domingo, 11 de enero de 2015

Gemma Lienas. Comparecencia Congreso de los Diputados

Gemma Lienas
Comparecencia Congreso de los Diputados  

4/6/2006


Les agradezco que me hayan invitado a participar en este debate que considero crucial, no sólo por el tema en sí mismo, sino porque de la opción que se aplique para resolverlo dependerá en parte el tipo de sociedad que estaremos construyendo. Me alegro de poder estar aquí como escritora, como feminista, como presidenta de “Dones en Xarxa” y para hacer de altavoz de todas las mujeres que están en situación de prostitución obligadas por los proxenetas o por el hambre, que no creen que la prostitución deba ser considerada un trabajo y que, sin embargo, no van a aparecer en público ni van a poder venir aquí para mostrar su desacuerdo con la regulación porque o están amenazadas o quieren ocultar que se dedican a esa actividad.

Creo que la compra de un cuerpo para uso sexual es una conducta que atenta contra los derechos humanos y que no se puede considerar práctica de sexo sino abuso de poder, mediante el cual una persona con dinero somete a otra que no lo tiene, lo que, en definitiva, tal como considera la ONU en el “Convenio para la represión de la trata de personas con fines de explotación sexual de 1949” –convenio, por cierto, subscrito por España- es una forma de esclavitud. Conviene asimismo recordar que la prostitución es, hasta el momento, un problema de género (el 90% de quienes ejercen la prostitución son mujeres; mientras que un porcentaje abrumador de proxenetas y clientes son hombres) y un problema de clase (la inmensa mayoría de quienes se prostituyen son personas en situación de vulnerabilidad económica y/o social).

Mi experiencia en este tema se basa, fundamentalmente, en el trabajo de investigación desarrollado a lo largo de un año para escribir mi libro Quiero ser puta. Contra la regulación del comercio sexual. Una de las cuestiones que más me impactaron al ir acumulando documentación fue tomar consciencia de que éste es un negocio millonario, cuyo volumen se estima en el mundo en una suma superior a la cifra conjunta de todos los presupuestos militares. La prostitución es un negocio mundial casi de la misma magnitud que el del tráfico de armas y del tráfico de drogas. Y en España se supone que la cifra de negocio se sitúa sobre los 18.000 millones de euros.

Teniendo en cuenta estos datos no es de extrañar que los llamados empresarios del sexo estén luchando duramente por conseguir la legalización total de su negocio. Esos proxenetas de postín han desarrollado intensas campañas para convencer a la opinión pública de la necesidad de regular. Para ello se han valido, entre otras cuestiones, de la palanca que son los medios de comunicación (ANELA se vanagloria en su web de haber dado a conocer su mensaje gracias a un reportaje de la revista Interviu; aunque ahora podríamos añadir que todas las emisoras de radio y canales de TV les ponen un micro a su disposición cada vez que lo necesitan.) Oír hablar a los empresarios del sexo es muy ilustrativo, especialmente si no hay una cámara delante. Juzgan a esas mujeres unas desgraciadas sin principios y sin formación, a las que hay que poder “importar” de los países pobres y a las que se debe mantener bajo control sanitario. Por otro lado, los usuarios de prostitución se manifiestan también a favor de regular. De conseguir su propósito, la compra de sexo quedaría asimilada a una actividad de ocio como otra cualquiera y perdería las connotaciones poco éticas que aún tiene ahora, con lo que esos hombres podrían beneficiarse sexualmente de las mujeres todavía con mayor impunidad. También están a favor de la regulación algunas organizaciones de prostitutas. Según dicen, ésta es su profesión o “su proyecto de vida”. Cuando se comparan las demandas de esas mujeres con las de los empresarios, las coincidencias entre unas y otras sorprenden y mueven a una cierta desconfianza. Una acaba por recordar que “poderoso caballero es don dinero”. Y poderoso es quien lo tiene.

De regularse la prostitución, las mujeres no saldrían ganando, como demuestran los resultados negativos de los estudios efectuados en Holanda, Alemania o Australia, países que la han regulado ya hace unos años. Sólo saldrían beneficiados los proxenetas y los usuarios.

Por otro lado, la ciudadanía, de modo general, se halla muy dominada por las ideas neoliberales: si hay oferta y hay demanda, significa que hay mercado y, por tanto, se debe regular, dicen muchas personas impregnadas de neoliberalismo, incluso sin ser conscientes de ello. Que sólo la ley de la oferta y la demanda rija los principios de países democráticos como el nuestro no parece la mejor solución. Además, alguna frontera habrá que ponerle al mercado, o terminaremos fagocitados por él. Por ejemplo, en Estados Unidos se están planteando ya regular la compra-venta de órganos humanos para atajar -justifican- un mercado negro cada vez más floreciente. Si regulan ese mercado en lugar de perseguirlo, la injusticia del sistema se acentuará porque los ricos comprarán órganos, mientras que los pobres no tendrán otra opción que venderlos y, además, no podrán acceder a los trasplantes, que quedarán fuera de sus posibilidades económicas. España aún no está en esta situación, pero ya hay españoles que se desplazan a países del tercer mundo para comprarse un riñón o un poco de médula. Un riñón en el mercado negro viene a costar unos 300.000 €. Un riñón pagado directamente a su propietario puede costar 60.000€. El propietario del riñón sale ganado si lo vende directamente al europeo necesitado, porque percibe íntegros los 60.000, mientras que en el mercado negro recibe sólo 2000 €.

Pero el estado de derecho, en concreto ustedes, están para legislar, para considerar qué es digno y qué no, para poner límites... Precisamente siempre ha habido un límite claro en la legislación en todo lo concerniente al propio cuerpo, sean los úteros de alquiler, sea la venta de sangre.
 



Otras personas dicen, también en la línea neoliberal, que ésta es la actividad económica mejor pagada para las mujeres sin formación. El argumento es escalofriante, porque en un momento en que la feminización de la pobreza en el mundo crece, lo último que podemos hacer es bajar la guardia y admitir como buena una explotación de tal calibre sólo porque proporciona ingresos a las mujeres. ¿Qué ocurriría si los ricos que pueden comprarse pisos de alto estanding pusieran de moda tener como felpudo a chicas desnudas pagándoles cifras astronómicas? ¿Pensaríamos que es una buena opción para las pobres? ¿Diríamos que si ellas se dejan limpiar los pies sobre sus nalgas lo hacen porque quieren? ¿Lo regularíamos como un trabajo?


El negocio de la prostitución ha crecido exponencialmente en la última década y, sobre todo, en un mundo globalizado se ha convertido en un negocio global. Hoy día, no se puede separar la prostitución de las redes de tráfico de seres humanos. Las mafias que trafican con personas son las mismas que trafican con armas y con drogas. También son mafias que roban pisos o clonan tarjetas de crédito. Son auténticas transnacionales del crimen.

Quisiera poner de manifiesto algunos datos que en los últimos meses han aparecido en la prensa española. España es el país de destino preferido de las mafias que trafican con personas. A la vez, España se ha convertido en el país europeo que más drogas consume. Cabría preguntarse si aumento de la prostitución y aumento de las adicciones a las drogas no tienen un común denominador que se llama “mafias”. Mafias que, por otro lado, han empezado a desvalijar chalets en urbanizaciones.

Contra algunos de los argumentos de quienes proponen regular la prostitución, opongo los míos:

La prostitución es inevitable.

El argumento de la inevitabilidad es extremadamente desazonador. Es tanto como decir que la conducta humana no puede ser modificada o que los varones tienen inscrito en su código genético el consumo de prostitución, lo que resulta extraño. Más bien este comportamiento parece fruto de unas determinadas ideas y de un desequilibrio económico, y por ello es modificable.

Es un trabajo como otro cualquiera.

Algunos datos: Entre un 63 % y un 80 % de las prostitutas han sido víctimas de violaciones. Las prostitutas corren un riesgo 40 veces mayor de ser asesinadas que el resto de la población femenina. Más del 68% de prostitutas sufren estrés postraumático.¿Se puede considerar un trabajo una actividad que comporta tanto riesgo para la integridad de las mujeres?

La prostitución nada tiene que ver con la pérdida de dignidad ni con la cosificación de las personas.

Resulta como mínimo paradójico que una sociedad como la nuestra, que pugna para que los cerdos sean trasladados al matadero en condiciones dignas o que ha logrado prohibir las exhibiciones de animales en los circos, se haya acostumbrado a considerar aceptable la imagen de una mujer en éxtasis que soporta, en pleno rostro, el chorro de semen de un desconocido.

La mayor parte de mujeres que han conseguido salir de la prostitución e incluso las que todavía están en ello pero que, por miedo a represalias no se atreven a hablar en público, cuentan haber sufrido numerosos episodios de tortura, humillación, violaciones, vejaciones. Muchas cuentan cómo han llegado a la prostitución después de haber sido preparadas con abusos sexuales, violaciones y palizas por parte de los proxenetas que así las “ablandan” para el “trabajo” que les espera.

También es iluminador entrar en los foros en que los varones hablan de su relación con las prostitutas o de sus viajes de turismo sexual para saber qué concepto tienen de la prostitución y de qué modo ven a las mujeres que se dedican a ello . Y las ven como “cosas” a su servicio, en la medida en que han pagado y que, en ese rato, les pertenecen.

Es preciso legalizar esta actividad para que las prostitutas puedan realizarla en mejores condiciones.

Si ésta es la razón, legalicemos, entonces, la ablación de clítoris para las niñas subsaharianas o asiáticas.

Es absurdo considerar que las mujeres son víctimas. Son adultas con capacidad para decidir sobre su cuerpo.

El auténtico problema es que con la legalización de la prostitución se permite que una violencia, inaceptable en cualquier otro trabajo, se considere normal para las mujeres que se prostituyen y, por tanto, como parte de su trabajo. De modo que, si consideramos que sufren violencia de género, son víctimas, como cualquier mujer maltratada.

Algunas prostitutas opinan: “Soy libre de hacer con mi cuerpo lo que quiera y de comerciar con él”.

También unos paquistaníes que cargan botellas de butano 12 horas sobre 24 y seis días a la semana pueden reafirmar sus derechos individuales. Pero, ¿se imaginan un debate en el que se discutiera sobre si los trabajadores pueden realizar 72 horas semanales? No, no pueden según el estatuto de los trabajadores. Y los derechos individuales de unos cuantos no serían motivo para legislar en este sentido. Por supuesto, no sería una lucha contra los inmigrantes sino a favor de los derechos de los trabajadores. De la misma manera, estar contra la regulación del comercio sexual no significa estar contra las prostitutas sino a favor de una sociedad más justa. Además las abolicionistas no queremos prohibir ni penar a las prostitutas, sino a los proxenetas, es decir, los empresarios del sexo y a los usuarios de la prostitución.

Por todos los argumentos que de manera resumida he expuesto, mi postura es abolicionista. El sistema abolicionista reconoce la existencia de la prostitución y lucha por su erradicación. Es el sistema más moderno, más progresista y el único que corre paralelo a la declaración de los Derechos Humanos. La reglamentación, sin embargo, es tan antigua como el código de Hammurabi. El sistema regulacionista es un sistema trasnochado.

Sin embargo, es impensable que el sistema abolicionista pudiera implantarse en España, un país donde uno de cada cuatro hombres ha utilizado alguna vez los servicios de una prostituta (la media es superior a la del resto de Europa), un país en el que se compran cada día un millón de servicios sexuales y funcionan unas 11.000 plazas hoteleras de prostitución. Fracasaríamos como fracasó la ley seca contra el alcohol en los Estados Unidos o como hubiera fracasado la ley antitabaco que se implantó en enero de 2006 en España de haberse querido aplicar hace 20 años. Para que una ley abolicionista pueda funcionar adecuadamente es preciso abordarla por etapas.
 


En una primera etapa debería:
* Aplicarse con contundencia el Código Penal a quienes reclutan a las mujeres, a quienes incitan a la prostitución, a quienes trafican con mujeres y niñas o niños, a quienes les prostituyen, a quienes ejercen contra mujeres y niñas/os cualquier tipo de violencia, a quienes se lucran con su trabajo, a quienes promueven la prostitución.
* Incrementarse los recursos económicos y de personal para desmantelar no sólo las redes de tráfico de fuera del país sino también las internas.
* Incrementarse los recursos económicos y de personal para ayudar a las mujeres que quieran dejar la prostitución: casas de acogida, salarios de reinserción, programas de formación...
* Ofrecerse una protección efectiva a las mujeres que delaten a sus captores o a sus proxenetas. También debería darse protección policial a las prostitutas, es decir, quien tendría la protección sería la prostituta y no el usuario de la prostitución.
* Promoverse campañas para cambiar la percepción masculina en relación al uso de mujeres como objetos sexuales y para que los usuarios tomasen conciencia de que comprar sexo significa abusar de alguien vulnerable.

En una segunda etapa deberían penalizarse a los usuarios de la prostitución con multas.
Precisamente ahora, cuando ya Suecia tiene resultados positivos respecto a su ley abolicionista y cuando ya el estado de Victoria en Australia, que legalizó la prostitución hace más de veinte años, tiene pruebas evidentes del fracaso de la suya, muchas personas se plantean regular la prostitución en España. ¿No estaremos haciendo lo mismo que con la matemática moderna que la incorporamos al currículum escolar cuando ya en Europa se había demostrado que era nefasta para el aprendizaje de las matemáticas?



Las imágenes han sido agregadas por mí, no aparecen en el texto original.
La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a  alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.

En este blog las imágenes son afiches, pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos históricos.

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martes, 6 de enero de 2015

Prostituídas y prostituidores: dos psicologías enfrentadas

Congreso Internacional Explotación Sexual y tráfico de mujeres        AFESIP España

Carlos París
Prostituídas y prostituidores: dos psicologías enfrentadas

Voy a imprimir un pequeño giro al tema que me ha sido propuesto por la organización del Congreso, “Prostituidas y prostituidores: dos psicologías enfrententadas”, para analizar más que los aspectos psicológicos- en que, por añadidura no soy experto- los roles o papeles de ambas partes. Pienso, en efecto, que las psicologías en cuanto fenómenos individuales, tanto del cliente como de la prostituída, pueden ser enormemente variadas, recorren un amplísimo campo de posibilidades, en cambio, sus situaciones objetivas, los papeles desde los cuales uno y otra se relacionan resultan susceptibles de una descripción comunitaria y representan el nudo del debate sobre la prostitución, así como de las políticas con que esta realidad debe ser afrontada. Y, como se trata de una relación dual, con funciones complementarias, me veré obligado a hablar de sus dos términos, no sólo el llamado “cliente” sino también de la mujer o prostituída. En esta perspectiva nos encontramos ante dos lecturas y valoraciones inversas: la que podemos designar como leyenda áurea o leyenda rosa de la prostitución y aquella que desvela la cruda realidad de los hechos.

Cliente y prostituta en la “leyenda äurea”

“Dos adultos mantienen una relación sexual tras convenir un precio”. ¿No constituye ello un acuerdo perfectamente aceptable? Puede ser repudiada semejante relación si es establecida con menores de edad, con personas sometidas a coacción, forzadas, o si entran en juego drogas ilegales. Pero no, si trata de una relación entre seres libres, en el ejercicio pleno de sus facultades. Así se explica la Asociación de Empresarios de Locales de Alterne, (ANELA) según reproduce Joaquín Prieto en una reciente colaboración publicada en El País. (1)

Consecuentemente, fuera de estos límites, condenar la prostitución únicamente tiene sentido desde posiciones que rechazan el sexo y su libre ejercicio, desde actitudes represivas ante la sexualidad. Ya sea por inmadurez y ñoñería ante nuestro cuerpo y sus pulsiones, por falta de capacidad para asumir nuestra plena realidad. Ya, según la doctrina católica oficial, por la ordenación de la sexualidad humana a la reproducción que permite su ejercicio exclusivamente dentro del matrimonio y sin el uso de medidas contraceptivas. Aunque, ciertamente los teólogos no hayan tenido empacho en considerar necesaria la prostitución, según la teoría del “mal menor”. Y, curiosamente, es esta teoría la que hoy vemos reaparecer, secularizada, en voces como la de la catedrática Mercedes García Arán, que, si bien no osan entrar a discutir éticamente la relación prostituyente, mantienen que su supresión generaría caóticos desordenes. (2)

Mas no es ésta teoría del mal menor, la visión expresada por la ANELA, y, en general, por las posiciones proclamadoras de la leyenda áurea. Según ellas, se trata de una relación en que un individuo, normal y mayoritariamente un hombre, requiere ciertos servicios y está dispuesto a pagar por su suministro, a quien se los proporcione. Estos servicios son de índole sexual. Pero nada los diferencia, a no ser que tengamos una concepción represiva de la sexualidad, de otros, tales como la limpieza del hogar, la atención del camarero o camarera a la mesa en que nos sentamos en una cafetería, el tratamiento por el médico de nuestras dolencias o la asistencia que el abogado nos proporciona en un trance jurídico. Y el individuo en cuestión busca y encuentra una mujer dispuesta a prestarle los servicios deseados. Lo hace libremente, de acuerdo con esta descripción, pero, sin duda -hay que reconocerlo- no por gusto, buscando su satisfacción propia, al modo del cliente. Ni mucho menos por amor, cosa imposible, tratándose, al menos en un primer encuentro, de un desconocido. Lo hace, y ello diferencia radicalmente esta situación de las habituales, normales, relaciones sexuales, para obtener unos ingresos que le permitan sobrevivir en los casos más necesitados o le posibiliten elevar su nivel de vida en meretrices acomodadas.

Entonces, su entrega y actividad ha de ser planteada como un trabajo. La prostituta es redefinida como “trabajadora del sexo”. Se aduce, para quitar hierro al asunto, que incluso hay trabajos más duros y más explotadores que el suyo. Y, como los otros trabajadores, la mujer dedicada a la prostitución debe obtener los derechos laborales que la actual legislación prescribe. Tal es la perspectiva de las relaciones entre cliente y prostituta defendida por los partidarios de la leyenda áurea y cuya consecuencia práctica es que la prostitución debe ser aceptada y mantenida, sin más necesidad que la de regularla por parte de los poderes públicos.


La cruda y dura realidad de la relación

Es interesante observar el falaz juego de esta descripción punto por punto. Algunos detalles de importancia menor, no dejan, sin embargo, de ser significativos. Por ejemplo, he hemos hablado de “un individuo” y ello no siempre se ajusta a la realidad. No debemos olvidar que muchas veces la visita a los burdeles se realiza en pandilla. Como una juerga colectiva, por hombres cargados de alcohol- droga admisibe en la doctrina de la ANELA, pues no está prohibida- y en un clima supermachista, en el cual alguno llega a decir: “vamos a dar una paliza a las putas”. Si no siempre es tan alto el grado de brutalidad y actitudes primarias, en todo caso resulta normal la acumulación de clientes que, sucesivamente, en lamentable hilera, se satisfacen con una prostituta, en ocasiones hasta agotarla. Según Anita Sand se puede contar el número de cuarenta o cincuenta clientes por cada mujer prostituída. (3)

Pero lo decisivo, sin extendernos en comentar aspectos más accesorios, es el deslizamiento que se ha producido de la realidad a su idealización manipulannte. Y la tranquila aceptación de un mundo degradado. Las relaciones sexuales humanas son expresión bien del amor en los casos más nobles, bien de un deseo de goce libre y mutuamente compartido. Y tal es su normal realización. No debemos olvidarlo. En la prostitución asistimos a una radical transformación de estas relaciones. Degradadas y desiguales, se han convertido en “prestación de servicios”.

En términos lógicos reina una completa asimetría .Y dicha asimetría, expresada en su forma más suave, es la de un protagonista dominante y una sirviente. De un lado se sitúa activamente un hombre que experimenta la sexualidad como necesidad fisiológica y como voluntad de goce. Posee el poder del dinero y, aún podríamos añadir, el prestigio social. Actúa como soberano. De otro un sujeto pasivo, la mujer, o- si se quiere ampliar el campo hacia fenómenos más minoritarios- el ser prostituído, para quien la relación no tiene más razón y atractivo que el de los ingresos que le proporciona. Sólo éstos le dan sentido. Pero, entonces, se ha convertido, no ya en sirviente, sino en mero objeto, utilizado por el ser que goza de ella. Podemos decir que la mujer sumida en la prostitución no se ve en función de si misma, sino en el espejo que es el ojo del cliente, como realidad que puede satisfacer a éste. Se ha borrado a sí misma, como ser personal, convertida en mercancía. Por supuesto, la terminología de cliente y prostituta, debe ser sustituída por la prostituidor y prostituída.



Patriarcalismo, mercantilismo y racismo en la prostitución

El carácter patriarcal de la relación resulta evidente. Corresponde a un mundo en que el varón maneja el dinero y tiene derecho a satisfacer a gusto sus instintos. Son tan poderosos que no se les puede poner barreras. En otro caso se incendiaría el mundo. La mujer aparece como un ser necesitado, carente de posibilidades por sí misma y además es despojada de sexualidad propia. Aunque rizando el rizo de sus sumisión, simule un placer no experimentado, para gratificar la virilidad del prostituidor. Es el colmo de la farsa montada por la dominación patriarcal.

Significativo de este carácter patriarcal de la prostitución resulta el hecho de que el combate por la abolición de la prostitución es en su mayor parte librado por mujeres feministas. Por aquellas que promueven un mundo igualitario, roto el dominio del varón, mientras que tantos hombres se muestran partidarios de mantener la prostitución. Los que la defienden más encarnizadamente son beneficiarios económicos del fenómeno como empresarios o chulos, otros se complacen en frecuentar los burdeles y finalmente muchos poco sensibles para la liberación total de la mujer se muestran indiferentes o abogan por la regularización. Y, así, sólo se consiguió la prohibición y sanción de los clientes en Suecia, cuando el Parlamento resultó compuesto igualitariamente por hombres y mujeres.

Junto al patriarcalismo, se manifiesta el mercantilismo que ha dominado la historia humana y ha alcanzado su ápice en el capitalismo. Ambos en estrecha relación. Como acabo de escribir es el varón quien maneja el dinero. Compra a la mujer en la forma más extendida de prostitución. En nuestra sociedad capitalista en que el dinero constituye el resorte más importante de poder, su distribución entre sexos es aplastantemente desigual en todos los niveles sociales. De un lado la feminización de la pobreza, de otro la acumulación de la riqueza o la superioridad de ingresos en manos masculinas. Y a partir de aquí la mercantilización inunda todo el mundo que estamos analizando.

Conforme a una sentencia del Tribunal de Luxemburgo de 2001 la prostitución constituye una “actividad económica”. Para la OIT (Organización Internacional del Trabajo) el “sector sexo” debería ser incluido en el actual mundo industrial. (4) Y, evidentemente, estamos en presencia de una actividad económica .Según datos aireados por la portavoz socialista en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo, Elena Valenciano, sólo en España mueve dicha actividad 40 millones de euros diarios y alcanza en el mundo la cantidad de 5 billones de euros anuales. (5) En algunos puntos del planeta este mercado del sexo alcanza proporciones extraordinarias. Según el informe de la OIT la prostitución constituye la principal fuente de ingresos en las economías deprimidas del sureste asiático ( Malaisia, Indonesia, Tailandia y Filipinas). Ello ha exacerbado el reclutamiento de mujeres para dicha actividad. (6)

Y, en conjunto, se sitúa junto al mercado de armamentos y la droga entre los más cuantiosos negocios de nuestra sociedad. No deja de sorprender entonces el interesado y acendrado vigor con que la prostitución es defendida por sus actuales beneficiarios. Pero, aún se llega más lejos, cuando se proclama que su legalización suministraría importantes ingresos a las arcas de los Estados, gracias a la percepción de impuestos, como también defiende la OIT.

Mas semejante situación convertiría al Estado en cómplice y proxeneta. Consideración nada honrosa para un Estado que se pretende de Derecho. Al término despectivamente usado de “Estado bananero” habría que añadir ahora el de “Estado putero”. Y es que, evidentemente, el hecho de que la prostitución constituya una actividad económica explica el interés de sus beneficiarios, mas no justifica el mantenimiento de la misma. Como tampoco el del tráfico de armas y de drogas. Mas bien pone a la luz el carácter perverso de la prostitución, al transformar las relaciones sexuales en compraventa y al convertir en mercancía los cuerpos humanos, las mujeres, y su capacidad de servir de objeto de desahogo para los apetitos sexuales del varón. Como en Suecia propaló la campaña que condujo a la abolición de la prostitución, “comprar cuerpos humanos es un crimen”. Expresión justa, nada desmesurada, si nos percatamos de que, si bien la vida física de la prostituta no es suprimida- aunque en el límite de la violencia que, dígase lo que se quiera reina en este campo, se lleguen a producir verdaderos asesinatos (7)- en todos los casos, aún sin violencia física, se anula la condición humana y personal de la mujer prostituída, al tratarla como mero objeto, al modo del esclavo.

Y la intensa actividad que mueve la prostitución debe ser categorizada, consecuentemente, como “crimen organizado”. Con el cual el prostituidor colabora activamente, ya que sin él no sedaría. Tal es la realidad recientemente denunciada en otra oportuna campaña, esta vez, en Almería, mediante carteles cuyo texto afirma: “La prostitución atenta contra los derechos fundamentales de miles de mujeres y niñas en todo el mundo y existe porque tú pagas”.

Junto al patriarcalismo y el mercantilismo, también otra lacra de nuestra historia se manifiesta aquí: el racismo. El hecho básico es la desigualdad  económica y de poder entre razas que arroja a la mujeres de las razas dominadas al ejercicio de la prostitución, tanto en sus propios países como en tierras a que, en el tráfico de carne humana, son llevadas. Pero, además florece cierta mitología de lo exótico y de ardiente sexualidad de las mujeres no blancas, como han analizado y documentado Laura Keeler y Marjut Jyrkinen. (8)

La pretendida libertad

En una relación patriarcal, mercantilizada y racista ¿se puede mantener la libertad de la mujer prostituída? En la descripción áurea de las relaciones entre cliente y prostituta se afirma la libertad de la prostituta como requisito para una relación lícita y, por ende, regulable. Aun en el supuesto de aceptar la conversión de la sexualidad en negocio mercantil, evidentemente todo contrato económico, para ser válido ha de establecerse en condiciones de libertad. Entonces debemos preguntarnos ¿existe verdaderamente esta pretendida libertad?

Al respecto, podríamos considerar tres grandes situaciones típicas en la mujeres que se encuentran sumidas en el orbe de la prostitución. En primer lugar aquellas que han sido literalmente forzadas, obligadas bajo poderosísima coacción a convertirse en prostitutas, cosa que- como no deja de ser natural- en modo alguno deseaban. Resulta que, en nuestros días, y en nuestro mundo industrial avanzado, constituyen la inmensa mayoría. Según datos de la Policía Nacional y la Guardia Civil, el 90% de las mujeres que actualmente ejercen la prostitución en España son extranjeras. Evidentemente no se trata de turistas que viajan desde países ricos y quieren compaginar nuestro sol y nuestras playas con la prestación de servicios al macho ibérico. Vienen de países de la Europa del Este, cuya incorporación al triunfante capitalismo globalizador les ha hundido en la miseria, también provienen del subdesarrollo creciente de naciones de Ibero- América, o de la abandonada África. Han sido traídas engañosamente con la promesa de ofrecerles un trabajo, que no se anunciaba precisamente como “trabajo del sexo”. Y, luego, llegadas a la tierra prometida, tras haberse endeudado hasta las cejas, son forzadas a ejercer la prostitución.

Caen prisioneras, encerradas, a veces sin otra ropa que la erótica con que deben excitar a los clientes, pero con la cual no pueden salir a la calle. Amenazadas y sometidas al terror, en ocasiones, son, incluso, vendidas. Semejante tráfico de carne humana femenina, que adapta a los tiempos actuales el transporte de esclavos, no es un fenómeno marginal en la realidad que estamos considerando, como los voceros de la prostitución pretenden, define su situación aplastantemente mayoritaria. En la cual las mujeres son víctimas, tanto de la violencia y la codicia patriarcal, como de la que preside, en estrecha relación con ella, el actual orden económico mundial. Y el llamado turismo sexual- ahora con el aditamento de explotar infantes desvalidos- completa y redondea este siniestro panorama. en que los varones ricos y poderosos del Primer Mundo satisfacen sus instintos en la carne de los países pobres, esperándola en su confortable mansión o viajando en busca de ella.

Es el tremendo espectáculo que ofrece un mundo interrelacionado y cruzado por las comunicaciones en una tecnología puesta al servicio no del desarrollo planaterio, sino de la voluntad y beneficio de los poderosos. Pero, no sólo la prostitución es ejercida por mujeres arrancadas a su patria, también es practicada, y así tradicionalmente lo ha sido, en el propio país, sin necesidad de salir de él, a veces con el desplazamiento de las zonas más pobres, rurales, a las grandes urbes. En este sentido se puede dibujar un recorrido que va del pueblo al servicio doméstico en la ciudad, y, en él, al abuso de los señoritos de la casa para acabar en la prostitución. ¿Es factible describir esta historia como un ejercicio de la libertad? En primer lugar, sin duda, cabe hablar de los hombres en cuyas manos esta criatura puede caer para ser explotada y manejada, de los chulos en pequeña escala y de los propietarios de locales y negociantes del sexo. Pero, aún prescindiendo de estas situaciones, imaginando una mujer que ejerce como prostituta por cuenta propia ¿en qué medida la decisión de vender su cuerpo es libre? Distingamos, al respecto, entre voluntariedad y libertad. Y, con arreglo a tal precisión, podríamos decir que en este caso la decisión es voluntaria, pero no estrictamente libre. Aunque arranca de la iniciativa personal, no de una directa coacción de un individuo dominador, está condicionada tal opción por un marco de posibilidades que la fuerzan. Por el acecho de la miseria, de la indigencia, de la penuria. La prostitución aparece como vía para sobrevivir.

En un reciente programa de televisión sobre el sexo en Brasil, una mujer que se ganaba la vida como prostituta así lo declaraba. No había encontrado otra posibilidad para sobrevivir y confiaba en que, ejerciendo la prostitución, conseguiría que su hija no se viera obligada a afrontar el mismo triste destino. Ciertamente no parecía muy satisfecha con su mal llamado trabajo.

Por encima de estos dos mundos, se encuentra el minoritario de la prostitución de lujo, o alta prostitución. Está integrado por mujeres que, supuestamente, han ingresado en este universo de servicio al placer masculino, no por el apremio de la necesidad ni por la fuerza y el engaño, sino por el puro afán de lucro. Refinadas, educadas, obtienen los más altos ingresos por su actividad. Si Lenin hablaba de la aristocracia obrera, aquí- aunque ello no signifique aceptar la idea de la prostitución como trabajo- podríamos hablar de la aristocracia de la prostitución. Y parecería, a primera vista, que en este nivel ciertamente la elección ha sido indiscutiblemente libre.

Examinemos críticamente esta presunción. Sin duda no han actuado las intensas coacciones físicas y económicas que hemos denunciado en los mayoritarios casos anteriores, pero, aún en esta realidad minoritaria, se acusa la presencia de presiones sutiles que cuestionan la pretendida libertad. En primer lugar, la escandalosa diferencia de retribución entre un trabajo productivo y los ingresos obtenidos por complacer los gustos del varón de alta posición. Situación sólo concebible en una sociedad dominada por el despotismo patriarcal, que rige su economía, y para el cual priman, sobre cualquier otra necesidad, los caprichos del hombre de las altas clases sociales. Y esta desigualdad estructural opera sobre mentes que han sido troqueladas por la mitología del consumo, por el acceso a lujos, a los cuales este hombre satisfecho por el servicio femenino abre puertas. Como vemos, la pretendida libertad de las mujeres dedicadas a la prostitución se esfuma, cuando la sometemos a crítica, y, al modo en que Diógenes buscaba al hombre verdadero, tendríamos que tratar de encontrarla con un candil.




La prostitución disfrazada como trabajo

Si hemos examinado críticamente la pretendida libertad de la mujer prostituída, no resulta menos importante atender, ahora, al intento de convertir su actividad en un trabajo. Quizá este planteamiento trate de basarse en el hecho de que la prostitución es una actividad económica, como hemos visto, y representa una fuente de ingresos para la persona que se dedica a ella. Pero, evidentemente, no toda actividad que genera ingresos para quien la ejerce puede ser categorizada como trabajo. En tal caso habría que considerar el robo o la estafa como trabajos, a veces de alta calidad y muy rentables. Y, ciertamente, así son expresados en el argot del gremio de ladrones o estafadores, pero no en el uso social y jurídico. Lo mismo cabría decir del juego, y a nadie se le ocurre que comprar un décimo de lotería y cobrar el premio, si éste es obtenido, se defina como un trabajo. En cambio, se dan verdaderos trabajos, como el llamado “trabajo voluntario”, que, hechos por altruismo, no revierten en ninguna compensación económica. Y en la histórica explotación de la mano de obra esclava asistimos, sin duda, a duros trabajos que no son retribuidos.

El concepto de trabajo, rigurosamente entendido, supone el desempeño una actividad encaminada ya a la producción de una obra, industrial, manufacturera, intelectual o artística, ya a la extracción de bienes naturales, como en la minería o la pesca, ya a la prestación de servicios. Es preciso insistir en la idea de “actividad”, como algo que pone en funcionamiento nuestras facultades físicas y mentales, según las destrezas que previamente hemos adquirido. Así el obrero en la sociedad capitalista, a cambio de un salario, vende su fuerza de trabajo al propietario de los medios de producción. Se puede hablar de explotación, en la medida en que el capitalista obtiene una plusvalía. Se beneficia del trabajo y aumenta su riqueza. Y, ciertamente, el sistema capitalista no representa la forma más justa y humana de organizar la producción, que encontraría en la propiedad colectiva de los medios de producción una fórmula más alta y racionalmente equitativa. Pero, indubitablemente, lo que el proletario vende es su fuerza de trabajo. Algo exterior, no se vende a sí mismo. No vende su cuerpo, ni su intimidad. La mercancía que sitúa en el mercado laboral es su capacidad productiva externa, no su realidad personal, como el esclavo o la esclava que son vendidos y comprados en su entera realidad, en un mercado de carne humana, despojados de la condición de personas.

Y algo análogo podemos decir de otros trabajos, en que una actividad, sea la propia de una profesión liberal, sean servicios manuales, logra una retribución. Un cliente de un restaurante no se permite derechos sobre el cuerpo de quien le sirve. Y el camarero o camera consideraría un ultraje ser manoseada por dicho cliente. Tampoco una persona que se vale de los servicios de un médico o de un abogado adquiere el derecho de imponerle sus ideas o aspirar a que realice acciones que contradigan la ética del profesional. Y es que, aunque en ocasiones se afirme que en nuestra sociedad todo se compra y se vende, aún el más descarado mercantilimo tiene sus límitres. Y, entre ellos, debe figurar la prohibición de comprar algo tan íntimo, personal y noble, como es la sexualidad y su realización.

Frecuentemente se dice, con justo repudio, que en la prostitución se compra el cuerpo de la mujer o del ser prostiuído. Ello es verdad, pero aún tal decir constituye una expresión demasiado débil, respecto a la intensidad de la venta. Porque el cuerpo no es algo exterior, que posee un yo angélico, como pensaba Descartes o ha expresado Gabriel Marcel. El cuerpo es nuestra realidad personal, inseparable del yo, es aquello que nos define, con que hacemos nuestra biografía. Constituye nuestra identidad. Vender el cuerpo es venderse a sí mismo. Y si es alguien exterior quien realiza la venta, como, por desgracia, ocurre con notable intensidad en el tráfico de mujeres es un vendedor de esclavas, como los antiguos negreros.

Conceptualmente, no es posible, por todo lo que acabo de argüir y han argumentado muchas voces, categorizar a la prostitución como un trabajo, sin incidir en grave confusión. Pero, además, debemos pensar en las consecuencias lógicas, a que conduciría la inclusión de tal actividad en el mundo laboral, si se desarrolla estrictamente. Como ha puntualizado Lidia Falcón, en tal caso, habría que pensar que a una prostituta sin trabajo le correspondería ir al INEM a solicitar un burdel y se abriría una bolsa laboral con la oferta de puestos de prostitución. Entonces cabe – prosigue Lidia Falcón- que “ a cualquier mujer que se encuentre en el paro, aunque previamente haya trabajado siempre en fábricas u oficinas, se le podrá ofrecer el “empleo” en un burdel. Si no tiene trabajo en el sector en que se ha formado, puede, sin embargo, ser prostituta”. (9)

Parece una siniestra broma surrealista. Sin embargo, observemos lo que nos relata Gisela Dütting en Holanda: ”.. a algunas personas desempleadas se les ofreció trabajar como recepcionistas en burdeles. Si se niegan a aceptar el trabajo, pierden sus beneficios sociales y el seguro de desempleo”. (10) Aunque el trabajo ofrecido no era estrictamente el de prostituta, imponía la colaboración y presencia en esta actividad a personas que la rechazaban y al rechazarla quedaban gravemente perjudicadas.

En línea con todo lo que venimos comentando, el Grupo de Trabajo sobre las Formas Contemporáneas de la Esclavitud del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, en el año 2003 se declaró “ convencido de que la prostitución nunca puede considerarse un trabajo legítimo”.




La degradación del prostituidor

Si, en la relación entre prostituída y prostituidor, la explotación y alienación a que la primera de estas figuras es sometida, se revela escandalosamente manifiesta, una vez que hemos desenmascarado la leyenda áurea, no deja de ser cierta también la degradación en que el prostituidor cae. Como ya en otras ocasiones he explicado y escrito, (11) semejante degradación adquiere dos aspectos principales. Uno de ellos es la despersonalización, el otro la deshumanización, la caída en una conducta puramente zoológica, de instintividad animal.

El llamado cliente paga, utiliza la superioridad de su dinero para comprar a una mujer- en ciertos casos un niño, niña o un adulto masculino- que se encuentra en inferioridad económica. Pero, al hacerlo, no solo cosifica el ser comprado, borra, también, su identidad personal propia. Se convierte, dentro de una íntima relación, en mera y pura moneda, que es aquello a que la prostituida se ofrece. ¿No representa una alineación perder el rostro humano y transformarlo en un fajo de billetes? ¿No se desprecia a sí mismo en su identidad, al desaparecer transmutado en dinero?. ¡ Qué triste estima de su propia persona!

En el otro aspecto, el prostituidor aparece ciego para el mundo que las pulsiones sexuales abren en la condición humana. En lugar de dirigirlas hacia una relación personal, busca el mero desahogo fisiológico, a cuenta de un ser en quien descarga sus instintos. No sólo este ser utilizado es degradado, también lo es el hombre que actúa como mero macho animal.

Pero, además, es el responsable del hundimiento en una indigna humanidad. La prostiuída ocupa en su relación el lugar de víctima y de objeto. Es utilizada por la pura fuerza o por el poder económico. El prostituidor es el sujeto responsable de este abismo de inhumanidad. Para salir de él debe ser disuadido mediante el castigo, tal como en Suecia o en Corea del Sur se ha establecido. Tanto el proxeneta como el llamado cliente, más exactamente el degradado prostituidor, han de ser perseguidos hasta borrar estas criminales figuras de nuestra sociedad y avanzar hacia un mundo en que las relaciones sexuales alcancen la dignidad y plenitud que corresponde a la condición humana.

Notas

(1) Prieto, Joaquín, “Una fábrica incontrolada de dinero negro”, El País, 27 de septiembre, de 2005, p. 17.
(2) García Arán, Mercedes, “ Prostitución y derechos” en “El Periódico” 4 de octubre de 2005.
(3) Sand, Anita, “Comprar sexo es un crimen” en Poder y Libertad, nº 34, año 2003, p. 38.
(4) Véase la aguda crítica de Raymond, Janice, “Legitimar la prostitución- La Organización Internacional del Trabajo llama al reconocimiento de la industria sexual” en “Poder y Libertad”, nº 34, año 2003, pp. 44-46.
(5) Valenciano Elena, “Mercado de mujeres” en el País, 31 de agosto de 2005. Madrid, 26, 27 y 28 de octubre, 2005 13 Congreso Internacional Explotación Sexual y tráfico de mujeres AFESIP España
(6) Raymond, J. op. cit. p. 44
(7) Una investigación canadiense ha mostrado que las mujeres en la prostitución tienen cuarenta veces mayor riesgo de ser asesinadas, en comparación con mujeres corrientes ( Sand, Anita, “Comprar sexo es un crimen” en Poder y Libertad, nº 38, año 2003, p. 39.
(8) Véase Keeler, Laura y Jyrkinen M. “Racismo en el comercio sexual en Finlandia” en Poder y Libertad, nº 34, año 2003, pp. 48-50.
(9) Falcón, Lidia, “Falsedades sobre la prostitución”, en Poder y Libertad, nº 34, año 2003, p. 19.
(10) Gisela Dütting, “Legalizar la prostitución en Holanda” en Poder y libertad, nº 34, año 2003, p. 15.

(10) París, Carlos, “La degradación del hombre en la prostitución” en Poder y Libertad, nº 34, año 2003, pp. 26- 29. Madrid, 26, 27 y 28 de octubre, 2005 14


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lunes, 5 de enero de 2015

Modelo holandés. Julie Bindel

Modelo holandés
Julie Bindel

Soy inglesa, vivo en Londres y nosotros no hemos legalizado la prostitución. Muchos de nosotros somos de la opinión de que nunca debemos legalizar la prostitución, pero hay algunos otros que opinan justo lo contrario. No sé si estoy equivocada pero creo que hay un sindicato español que acaba de solicitar la legalización.

El objetivo de mi conferencia es ir a las raíces de la prostitución y hablar sobre la realidad cotidiana que se da en los regímenes legalistas, especialmente en Holanda. Para empezar me gustaría que partiésemos de que ya tenemos un problema con la industria del sexo y la legalización no haría sino empeorar las cosas.

Antes de empezar a hablar de Holanda me gustaría, brevemente, hacer una reseña de algunos factores destacables de un estudio que acabamos de finalizar sobre la prostitución no callejera en Londres. Nuestro régimen de control de la prostitución es ignorarla, cuando no es callejera, y perseguirla cuando es callejera siempre y simplemente porque hay quejas de los vecinos que no quieren ver prostitución en sus calles, en su comunidad. Luego hay poco que hacer con el sufrimiento de las mujeres pero sí con inconvenientes. El estudio incluía 730 pisos y plazas que vendían sexo en Londres. Tenemos que tener mente que estamos sólo ante la punta del iceberg porque muchos de los establecimientos donde se vende sexo están ahora escondidos por la influencia de la trata. No encontramos, por tanto, ante pisos y apartamentos privados más que casas de masajes, saunas u otros.
 
Prostíbulo en Bariloche, Argentina, Foto anBariloche

Las mujeres de estos alrededor 700 establecimientos habían sido vendidas a locales con licencias de casas de masajes y saunas; no eran, por supuesto, casas de masajes ni saunas y las autoridades locales, el ayuntamiento les habían dado licencias sabiendo que es lo que estaba pasando. Encontramos entre 3.000 y 6.000 mujeres en estos lugares vendiendo sexo a lo largo de todo Londres. Hay entre 4 y 8 mujeres por establecimiento de media y descubrimos también que las mujeres eran traficadas a lo largo de todo Londres. En cada uno de estos locales había indicios de trata de mujeres. Encontramos 93 étnias diferentes, sólo un 19% de las mujeres era del Reino Unido. No quiero sugerir que cada una de esas mujeres haya sido víctima de la trata pero si que una gran número de ellas lo habían sido. Particularmente de países como Moldavia, países muy pobres donde las mujeres se encuentran fácilmente un día insertas en la industria del sexo.

Un 33% de las mujeres que encontramos eran Europa del Este, 30% del Sudeste Asiático, 12% del oeste europeo y un 1% de África. Luego esto es, más o menos, lo que encontramos en la prostitución no callejera y el nuestro es un régimen que mira para otro lado en vez de legislar contra esto. La prostitución se ha convertido en un tema candente en el debate. No se llega a un acuerdo y no se sabe muy bien qué hacer, si asistir a las mujeres, si hacer más fácil la residencia... Y más recientemente hemos asistido a una campaña casi mundial de algunas organizaciones para legalizar la industria para hacerla más segura para las mujeres (al menos eso dicen) y para ayudar a la policía a erradicar la trata, un argumento muy persuasivo sino conoces el tema.

¿Cómo consideran ellos que vamos a lograr esto legalizando la prostitución? Primero tienes que separar completamente lo que es la trata para prostitución y la prostitución. De tal forma que su argumento se construye de la siguiente forma: si las mujeres son víctimas de trata, son forzadas, si son forzadas, es abuso, luego el forzamiento es algo malo. Las mujeres en el Reino Unido o en España si están en prostitución y no han sufrido trata debe ser por una elección libre. Todos y cada uno de los estudios realizados en la industria del sexo no aguantan este supuesto.

Sabemos, por ejemplo, que muchas de las mujeres víctimas de trata consienten ir con los traficantes a un burdel en otro país. No eligen esto realmente porque no tienen más opciones y, por supuesto, siempre hay abuso. También sabemos que la mayoría de las mujeres locales en prostitución tienen un chulo y están forzadas. Luego se ve como una cosa cruza a la otra continuamente. Es imposible separar las dos cosas, trata y prostitución bajo un supuesto de forzamiento o no. Todas las mujeres en prostitución están allí porque no ha habido opción, por las circunstancias.

Pero qué es lo que dicen las personas prolegalización. Que si dejamos más tiempo para la policía y que no tenga que vigilar la prostitución ordinaria, libre y elegida, contará con más tiempo para impedir la prostitución infantil y la trata, la parte más desagradable de la industria del sexo con la que te puedes topar. Pero así no funcionan las cosas.
 



A muchos de vosotros os van a decir que Holanda es el mejor ejemplo de cómo la legalización mejora las cosas. Esto no ha sido así. Si le echamos un vistazo a la historia de los argumentos para legalizar la prostitución en Holanda, estos vienen de dos lados diferentes.

Por un lado, están las mujeres que se definen a si mismas como feministas con el argumento de que las mujeres deben tener libertad para hacer con sus cuerpos lo que ellas quieran, un argumento muy parecido al usado para legalizar el aborto. Nadie está diciendo que el aborto sea algo bueno pero sí que son las mujeres las que deben decidir tener un aborto si las circunstancias lo hacen necesario. Resumiendo, el lobby pro legalización sostiene que nadie puede decirle a una mujer que no puede prostituirse y si se legaliza habrá protección para la mujer que no va a ser detenida ni criminalizada y puede trabajar en pisos, casas de masajes, saunas... donde va a ser seguro que no hay abusos y donde todos los requerimientos de higiene y seguridad se cumplen. Ella va a tener un mejor trabajo en mejores condiciones.

Otro argumento es que las mujeres podrán así pagar impuestos, que serán así ciudadanas porque van a tener un salario, podrán comprar una casa, tener una cuenta bancaria... todas esas que cuando tú trabajas en el mercado negro o economía ilegal no puedes tener. Las mujeres podrían sindicalizarse de forma que si hay un problema en su lugar de trabajo van a su sindicato a resolverlo. De todos estos argumentos el que me realmente me enfada es el de los sindicatos porque pienso que el gran asunto al que se dedican los sindicatos en mi país es el acoso sexual a mujeres en el trabajo. Pero el trabajo de las mujeres en prostitución es ser acosadas sexualmente. Eso es por lo que son pagadas. ¿Cómo un sindicato puede unir las dos cosas? Pero de nuevo el argumento es persuasivo.

El otro grupo que hizo campaña prolegalización de los burdeles en Holanda fue la policía para lo que sostenía que la industria se les había escapado de las manos. Empezaban a ver, ya en los 90, un aumento de la trata, sabían que se daba prostitución infantil y pronografía, sabían que muchas de las mujeres de la calle eran adictas a las drogas, eran abusadas, tenían proxenetas, eran forzadas... entonces, lógicamente, pensaron que si se legaliza podrían vigilar a las mujeres, protegerlas de que nada les pase.

Lo que realmente ha pasado es que se legalizó el proxenetismo. No hay nada realmente que se haya hecho legal para las mujeres. Técnicamente sí, pero más a fondo vemos que sólo entre el 5 y 10% de las de 20.000 a 30.000 mujeres en prostitución en Holanda se han registrado como prostitutas, pagan impuestos. Hay por lo tanto entre un 90 y un 95% de las mujeres que no se han registrado y siguen trabajando ilegalmente. Luego no las han ayudado pero sí han ayudado a los proxenetas.

Lo que sabemos hasta ahora sobre Holanda es que los proxenetas se han convertido en empresarios del sexo, los clientes son aún más respetados de lo que lo eran antes, las mujeres siguen sin pintar nada, la violencia no se ha reducido... y las actitudes públicas de los holandeses se han hecho más problemáticas porque, contrariamente a Suecia donde los niños crecen aprendiendo que la prostitución es abuso y es algo inaceptable como la esclavitud, los niños en Holanda están creciendo pensando que los cuerpos de las mujeres están allí para ser alquilados, para ser comprados, para meter cosas en su vagina, su ano y su boca, para penetrarlo, para masturbarse... Esa es la aptitud donde las mujeres se entienden como proveedoras de servicios.

Existía la promesa de que con legalización el gobierno pondría mucho dinero para programas de alternativas, de forma que la mujer que quisiese salir de la prostitución pidiera hacerlo. No hay ningún programa de este tipo en Holanda en ningún sitio. Pero lo que creo el Gobierno es una institución únicamente para investigar la situación de la prostitución en Holanda y, sorprendentemente, ellos siempre descubren que es genial, que funciona, que está totalmente bien todo lo que hacen.

El Gobierno también fundó un sindicato llamado Mercado Rojo. Sólo unas 100 mujeres han estado alguna vez afiliadas al sindicato de las 20.000 a 30.000 personas, mujeres mayoritariamente, que están en prostitución en Holanda. Y esas 100 son bailarinas exóticas, strippers y otro tipo de empleadas, ninguna de la calle, ni ninguna de los burdeles. Ninguna que puede hablar de la realidad de la prostitución.

Luego no hay programas de apoyo, el proxenetismo es legal, las mujeres se mantienen mayormente en la ilegalidad, continúa la violencia y los abusos... pero habrá algo bueno si al menos consiguen reducir la trata. Recordemos el argumento acerca de este tema: si se legalizan los burdeles se podrán vigilar por la policía, por los ayuntamientos... Puedo pensar en un montón de razones por las que los proxenetas pueden estar interesados en permanecer en burdeles ilegales y seguro que los lectores también pueden. No tienes que pagar impuestos, ¿qué proxeneta quiere pagar impuestos? Puedes seguir comprando mujeres que son más complacientes que las mujeres locales. Pueden comprar niños... pueden hacer un montón de cosas mientras no tengan licencia. Pero lo que han descubierto es que incluso si tienen licencia también pueden hacerlas.

En Australia, en el estado de Victoria, donde también han legalizado los burdeles, más mujeres víctimas de la trata han sido descubiertas en burdeles legales que ilegales. Lo que empezamos a ver en Holanda durante los cinco años que lleva allí legalizada la prostitución, es un crecimiento de la industria, un gran crecimiento estimado en un 30% porque al lado de los burdeles ilegales que nunca cerraron empiezan a aparecer los legales donde la policía o los ayuntamientos no hacen inspecciones. Una vez que tienen la licencia deja de ser un asunto de la policía, nadie va a ir allí a vigilar. Más y más mujeres son víctimas de la trata hacia Holanda porque es un país muy jugoso para tratar con mujeres.

Si tienes una industria del sexo abierta y legalizada es muy fácil darse cuenta de que nadie va a vigilarte a ti o a tu negocio. Cuando estuve en Ámsterdam viendo los establecimientos sexuales es obvio que muchas de la mujeres han sido forzadas, abusadas, traficadas y no quieren estar allí. Lo que nos tenemos que preguntar es si el sistema legal es tan bueno para las mujeres que trabajar allí, por qué han tan pocas mujeres holandesas en los burdeles. Y si es tan bueno trabajar en prostitución porque hay tantas mujeres en prostitución que se están yendo de Holanda a Dinamarca para ejercer.

No hay ninguna evidencia de que la legalización haya acabado con el estigma que sufre la mujer. Por el contrario, hay una serie de pruebas en aumento de lo contrario. Si una mujer se registra como prostituta y va a un banco a pedir un crédito se lo niegan, si piden un seguro, se lo niegan, si dejan la prostitución y no hay muchas mujeres en Holanda que lo consigan, no pueden conseguir otro trabajo porque han sido prostitutas. Luego esto no ha ayudado a las mujeres para nada y lo que ha desestigmatizado es al proxenetismo y comprar sexo.





Ahora me gustaría hacer un referencia a los vinculaciones con el crimen organizado. Otra de las razones que esgrimió la policía para decir que sería buena la legalización de los burdeles era que la mafia, que está involucrada en la prostitución en cualquier parte del mundo, rompería sus lazos con el negocio aquí porque no querían enfrentarse a una oficina de licencia y preguntarles si pueden abrir un burdel.

A día de hoy continúan existiendo esos fuertes vínculos con el crimen organizado. La influencia de las drogas en Holanda está aumentando porque las mujeres siguen consumiendo. La zona de tolerancia en Ámsterdam fue cerrada hace dos años porque los proxenetas, tratantes y traficantes de drogas estaban trayendo a mujeres drogadictas a esta zona de tolerancia en la calle, en las zonas industriales. Posiblemente no se podrá romper nunca la unión entre coacción, abusos, ilegalidad y prostitución porque son estos los que quieren sacar dinero de las mujeres y abusan a las mujeres.

También el centro de investigaciones creado por el Gobierno ha sido cerrado y el Gobierno está limitando los fondos disponibles para el sindicato. Luego el edificio se tambalea. Desde que se empezaron a hacer estudios sobre los efectos de la legalización la gente se está dando cuenta, aunque los propios holandeses y el lobby prolegalización no lo quieran reconocer, que su experimento social ha fallado: la trata ha aumentado, la prostitución y pornografía de menores ha aumentado, hay más ilegalidad y drogas, las zonas de tolerancia no funcionan porque no se puede desligar la prostitución callejera de la drogadicción... Luego ha resultado ser un absoluto desastre. La violencia contra las mujeres no ha disminuido y el uso de la prostitución ha crecido y se está normalizando cada vez más.

En mi última visita a Holanda fue a la zona de tolerancia en Utrech, a media hora de Ámsterdam, y las mujeres están siendo llevadas a esta zona porque la de Ámsterdam y la de Rótterdam han sido cerradas. Lo que vi me dejó helada. Sí, puede beneficiar a las mujeres en prostitución porque la policía es muy simpática con ellas; hay una caseta abierta toda la noche donde pueden tomar té, comida;... hay unos vestuarios para cambiarse y ponerse la ropa de prostitución; tienen información y prevención de enfermedades de trasmisión sexual; pueden denunciar en el momento para cuando las mujeres son golpeadas, violadas o atacadas; pueden fumar, hablar las unas con las otras... Lo que están haciendo es que la prostitución sea, simplemente, más fácil.

Nadie ayuda a estas mujeres ha salir de la prostitución. Nadie de los que están en esa caseta, que son trabajadores sociales, le ha dicho a alguna de las mujeres: puedes dejar la prostitución si tú quieres. Por qué ibas a necesitar un programa para apoyarlas a salir de un trabajo normal y ordinario. Quiero decir, yo no necesito un programa de apoyo para dejar de dar clases.

Cuando una de estas mujeres está vendiendo sexo en una de estas heladas noches, en una de estas zonas de tolerancia o donde sea, examinadas por hombre tras hombre y tras hombre que pasa con su coche, a veces masturbándose, otras simplemente mirando el escaparate buscando a la mejor mujer que ellos puedan encontrar por ese precio, cuando entran en la caseta a hablar lo que van a decir es que este trabajo es como cualquier otro. No les dan la oportunidad para decir este no es mi novio, es mi chulo; no tienen la oportunidad de decir odio este trabajo, esto no es un trabajo para mi. Pero cuando yo entrevisto a estas mujeres todas dicen esto. Dicen que, por supuesto, este no es un trabajo como el tuyo o el de cualquier otro persona, es abuso, es horrible; pero, al menos, tienen un lugar donde entrar y estar calientes.

Estuve hablando con un policía del lugar donde los hombres llevan a las mujeres ha tener sexo. Había 12 cubículos en los que se puede aparcar de forma que nadie te ve desde el otro lado y tener sexo con la mujer. Cuando estuve allí no estaba limpio, sólo estaba limpia la zona del policía. Los servicios municipales tienen que ir allí a limpiar y lo que yo vi era vomitivo. Había excrementos humanos, había cientos de artículos para limpiar el semen, pañuelos, condones a montones... Y le pregunté al policía si alguna mujer había sufrido abusos, si había habido alguna violación. “Oh, sí”, me contestó, “incluso estoy pensando en pintar los cubos de diferentes colores de forma que cuando una mujer sea violada pueda decir el color del cubículo en el que fue violada así no hace falta analizar tantos centenares de restos de semen diferentes para obtener el ADN”.


Esto no es algo que yo quiera en mi país. Cuando se legaliza la prostitución lo que consigues es la normalización del abusos hacia mujeres y niños. La gente piensa que todo está bien, que no hay problema en abusar de mujeres y niños, en alquilarlos, en comprarlos, en venderlos... y tienes una sociedad que nunca podrá dar marcha atrás desde esta situación. Una vez que el Gobierno empiece a sacar beneficio de impuestos obtenidos del abuso de mujeres y niños, nunca van a dar marcha atrás. Llegados a este punto yo pido que ni siquiera penséis en la legalización: no va a ayudar a las mujeres, va a destrozar tu país, lo va a convertir en un destino del turismo sexual y lo que vais a hacer es legalizar la violación.


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