domingo, 9 de julio de 2017

Fauno



FAUNO                        

Por Alberto B Ilieff

Para esta nota sigo muy especialmente el libro “La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en internet” de Ercole Lissardi.*






Según este autor nuestra cultura se halla basada en dos paradigmas referidos a la sexualidad: el amoroso y el fáunico.
Hablar de paradigma no es referirse únicamente a un aspecto intelectual, a determinadas ideas, algo que interesa a pensadores, sino a esquemas de valores y conductas que son constituidos como modelos  reguladores de los comportamientos sociales y que integrados en nuestra personalidad nos constituyen, de ahí que sin darnos cuenta los vivimos, replicamos en nuestra vida cotidiana, por esto su importancia.

El paradigma amoroso ha orientado la cultura occidental. Ha propuesto como ideal el amor sublimado. Es esencialmente discursivo y sostenido fundamentalmente por las instituciones sociales detentadoras de poder: iglesia, estado, academia, leyes. Pero este no es el único, paralelamente ha existido otro, el fáunico, que privilegia el apetito sexual, el deseo, la curiosidad, la voluptuosidad. La voracidad sexual es entendida como un camino de superación espiritual.
Este último paradigma ha sido invisibilizado por las instituciones sociales, no obstante lo cual continuó vigente y ya sea al amparo de la clandestinidad o promovido por esta, ha sido otro de los derroteros posibles de nuestra sexualidad. Quizá sea de esta vertiente de la que surgen ideas tales, especialmente referidas a los varones, como lo insaciable del deseo, lo perentorio, el deseo como necesidad urgente que exige su inmediata liberación, la posibilidad de que su insatisfacción provoque enfermedades o desórdenes sociales como la violación.

                                                   Pan y Siringa. Rubens. 1617

Nuestra cultura y subjetividad se han ido conformando en ambos principios.
De ellos han surgido formaciones simbólicas que los vuelven visibles y que sirven como orientadoras de la cultura e incitadoras a la emulación. Al mismo tiempo hacen de explicación de las conductas humanas, ya sea por imitación del paradigma o en caso extremo, llegando a imaginar una verdadera “posesión”.
Estas formaciones no aparecen por impronta individual sino que son una creación colectiva sometida a la historia, por eso podemos ver distintas versiones que se han ido dando a lo largo del tiempo.


Según Lissardi la primera figura del paradigma fáunico fue el sátiro en Grecia. “El sátiro constituía una fuerza de la naturaleza, representaba la potencia sexual en tanto avidez insaciable e indiscriminada. Era bisexual, como sus inventores, pero de manera bestial, o sea, ignorando los protocolos y regulaciones del deseo que respetaba el ciudadano –o al menos el filósofo- griego.” (pág. 16)   Representan la dimensión animal de lo humano,  de ahí que su figura contenga ambos elementos. “Se los representaba normalmente desnudos e intifálicos. Eran sensuales, borrachines, juguetones y además, según Eurípides, embusteros y cobardes. Su figura híbrida –humanos con orejas puntiagudas- cuernos en la frente, pata de cabra y apéndice caudal equino- estaba estampada sobre todo tipo de objetos de uso cotidiano…” (pág.18)  Su representación era un estímulo pero también un recordatorio de la prioridad que debía darse al deseo sexual.
Al principio eran anónimos, carentes de nombre y discurso. Aparecían como cortejo del dios Dioniso, eran una figura colectiva.


He tomado los siguientes textos de George Bataille***  pues me parece  que muestran con total claridad el ideario fáunico:
“…la muerte y el deseo son los únicos que poseen la fuerza que oprime, que corta la respiración; solo el exceso del deseo y el de la muerte permiten alcanzar la verdad.” (pág. 13)
“…el erotismo es, en un sentido, la afirmación de la voluptuosidad infinita vinculada a la agitación sexual…” (pág.168)
“La actividad sexual se sitúa dentro del resplandor de una luz brutalmente seductora, de un resplandor tan ardiente, tan poderoso que sería casi inútil oponérsele.” (pág. 169)

  
   Ninfas y Sátiro. Borguereau

Con el tiempo estas imágenes van evolucionando hacia una representación más natural que busca excitar directamente el deseo, van del ámbito institucional al de la intimidad del deseo. Un ejemplo es el Sátiro en reposo de Praxíteles o el muy posterior Fauno de Barberini. Si la escultura clásica buscó plasmar la perfección de la belleza en la figura humana, en el Fauno de Barberini la desnudez representa al deseo.


               Fauno Barberini                                           




           



                         
Praxiteles  Sátiro en reposo

En la Edad Media se produce un cambio importante en el que la institución regente, la iglesia católica, pone su impronta. Aparece la figura de Satanás, también un híbrido mezcla de humano y macho cabrío. Es el tentador, el que mediante seducción lleva al alma al pecado y sobre todo al primero de los siete pecados capitales, el de la carne (la lujuria).
“El Satanás de la Iglesia desciende directamente del sátiro, de él recibió los distintivos de su imagen: cuernos, orejas puntiagudas, rabo, pezuñas (Russell, 2006); pero de él recibió también el rasgo que más notoriamente lo definía: la  lubricidad”. (pág.38)
Otra característica que lo liga a la antigüedad clásica es su invisibilidad y omnipresencia susurrante. Al igual que los daimones, seres invisibles que acompañaban y aconsejaban a los humanos cuál era la mejor conducta ante determinado hecho, Satanás susurra al oído una constante invitación al desenfreno provocando con ideas e imágenes pecaminosas. “Satanás no era mudo como el sátiro. Argumentaba, seducía, convencía, hablaba hasta por los codos, de manera que únicamente su presa oía lo que decía.” (pág.39)
Mediante esta figura la iglesia cristiana se encarga de mantener vivo el paradigma fáunico mostrando como este camino está disponible y que, en última instancia, haberlo seguido es perdonable pues el único responsable es siempre Satanás. Es el tentador, el sumo seductor del que no se puede escapar pues el cristianismo mismo nos enseña que todos “somos pecadores” o sea que es imposible escapar al influjo satánico. Juego de doble mensaje en el que prohíbe aquello mismo que es incitado,  necesario pues si la gente no “pecara” el perdón no sería necesario y entonces la iglesia tampoco tendría sentido.

“El circuito tentación/pecado/culpa/absolución solo es perfecto a partir del advenimiento del sacramento de la confesión….Representa el poder de la Iglesia, o sea de los hombres de la Iglesia, para salvarnos de nuestra debilidad humana, de evitarnos el castigo eterno y así poder aspirar a la recompensa de la eternidad. Puesto que no podemos sino pecar, nuestra única salvación es ser absueltos.” (pág. 39)

El análisis de conciencia tiene el poder perverso de hacernos volver a los hechos de nuestra vida, de resaltar y significar aquellos que desde el poder religioso fueron catalogados como malos, pecaminosos, y de ese modo fijarlos en nuestra mente, distinguirlos de entre la multitud de otras conductas. El análisis debe ser exhaustivo, penetrante, buscando los detalles por los que puede aparecer el pecado y que a simple vista quizá aparezcan como inocentes. El buen confesor sabrá interrogar para hallar estos detalles y de ese modo, a partir de quizá hechos insignificantes se va construyendo el acto inmoral. San Francisco de Sales decía que si bien estamos moralmente eximidos del contenido de nuestros sueños, en última instancia, también somos responsables de él.  De este modo el proceso de análisis de conciencia y confesión  no solamente crea los hechos, los organiza y clasifica, sino que los fija en la mente, estableciendo de este modo el círculo que sostiene el poder eclesial


Lissardi  expone con claridad: “La figura….de Satanás es el cemento que mantiene unido el edificio del poder eclesiástico, cuyas piezas claves son la confesión (me someto) y la absolución (te perdono).” (pág. 42) El cristianismo creó el enemigo externo del que pretende defendernos. “Para lograr esa protección construye un sistema de control policíaco que se permite esculcar hasta en el último reducto de la intimidad”.
 






En la modernidad se produce un cambio significativo, Lissardi dice:
“Profundizando el costado juguetón e inocente del modelo clásico, los faunos, a partir de la Modernidad, son completamente estetizados, edulcorados, inofensivos, domesticados, son faunos ya no de la selva agreste sino de jardines de ensueño, son faunos de peluche, pasteurizados, representaciones dirigidas a las elites sensibles y cultas, primero de la aristocracia y luego de la burguesía, meros bibelots para vitrinas frente a las que las damas se sonrojan y los caballeros se aclaran nerviosamente la garganta antes de espetar alguna trivialidad. Ya no expresan la voracidad sexual en toda su potencia, como en la Antigüedad, sino la vaga  e inconsistente nostalgia de un mundo natural, de una arcadia, de una edad de oro que existió alguna vez, antes que se desencadenara la opresión progresiva del proceso civilizatorio.” (pág. 24).

En la modernidad aparece el movimiento de pensamiento llamado libertinismo, fundamental para romper con el yugo que impuso el catolicismo. Se caracteriza por ser asistemático y opuesto a todo dogma. Sostenía la libertad en todas las relaciones sexuales. “Para los libertinos, la vida humana es estrictamente natural y la naturaleza es la perfección divina; los instintos no pueden ser restringidos y no hay pecado si el hombre se comporta de acuerdo a la atracción natural por el placer físico.” (pág. 49) En este contexto es que surge Don Juan.
Para Lissardi Don Juan es la tercera representación del paradigma fáunico, es la encarnación de Satanás.


                                                                                                                   
D. Juan y la estatua del comendador         Haidea encuentra a D.Juan- Ford Madox Brown


Hasta este momento las figuras representativas eran claramente fantásticas, en la modernidad el paradigma es vestido de realidad. “…es el producto de una civilización dominada por la ideología del cristianismo, para la cual el pecado de la carne era el más abominable de los pecados y en el cual, por consiguiente, la represión sexual es el elemento clave para el control del cuerpo social.” (pág. 46)
Don Juan mostraba la fuerza incesante e incontrolable del deseo sexual capaz de avanzar sobre las leyes humanas y divinas. Juega un papel importantísimo en la represión de la sexualidad al mostrar –enseñar- que la voracidad sexual conduce al castigo. “El discurso pedagógico de Tirso** es de doble vía: por un lado a las mujeres les dice “¡Cuidado con los seductores diabólicos!”, por el otro dice a los hombres, “¡Cuidado  con la volubilidad de sus mujeres!”.
“Don Juan, diseñado para ser el símbolo del mal y de lo reprobable, se convirtió en el símbolo popular de la imbatibilidad del deseo. El camino de la represión está sembrado de este tipo de paradojas.” (pág. 48). Operación similar a la de la confesión católica por la que ese proceso en lugar de limpiar la conciencia de las ideas supuestamente malignas la impregna al tiempo que las muestra incombatibles pues todos somos pecadores. Don Juan al mismo tiempo que nos dice que el pecado de la carne nos lleva al castigo muestra que es imposible luchar contra ese deseo.

Moliere en su Dom Juan ou le festin de pierre claramente le hace decir: “…cuando se ha llegado a  ser señor una vez, ya no hay nada que decir, nada que desear, todo lo bello de la pasión ha concluido…..no hay nada más dulce que triunfar sobre la resistencia de una bella persona, y en este tema tengo la ambición de los conquistadores, que vuelan permanentemente de victoria en victoria, y que no pueden resolverse a poner límites a sus deseos. Nada hay que pueda detener la impetuosidad de mis deseos…” (en Lissardi pág. 51)
Don Juan seduce con su deseo porque la mujer desea estar bajo su influjo. Es la forma del deseo.

Lissardi se refiere a Casanova como otro modelo del fauno. Para Casanova  el deseo  no sabe de diferencias de género, de identidad  sexual. “…afirma que el deseo no tiene objeto predeterminado, que el deseo es previo a la determinación genérica, que una vez desatado el deseo no hay más remedio que seguirlo hasta lo que el objeto revele ser.” (pág.71)

En el siglo 20 es la lucha por quitarse el peso –la represión- que impone el paradigma amoroso  para poder acceder a la libertad sexual.
El escritor Henry Miller encarna esta lucha y la herida  que no cicatriza producida entre lo amoroso y lo fáunico, véase especialmente la trilogía La crucifixión rosada: Sexus, Plexus, Nexus. Lissardi lo sintetiza de este modo: “En un mundo empobrecido espiritualmente y miserabilizado sexualmente –el mundo de la masificación- Miller avanza abriéndose las puertas a las patadas. Su sensualidad ya no reprimida es su fuerza y su fuente de seducción.” (pág.33)


                                                                           

Fauno y cabra. Picasso. 1960

Me detengo aquí en estas breves notas del libro de Lissardi para relacionarlo con la masculinidad y la prostitución.

No por redundante quiero dejar de señalar que todas las figuras fáunicas son machos, varones. Esto no es casual, desde la antigüedad misma se ha querido poner en lo masculino una marca distintiva. La masculinidad se halla signada por este paradigma y lo contiene como uno de sus atributos fundantes. Son características atribuidas a los hombres estar “siempre listos”, siempre dispuestos y deseosos de una nueva cópula al punto que para muchos es impensable negarse ante una posibilidad. La mayoría de los varones consideran al deseo sexual  como una necesidad apremiante, que exige su satisfacción y que no puede ser contenida. Estamos lejos de las sutilezas de lo erótico o el refinamiento de  los matices, es la fuerza incontenible del deseo la que nuevamente aparece revestida de ímpetu salvaje, ahora en todo varón. Fuerza tan bestial que de no hallar medios lícitos para su liberación puede conducir al crimen, a la violación.  Aquí es una cita obligada los dichos de San Agustín: “La prostitución es una condición necesaria de moralidad” y “si quitan la prostitución, el placer y la licencia corromperán a la sociedad”. San Agustín y con él toda la cristiandad colocan al placer como causa de la corrupción y a partir de ahí podemos remontarlo hasta el mismo demonio tentador de aquella Eva que hizo fuéramos expulsados del paraíso. La prostitución sería necesaria para contener, normalizar,  este deseo-placer que, de no ser así, podría llevar a la destrucción social. De esta manera el sexo también queda controlado, marcado, es convertido en algo sumamente peligroso porque en sí mismo es placer. Por este motivo debe ser desprovisto de esa esencia maligna, convertido en deber, en transacción comercial, en deber conyugal, en actividad carente de ternura, de afecto, de erotismo, en pura descarga fisiológica y con fines procreativos. El contrato sexual (Carole Pateman), el contrato matrimonial, la heterosexualidad monogámica, el “trabajo sexual”, son algunas de las formas en que se ha normalizado la sexualidad, quitándole la vitalidad para convertirla en un trámite más dentro de la sociedad de producción capitalista.

Como vemos, desde lo fáunico, el deseo-placer es considerado netamente masculino. En la mujer es depositada la contraparte de la elaboración patriarcal: ella desea ser deseada, cae bajo el influjo del deseo masculino, de la seducción del falo, a lo sumo lo que puede hacer es resistirse. Según un mito que circulaba aún por los años sesenta, la mujer no necesitaba de la relación sexual pues naturalmente, mediante la menstruación se liberaba de su tensión. La represión de la sexualidad en la mujer era –es- la norma al punto que  no le era permitido el acceso al placer, era totalmente enajenada de su propio deseo, solamente dispuesta a cumplir con su “deber” matrimonial cuando el esposo así lo deseaba. Reducida a ser la falta de…, la envidiosa del falo, la carente, solo completada por el hombre y/o el hijo.
Paralelamente queda establecidas las funciones dativa para el varón  y receptiva para la mujer, y una jerarquía: el varón es el que completa, el que llena el hueco, el que otorga el hijo.
También podemos analizar la idea que se tiene de la satisfacción sexual, esta se obtiene por la descarga, por la eliminación de la tensión, es netamente evacuativa. Estamos lejos de la visión de la relación sexual como encuentro, como contacto íntimo, como otra forma de compartir y de enriquecimiento o de placer compartido.

Así la construcción social contraponía ante el acoso del deseo masculino, la resistencia y obligación de virginidad, la represión sexual para la mujer. De ahí la necesidad de crear un elemento que permitiese mantener este equilibrio inestable, para eso fue necesario mantener a la institución de la prostitución. De este modo se garantizaba la existencia de un grupo de personas de “mala vida” a las que cualquier hombre, en cualquier momento, pudiera –pueda- tener acceso. El fauno, esa energía natural a la que no le interesan las identidades, los géneros, las historias ni los nombres personales, puede descargarse dentro del marco acotado que le fija la sociedad. El peligro está conjurado.

Por otro lado, la mujer en prostitución confirma el modelo general, ella no desea, acepta lo que el hombre le propone, queda subyugada, dominada, por el falo representado por el dinero. Sigue ocupando el papel de Eva, la seductora que hizo perder el paraíso terrenal a la humanidad al tiempo que es la que espera, en la esquina o el burdel, a que el hombre llegue y la reclame, la complete.
Como vemos, la prostitución es la consecuencia  del paradigma fáunico y sostenedora del sistema patriarcal al fijar a las mujeres en posición de inferioridad y de disponibilidad ante el deseo  masculino.


Tanto el paradigma amoroso como el fáunico escinden a la persona humana y la mutilan volviéndonos una especie de discapacitados al no poder integrar tanto los elementos sensibles, tiernos, amorosos con los físico sexuales. Nos han dado una visión reducida, muy acotada de lo que es la sexualidad y más precisamente, la relación sexual. Es tarea de la prostitución-pornografía  mantener esta escisión
El dios Pan y las ninfas

En la actualidad es clara la construcción de la prostitución como parte del divertimento al que todos y cada vez más, debemos y tenemos el derecho de acceder, ya es parte de la industria de la diversión. En la cercanía de un club de alterne español hay un cartel que lo publicita, obviamente dirigido a los hombres, y que les dice “porque te mereces”, todo hombre merece tener una joven bonita, sana, limpia y dócil para pasar un buen momento de distención sin más responsabilidad que pagar el precio. Es la “industria del entretenimiento” que nos dice que es lo mismo penetrar y eyacular en una persona que ver una película, o subir a la montaña rusa de un parque de diversiones, o una caminata, todo es diversión. 
 


¿se está resignificando lo fáunico? ¿Se lo está convirtiendo en una mercadería más y parte de la diversión?  Se lo está banalizándo.
El sátiro, el demonio ancestral, el deseo incontenible  ahora parecieran ser unas figuras más, entre otras,  en las salidas del sábado a la noche, o para los momentos de aburrimiento y aún de descorazonamiento.
Ya no es el placer lo que mueve, quizá ni siquiera la tensión. El sexo ya no es el motivo, la búsqueda de diversión delata su fondo de aburrimiento. La vacuidad social debe ser ocultada, el placer, el sexo, deben ser eliminados porque pueden subvertir, pueden mostrar que hay algo más acá, más próximo y vital que el mercado y sus mercaderías, en definitiva, que hay un alguien.


Satiro defence. Voltaireart


*“La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en internet” de Ercole Lissardi,  Editorial Paidós, colección Entornos. Buenos Aires, 2.013

**Tirso de Molina autor de la obra El burlador de Sevilla y convidado de piedra.  Don Juan es “un libertino que cree en la justicia divina («no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague») pero que confía en que podrá arrepentirse y ser perdonado antes de comparecer ante Dios («¡Qué largo me lo fiais!»). Si además recordamos que El burlador de Sevilla fue publicada en 1630 podemos concluir que es una obra cuya vocación es moralizante…”
“Protagonista de la obra, El burlador de Sevilla, y personaje en torno al cual gira la obra entera, que durante toda la obra se dedica a burlar a todas aquellas damas que encuentra en estado de gracia para así él poseerlas, haciendo uso de trucos, engaños y burlas y deshonrando de esta forma a la mujer y perdiendo el honor del hombre con el que ella realmente deseaba gozar.”
La obra finaliza cuando Don Juan es llevado a los infiernos sin darle tiempo a confesar y lograr el perdón de sus pecados.
Fuente
https://es.wikipedia.org/wiki/El_burlador_de_Sevilla_o_El_convidado_de_piedra

** George Bataille “Lo imposible”. Ediciones Coyoacan. México. 1996