lunes, 8 de mayo de 2017

Prostitución y consumo de sexo: La voz del que manda



Prostitución y consumo de sexo: La voz del que manda
Autor: Mariangeles Giaimo
Fecha de publicación: 27/05/12
               
Cuando se piensa en la prostitución, inmediatamente se visualiza a quien ofrece su cuerpo por dinero. Pero no a quien lo desea alquilar por placer, por "necesidad" o para hacerse el macho. Un reciente estudio ahonda en esta parte del fenómeno para demostrar que "ir de putas" se relaciona con el ejercicio genital casi mecánico, autorreferencial y sin afecto. El sexo como una forma de ejercicio de poder sobre un otro.

"La sexualidad masculina según su definición cultural proporciona la norma (...), los hombres, al hacerse hombres, asumen una posición en ciertas relaciones de poder en la que adquieren la capacidad de definir a las mujeres.
Jeffrey Weeks.

Se lo llama el oficio más viejo del mundo. Con la crisis financiera europea, en España hasta se han publicitado clases para aprender a ejercerlo: "Trabaja ya. Curso de prostitución profesional", a un precio de casi cien euros. La prostitución es una práctica naturalizada, entendida por muchos y muchas (algunas feministas también) como un trabajo. El Estado no penaliza su ejercicio e incluso reconoce seguridad social para quienes lo practican.



Siempre que se dice "prostitución" viene a la mente la imagen de la mujer, de su cuerpo exhibido, de una calle oscura y unos tacones resonando. Sin embargo, esta "transacción" de dinero por sexo necesita no sólo de la oferta, sino, fundamentalmente, de alguien que lo demande.

Ese alguien es el objeto de estudio del reciente trabajo de Susana Rostagnol: Consumidores de sexo. Un estudio sobre masculinidad y explotación sexual comercial en Montevideo y área metropolitana. Según la investigación, la sexualidad masculina es entendida por estos hombres como una necesidad de liberar el deseo, más que una búsqueda por la comunicación o el erotismo: "Emir: 'Como el placer de comer'"; "Claudio: 'hay una necesidad, una necesidad que te pide el cuerpo'"; "Carlos: 'Lógico, si te gusta'"; "ves una bombacha colgando y salís corriendo. Un tipo con 30 años, joven, te volvés loco. 'tas bien comido... no estás cansado en sí, entonces yo qué sé... Cada ciertos momentos sí, que haya... que exista la prostitución (Edgar, 50 años, entrevista individual, camionero)".

SIN CULPAS. En este último discurso, además de la "naturalización" de las necesidades fisiológicas hay una justificación de la prostitución. "Se lo considera como un intercambio justo entre dos partes, como un trabajo. Pero las personas se reducen a objetos. Tiene un estatus de mercancía para que el otro realice sus deseos", explica Andrea Tuana de la ONG El Faro, que trabaja con situaciones de violencia doméstica y abuso sexual intrafamiliar. Para ella, que la prostitución siempre haya existido, y que la persona es libre para decidir lo que hace con su cuerpo no son argumentos válidos para justificarla: "La prostitución responde a un modelo en que los varones pueden acceder al sexo sin crítica, que los coloca en un lugar de poder y de acceso a los cuerpos de las mujeres. Y si miramos a esas mujeres, siguen siendo putas, y están ubicadas en el escalón más bajo de ser mujer. Es por eso que no se puede considerar un trabajo cuando lo sociedad aún las estigmatiza. Que se repita desde siempre no creo que sea sano, y más allá de la capacidad de decidir de una persona –de las circunstancias de su vida– hay que mirarlo como un sistema social y cultural que trasmite a los varones qué es ser varón".

Justamente, en este estudio se sigue viendo cómo los hombres construyen la mirada hacia las mujeres, divididas en "vírgenes" y "putas". La primera, la madre, la esposa, la que sirve para la reproducción; la segunda, la mala, la sucia, la que permite que se hagan actividades sexuales que muchos no osan pedirles a sus mujeres (sexo anal u oral). Claro que en este binomio simple existen otras figuras. La puta que trabaja y es madre sacrificada por sus hijos tiene un respeto –por parte del varón– diferente a las otras: "Qué tema bueno tocaste, porque en el barrio hay una prostituta; todas las mujeres dicen 'Pa, esa puta de mierda'... pero esa puta que va pasando ahí tiene los hijos bien vestiditos, van a la escuela, y quizás están mejor que lo que yo crié a mis hijos mismo. Bien vestiditos. Ella labura, no molesta a nadie, pero siempre hay uno que dice 'Ah, esa puta, por algo... Discriminan. (Gerardo, 45 años, obrero)".

A TRAVÉS DE ELLOS. Aunque es sabido que existe la prostitución de adolescentes y niñas –que para el caso sería más correcto hablar de explotación sexual–, para el común de los hombres la prostituta siempre es mayor de edad y no advierte que, cuando no lo es, ese rato de placer se constituye en delito (ley 17.815) y que él pasa de ser cliente a delincuente. Según Luis Purtscher, director del "Comité nacional para la erradicación de la explotación sexual comercial y no comercial de la niñez y adolescencia" de Uruguay (Conapese): "hay una dificultad de los operadores judiciales tanto a nivel conceptual como práctico para poder tipificar este delito, ya que cuando uno ve los números aparecen las víctimas, los proxenetas, pero los explotantes desaparecen de los fallos judiciales". El año pasado se registraron 40 casos de explotación sexual comercial de menores de edad. Cifra que seguramente padece de subregistro,* ya que resulta muy difícil detectar los hechos.

Pero los clientes no se sienten explotadores. Salvo en los casos de niñas y niños –en que los entrevistados remarcaron su rechazo–, con respecto a las adolescentes justifican su accionar depositando la responsabilidad en la menor de edad. Es la adolescente la que, según esa mirada masculina, seduce y engaña. Los "niveles de tolerancia" se identifican en discursos:"Lo que pasa es que hay mujeres que tienen 12 años y no los aparentan. Aparentan 18, 19 años, ese es el gran tema' (Mario, 38 años, transportista)".

Ellos dicen...
Brecha consultó a hombres de distintas edades y ocupaciones sobre la vieja tradición masculina de "ir de putas", sobre qué significa conseguir sexo pagando. Lo que sigue es un extracto de esas opiniones.

"En mi grupo de amigos nunca fuimos de putas, sólo lo manejamos en el terreno simbólico. Cuando una noche es mala en términos de 'levante', no me extrañaría escuchar un ¿tendríamos que ir de putas?, o cuando estás organizando terrible noche de joda decir 'y después nos vamos de putas'. Es un término anacrónico que evoca al antiguo macho, la figura del viejo putañero. Utilizar ese lenguaje tal vez sea una forma de reivindicar 'el macho' que exige la sociedad y el grupo de pares sin caer en él" (estudiante, 21 años).

"Hay hombres que hablan de ir a un prostíbulo porque se criaron así. Hay toda una generación que se crió con la cultura de 'hacerse hombre' con putas. Esto cada vez se da menos, me parece, o por lo menos se dice menos. Por otro lado, cuando se habla de ir de putas es en tono de broma y si alguien realmente consume se mantiene en un secretismo total. Además está mucho la frase 'yo nunca pagué'. Es una forma de demostrar hombría y no debilidad, el que paga es porque no es lo suficientemente hombre" (marketing/comunicación, 32 años).

"En ámbitos laborales se habla de ir de putas. Es como algo de reafirmación del ser macho, de hacer lo que con tu pareja no se puede o no se quiere hacer. Hay, creo yo, mucho de doble discurso: 'yo a mi mujer la respeto y lo diferente lo hago con una puta porque le pago y está para eso'. Otro momento para ir de putas es cuando se juntan hombres, al estilo Club de Tobi, y salen específicamente a un boliche para tener una noche de alcohol y sexo" (periodista, 55 años).

"Hay estereotipos del macho y vivo criollo que se asocian. Está la cultura del macho 'vivo' que se curte una puta para festejar algo, que muchas veces también curte alcohol y otras drogas y comparte estos 'consumos', estos 'objetos' a modo de lucimiento. Hay otras cosas, más profundas: homosexualidad reprimida, vacío, carencias profundas en la conformación del ser. Se creen hombres que 'huyen de las brujas' para juntarse y compartir largas veladas, siempre hombres con hombres, tomando alcohol, tomando merca y terminando en algún cabarute con prostitutas o con travestis, a veces incluso grupalmente. Esto último, con travestis, es más normal de lo que parece, porque en esa cultura del macho, el hombre sexualmente activo, el que penetra, no se considera para sí mismo como puto, siempre y cuando sea él el que somete y no el sometido" (cineasta, 38 años).

Retrato de una prostituta. Rubén García


Con la antropóloga Susana Rostagnol*

Una fantasía autorreferencial
—¿Cuál es el aporte de esta investigación?

—Poner sobre la mesa que el consumidor de sexo es un actor imprescindible para la existencia de la prostitución. Hay alguien que quiere consumir sexo, entonces hay una chica que se prostituye. El gran aporte es colocar la mirada en ese lugar, porque siempre la explicación es que la prostitución existe porque hay pobreza. Es más, en los propios entrevistados casi no hay conciencia de la responsabilidad del consumidor de sexo, sobre todo del que consume sexo con adolescentes. Y el responsable es el adulto que consume.

—En la investigación se habla de "prostituyente". ¿Decir "cliente" es sacarle responsabilidad al individuo?

—El cliente es cualquiera: de la farmacia, del supermercado, alguien que compra una mercancía cualquiera. De repente se puede hablar de clientes en prostitución adulta; y hasta es cuestionable. Hay teorías y perspectivas que dicen que no, que la mujer es libre con su cuerpo. Pero cuando hablamos de menores de edad decididamente es un prostituyente porque es el que induce al otro a la acción de prostituirse.

—En las entrevistas a los hombres, ¿cómo se autodenominan cuando consumen sexo pago?

—Como prostituyentes no. Algunos como clientes. Como que van y lo hacen. No colocan una figura. Es algo que forma parte de su ser en el mundo, parte de lo que hacen es eso. Es lo natural.

—¿No es un rol?

—No, hay una naturalización del fenómeno. Está ligado a la idea bastante extendida en nuestra sociedad –compartida por hombres y mujeres– de que el hombre tiene necesidades sexuales que no puede contener. Va con una prostituta, como si fuese algo natural, algo que le sale. Es una idea mecánica. Frente al estímulo, zácate. Es así.

—En la investigación aparecen sorpresivamente dos estereotipos de mujer contrapuestos que relacionamos con el siglo xix: la puta y la virgen. La virgen es la esposa, la hermana, la que reproduce...

—Siguen estando en los grupos que más consumen. De pronto no está en aquellos hombres que logran tramitar su sexualidad con una sola mujer o con un solo tipo de mujer.

—Entonces, una de las razones para "consumir" es que no se busca entablar una comunicación con un otro...

—Cada persona tiene su historia y su porqué lo hace, pero veíamos que en muchos casos era una combinación, por un lado a la mujer con la que consumían sexo pago le decían que le pedían hacer cosas que no se atrevían a pedirle a su compañera por un esquema en que eso no se puede y lo otro se puede. Básicamente todo el que consume sexo está consumiendo una fantasía: "hago acá lo que no puedo hacer, hago lo que quiero, pago y hago lo que quiero". Eso estaba muy presente, el tema del poder ahí estaba muy fuerte: "me hago hacer cualquier dibujo", "pago y hago". Es una fantasía que tiene que ver con un despliegue de poder importante. Por supuesto, no hay afecto, no hay nada. No hay preocupación por el otro, no importa lo que sienta, lo que piense, nada.

Si pensamos que las prácticas sexuales son un encuentro, una forma de diálogo, una manera de comunicación, entre muchas otras cosas, acá no hay comunicación, diálogo, nada, es algo autorreferencial, es una persona a la que se le paga para hacer algo pero no para entrar en contacto con ella. No hablemos de afecto, porque puede haber sexo coital entre dos personas sin que medie el afecto pero media una comunicación, un sentirse bien, compartir eso y después chau.

Pero eso no aparece en el consumo de prostitución, lo que aparece es algo autorreferencial, por eso insisto en la fantasía, es el hombre y su fantasía, no hay un otro, una persona con quien entable algo, sino que es un alguien que se ve reducido a brindarle lo que él quiere para cumplir su fantasía autorreferencial. Es medio hipotético esto, pero me parece que va mucho por ahí, porque si no existe diálogo ni comunicación, tampoco hay un reconocimiento de la otra persona. Creo –o es una utopía– que en una sociedad en que la gente respete a los otros –y respetar es reconocer que la otra persona tiene el derecho a ejercer sus derechos humanos, que son amplísimos– el tratamiento necesariamente va a ser diferente, no puedo usar al otro. Esperemos.


—En esta investigación ustedes marcan una forma de ser hombre, pero hay varias formas de ser hombre, ¿no?

—Sí, marcamos la que aparecía ahí. Y muy vinculada a la masculinidad hegemónica.


—¿Qué es lo hegemónico en estos temas?

—El modelo de masculinidad que sobre todo los más jóvenes ven como el modelo que debe ser: no demostrar afectos, no llorar, no ser emotivo. Puede haber muchas masculinidades que entran en conflicto por ver cuál es la hegemónica, no hay una que yo diga "es ésta", es la que en el momento está como el modelo. Hay algunas decididamente subalternas, otras tal vez no tanto, con otros valores, que también entran en puja por llegar a ser hegemónicas. Nos importó también ver qué pasaba con el consumo de sexo entre homosexuales, y vimos diferencias muy grandes, teníamos la intuición de que era distinto y que era importante entrar a diversificar. Vimos que había una relación mucho más equitativa entre el homosexual que consumía sexo y el que vendía, en la prostitución heterosexual el irrespeto era mayor en general. Y además no existía en aquel que vendía su cuerpo o que vendía servicios sexuales la idea de puta, "es una puta", alguien que no vale nada, alguien que está allá abajo.



—Ustedes tomaron una población en particular, como transportistas, marinos, obreros, entre otros.

—Una aclaración: los grupos que tomamos no necesariamente son de hombres que consumen, la convocatoria para los grupos focales y para las entrevistas era a hombres para hablar sobre la sexualidad masculina incluyendo el consumo de sexo. Era para hablar de eso, algunos consumían, otros no. No nos importaba demasiado, nos importaba más qué era lo que todos pensaban o cómo elaborar el consumo, más allá de que alguien dijera "yo lo hago" o "yo no lo hago". Queríamos saber qué sentido tiene esto en la vida de ellos. Luego, en el trabajo de campo algunos entraron en contacto con algunos hombres que sí formaban parte del mundo de la prostitución. Ahí está el taxista que todo el mundo lo lee y dice "qué horror", el que lleva algunas chiquitas, un tipo medio proxeneta, que le ofrece chicas al investigador. Pero en general tratamos de tomar una gama amplia de sectores populares y medios, un poquito más altos, y hombres que fuesen de los 18-20 años a los 60-70 años. También entrevistamos muchos obreros, albañiles, etcétera. En la Ciudad Vieja encontramos locales específicos para marinos. Los marinos, camioneros, guardas de ómnibus y taxistas hablaban con más conocimiento del tema. Había algo de eso de que en esas profesiones en que los hombres están por un tiempo más o menos prolongado fuera de su entorno, se genera un mayor consumo que entre los que están en su casa con su familia.

—Entre los estratos medios y medios-altos por un lado, y bajos por otro, ¿hubo diferencias?

—Había diferencias sobre todo en la manera en que se referían, pero no en la práctica misma. Te digo esto recordando algunas de las cosas que aparecían en el grupo de docentes, pero también recuerdo que en el grupo de albañiles había un par –se trabajó en una obra– que a cada rato decían "no, ¿no ves que es una nena?, no se puede". O sea: a una mujer no le podés hacer eso.

—¿Se podría hacer una investigación más focalizada en el estrato medio alto para desestigmatizar al obrero?

—Esta fue una investigación cualitativa más que cuantitativa. Pero sería interesante trabajarlo. Tal vez sucede lo mismo con estratos más altos –sería interesante para alguna otra investigación–, con el que viaja, y por eso el turismo sexual. Sería la misma idea: cuando estoy lejos de mi lugar habitual consumo sexo; cuando estoy en mi lugar habitual no consumo. Con respecto a la prostitución vip es más difícil llegar. La gente con dinero tiene posibilidades de poner distancia, de proteger sus acciones de la vista de los otros. Cosa que no tiene la gente con menos poder adquisitivo. En esta investigación sólo tratamos de ver culturalmente por qué los hombres consumían sexo. Pero en otra investigación llegamos a ver redes de las que formaba parte gente que tiene mucho poder; si no, las redes no existen. Tienen que tener socios en el Poder Judicial, en la Policía, en el poder político. Hay un poder económico muy fuerte detrás de eso. ¿Quiénes cubren y encubren?

* Hace varios años que trabaja sobre temas de salud sexual y reproductiva, la fecundidad y los varones, pero es en Historias en el silencio. Prostitución de adolescentes en Montevideo y área metropolitana que profundizó sobre el tema prostitución. Hace unos días presentó Consumidores de sexo. Un estudio sobre masculinidad y explotación sexual comercial en Montevideo y área metropolitana, una investigación que coordinó junto a otros especialistas y fue financiada por la Red Uruguaya de Autonomías (ruda) en el marco de la campaña del secretario general de las Naciones Unidas "Únete Latinoamérica" para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas.


http://www.aporrea.org/ideologia/a144131.html






El trabajo en el capitalismo: de la esclavitud a la prostitución



El trabajo en el capitalismo: de la esclavitud a la prostitución
Por Hashtag
fecha julio 2, 2014@RHashtag 
Prostitución
Por Gerardo Ambriz

Hace tres días que no como
 siquiera un pedazo de pan.
 El poder de mis veinte años
 se lo venderé al mejor postor.

Attila József

(02 de julio, 2014) .- A principios de abril, un equipo de periodistas, comandado por Carmen Aristegui, sacó a la luz una posible red de prostitución dentro de la sede del PRI en el Distrito Federal. En la investigación periodística se puso en evidencia que Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, entonces presidente del PRI capitalino, contrataba edecanes, no para realizar tareas correspondientes a ese tipo de trabajo, sino para satisfacer sus caprichos sexuales. Por si fuera poco, el sueldo de las edecanes no salía de los bolsillos del dirigente priísta, sino que era cargado a la nómina del partido, la cual se nutre de los impuestos que pagamos los mexicanos. La parte más reveladora de la investigación periodística fue precisamente la grabación donde se escucha a Priscila Martínez, la asistente del dirigente imputado, explicándoles a las edecanes que de ser contratadas tendrían que tener relaciones sexuales con su jefe. Dicha asistente fue grabada sin darse cuenta, pues una reportera que se hizo pasar por edecán llevaba una grabadora oculta.

El problema de las mujeres que acudieron a la entrevista de trabajo (junto a la reportera infiltrada), empezó cuando, al encontrarse desempleadas, vieron un anuncio en internet donde se solicitaba edecanes para trabajar en dicho partido político. Cuál sería su sorpresa cuando en la entrevista les explicaron que su “trabajo” sería muy diferente al que se prometió en el anuncio. En la grabación se escucha decir a Priscila Martínez que la vacante requiere de “amplio criterio” por parte de las aspirantes a cubrirla, ya que deberán tener sexo con el dirigente político, pero que no se preocuparan pues, en palabras de ella: “sería únicamente con él, no a diario ni a cada rato, ni te lleva a un hotel, ni hace contigo lo que quiere… Todo es dentro del horario de trabajo y puede ser dentro de la oficina”. Y remata diciendo: “se manejan dos tipos de relación: oral y vaginal; oral es sin protección, vaginal con protección. Terminas, pasas a su baño, tiene enjuague bucal, pasta de dientes, Isodine, y todo lo de higiene”.[1]

Mural en un lupanar de Pompeya. Siglo 1 DC
Ahora bien, lo que se dice en la grabación podría ser analizado tanto desde la perspectiva jurídica, donde se podrían señalar y fincar responsabilidades por los posibles delitos cometidos; como desde la perspectiva de la ciencia política, que mostraría que el caso del PRI capitalino es un síntoma más de la decadencia y corrupción del sistema político mexicano. No obstante la importancia de esos enfoques, nosotros proponemos un análisis que compare lo dicho en la grabación con lo que sucede en el mundo del trabajo en el sistema capitalista. Y cuando hablo de lo que implica trabajar en el capitalismo, me refiero no sólo a lo que sucede dentro de la fábrica, taller, parcela, comercio y oficina (privada o gubernamental); también incluyo lo que sucede cuando un desempleado acude desesperado a una entrevista de trabajo.

Así, en un sistema económico como el nuestro que no garantiza el trabajo para todos, el problema de los trabajadores empieza cuando, previamente, se encuentran desempleados. Es fundamental entender que en este sistema el trabajo no se garantiza porque, de hecho, el desempleo ocupa un lugar esencial en la dinámica del capitalismo. Algunos economistas críticos han sostenido que el desempleo le sirve al capitalismo para mantener los salarios bajos, pues entre más personas desempleadas haya que quieran trabajar, los empleadores tendrán la oportunidad de mantener y ofrecer un sueldo más bajo. Pero más allá de especular con la oferta y la demanda de mano de obra, lo que casi no se menciona es que el desempleo coloca a la persona en una situación de hambruna y precariedad que la hace dócil frente al empleador, casi a punto de implorarle que por favor la explote.

Este juego inherente al capitalismo, donde se trata al trabajador como a una mercancía cualquiera, al grado de orillarlo a considerarse a sí mismo como un objeto, lo criticó Marx claramente en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844: “Cuando la oferta es considerablemente mayor que la demanda, una parte de los obreros se ve empujada a la mendicidad o condenada a morir de hambre. La existencia del obrero se halla reducida, por tanto, a la condición propia de cualquier otra mercancía. El obrero se ha convertido en un objeto y puede darse por satisfecho cuando encuentra comprador”[2].

Cuando todavía no conocía los Manuscritos de Marx, Georg Lukács,  desarrolló su teoría de la “cosificación” (también conocida como “reificación”), partiendo del fetichismo de la mercancía de El capital.  Dicho de manera sencilla, la “reificación”, en el ámbito de las relaciones humanas consiste en tratar a las personas como si fueran cosas. Pero eso no sucede, según Lukács, porque a alguien se le ocurra tratar a una persona como a cualquier objeto; la “cosificación” no es un problema de la voluntad de individuos aislados, es un problema inherente al sistema capitalista cuya lógica mercantil poco a poco ha ido infectado todas las relaciones entre humanos[3], y no sólo las relaciones en el ámbito económico. Desde luego que eso no exculpa a individuos que, como Cuauhtémoc Gutiérrez, contratan empleados para usarlos como cosas. Tampoco exime de responsabilidades a Priscila Martínez que, sin ningún asomo de empatía con las mujeres que entrevistó, y de manera casi mecánica, como si le hablara a robots, vierte la verborrea que cité más arriba.

Sobre la misma línea de Lukács, Axel Honneth dirá que en la actualidad no existe sólo el problema de que una persona trate a otra como a un objeto. También existe el fenómeno de la “autocosificación”, donde la persona se trata a sí misma como cosa, lo cual se deja ver precisamente en las entrevistas de trabajo. Honneth asegura que en décadas pasadas el entrevistador tenía como función la de “verificar mediante documentos escritos, o testimonios de capacidad, la aptitud de un solicitante para realizar una actividad específica”. Pero ahora, según él, las entrevistas de trabajo sirven para que el entrevistado se venda a sí mismo, es decir: “exigen que el solicitante ponga en escena de modo convincente y ostentoso de qué manera se comprometerá con su trabajo, en vez de tener que informar acerca de las cualificaciones que ya ha obtenido”[4].


Pero el problema no acaba ahí, una vez que el trabajador, o la edecán, ha atravesado por las penurias del desempleo y las humillaciones de la entrevista laboral, se enfrentará, ahora sí, a la brutalidad de los medios de producción, donde tendrá que sufrir las consecuencias de pertenecer a la clase social que no tiene otra cosa que vender más que su propio pellejo. Nuevamente nos remitimos a Marx, aquel filósofo que no estuvo enclaustrado en las paredes de alguna universidad y presenció directamente cómo el trabajador del siglo XIX era tratado peor que un esclavo. Para eso Marx usará dos tonos distintos: el humanista de los Manuscritos de 1844, y el teórico social de El capital. En la primera obra nos habla de la “enajenación” en el trabajo, que consiste en el sometimiento del trabajador para realizar un trabajo propio de las bestias de carga; un trabajo cuyos frutos le serán esquilmados por su patrón; un trabajo que “mortifica su cuerpo y arruina su espíritu”[5]; un trabajo que está muy lejos de contribuir al desarrollo, liberación y fortalecimiento de su esencia humana; y un trabajo del que huirá “como de la peste, en cuanto cese la coacción física”[6].

En la segunda obra Marx nos mostrará las situaciones que pueden ocurrir dentro del centro de trabajo, y dentro de los eternos horarios de trabajo. En El capital aparecen muchos ejemplos de cómo por la hambruna de capital en la Inglaterra decimonónica, perecieron, hombres, mujeres y hasta niños de 8 años, tras inhumanas jornadas de 16 horas, exceso de trabajo forzado, y salarios de hambre. Es tan brutal el capitalismo en los centros de trabajo que no exageró Marx cuando dijo que éste transforma la “sangre infantil en capital”[7]. Tampoco se excedió cuando dijo que en la Inglaterra de ese tiempo, Dante hubiera encontrado “sus más crueles fantasías infernales”[8].

Finalmente, muchos tal vez pensarán que la comparación fue un exceso y, por lo mismo, consideren que es peor el caso donde en un trabajo se orille a las mujeres a prostituirse, que el caso donde se obligue a hombres, mujeres y niños a trabajar en condiciones infrahumanas. Para nosotros las dos situaciones son igual de reprobables y la comparación que hicimos no tuvo como objetivo señalar qué es mejor y qué peor, sino el invitar a que, así como condenamos la posible red de prostitución (desgraciadamente una entre mil), condenemos también las condiciones en las que se trabaja en los sistemas capitalistas, mismas que no han cambiado desde los tiempos en que Marx escribió. Además quisimos dar un panorama general de cómo estamos dentro de un sistema que nos tiene agarrados del cuello antes de trabajar (en el desempleo), en el proceso de ser seleccionados (en la entrevista de trabajo), y dentro de los centros de trabajo (en la fábrica, la oficina, el banco, la escuela, la parcela, el burdel, la oficina gubernamental, etc.). Sólo nos faltó mencionar que “una vez que la explotación del obrero por el fabricante ha concluido y aquél recibe el pago de su salario en efectivo, caen sobre él las partes restantes de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etcétera”[9].

[1] Audio disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=6HDn7VTJHZE

[2]Marx, Karl, y Engels, Federico: Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, p. 28.

[3] Lukács, Georg: Historia y conciencia de clase, Vol. II, Editorial Grijalbo, México, 1985, p. 11.

[4] Honneth, Axel: Reificación. Un estudio en la teoría del reconocimiento, Katz, Buenos Aires, 2007, p. 144.

[5] Marx, Karl, y Engels, Federico: Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, p. 66.

[6]Ibid., p. 66.

[7] Marx, Karl: El Capital, Tomo I, Vol. 1, Siglo XXI, México, 1977, p. 327.

[8] Ibid., p. 296.

[9] Marx, Karl, y Engels, Friedrich: Manifiesto comunista, Crítica, Barcelona, 1998, p. 49.

Fuente: 

http://revoluciontrespuntocero.com/el-trabajo-en-el-capitalismo-de-la-esclavitud-a-la-prostitucion/




El mito de elegir la prostitución como plan de vida



El mito de elegir la prostitución como plan de vida
camiblanco10
Por Camila Blanco

Cuando en ámbitos progresistas se pregona por la reglamentación de la prostitución para proteger los derechos de las trabajadoras sexuales, una genera simpatías. En cambio, cuando en ese mismo ámbito una plantea que la prostitución debe prohibirse y que “consumir” prostitución debería ser considerado un delito (más allá de las limitaciones del derecho penal) a una se la asocia con los ámbitos conservadores y reaccionarios.

Sin embargo, permítanme ubicarme en ese lugar incómodo, ese que dice que sostener que la prostitución debería regularse para proteger a las mujeres prostitutas (porque hablar de prostitución es hablar de mujeres) y reconocerles el derecho a una jubilación y a tributar impuestos es, hoy en día, una postura que peca de ingenua y anacrónica, por no decir de snob.

En primer lugar, debe considerarse que en la actualidad, la prostitución cuentapropista es una rareza. En efecto, el imaginario de que la prostituta decide de manera libre e informada dedicarse a vender sexo por dinero, es simplemente eso, un imaginario. La prostitución siglo XXI va de la mano de la marginalidad, la pobreza y el crimen organizado.

A la prostitución se llega a partir de un estado de necesidad, a partir de la desesperación, a partir de la soledad,  que lleva a la decisión instrumentalizar el propio cuerpo —no para lograr una vida sexual plena, sino para que otros nos consuman, como mero producto de cambio.

No quiero aquí que se me malinterprete. En esta ecuación, la primera víctima es la prostituta y con ella, todas las mujeres como grupo, que nos vemos afectadas a partir de la perpetuación de un sistema de opresión. En definitiva, lo que aquí se cuestiona —como siempre lo hace el feminismo— es el paradigma patriarcal, ese que se genera a partir de naturalizar el acceso de los varones al cuerpo de las mujeres a cambio de dinero.

Nude dancer. Ernst Kircher. 1909
De acuerdo al Reporte 2012 sobre Tráfico de Personas realizado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos —una de las pocas herramienta sistematizadas y actualizadas año a año en materia de tráfico de personas— Argentina es un país de generación, tránsito y destino de varones, mujeres, niños y niñas sujetos a la explotación sexual y al trabajo forzado, delitos que muchas veces van de la mano. Dicho reporte señala que muchas de las víctimas son de áreas rurales y pobres, quienes son forzadas a prostituirse en centros urbanos. Existe un número significativo de víctimas extranjeras, principalmente de Bolivia, Perú y República Dominicana. Asimismo, nuestro país es centro de tránsito para la explotación sexual de mujeres y niñas provenientes de Chile, Brasil, México y Europa del Este. También, existe registro de mujeres argentinas que son llevadas al extranjero para ser prostituidas.

El reporte señala que, si bien Argentina no satisface plenamente los estándares de lucha para la eliminación del tráfico de personas, está realizando importantes esfuerzos en ese sentido. Entre ellos, la creación de protocolos y oficinas de asistencia a las víctimas que reciben fondos federales, provinciales y municipales. De acuerdo a las ONGs especializadas y a las autoridades consultadas para la realización del Reporte, la creación del Ministerio de Seguridad en el año 2010, que coordina los esfuerzos federales en materia de lucha contra la trata y que mantiene una base de datos respecto de delitos relacionados con la trata, así como el establecimiento de la Unidad Fiscal de Asistencia en Secuestros Extorsivos  (UFASE) en el marco de la Procuración General de la Nación —que coordina esfuerzos con la Policía Federal, la Prefectura Naval y la Gendarmería— van en esa dirección.

En este contexto, Marcelo Colombo, fiscal a cargo de la UFASE, afirma que no se puede separar la prostitución de la trata y que ello implica que en el marco abolicionista argentino, no es una opción “reglamentar” la prostitución. Ello, porque la trata de personas es la red que cubre la prostitución en Argentina: no hay prostitución sin redes mafiosas detrás.

Por ello,  defender la prostitución cuentrapropista, en la que, supuestamente, la mujer, libre, sana y educada decide de manera informada que la prostitución es el plan de vida que ella quiere llevar a cabo para darse sustento económico y disfrutar, al mismo tiempo, de su sexualidad es perversamente absurdo.

Existen modelos comparados a los que podemos echar un vistazo para desentrañar estas cuestiones. Ellos son el modelo holandés y el sueco. Ambos países son lejanos al nuestro en cuanto a la idiosincrasia normativa, pero nos sirven como brújula en materia de políticas públicas en relación a la prostitución.

El modelo holandés, al considerar que la prostitución es una faceta inherente a la sociedad, decidió reglamentarla, mientras que el sueco, en razón de considerar a la prostitución como una práctica misógina, coercitiva y violenta, decidió abrazar un modelo abolicionista a partir de la prohibición de la compra de sexo.

Las autoridades holandesas argumentaban que con la regulación de la prostitución sería más fácil detectar las redes de trata ilegal y así combatir a los violadores, proxenetas y traficantes. Sin embargo, a más de diez años de la medida, las licencias para los prostíbulos son ínfimas ya que la mayoría de esta actividad continúa en la ilegalidad. Sumado a ello, los estudios demuestran que Holanda devino uno de los más importantes centros de destino de las mujeres víctimas de trata de Europa del Este.  También, luego de la permisión, la prostitución infantil aumentó (fuente, acá).



Desde el año 1999, Suecia tiene legislación que pena la compra de sexo y descriminaliza la venta. Ello, porque la idea detrás de la reforma es que las prostitutas son las víctimas de un sistema violento y humillante en el que es menester la intervención del Estado. La principal asesora de la reforma sueca fue Gunilla Ekberg, una feminista experta en cuestiones de trata que se ha convertido en una de las principales impulsoras del abolicionismo.  Para ella, la clave de esta cuestión es que ningún sistema que pretenda ser una democracia en la que varones y mujeres son iguales puede tolerar que las mujeres, las niñas y los niños entren al mercado como bienes de compra-venta.  La legislación sueca trajo aparejada una drástica reducción en la compra de sexo y es considerada exitosa, al punto que Noruega implementó el mismo modelo en el año 2009.

Lo interesante de este análisis es que el modelo sueco logró todo aquello que se proponía el modelo holandés, como reducir la prostitución infantil y facilitar la persecución de los proxenetas y explotadores sexuales. Holanda, por su parte, se ha convertido en el centro de destino de mujeres extranjeras víctimas de trata, de prostitución infantil y generó una dinámica que hace difícil investigar a aquellos “intermediarios” o “facilitadores” de la prostitución (fuente, acá). Las autoridades holandesas consideran a esta situación como “crítica” y están decididas a cerrar la mayoría de los prostíbulos y a dar marcha atrás con el paradigma permisivo, que funciona como enclave europeo del crimen organizado.

Más allá de estas experiencias comparadas, somos nosotros y nosotras quienes debemos pensar qué implica ponernos de uno u otro lado en relación a la prostitución. En mi opinión, es claro que decidir prostituirse no es una decisión proveniente de la libertad, sino por el contrario, desde la más humillante opresión. Ese es el presupuesto del que deberíamos partir para tener esta discusión.

http://derechoalsur.com/2012/07/02/el-mito-de-elegir-la-prostitucion-como-plan-de-vida/