viernes, 25 de agosto de 2017

«La prostituta feliz no existe», es un engaño ideológico apoyado por proxenetas, burdeles y clientes

Julie Bindel ha entrevistado a decenas de prostitutas en 40 países

«La prostituta feliz no existe», es un engaño ideológico apoyado por proxenetas, burdeles y clientes

Hay quien, por razones ideológicas, sostiene la prostitución puede ser liberadora: la realidad que muestra este reportaje lo desmiente.

22 agosto 2017


"La mayoría de las 'trabajadoras sexuales' son esclavas actuales. La prostitución raramente es una elección, si es que lo es alguna vez": así titula y resume Julie Bindel un amplio reportaje en el veterano semanario británico The Spectator, donde denuncia la existencia de una connivencia entre el lobby de los interesados en legalizar la prostitución (proxenetas, dueños de burdeles y clientes) y el lobby ideológico que la ve como una "liberación" de la mujer. Julie Blindel, lesbiana y feminista, es conocida en el Reino Unido por su oposición a los vientres de alquiler y su rechazo a las imposiciones lingüísticas de la ideología de género, que considera "el último asalto del lobby transexual contra la feminidad".

Traducimos el reportaje a continuación (los ladillos son de ReL):




En medio de la atrocidad que supone la esclavitud moderna, que afecta sobre todo a hombres vulnerables forzados a trabajos no cualificados, existe en el Reino Unido una forma de abuso aún peor. Este abuso lo podemos ver en cada metrópolis, en cada ciudad y en cada pueblo. Es endémico en todas las culturas y regiones del mundo y, sin embargo, actualmente se justifica en nombre de la "liberación". Nos hemos acostumbrado a pensar en la prostitución como una forma legítima de ganarse el sustento, incluso de "empoderamiento" de las mujeres. Lo llamamos "trabajo sexual" y lo ignoramos. No deberíamos hacerlo.

La "prostituta feliz", un mito
En los últimos tres años he investigado la prostitución en el mundo para verificar si es cierto, como dice la sabiduría popular, que es una elección tan válida como cualquier otra. He llevado a cabo 250 entrevistas en 40 países, he entrevistado a 50 supervivientes del comercio sexual y la respuesta ha sido en casi todos los casos siempre la misma: no hay que creer en el mito de la "prostituta feliz" que se ve en la televisión. Prácticamente siempre es esclavitud. Las mujeres que trabajan como prostitutas tienen una deuda que pagar y están en aprietos. Necesitan ser rescatadas como cualquiera de las otras víctimas de la esclavitud moderna.

Los defensores del mito: una coalición de intereses
Uno de los descubrimientos más inquietantes que he hecho es que las voces que resuenan con más fuerza para que se legalice y se normalice la prostitución proceden de las personas que se benefician de ella: los proxenetas, los clientes y los propietarios de los burdeles. Han tenido éxito hablando en nombre de las mujeres a las que esclavizan. Las personas que conocen de verdad cómo funciona el comercio sexual han sido amordazadas por un lobby poderoso de ideólogos "progresistas" engañados y por quienes especulan con dicho comercio.



Abuso, alcohol, drogas...
Como me dijo Autumn Burris, una ex prostituta de California, que se fugó a finales de los años noventa: "Tenía que decirme muchas cosas, muchas mentiras, para que mi cerebro no estallara en miles de pedazos, enloqueciendo, debido al abuso continuo que sucedía una y otra vez, y a la violencia que entraña la prostitución". Autumn hace campaña en favor del fin del comercio sexual y lleva a cabo cursos de formación para oficiales de la policía y otros profesionales acerca de la realidad de la prostitución.

Una superviviente del comercio sexual en Alemania, Huschke Mau, lo expresó así: "Cada vez que tenía un cliente tenía que beberme no un vaso de vino, sino la botella entera. Si estás sobria y no tomas drogas, te es imposible tener sexo con el cliente. De hecho, cuando dejé de beber, tuve que dejarlo".

En el origen: la epidemia de sida
Si la prostitución equivale a la esclavitud, entonces ¿por qué diablos los defensores de los derechos humanos y muchas otras personas de izquierdas apoyan que la prostitución es un "trabajo" para las mujeres y un "derecho" de los hombres?

Todo empezó cuando surgió la campaña contra el VIH/sida. Entonces pareció lógico legalizar los prostíbulos y el proxenetismo, y crear "zonas de tolerancia" en las calles, como la que hay en Leeds. La "lógica" de esta postura era que si se eliminaban todas las sanciones criminales, las prostitutas estarían vinculadas a organismos de apoyo lo que llevaría al 100% de utilización del preservativo. Esto, a su vez, reduciría drásticamente los índices de VIH, argumentó el lobby pro-legalización de la prostitución, y terminaría con el asesinato de las prostitutas a manos de sus chulos y clientes.

Ésta era la teoría. Pero he visitado una serie de burdeles legales en Nevada, Alemania, Holanda y Australia y he examinado las afirmaciones de los defensores de la legalización y el resultado ha sido que sus argumentos -la base de nuestro debate sobre la prostitución, hoy- sencillamente no se sostienen.

Los efectos de la legalización
La legalización de la prostitución en Alemania, Holanda y Australia no ha llevado a una disminución de la violencia, de los índices de VIH o del asesinato de mujeres. En Melbourne me he reunido con la activista de los "derechos de las trabajadoras sexuales" Sabrinna Valisce quien, confrontada con la realidad de la despenalización, ha cambiado, muy a su pesar, de opinión: "Pensaba que las cosas mejorarían si todo se legalizaba y se legitimaba, pero lo único que se ha conseguido es dar mayor poder a los clientes y a los propietarios de los burdeles".

Lo que comporta la legalización es que los tan cacareados derechos y libertades de los que se dice disfrutan las prostitutas sean reclamados por los propietarios de los prostíbulos y los clientes. Es fácil: simplemente se definen a sí mismos como "trabajadores sexuales" y recogen los beneficios. He oído a varios miembros de lobbies pro-legalización definirse como "trabajadores sexuales" además de proxenetas.



Comercio sexual: una dimensión "aterradora"
La verdadera magnitud del comercio sexual global es aterradora. He visitado un pueblo en la India dedicado enteramente a la prostitución y en el que he conocido a un hombre que prostituye a su hija, su hermana, su tía y su madre. He entrevistado a proxenetas en los mega-burdeles de Múnich, en los que los hombres pagan una tarifa plana que les permite usar la cantidad de mujeres que quieran. En el Sudeste asiático he visto a hombres mayores del Reino Unido pagar por una "cita" con una adolescente en los girly bars.

He descubierto que a pesar de lo que digan los defensores de la prostitución, las mujeres y niñas que se dedican a ella proceden la inmensa mayoría de ambientes violentos, muy pobres y marginados. Ni son libres ni empoderadas: son víctimas de abusos y están atrapadas.

También abusos en la prostitución masculina
No debemos olvidar que esto sucede también con los chicos. Durante un visita a Los Angeles conocí a Greg, nacido en una familia que tenía conexiones con la mafia. Desde que era muy pequeño había sido objeto de abusos sexuales por parte de hombres poderosos. En su adolescencia conoció a un proxeneta y fue vendido para ser utilizado sexualmente durante seis años antes de que consiguiera escapar. Greg rechaza la idea de que vender sexo forme parte de la cultura homosexual.

¿Excepción o interés?
En Amsterdam entrevisté a la mujer que acuñó la frase "prostituta feliz". Actualmente Xaviera Hollander dirige un B&B llamado Happy House. Yo estaba convencida de que había llegado a ser rica y famosa como resultado del éxito estratosférico de su libro The Happy Hooker: My Own Story, que había vendido veinte millones de copias en todo el mundo. Pero lo que descubrí durante esa comida es que lo que le dio fama y fortuna fue vender a otras mujeres. Me contó que fue prostituta durante unos seis meses, sólo para aprender cómo comerciar con el sexo. "Cambié mi pequeño apartamento por un apartamento de cinco habitaciones en un ático en un tiempo récord", me dijo con orgullo.

Hollander se parece bastante al mito de la "prostituta feliz" que vemos en los medios de comunicación. Pero compramos la mentira porque es conveniente creer en ella.

"No quiero que ella disfrute"
He entrevistado a una serie de clientes, tanto en el Reino Unido como en otros lugares, y esto es lo que suelen decir: "No quiero que ella disfrute, esto me arrebataría algo". Y: "Me gustan las prostitutas porque hacen lo que les digo, no como las mujeres reales". ¿Y qué les parece ésta?: "No es distinto a comprar una hamburguesa cuando tienes hambre y tu mujer no te ha cocinado nada".

El sexo no es un derecho humano
Si a los defensores de la prostitución les digo que nada terrible les sucederá a los hombres si no pueden pagar para tener sexo, las quejas que oigo son siempre las mismas: "Pero, ¿qué me dice de los hombres minusválidos? ¿Cómo conseguirán tener una cita?". Cuando les digo que el sexo no forma parte de los derechos humanos, me cuentan de la madre que le compró a su hijo, víctima de una grave minusvalía, una prostituta por su cumpleaños, o del héroe que vuelve de una guerra sin sus piernas y que tiene "derecho" a pagar por una mujer.

Encerradas
Pero consideremos ahora esos millones de mujeres oprimidas. ¿Qué pasa con sus derechos? En uno de los prostíbulos de Nevada que he visitado, las mujeres se quedan encerradas en él durante toda la noche. Los altos muros están rodeados de alambre espinado. También en Seúl, Corea del Sur, las mujeres se quedaban encerradas dentro de los burdeles por la noche... hasta que un incendio mató a 14 mujeres jóvenes en 2002. Si las gallinas en jaula en batería fueran tratadas así, con razón habría una protesta por parte de los mismos liberales de izquierdas que remueven cielo y tierra para defender este repugnante comercio de carne humana.

Durante un breve viaje a Auckland visité la zona de prostitución de la ciudad. Con frecuencia nos dicen que Nueva Zelanda es el patrón oro en lo que a comercio sexual se refiere. El Home Office Select Committee (su presidente, Keith Vaz, tuvo que dimitir tras ser acusado de haber pagado por tener sexo con hombres jóvenes) estaba intentando adoptar un modelo similar de despenalización para el Reino Unido.

En las calles conocí a Carol, que parecía tener setenta años pero era mucho más joven, y que utilizaba un andador para descansar entre cliente y cliente. Me dijo que desde que la prostitución había sido despenalizada trece años antes, nada había mejorado para las mujeres: los clientes seguían siendo violentos y a la policía no le importa, como tampoco a los defensores de los derechos humanos. Mientras las mujeres en todo el mundo luchan para que se acabe la violencia y el abuso, el Partido Laborista y Amnesty International, por nombrar dos organismos públicos, las traicionaban.



Cambiar de nombre a las cosas no cambia su naturaleza
El modo más eficaz de enmascarar un terrible abuso de los derechos humanos es cambiarle de nombre. Un estratega pro-esclavitud de las Indias Occidentales sugirió una vez que en lugar de hablar de "esclavos", los "negros" debían ser llamados "asistentes de las plantaciones". Así "no oiríamos esas protestas tan violentas contra el comercio de esclavos por parte de teólogos píos, poetisas de corazón tierno y políticos con poca visión de futuro". El término "trabajadora del sexo" tiene el lustre adecuado.

Fue Barack Obama quien dijo que el tráfico de personas debería ser renombrado como "esclavitud moderna" para poner en evidencia las terribles condiciones en las que viven estas personas. El Modern Slavery Act de Gran Bretaña fue aprobado en 2015. Se funda en la idea de que no hay lugar para la ambigüedad cuando examinas las circunstancias de las personas protegidas por esta ley: las condiciones en las que viven y su incapacidad para huir de ellas.

Lo mismo se aplica a la prostitución: no es "trabajo sexual". La mayoría del tiempo es esclavitud moderna.

Traducción de Helena Faccia Serrano.


http://www.religionenlibertad.com/prostituta-feliz-existe-engano-ideologico-apoyado-por-58829.htm





Cinco mitos sobre la “asistencia sexual”

Cinco mitos sobre la “asistencia sexual”
Ana Pollán
Estudiante del Grado de Filosofía, feminista abolicionista, republicana y defensora de la escuela pública. Anticapitalista.

Cuando escribo algo para publicar en un medio de comunicación o redes sociales, nunca hago referencia a mis circunstancias personales. Me parece innecesario y carente de interés en un escrito de carácter público. Pero en esta ocasión, y porque puede ser útil para la claridad expositiva de estas líneas, haré una referencia a una en concreto. Creo, no obstante, que no es necesario ser discapacitad@ para posicionarse en este tema ni que por el hecho de serlo yo exprese el posicionamiento de la totalidad del colectivo. Sin embargo, y como a las feministas abolicionistas (permitidme la redundancia) se nos acusa de hablar de situaciones que no vivimos en primera persona, me parece útil aportar el dato de que yo misma sufro una discapacidad, parálisis cerebral infantil mixta, sobrevenida por una negligencia médica en el parto, que me provoca dificultades, no extraordinariamente graves pero evidentes, en el habla y en el movimiento.
Bien, dicho esto –que debería ser prescindible en tanto que lo fundamental es la elaboración de los argumentos y la defensa clara de ciertos principios– intentaré en este artículo desmontar los argumentos que se ofrecen a favor de la asistencia sexual a personas con discapacidad.


1. Mito: La asistencia sexual cumple una función social. Satisface una necesidad.
La sociedad tiene la obligación de velar por el cumplimiento de los Derechos Humanos. Todas las personas, independientemente de nuestro sexo, edad, procedencia, discapacidad, etnia, religión… tenemos derecho a ser tratadas con dignidad. Esto implica que ninguna institución, ley o persona puede infringir ninguna discriminación o violencia de ningún tipo sobre otra por las circunstancias antes citadas. Así, nos hemos reconocido el derecho a la sanidad, la educación, a una vivienda digna, a una familia o institución que nos proteja en la infancia… En definitiva, al acceso a todos aquellos recursos y cuidados que nos posibilite vivir de forma digna. Ahora bien, el sexo, o el placer sexual, no es una necesidad, y por tanto, no es un derecho. Es un deseo. Se puede vivir sin sexo; un@ se puede realizar de múltiples formas… estudiando, leyendo, viajando, cultivando amistades, pintando, cuidando animales, implicándose en causas sociales aunque carezca de la posibilidad de tener sexo…
   
      No conviene confundir deseo con necesidad (algo propio del patriarcado y del capitalismo).

Con esto no pretendo realizar un alegato en contra del placer sexual, ni pienso que no sea importante, ni deseable, ni beneficioso. Todo lo contrario, creo que es estupendo tener la posibilidad de sentirlo. Pero no conviene confundir deseo con necesidad (algo propio del patriarcado y del capitalismo).

2. Mito: La asistencia sexual no tiene nada que ver con la prostitución.
Rotundamente falso. Tod@s sabemos que siempre ha sido habitual que, cuando un hombre tiene una discapacidad y encuentra dificultades para establecer relaciones sexuales, a menudo solicita o es invitado a solicitar los “servicios” de una prostituida. Por tanto, los hombres discapacitados que recurren a servicios sexuales se comportan exactamente igual que cualquier otro putero: hacen uso de un privilegio ilegítimo que les beneficia a ellos y que perjudica a la prostituida en tanto que es utilizada sin importar cómo le afecte ser objetualizada por otro, y a las mujeres como colectivo (como “clase”) en tanto que se nos presenta a todas como seres humanos secundarios disponibles para satisfacer los placeres de los varones.
    
     Los hombres discapacitados que recurren a servicios sexuales se comportan exactamente igual que cualquier otro putero: hacen uso de un privilegio ilegítimo que les beneficia a ellos y que perjudica a la prostituida

Además, los hombres discapacitados no son los únicos que tienen dificultades para tener sexo con otras personas. Si no justificamos que los hombres que no tienen sexo, o no como desean, por el motivo que sea, recurran a la prostitución, no es justificable que, por el hecho de tener una discapacidad, se convierta en legítimo someter a otra persona a sus deseos sexuales.



3. Mito: Las personas con discapacidad, si no es mediante la asistencia sexual, jamás sentirían placer.
Esta afirmación se puede basar en dos tesis. A) Que, dada una severa discapacidad física, no tienen la posibilidad de masturbarse, de acceder manualmente a sus propios genitales u otras zonas del cuerpo que deseen estimular. O B) Que, dado el estigma y los prejuicios, no podrán encontrar nunca a una persona dispuesta a mantener relaciones sexuales con él o con ella.

En el primer caso (A), se nos ocurren dos contra-argumentos. El primero que, antes de someter a otra persona (casi siempre mujer) a tener que satisfacernos y por tanto instrumentalizarla, sería oportuno que, igual que se ha demandado la fabricación de “juguetes” eróticos con una perspectiva no coitocéntrica y desde el feminismo se ha propuesto fabricar nuevos “juguetes” eróticos que favorezcan aumentar las posibilidades de sentir placer para las mujeres, se debe demandar la fabricación de este tipo de herramientas que tengan en cuenta las posibles dificultades físicas del/de la usuario/a. (Por supuesto, no deseo establecer ningún paralelismo entre mujeres y personas con discapacidad). No creo que sea complicado encontrar algunas herramientas oportunas para dicho fin salvo en casos de discapacidad e inmovilidad extraordinaria y extremadamente severos. El segundo contra argumento ya lo hemos dicho: nadie se muere por no sentir placer sexual, ergo no es una necesidad.

En el segundo caso (B), lo vemos claro. Difícilmente vamos a contribuir a eliminar el estigma y los prejuicios que recaen sobre las personas que tenemos alguna discapacidad y nuestras capacidades para dar y recibir placer (que, efectivamente ese estigma existe y de forma extendida, no lo niego y nos afecta a la inmensa mayoría dificultándonos notablemente la posibilidad de tener relaciones sexuales) si claudicamos y aceptamos la asistencia sexual como única salida. Mejor sería ir a la raíz del estigma y acabar con él buscando una sociedad abierta, inclusiva, sin tabúes y menos superficial.

4. Oponerse a la asistencia sexual supone una discriminación y un ataque directo a quien sufre una discapacidad.
No. Es al contrario. Exactamente al contrario. Aceptar que la única posibilidad de las personas con discapacidad es recurrir a la asistencia sexual (en castellano, a la prostitución) es un insulto para todas las personas con discapacidad. No sé al resto de discapacitad@s, pero a mí, el mensaje que me llega desde quienes defienden la “asistencia” es exactamente este: “dais tanto asco, sois tan inútiles, que nadie, si no es por dinero o por compasión, tendría sexo con vosotr@s”. Peor ataque, peor estigma, mayor discriminación, peor mensaje, peor insulto a l@s discapacitad@s que ese, no se me ocurre.

    Aceptar que la única posibilidad de las personas con discapacidad es recurrir a la asistencia sexual (en castellano, a la prostitución) es un insulto para todas las personas con discapacidad.

Así que las personas que defienden la asistencia sexual y dicen abanderar la defensa de la diversidad y la inclusión y los derechos e intereses de las personas con discapacidad, deberían pensar si, por el contrario, lo que hacen no será mandarnos un mensaje devastador y profundamente discriminatorio. Y, en cualquier caso, si una persona no resulta deseable sexualmente para nadie, lo tendrá que asumir y punto. Como asumimos decenas de frustraciones a lo largo de nuestra vida, tengamos o no dificultades físicas o psíquicas añadidas.



5. No es necesario abordar este tema con perspectiva de género
Claro que sí, en primer lugar porque la inmensa mayoría de personas con discapacidad que han recurrido a la prostitución son hombres. Y, en consecuencia, y en segundo lugar, porque nunca somos las mujeres con discapacidad, las protagonistas de este asunto. Las hay, cierto, pero son minoría. Por tanto, la perspectiva de género es fundamental. Dicho esto, me parece que al igual que un hombre discapacitado no tiene derecho a reclamar asistencia sexual, tampoco una mujer debe demandar dichos servicios a una persona asistente sexual, sea una mujer o a un hombre. Con todo, puesto que la mayoría de demandantes de prostitución, discapacitados o no, son hombres, y la inmensa mayoría de personas prostituidas son mujeres, no hacer hincapié en que la injusticia de demandar servicios sexuales amparándose en sus circunstancias físicas o psíquicas la cometen fundamentalmente hombres privilegiados por el patriarcado, sería un ejercicio de hipocresía; negar la evidencia. Me opongo no sólo por su carga patriarcal y por su relación íntima con la prostitución sino porque creo que contribuye a concebir el sexo como un bien intercambiable, o peor, algo que se pueda donar sin poder demandar reciprocidad y deseo mutuo. Y dudo mucho que en realidad se base en el altruismo. Ni quiero que nadie se sienta con el deber de satisfacerme sexualmente ni quiero que nadie me demande, a mí ni a nadie esa tarea. El sexo, o es mutuo, libre y recíproco o no es.

    Ni quiero que nadie se sienta con el deber de satisfacerme sexualmente ni quiero que nadie me demande, a mí ni a nadie esa tarea. El sexo, o es mutuo, libre y recíproco o no es.

Por tanto, si lo que preocupa es luchar por una mejor vida sexual a las personas con discapacidad, vayamos a la raíz: eliminemos prejuicios y discriminaciones, esforcémonos en construir relaciones sexuales y/o afectivas más profundas y no basadas en la cáscara, en la apariencia, en la superficialidad. Busquemos una sexualidad más amplia, que satisfaga a tod@s sin someter a nadie. Y por favor, que quienes defienden la asistencia sexual, dejen de considerarnos incapaces. Y dejen de exculpar y bendecir a los hombres que utilizan la excusa de su discapacidad para tener libre acceso al cuerpo de las mujeres.

Fuente:
http://www.tribunafeminista.org/2017/04/cinco-mitos-sobre-la-asistencia-sexual/





sábado, 19 de agosto de 2017

Los 'loverboys' que prostituyen a menores en Holanda aprovechando un vacío legal

¿ES EFECTIVO LEGALIZAR LA PROSTITUCIÓN?
Los 'loverboys' que prostituyen a menores en Holanda aprovechando un vacío legal
"Nunca imaginé que acabaría siendo un objeto que pasaría de mano en mano, que me iban a prostituir en coches y a plena luz del día”, relata una víctima de los 'loverboys' holandeses


Foto: Dibujo realizado por Alexandra, víctima de la explotación sexual.

IMANE RACHIDI. LA HAYA
15.08.2017 –

Alexandra quería ser popular entre los chavales de su instituto, pero nunca se imaginó que ese deseo daría un vuelco a su vida. “Me acerqué a unos chicos porque eran muy temidos por los niños de clase, me sentía más poderosa teniéndolos de mi lado, pero nunca imaginé que acabaría siendo un objeto que pasaría de mano en mano, que me iban a prostituir en coches y a plena luz del día”, relata esta joven de Países Bajos, quien a sus 25 años ya ha pasado por manos de decenas de hombres, en contra de su voluntad. Ha estado ocho años controlada por los conocidos como los 'loverboys', chavales que utilizan el engaño y el chantaje para 'enamorar' a jóvenes menores de edad y acabar obligándolas a prostituirse en las calles de un país donde la prostitución no forzada es legal.

La historia del proxenetismo escolar tiene siempre los mismos protagonistas: jóvenes menores de edad, conocidos por todos, que se fijan en chicas adolescentes para manipularlas psicológicamente hasta obligarlas a actuar a su merced. Según datos oficiales, cada año decenas de niñas caen en manos de un grupo, o una persona, que las prostituye. La relación entre Alexandra y su “loverboy” empezó en el patio del colegio donde estudiaban. Le hicieron sentirse importante. “Tenía 15 años, era una chica normal, vivía en una familia feliz, rodeada de mis hermanos mayores. No había sufrido 'bullying', simplemente me acerqué a ellos para ser más popular”, relata a El Confidencial, mientras se enciende su enésimo cigarro y acaricia a su perro.

Quiere mostrarse fuerte. Asegura que ya ha superado todo lo ocurrido, pero el temblor de sus manos y el movimiento continuo de sus piernas la delata. Tan solo han pasado un par de años desde que ha empezado a recuperar la normalidad, mientras da charlas en los colegios sobre esta problemática que vive Holanda. A pesar de haber legalizado la prostitución, voluntaria y ejercida por mayores de 18 años, y de tener inmensos barrios rojos repartidos por diferentes ciudades del país, Holanda ha dejado cabos sueltos: los “loverboys”, los amantes que exigen a las niñas prostituirse para hacer caja a sus proxenetas, escapando a la vigilancia de las autoridades, padres y educadores.

“Eran chicos de mi misma edad. Algunos de mi clase. Quedamos un día y me presentaron a un hombre mayor que les pasaba droga. Me dijo que tenía que vender yo también, como el resto del grupo. Me aseguró que nunca me pillarían y que será divertido. Lo hice unas diez veces, hasta que me empecé a sentir mal y tener miedo a que mis padres lo descubrieran”, rememora esta joven. Su temor hizo que quisiera alejarse de todos esos chavales y de su nuevo mundo, pero ya no había vuelta atrás. “No se lo tomó nada bien. Me amenazó con ir a la Policía y decirles lo que había hecho. Me dijo que ahora tenía que darle dinero, de otra manera: prostituyéndome. Me violó y luego empezó a llevarme de coche en coche para acostarme con otros hombres”, relata, sin descomponerse y ayudándose de las caladas a su cigarro.

Los abusos a menores han crecido hasta convertirse en un fenómeno endémico mundial favorecido por el incremento del número de viajes de negocios en lugares hasta ahora remotos

Un negocio despiadado

Estuvo todo el curso con su destino atado al humor de su proxeneta. La recogía cada mañana y se la llevaba a Rijswik, una zona residencial a unos 20 minutos de La Haya, donde atendía a la clientela. “Me acostaba con hombres durante el día porque, claro, de noche mis padres no me dejaban salir. Él lo tenía todo calculado para que nunca me pillasen. Me sacaba de clase y el colegio nunca llamó a mis padres”, lamenta, sobre sus inicios en la prostitución forzada. La niña que nunca faltaba a clase y que siempre iba con un boletín de buenas notas a sus padres, cambió radicalmente de vida. Empezó a fumar y a descubrir las drogas de manos de un proxeneta. “Una amiga se chivó sobre ‘los chicos malos’, pero mi madre no quiso creerla, le dijo que yo era una buena chica y que era impensable que estuviese haciendo eso”, dice. Cuando su madre vio que su niña, adoptada, se maquillaba cada vez más, pensaron que su pequeña “era una adolescente y estaba cambiando por la edad”, confesó la progenitora, una década después.

Alexandra se acostaba con esos hombres vigilada por un señor que rondaba los cuarenta. “A mí no me daban dinero, los clientes se lo entregaban directamente a él, que lo manejaba todo. Me tenían controlada, amenazada y eso sí, me drogaban siempre”, advierte. Un día, de repente, nadie vino a recogerla a la puerta del colegio. Los muchachos entraron a clase como si nada estuviese pasando. Y ella hizo lo mismo. Su “dueño”, como se refiere a él a veces, había sido detenido por la policía, acusado de tráfico humano y de prostitución forzada. Ella no era su única víctima, según las noticias.



  

           Alejandra de espaldas a su dibujo, que denuncia el proxenetismo escolar en Holanda.

Ese día, Alexandra volvió a casa pero no le contó nada a nadie. Decidió mantenerlo en secreto mientras asimilaba que ya nadie iba a suministrarle drogas ni tenía que acostarse con hombres que le triplicaban la edad. Su proxeneta, aquel hombre que le pegaba una cachetada cada vez que se quejaba, el mismo que le regalaba prendas nuevas para mostrarse sexy, y que había irrumpido en su adolescencia para ponerle fin, estaba ya en manos de la Policía. Según un informe del Relator Nacional sobre la Trata de Personas y Violencia Sexual contra los Niños, ese año (2008) unas 165 menores, en su mayoría chicas, habían sido víctimas de tráfico humano en Holanda. Desde entonces, decenas de jóvenes, no solo menores, son víctimas de la explotación sexual.

La Policía holandesa explica en su web que un “loverboy” actúa de diferentes maneras. La más habitual es que un chico, más mayor que la niña, se acerca a ella de manera suave, poco a poco. Dice amarla, “le da el calor que no puede tener en casa “y mantienen contacto constante en personas, por teléfono, y las redes sociales “para embaucarla”. “Luego trata de hacer que dependa de él, por ejemplo, provocando discusiones entre ella y su mejor amiga o sus padres, para asegurarse de que solo le tenga a él para hablar. Le dirá que la Policía no es de fiar. Y le hará hacer cosas que ella realmente no quiere hacer, hasta acabar en el tráfico de drogas y en la prostitución… A veces bajo amenaza, otras aprovechándose de su confianza. “Le dará drogas, incluso por la fuerza”, añade la Policía en su página web. Un “loverboy” es un traficante, -añade-, un criminal “sin escrúpulos que quiere ganar mucho dinero a expensas de víctimas vulnerables”.

La pesadilla continúa: "Me vendieron por 200€"

Alexandra afirma durante la entrevista que se reconoce en la descripción policial. “Dejé de valorarme, me perdí el respeto durante esos años, no estudiaba, no sabía a quién recurrir. Cuando detuvieron a mi “loverboy”, me quedé con el trauma, y la psicóloga que contrataron mis padres no logró que yo hablase porque sentía vergüenza. Me hundí mucho más y no pude hablar ni denunciar lo que pasó”, rememora. Los traficantes son muy escurridizos y sus crímenes son difíciles de demostrar, como constatan las víctimas y las autoridades. “¿Cómo demuestras que fuiste violada? Las violaciones no tienen lugar en un supermercado, sino en casas, a las que las chicas acaban yendo de alguna manera voluntariamente, y ninguna tiene pruebas de nada. Las chicas se duchan después de acostarse con otros hombres y bajo las drogas puedes hacer barbaridades, entonces ¿cómo pruebo las violaciones?”, sentencia.

“Estuve mucho tiempo sin confiar en nadie y sintiéndome avergonzada de mi misma, hasta que a los 19 años conocí a un chico del que me enamoré. Era muy agradable, le conté lo que me pasó y siempre me repetía que no todas las relaciones giraban en torno al sexo, que él me quería de verdad, y me iba a proteger. Nos hicimos novios, venía a mi casa, y yo iba a la suya”, recuerda, con un rostro de arrepentimiento. “Todo era maravilloso hasta que, tres meses después, me presentó a un hombre de 60 años, narcotraficante. Acabé usando drogas, estábamos siempre en su casa, le cogí mucha confianza y hablábamos siempre de cosas personales. Creí que éramos amigos”, añade.

Ese sexagenario estaba preparando el camino para reconocer su verdad, y la de su amigo. “Un día estaba yo muy drogada y ese hombre me dijo que quería que yo me acostara con él, una sola vez, y que él me daría mucho dinero por ello”. Sorprendida por esta oferta, Alexandra miró entonces a su novio, en busca de socorro y protección. Su respuesta, asegura, fue: “Sí, hazlo, no tiene nada de malo”. Fue ahí cuando esta joven, entonces a punto de cumplir los 20 años, descubrió que su novio, el primer hombre en el que volvía a confiar después de ser víctima de la explotación sexual durante su adolescencia, era también un “loverboy”.

Esa noche, y bajo efecto de las drogas, acabó acostándose con un señor que le triplicaba la edad y por el que sentía repulsión. Lo hizo por órdenes de su nuevo amor. Desde ese día se acabó convirtiendo en su “dueño”. “Me obligó a estar en su casa. Me drogaba, luego me subía a la planta de arriba de la casa y mandaba hombres, uno tras otro, para que se acostaran conmigo. En el piso de abajo, le pagaban a él. Estuvo mucho tiempo así hasta que se hartó de mí”, lamenta. Este proxeneta “se la vendió” a su primo por “200 euros”. Era una persona “muy abusiva”, reconoce dos años después de haberse alejado de él.

El síndrome de Estocolmo

El que sería su tercer propietario era “un pez gordo” en el tráfico de personas en Holanda. Tenía muchas más chicas en su poder, las prostituía en la calle o en un prostíbulo. Algunas eran menores de edad, con documentación falsa. Las otras estaban en su veintena, pero en sus manos años antes. “Cuando me entregó a él, me deprimí. Sentí que él no me quería. Yo era leal a él y hacía todo lo que me pedía. Me sentía despreciada y estaba convencida de que yo había hecho algo mal. Yo era una víctima pero pensaba que la víctima era él”, habla Alexandra, sobre lo que se define como síndrome de Estocolmo. “Era muy violento. Me pegaba con un cinturón. Me enseñó a no sentir dolor. Me maltrataba y golpeaba hasta que un día dejé de sufrir y sentir dolor. Ahí fue cuando paró. Era un enfermo. Pero aun así, cuando me entregó a su primo me sentí triste y eso no era normal”, afirma.

El prostíbulo donde acabó ejerciendo Alexandra fue determinante para ella. “Lo que sufrí antes era un paraíso con lo que tuve que vivir a manos de su primo. Los clientes eran gente abusiva. Uno quería que yo fuese como un perro. Me puso un collar y me ató al radiador. Me pasé toda la noche ahí. Y al día siguiente me volvió a violar. Otros hacían conmigo lo que querían. Uno me violó y después me puso una pistola en la cabeza para matarme. Apretó el gatillo pero no salía ninguna bala. Yo me hice pis encima del miedo que pasé. Acabé destruida”, cuenta. “Si la prostitución forzada existe es gracias a los clientes, pero los clientes no quieren ver la realidad, y hasta les gusta estar violando niñas”, lamenta. Tras varias semanas, y aprovechando un momento de despiste del guardia, escapó de ese lugar. A pesar de todo su sufrimiento, se lo pensó dos veces antes de huir porque, dice, “ellos eran lo único” que le quedaba en la vida.

Esa es precisamente la táctica que siguen los “loverboys” para tener controladas a sus víctimas, advierte la Policía holandesa. Las convierten en emocional y financieramente dependientes, y les dejan la puerta abierta para irse, convirtiendo su vida en un ciclo de abusos sexuales y psicológicos, e incluso llegando a hacer que ellas trabajen como prostitutas legales detrás de los escaparates de un barrio rojo para entregarles el dinero a sus proxenetas. Por ello, cada vez hay más instituciones y grupos de padres con hijos víctimas de “loverboys”, intentan actuar contra esta lacra que el Gobierno no consigue erradicar.

El Barrio Rojo de Amsterdam cuenta con un museo de la prostitución (Efe)

Fundación StopLoverboys: "Salvar a las niñas"

Anita de Wit, madre de una chica de 25 años, abre las puertas de su casa a El Confidencial para mostrar el lugar en el que ha acogido a decenas de jóvenes que han caído en una red de prostitución forzada. El que fuera su hogar, en Alphen ad Rijn, población situado entre La Haya y Utrecht, se ha convertido en lo que ella misma llama “centro de acogida”. Su hija fue capturada por un “loverboy” hace 10 años y cuando empezó a buscar ayuda a las autoridades y las instituciones, se encontró con un muro de ignorancia sobre un problema real de Holanda. Su pequeña tenía entonces 14 años y a día de hoy aún es víctima de una red de tráfico humano: está en manos de su cuarto “loverboy”.

Una madre desesperada por salvar a su hija y una ley que considera que las mayores de 18 años son lo suficientemente adultas como para saber lo que están haciendo, a pesar de haber sido capturadas cuando eran menores de edad. “A ojos de la Policía, ella es mayor y tiene que tomar sus propias decisiones, pero es adicta a las drogas, y no es dueña de su propia vida desde hace una década”, afirma. Anita no está en contacto con su hija y la información le llega con cuentagotas, pero siempre intenta estar al tanto de los pasos de ella para saber cómo y dónde está.

Los médicos intentaron ayudar a Anita recetándole antidepresivos, pero ella prefirió “tirarlos a la basura y comenzar a luchar por salvar a las niñas” víctimas de estos grupos mafiosos. Su fundación se llama "stoploverboys" y para gestionarla recibe la ayuda de su otro hijo, un chaval que se patea ahora las calles intentando aliviar el sufrimiento de muchas chicas que se prostituyen en las calles. “Como sabe que no las puede sacar de ahí, ni salvar, intenta tomarse un café con ellas o invitarlas a algo, para hablar y que sepan que hay personas más allá de la mafia, dispuestas a ayudarlas”, añade.

El movimiento juvenil del Partido Social holandés (ROOD) es uno de los grupos que han llevado a cabo campañas en Holanda para ayudar las víctimas de violencia sexual y prostitución. Durante los últimos años han denunciado que la Policía no se toma en serio la problemática de los “loverboys”, y la protección y asistencia a las víctimas deben mejorar. El ROOD elaboró un informe para respaldar su denuncia en el que incluyó entrevistas con 21 niñas que tenían entre 12 y 24 años de edad cuando fueron obligadas a prostituirse por sus “novios”, engañadas con promesas de amor.

“Las víctimas tienen a menudo una idea negativa sobre la Policía”, reconoció Sigrid van de Poel, directora de Protección juvenil de Seguridad. Por ello, en Ámsterdam, la Policía acordó el pasado mayo trabajar codo con codo con las instituciones sanitarias y juveniles para apoyar psicológica y legalmente a las víctimas de los “loverboys”, y para hacer que las comisarías sean un lugar de confianza para las mujeres jóvenes que quieran deshacerse de sus proxenetas. A día de hoy, solo en la capital holandesa, hay 40 niñas en tratamiento psicológico tras haber sido víctimas de trata de personas.

Prostitución legal: ¿efectiva?

El pasado 1 de agosto, un holandés de 28 años, residente de Utrecht, fue condenado a tres años de prisión por un intento de trata de seres humanos y de forzar a una niña menor de edad a la prostitución. Tenía antecedentes penales por una causa similar. Según el juez, era una persona “sofisticada” en lo que hacía. Inició una relación sentimental con una joven, le hizo fotos y vídeos mientras se estaba duchando y amenazó con publicarlas en las redes sociales si no se prostituía para él. Ella no se sometió a sus órdenes y él publicó las imágenes. “El condenado tiene una completa falta de comprensión de lo reprobables que son sus actos. Fue condenado en 2016 por hechos similares y cometió el mismo delito de nuevo”, afirmó el juez.

En mayo de 2009, la escritora holandesa y víctima de un “loverboy”, Maria Mosterd, reclamó 74.000 euros en compensación a la escuela Thorbecke, su antigua escuela secundaria en Zwolle, en el noroeste de los Países Bajos. El colegio no proporcionó un ambiente seguro de aprendizaje e ignoró sus frecuentes ausencias, recalcó la víctima. Mosterd escribió un libro titulado “Los hombres reales no comen queso”, en el que cuenta su historia: a los 12 años fue capturada por un hombre más mayor que ella y estuvo durante cuatro años cautiva, luchando para escapar de sus manos.

El problema es tanto sacar a las víctimas de estas redes, como reintegrarlas en la sociedad. Holanda no está preparada para hacerse cargo de las víctimas de los “loverboys”, denuncia tanto Anita como Alexandra. “Cuando he conseguido salir, tenía dos opciones: la prisión o el manicomio. Al final me vi encerrada en un psiquiátrico, rodeada de psicópatas y asesinos. Fue muy duro. Me daban muchas crisis, ataques de locura, estaba todo el día con tranquilizantes. Me quitaban la ropa, me ataban y me dejaban sola en aislamiento. Cada noche. Me trataban como una loca. Para ser justos, lo estaba, no estaba muy normal”, concluye, esta vez, mostrando todo su enfado por no haber roto antes con sus verdugos.

Alexandra lleva dos años teniendo pesadillas cada noche y las cicatrices que marcan todo su cuerpo son reflejo de todo lo que le pasó. Algunas se las hizo ella misma, otras las palizas de clientes y proxenetas. Señalándolas, mira hacia el futuro con optimismo y dice que su sueño es levantar cabeza, rehacer su vida y especializarse en la ayuda a las víctimas de la prostitución forzada. “Nadie los entenderá mejor. Yo he sentido mucha vergüenza y miedo. La gente me miraba como si yo fuera un monstruo, pero fueron ellos, mis loverboys, los que me convirtieron en un monstruo”, afirma, decidida a recuperar siete años de su vida robados por una mafia que cuestiona la efectividad de la legalización de la prostitución.



Fuente
https://www.elconfidencial.com/mundo/2017-08-15/explotacion-sexual-loverboys-holanda_1428973/

Nota: imágenes, negrita y letra en color son copia del original.


sábado, 12 de agosto de 2017

La pornografía le sucede a las mujeres



La pornografía le sucede a las mujeres
Andrea Dworkin

‘Estoy hablándoles de prostitución per se, sin mas violencia, sin extra-violencia, sin una mujer siendo golpeada, sin una mujer siendo abusada. La prostitución es en si un abuso del cuerpo de la mujer.’
(Andrea Dworkin pronunció este discurso en la conferencia titulada ‘Discurso, igualdad y daño: Perspectivas legales feministas sobre la Pornografia y la propaganda de odio’ en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago, el 6 de marzo de 1993)


Durante veinte años, personas que conocen y personas que no conocen dentro del movimiento de mujeres, con su gran amplitud y fuerza, han estado intentando comunicar algo muy simple: la pornografía sucede. Ocurre. Abogados, llámenlo como quieran – llamenlo discurso, llámenlo acto, llámenlo conducta. Catherine Mackinnon y yo lo llamamos una práctica cuando lo describimos en la Ordenanza antipornografía de derechos civiles que redactamos para la Ciudad de Minneapolis en 1983. Pero el punto es que sucede. Le pasa a las mujeres, en la vida real. Las vidas de las mujeres se hacen bidimensionales y muertas. Estamos aplastadas en la página o en la pantalla. Nuestros labios vaginales están pintados de color púrpura para que el consumidor pueda darse cuenta de dónde enfocar su atención. Nuestros rectos se destacan para que sepa dónde empujar.

Estoy describiendo un proceso de deshumanización, un medio concreto de cambiar a ‘alguien en ‘algo’. No estamos hablando de violencia todavía, no estamos ni cerca de la violencia.

La deshumanización es real. Sucede en la vida real, sucede para estigmatizar personas. Esto nos sucede a nosotras, a las mujeres. Decimos que las mujeres estamos cosificadas. Esperamos que la gente piense que somos muy inteligentes cuando usamos una palabra larga. Pero ser convertido en un objeto es un evento real. Y la cosificación en la pornografía es un tipo particular de cosificación; un objetivo. Te convierten en un objetivo. Y el rojo y el púrpura marcan el lugar en que se supone que él debe hacertelo.

Este objeto lo quiere. Ella es el único objeto que dice ‘lastimame’. Un coche no dice ‘destruyeme’. Pero ella, esta cosa no humana, dice ‘lastimame – y cuanto más me lastimes, más me gustará’.
Cuando la miramos, esa cosa pintada de púrpura, cuando miramos su vagina, cuando miramos su recto, cuando miramos su boca, cuando miramos su garganta, los que la conocemos y los que han estado ahí apenas podemos recordar que es un ser humano.

En la pornografía vemos literalmente a la mujer como el varón quiere que lo experimentemos. Se expresa en escenarios concretos, en la manera en que las mujeres se posicionan y son usadas. Vemos, por ejemplo, que el objeto quiere ser penetrado; esta es la razón de la auto penetración en el porno. Una mujer toma algo y se lo incerta a sí misma. Esta pornografía donde mujeres embarazadas por algún motivo toman mangueras y se las incertan a ellas mismas. Esto no es un ser humano. No se puede mirar esas fotos y decir ‘hay un ser humano, ella tiene derechos, tiene libertad, tiene dignidad, es alguien’. No se puede. Eso es lo que la pornografía hace a las mujeres.

Hablamos del fetichismo en el sexo. Los psicólogos siempre han hecho que signifique, por ejemplo, que un hombre eyacule a un o sobre un zapato. El zapato se puede plantear como si fuera una mesa lejos del varón. Está excitado, se frota contra el zapato, se masturba. Él tiene sexo con el zapato. En la pornografia, eso le sucede al cuerpo de la mujer; se convierte en un fetiche sexual y el amante, el consumidor, eyacula sobre ella. Es una convención en la pornografía que el esperma este ‘en ella’, no ‘sobre ella’. Marca el lugar, como lo posee y donde.  Eyacular sobre ella es una manera de decir que esta contaminada con su suciedad. Ella está sucia. Este es el discurso del pornografo, no el mío. El Marqués de Sade siempre se refiere a la eyaculación como contaminación.

Los pornografos usan cada atributo que tenga una mujer. Lo sexualizan. Encuentran una manera de deshumanizarlo. Esto se hace de maneras concretas, por ejemplo, en la pornografia, la piel de la mujer negra es tomada como un organo sexual. Una hembra, despreciada por supuesto, necesita ser castigada. Su piel misma es el fetiche, el objeto encantado. La piel es donde la violacion se actua – a través del insulto verbal, a través de palabras sucias dirigidas a su piel – y el asalto sexual (golpear, azotar, escupir, cortar, atar, quemar, morder, masturbar y eyacular).

En la pornografía, esta fetichizacion del cuerpo femenino es sexualización para la deshumanización. Es siempre concreta y específica. Nunca es abstracta y conceptual. Esto es por que los debates sobre la pornografía tienen una calidad bizarra. Los que sabemos que la pornografía lastima a las mujeres, hablamos de los insultos y los abusos que realmente les suceden a las mujeres en la vida real – las mujeres en la pornografía y las mujeres que la utilizan. Los que defienden la pornografía, sobre todo por motivos de libertad de expresión, insisten en que es una especie de idea, pensamiento, fantasía, dentro del cerebro, la mente del consumidor.


De hecho, hemos dicho todo el tiempo que la pornografía se trata realmente de ideas. Bueno, el recto no tiene una idea, la vagina no tiene una idea y la boca de las mujeres en pornografia no expresan una idea. Cuando una mujer que tiene un pene empujando hasta el fondo de su garganta, como en la película ‘Garganta profunda’, esa garganta no es parte de un ser humano que está envuelto en ideas. Estoy hablando ahora de pornografía sin violencia visible. Estoy hablando sobre la crueldad de la deshumanización de alguien que tiene derecho a más.

En la pornografía, todo significa algo. Les hable de la piel de las mujeres negras. La piel de las mujeres blancas tiene un significado en la pornografía. Es una sociedad de Supremacia Blanca, la piel de una mujer blanca significa privilegio. Ser blanca es lo mejor posible. Entonces, ¿qué significa que el porno este lleno de mujeres blancas? significa que cuando uno toma a una mujer que está en la cina de la jerarquía en términos raciales y le pregunta ‘¿qué deseas?’ ella, que se supone tiene algo de libertad y de opciones, dice ‘quiero ser usada’. Ella dice ‘usame, lastimame, explotame, eso es lo que quiero’. La sociedad nos dice que ella es el estándar, el estándar de belleza, el estándar de ‘mujeridad’ y femeneidad’. Pero de hecho, ella es el estándar de la complacencia. Es el estándar de la sumisión. Es el estándar para la opresión. Es un emblema, lo encarna, ella modela la opresión. Hay que decir que ella hace lo que necesita para mantenerse viva, la configuración de su conformidad es predeterminda por varones que gustan de eyacular en su piel blanca. Ella está a la venta. Entonces, ¿de que vale su piel blanca? hace que su precio solo sea un poco mas alto.

Cuando hablamos sobre pornografía que cosifica mujeres, estamos hablando de la sexualizacion como un insulto, de humillación. Insisto en que estamos hablando de la sexualización de la crueldad. Y esto es lo que quiero decirles, no es necesario una violencia manifiesta para que haya crueldad.

Cosas son hechas a mujeres todos los días que podrían ser consideradas violentas si fueran hechas en otro contexto, no sexualizado, hacía un varón. Las mujeres son empujadas, sentadas, calladas por nombres insultantes, son bloquedas del paso en la calle o en la oficina. Las mujeres simplemente se mueven. Violación sadica, violación en grupo, asesinato en serie de no-prostitutas. Los golpes, los empujones, los bloqueos. Estas mismas invaciones serían comprendidas como ataques hechas a los hombres. Hechas a mujeres, la gente piensa que está mal, pero está bien. Está mal, pero está todo bien. Está mal, pero así son las cosas. No hagas un caso federal de esto. Se me ocurre que debemos tratar con el corazon del doble estandar, con la percepción de lo que el odio es y lo que no es.

Los varones usan el sexo para lastimarnos. Se puede argumentar que ellos tienen que hacernos daño, disminuirnos, para poder tener relaciones sexuales con nosotras, romper las barreras de nuestros cuerpos, agredirnos, invadirnos, empujarnos un poco, expresar verbalmente o físicamente hostilidad. Se puede argumentar que para que los varones tengan placer sexual con las mujeres, tenemos que ser inferiores y deshumanizadas, lo que significa, controladas, lo que significa, menos autónomas, menos libres, menos reales.

Estoy impactada en cómo el discurso de odio, de odio racista, se vuelve mas explícito en cuanto se convierte en mas agresivo – su significado se hace más sexualizado, como si el sexo fuera usado para la hostilidad. En la historia del antisemitismo, cuando llega la asunción de Hitler al poder de la República de Weimar, se observa un discurso de odio antisemita indistinguible de la pornografía, y no sólo se publica y se distribuye, se muestra abiertamente. ¿Qué hace el orgasmo? Lo que el orgasmo dice es ‘soy real y la criatura inferior, esa cosa, no lo es. Y si la aniquilación de esa cosa me trae placer, así es como debe ser la vida’. La jerarquía racista se carga sexualmente. Hay una sensación de inevitabilidad biológica que proviene de una respuesta sexual derivada del desprecio. Hay urgencia biológica, excitación, ira, irritación, una tensión que se satisface humillando y menospreciando al inferior en actos y en palabras.

Me pregunto, con una tendenciosa ignorancia, cómo es que la gente le cree a los bizarros y falsamente transparentes filósofos de la superioridad biológica. Una respuesta es que cuando la ideología racista se sexualiza, se convierten en escenarios concretos de dominación y sumisión que dan a la gente placer sexual, los sentimientos sexuales en sí mismos hacen que parezcan biológicamente inevitables. Los sentimientos parecen reales. Ningún argumento cambia los sentimientos. Y las ideologías parecen estar basadas en la naturaleza. La gente defiende los sentimientos sexuales defendiendo las ideologías. Dicen ‘mis sentimientos son naturales, entonces, si tengo un orgasmo lastimandote o me siento excitado de solo pensarlo, eres mi compañera en esos sentimientos naturales – tu rol natural es es lo que sea que intensifique mi excitación. No eres nada, pero eres mi nada, usarte es mi derecho porque ser alguien significa que tengo el poder – el poder social, económico, la soberanía imperial – para hacerte lo que quiera.

Este fenómeno de sentirse superior a través de un racismo sexualmente reificado es siempre sádico: su propósito es siempre herir. El sadismo es una dinámica en cada expresión de discurso de odio, para intimidar, para humillar; ahí hay una dimensión subyacente de rebajar a alguien, subordinarlo, minimizarlo. Cuando ese discurso de odio se sexualiza totalmente – por ejemplo, en la realidad sistemática de la pornografia – una clase entera de personas existe para proveer de placer sexual y un sinónimo de sentido de superioridad a otro grupo, en este caso, varones. No toleramos que eso sea llamado libertad.

El problema para las mujeres es que ser lastimadas es ordinario. Sucede cada día, todo el tiempo, en algún lado a alguien, en cada vecindario, en cada calle, en intimidad, en la multitud: las mujeres son lastimadas. Nos consideramos afortunadas cuando alguien solamente nos insulta y nos humilla. Quienes han sido golpeadas en el matrimonio (un eufemismo de tortura) también tienen una idea de la suerte que es. Somos siempre felices cuando algo menos malo de lo que pensábamos posible sucede y nos decimos que si nos nos conformamos con lo menos malo, hay algo mal en nosotras. Es hora de parar eso.

Cuando una piensa en las vidas ordinarias de las mujeres y de los niños, especialmente de las niñas, es muy difícil no pensar en que estamos buscando una atrocidad, si tenemos los ojos abiertos. Tenemos que aceptar que estamos buscando una vida ordinaria: las heridas no son excepciones, más bien, son sistemáticas y reales. Nuestra cultura lo acepta, defiende, nos castiga por resistirnos a eso. El lastimar, el rebajar, la crueldad sexualizada, es a propósito, no son accidentes o errores.

La pornografia juega un gran papel en normalizar las maneras en las que somos degradadas y atacadas, en como humillarnos e insultarnos parece natural e inevitable.

Quisiera que piensen especialmente sobre estas cosas. Numero uno: los pornografos usan nuestros cuerpos como su lenguaje. Todo lo que dicen, lo dicen usandonos. Ellos no tienen derecho a eso. No deberían tener derecho a eso. Número dos: proteger constitucionalmente como si fuera libertad de expresion significa que hay una nueva forma en la que somos propiedad legal. Si la Constitución protege la pornografia como discurso, nuestros cuerpos les corresponden a los proxenetas que necesitan usarnos para decir algo. Ellos, los humanos, tienen el derecho humano de libertad de discurso y la proteccion constitucional, nosotras, la propiedad, propiedad mueble, somos sus cifras, sus símbolos sistemáticos, las piezas que organizan en orden para comunicar. Somos reconocidas solo como el discurso de un proxeneta. La Constitución está del lado que siempre estuvo: del propietario de bienes, incluso cuando su propiedad es una persona definida como persona a causa de la confabulación entre la ley y el dinero, la ley y el poder.  La Constitución no es nuestra a menos que trabaje para nosotras, especialmente proveyendo de refugio a los explotadores. Número tres: la pornografia usa a las que quedaron fuera de la Constitución. La pornografia usa a mujeres blancas, que eran como muebles. La pornografia usa mujeres afroamericanas, que eran esclavas. La pornografia usa hombres estigmatizados, por ejemplo, hombres afroamericanos, que eran esclavos, a menudo son sexualizados por los pornografos contemporáneos como si fueran violadores-animales. La pornografia no está conformada por hombres blancos. No lo está. Ellos están haciendo esto con nosotras o protegiendo a quienes nos hacen esto. Se benefician de ello. Y hay que detenerlos.


Piensen en como el matrimonio controlo a las mujeres, como las mujeres eran propiedades bajo la ley, esto no empezó a cambiar hasta principios del siglo XX. Piensen en el control que la Iglesia tuvo sobre las mujeres. Piensen en que la resistencia se movilizó, y trayendoles problemas a todos esos hombres que pensaban que daban por sentado que esto les pertenecia. Piensen en la pornografía como una nueva institución de control social, un uso democratico del terrorismo contra las mujeres, una manera de decir públicamente que cada mujer que camina por la calle ‘baja la mirada, mira hacia abajo, perra, porque cuando mires hacia arriba vas a ver una imagen de ti misma colgada, vas a ver tus piernas abiertas. Eso es lo que vas a ver’.

La pornografía nos dice que el deber de la mujer es ser usada. Y solo quiero decirles que la Ordenanza anti-pornografia que Catherine MacKinnon y yo hemos desarrollado en Minneapolis dice que el deber de las mujeres no es ser usadas. La Ordenanza repudia las premisas de la pornografía y su uso eventual demostrará que las mujeres desean la igualdad.

Noten que la Ordenanza fue desarrollada en Minneapolis, y su ciudad gemela, St. Paul, aprobó una Ordenanza muy fuerte contra los crimenes de odio. Los tribunales anularon ambos. Quiero que entiendan que hay algunos pornografos y algunos racistas serios y también hay ciudadanos serios que quieren en ambas ciudades que se detenga la pornografía y el racismo. La Ordenanza que Catherinne y yo redactamos surge de esa cultura política, una cultura de base y participativa que no tolera ningún tipo de crueldad hacia las personas.

En otoño de 1983, un grupo de vecinos activistas nos pidio a Catherinne y a mi testificar en una reunión del comité local. El grupo representaba un área de Minneapolis que era principalemente afroamericana, con una pequeña poblacion de blancos pobres. El ayundamiento mantuvo la parcela en zonas de la pornografia.

En su vecindario, durante siete años habian estado luchando contra una serie de leyes contra la zonificacion (division por zonas) que permitian a la pornografia destruir la calidad de vida. La ciudad podria borrar a su poblacion porque en su mayoria no eran blancos y eran mayormente pobres. La pornografia era puesta a proposito en esos lugares y mantenida fuera de los barios ricos y blancos.

Estos activistas vinieron a nosotras y nos dijeron: conocemos de ese tema del odio hacia las mujeres. Esto es prácticamente una cita literal: sabemos que el tema aquí es el odio hacia las mujeres y queremos hacer algo al respecto, ¿qué podemos hacer?

Ellas sabían qué hacer.  MacKinnon y yo organizadas, por supuesto. Organizaron a la ciudad de Minneapolis. Toda la ciudad estaba organizada a nivel popular para oponerse al odio contra la mujer, odiando a la pornografía. Ese fue nuestro mandato cuando redactamos la ley de derechos civiles anti-pornografia. Y las circunscripciones de la gente pobre, la gente de color, fueron organizadas en nombre de las mujeres de esas ciudades. Una ciudad en los Estados Unidos fue organizada por una ola feminista cada vez mayor, trajeron mujeres de clase obrera, prostitutas y ex prostitutas, académicas, lesbianas, estudiantes, y entre otras cosas, un pequeño ejército de víctimas de abuso sexua, para exigir la aprobación de una enmienda a la ley municipal de los derechos civiles que reconoce a la pornografía como una discriminación sexual, como una violación de los derechos de las mujeres. Esta enmienda, que luego redactamos como un estatuto autónomo, se llama comúnmente ‘la Ordenanza’.

La Ordenanza obtuvo el apoyo masivo, comprometido y entusiasmado. Lo hizo porque era justa, era honesta y estaba del lado de aquellas privadas de derechos y oprimidas. La gente se moviliza – no de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba – para apoyar la Ordenanza porque está directamente conectada con el odio hacia las mujeres, la hostilidad, la agresión, aquellos que explotan y apuntan a las mujeres. Esto se hace cambiando las percepciones de la voluntad de las mujeres. Esto destruye la autoridad de los pornografos sobre el tema poniéndoles una ley, dignidad, poder real, ciudadanía, en las manos de las mujeres que ellos lastiman. No importa cuando es despreciada ella por los pornografos y sus clientes, ella es respetada en esta ley. Usando la Ordenanza, las mujeres pueden decirle a los proxenetas y a los prostituyentes ‘no somos tu colonia, no nos poseen como si fuéramos su territorio. No lo quiero, no me gusta, me duele, el dolor duele, la coerción no es sexy, me resisto a este discurso que es de otra persona, rechazo la subordinación. Yo hablo por mi misma ahora, voy a ir a hablar a la corte, contra ustedes y ustedes nos escucharan’.

Queremos una ley que repudie lo que le pasa a las mujeres cuando la pornografía le sucede a las mujeres. En general, el sistema legal misógino limita a los pornografos: abstractamente le podemos llamar sesgo de genero, pero el sistema legal incorpora un odio casi visceral a los cuerpos de las mujeres, como si existieramos para provocar abusos, y como ellos, mienten. Tengo un personaje en ‘Mercy’, llamado ‘Andrea’, que dice que uno debe estar limpio antes de ir ante la ley. Ahora ninguna mujer está limpia o lo suficiente. Eso es lo que descubrimos cada vez que intentamos procesar una violacion: no estamos limpias. Pero ciertamente las mujeres que están en la pornografia no están limpias, y las mujeres que se venden en las esquinas no están limpias, las mujeres que estpan siendo maltratadas en sus casas y siendo pornografiadas no están limpias. Cuando una mujer usa esta Ordenanza, no necesitara estar ‘limpia’ para decir con dignidad y autoridad, ‘soy alguien y por lo tanto, me resisto’.




Cuando el Ayuntamiento de Minneapolis aprobó esta ordenanza dijeron ‘las mujeres son alguien, las mujeres importan, las mujeres quieren luchar, les daremos lo que quieran’. El Ayuntamiento de Minneapolis tenía una idea de la voluntad de las mujeres que contradecía lo que decían los pornografos: la obtuvieron por las mujeres que fueron a testificar para la Ordenanza. La claridad y la autoridad de la Ordenanza se derivan de las experiencias de carne y hueso de aquellas mujeres que quieran usarla: mujeres cuyas vidas han sido violadas en la pornografía. La Ordenanza expresa su deseo de resistir, y su enorme fuerza, traducida en un derecho legal, en su capacidad de soportar, para sobrevivir.

Las mujeres usando la Ordenanza estarán diciendo ‘soy alguien que ha soportado, he sobrevivo, Importa, lo sé demasiado y sé lo que importa. Y voy a hacer que importa aquí en la Corte. Proxeneta, usaré lo que sé contra usted. Señor consumidor, sé mucho sobre usted, y lo usaré aunque seas mi padre, aunque seas mi profesor, aunque seas mi abogado, mi doctor, mi cura. Usaré lo que sé’.

No estuve sorprendida con Catherine y conmigo misma cuando, después de la Ordenanza, los periódicos decían ‘¡Es un logro de la Derecha fundamentalista!’. Nos estaban diciendo ‘no son nadie, no pueden existir, no puede ser idea suya’. No nos sorprendió cuando la gente lo creyó. No nos gusto, pero tampoco nos sorprendió.

El Tribunal dijo que las mujeres victimizadas que querían usar la Ordenanza no eran nadie. El proxeneta si es alguien, él importa, vamos a protegerlo. No fue una sorpresa. Y cuando la Corte dijo que el consumidor si era alguien, y ustedes, mujeres, no son nadie, no importa cuando las hayan lastimado, él es alguien y estamos aqui por él. No fue una sorpresa. Y no fue una sorpresa cuando el Tribunal dijo que cuando las mujeres afirman su derecho a la igualdad sólo están expresando un punto de vista, una opinion, que deberiamos debatir esas ideas, no legislarlas. Cuando afirman que han sido lesionadas – esa violación, esa paliza, ese secuestro – tienes solo un punto de vista al respecto, pero en si mismo la lesión no significa nada. No fue una sorpresa que la Corte diga que habia una relación entre la pornografía y las lesiones de las mujeres, pero que esa relacion no importa, porque el tribunal tiene otro punto de vista, que pasa a ser el mismo de los pornografos: las mujeres no valen nada excepto lo que pagamos por ellas, en ese famoso libre mercado donde tomamos su realidad corporal para hacerla una idea.

Nada de esto fue una sorpresa. Cada cosita fue un atropello.

Escribimos la Ordenanza para mujeres que han sido violadas y golpeadas y prostituidas por la pornografía. Ellas quieren usarla para decir que son alguien, que van a ganar. Somos parte de ellas, vivimos la vida como mujeres, no somos exentas ni ajenas a esto. Escribimos la Ordenanza a favor de nuestras vidas también.

Quiero pedirles que se aseguren que las mujeres tendrán derecho y la oportunidad de acudir a un tribunal y decir esto: esto es lo que me hicieron los pornografos y proxenetas, esto es lo que me quitaron y lo estoy tomando de nuevo. Soy alguien, resisto, estoy en esta Corte porque resisto, rechazo su poder, su arrogancia, su maldad a sangre fría, y voy a ganarles.

Tienen que hacer esto posible. Han pasado diez años. Cuenten el número de mujeres que han sido heridas en estos diez años. Cuántas de nosotras hemos tenido la suerte de haber sido solamente insultadas y humilladas. Cuenten. No podemos esperar otros diez años. Las necesitamos, las necesitamos ahora, por favor, organícense.

Fuente:
https://nottthefunkind.wordpress.com/2017/08/09/la-pornografia-le-sucede-a-las-mujeres/