman habló de un “contrato sexual” que sería aquel realizado entre los hombres por el cual establecen la propiedad sobre las mujeres. De modo tal que aunque en una sociedad estratificada jerárquicamente como la nuestra haya hombres que tienen más poder que otros, genéricamente, todos tienen más poder que las mujeres. Es un pacto implícito esencial para entender el patriarcado, el género, la subordinación social de las mujeres en cualquier época histórica de predominio masculino.
El contrato sexual es anterior al contrato social que originó la desigualdad en las relaciones de producción determinantes de las clases. Por ello, no importa a qué clase social pertenezca la mujer, siempre se halla en situación de subordinación respecto del hombre. El contrato sexual significa para las mujeres una pérdida muy importante de dominio sobre sí mismas.

Juntamente con la institución del contrato sexual se halla la institución de la heterosexualidad obligatoria. Ello implica tanto para hombres como para mujeres la imposición de una limitación a los contenidos de la  sexualidad, quedando para las mujeres como finalidad la sexualidad reproductiva, modelo que deben conocer, practicar y desear.

Como vemos, al igual que cualquier sistema social, económico o político,  su sostenimiento, reproducción y justificación ha sido posible mediante el uso combinado de mecanismos coercitivos (prohibiciones, uso de la violencia) y  de mecanismos no coercitivos (modelos, premios, estereotipos, proceso de socialización de género), tanto materiales como simbólicos.

Sostenimiento y reproducción

El patriarcado para su permanencia se apoya en las instituciones sociales y en los hombres, pues todos estos, aún el más pobre, reciben beneficios económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal. 
La dominación económica (la mujer no podía manejar dinero, no accede a lugares de poder,  no puede ser propietaria , fue excluida de la herencia), física  basada en la fuerza muscular, institucional (sistema legales, morales, y religiosos que apuntalaban la marginación y opresión de la mujer por el hombre) y sexual (virginidad forzosa, procreación obligatoria, heterosexualidad, monogamia, limitación del placer y de las prácticas sexuales) aseguran la reproducción de la especie y la herencia patrilineal al mismo tiempo que el sometimiento de la mujer. 




A nivel cultural, encontramos que se transmiten de generación en generación ciertos mecanismos que perpetúan el sistema patriarcal como la educación androcéntrica, el funcionamiento y la estructura de la familia, transmisión de estereotipos. Es mediante el proceso de socialización de género que la sociedad enseña a sus miembros a ser y a comportarse de acuerdo a las normas establecidas por el patriarcado. Nuestra identidad femenina o masculina no están determinadas biológicamente, sino que son una construcción cultural que fuimos incorporando, aprendiendo desde el momento mismo de nuestro nacimiento o aún antes. Las diferencias entre el carácter femenino y el masculino son modeladas en base a estereotipos o códigos de conducta, tienen una base netamente cultural y no biológica: los niños desde su nacimiento son educados para sentirse superiores, para agredir a las mujeres, para reprimir su ternura y su capacidad de sentir y de amar. Las niñas son educadas para poner su vida en función de agradar, obedecer, ser madres y esposas, para sufrir y aceptar la violencia de género como algo natural.

Una forma de imponer y sostener la hegemonía es mediante los estereotipos, estos han sido creado por los varones en función del papel que se deseaba cumplieran las mujeres y mediante la familia, la escuela, las religiones y los medios en general fueron grabados en la personalidad de las mujeres, creando lo que se denominó “eterno femenino” o ser femenina. Amelia Varcárcel dice esto muy claramente: “Solo quien tiene poder funda sujetos y relatos. Y esto nos retrotrae al tema de la ablación de la memoria…..Las mujeres padecemos, con independencia de cada situación individual, la falta de cualquier memoria colectiva. Lo que nos sobran son hormas y moldes, pero los referentes que hubieran podido servirnos de modelos en el pasado o no se ha tolerado que se constituyan o han sido abolidos.” (“Rebeldes” , Madrid, Plaza y Janes, 2000)
Estos estereotipos se institucionalizan y constituyen modelos a cumplir. Tanto hombres como mujeres si quieren ser aceptados socialmente, adaptarse y subsistir deben esforzarse por alcanzar estas normas. Estos modelos no son cuestionados,  son enseñados como algo “natural” y los aceptamos de ese modo.
Parte de esta estrategia es la división en esfera pública y privada, la primera reservada a los hombres y la segunda a la mujer con el consiguiente reparto de roles. Estos roles también son tomados como parte de la naturaleza, de lo biológico,  por lo tanto, de lo normal.
El feminismo mostró como esferas consideradas “privadas”, como por ejemplo la familia, la pareja, la sexualidad, son centros de dominación patriarcal, las relaciones de poder también estructuran la familia y la sexualidad. Lo que ocurre en el orden de lo privado tiene consecuencias en el orden de lo social. Crearon la consigna:  “lo personal es político”.

Tanto hombres como mujeres colaboran en el sostenimiento del patriarcado, pero mientras que para los varones significa una forma de mantenimiento de sus privilegios, para las mujeres no es una opción voluntaria y aceptada, sino una imposición de la socialización de género a la que fue sometida desde su nacimiento. Su educación la lleva a someterse y promover en las otras mujeres igual conducta.
Parte de todo esto es también la rivalidad entre las mujeres. Las otras mujeres no son vistas como personas también sometidas a la voluntad patriarcal sino como contendientes en el logro de la conquista masculina, en lugar de promover su unión en defensa de la igualdad y sus derechos, son llevadas a  agotarse en controversias internas.

Violencia de género – Misoginia

En todo esto la llamada “violencia de género” juega un papel importantísimo ya que  es aquella que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres. Esto significa que es una violencia diseñada y dirigida contra las mujeres a efectos de mantener  su condición de subordinación frente al poder masculino, tanto en el ámbito privado como en el público.

Una nota muy importante a tener en cuenta es la relación entre patriarcado y misoginia.
El patriarcado en sí mismo es una práctica misógina de carácter sexista falocéntrica. Como ya dijimos antes, el varón es constituido en centro y detentador del poder y la mujer como subordinada.
La existencia de este tipo de relaciones nos está indicando que desde su misma base la sociedad presenta enormes dificultades para establecer vinculaciones igualitarias, equitativas. No será posible acceder a una real democracia ni a una sociedad igualitaria mientras persista el patriarcado.
Todo lo expuesto, por sí mismo ya es violencia contra la mujer, que se puede expresar con formas, como, por ejemplo las conductas “machistas”, distintos tipos de abusos (sexuales, de poder, económicos), violación, consumo de prostitución, feminización de la pobreza , no respeto de los Derechos Humanos, hasta llegar al feminicidio.
En la conocida frase “sos mía” se expresa más una relación de dominio y propiedad que debe ser completada con la aceptación y el sometimiento. El extremo lo encontramos en “es mía o de nadie”.



En la constitución patriarcal de la masculinidad se hallan presentes estos elementos violentos. La significación social otorgada al pene, asimilado al poder, al dominio, a la posesión, herramienta de control y sometimiento es extendida a la vida de todo sujeto varón.
El patriarcado también constituye la relación que el varón debe tener con su propio cuerpo y con el de la mujer. Esta es segmentada, parcializada, escindida de las emociones.
El hombre debe tener el control de la relación sexual, de su cuerpo y el de su compañera sexual, y buscar su satisfacción, por este motivo la prostitución es una clara forma patriarcal donde estos elementos aparecen con total claridad: el dominio y el control es de quien paga, no interesa la mujer y su cuerpo sino la satisfacción que pueden dar, no hay emociones comprometidas ni responsabilidades posteriores, la mujer es un sujeto denigrado a tal punto que se puede llegar a actos de violencia mayores (cortar, quemar, golpear) hasta el homicidio mismo. Por esto decimos que la prostitución es una forma de violencia contra la mujer que concuerda punto por punto con la institución de la sexualidad masculina y el rol asignado a la femenina.
También es violencia por las circunstancias que la llevan a estar en esa situación y también por lo que el varón ejecuta en ella. Paralelamente es violencia la naturalización de la prostitución tanto como querer convertirla en “trabajo”.

Prostitución – Trata de Personas

El patriarcado se hace mucho más patente en las situaciones extremas, ahí donde la naturalización o disimulo resultan muy difíciles de sostener y donde se hace también mucho más evidente su motivación misógina.
El trabajo feminista ha logrado que la violencia intrafamiliar sea reconocida y el feminicidio está siendo puesto en cuestión.
No sucede lo mismo con la prostitución y la trata de personas. La prostitución todavía es considerada una actividad más, como cualquier otra, lo que significa que cualquier mujer podría ejercerla.
La trata de personas es rechazada,  pero al quedar desvinculada de su razón de ser, de su finalidad, termina por ser aceptada. No se puede sostener que la trata de personas sea una violación a los derechos humanos, que sea un acto de extrema violencia y al mismo tiempo negar  que su finalidad, la captación de mujeres y niñas para los burdeles, también lo sea. Es hipocresía sostener que se puede consentir la prostitución y no aceptar la trata, pues no hay trata sin prostitución, ni prostitución sin trata, ambas son caras de la misma moneda.
Tanto una como la otra son formas de dominación política, económica, racial, étnica y sexista, poniendo en evidencia las relaciones de poder que los hombres ejercen sobre las mujeres.
La prostitución y la trata de mujeres y niñas, tienen como causa  al mismo tiempo que reproducen los roles tradicionales de género: mujeres como objetos sexuales y hombres como compradores de sexo. Ambas situaciones forman parte del mercado de “trabajo” femenino y del fenómeno de la feminización de la pobreza y de la migración.





“Es dentro de esta distorsión de quiénes son los actores de la prostitución que tengo que cuestionar el uso del término “trabajadoras sexuales”, que cobra cada vez más vigencia. Me identifico con la intención de superar las actitudes discriminatorias y peyorativas contra mujeres involucradas en la prostitución; pero calificar a las mujeres que están involucradas en la prostitución como “trabajadoras” y el “trabajo sexual” como un “oficio” o una opción laboral viene a ser un encubrimiento de las relaciones de poder, de dominación y explotación constitutivas de la prostitución. La prostitución sigue siendo prostitución aunque se profesionalice y legalice a una de sus componentes, puesto que no han cambiado las reglas de juego ni los actores de este comercio.”
Rosa Dominga Trapazo


Estado

En todo esto el estado no es en absoluto ajeno. El  estado que surge a partir de la modernidad tiene un papel importantísimo en la construcción del sistema de género tal como lo conocemos y en la estructuración de la sociedad  de manera patriarcal en la que las estructuras, procesos, relaciones e ideologías, tienden al beneficio de los hombres, excluyendo a las mujeres.
Estos mecanismos de sometimiento también son aplicados entre las clases sociales, especialmente hacia las bajas, y a sectores minoritarios ya sea por ideas, posturas religiosas, elección sexual,  étnia o edad (niños y niñas, jóvenes).
Los estados modernos se constituyen en base al sometimiento y explotación mediante la división clasista y de género.
Es en beneficio de este estado que la familia va sufriendo modificaciones fundamentales y es convertida en unidad de producción, reproducción y de socialización. Es ella la que aporta los hombres para los trabajos públicos, para los ejércitos, y deja a las mujeres en lugar de reparación de fuerzas del trabajador y reproducción de nuevos obreros. Posteriormente  tanto unos como otras son incorporados a las líneas de producción fabril, ahora más interesada en la reproducción del capital, aunque esto no signifique modificar la subordinación de la mujer.
El poder del estado en manos de los hombres les permite controlar, regular y mantener las desigualdades del sistema de género en desmedro de la mujer.


Este es un ejemplo de cómo el poder no se constituye únicamente mediante prohibiciones, las relaciones de poder construyen y determinan realidades no solamente por lo que prohíben sino también por lo que permiten o norman. Es el patriarcado el que ha determinado lo femenino, la sexualidad femenina, no olvidemos que la sexualidad humana no es natural sino que está controlada socialmente por su institucionalización histórica.
En la historia de las mujeres la imposición del  rol de objeto sexual junto con el de “esposa y madre”, el sometimiento al varón, el papel sumiso, se han convertido en “destino” que ha implicado discriminación, dependencia e insatisfacción.  Al contrario, en la vida de los varones se da prioridad a la autonomía y realización personal.

En general para referirse a estos mecanismos se habla de  “sociedad machista” pero si bien están relacionados, no son sinónimos, el "machismo" es la punta del iceberg de toda una organización social profundamente discriminatoria para con las mujeres que es el patriarcado.  El machismo es una actitud y una conducta  mientras que el patriarcado es toda la estructura social en la que muy diversos factores se entrelazan y refuerzan mutuamente.


No hay que olvidar que el patriarcado tiene aspectos y consecuencias  negativas para los varones. Para ellos también rigen estereotipos, modelos a los que ajustarse para ser considerados por los demás y ellos mismos sentirse “viriles”.
Al estar inscripto el patriarcado en nuestra subjetividad de varones, aún aquellos que se definan no sexistas, se ven atrapados, muchas veces de manera inconciente,  por esta matriz. Del mismo modo ella condiciona la conducta de las mujeres que sin darse cuenta reproducen y educan en este sistema, proveyendo así a su sostenimiento.
Aún cuando los varones también son afectados,  la diferencia es que resultan beneficiados global y personalmente en el balance de poder.





La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a  alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.
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