miércoles, 30 de septiembre de 2015

Las víctimas de trata con fines de explotación sexual: Una aproximación desde la Victimologí

Agrego a este blog extractos del trabajo “Las víctimas de trata con fines de explotación sexual:
Una aproximación desde la VictimologíaDavid A. Martínez y Cecilia D’Ovidio que si bien esta centrado en la trata de personas con fines de explotación sexual, perfectamente se puede aplicar a nuestro tema pues tal como venimos sosteniendo, prostitución y trata de personas son parte del mismo eje. Este tipo penal de la  trata de personas carecería de objetivo si no existiera la prostitución pues es el medio para proveer de personas sometidas a aquella.
En el texto fácilmente se puede reemplazar la palabra “trata” por “prostitución” sin que se altere el contenido ni los alcances del estudio. Es más, muchas veces el límite es indistinguible, sobre todo si consideramos que la gran mayoría de las personas en prostitución fueron captadas e iniciadas entre los 12 y 14 años, habiendo aún casos de menos edad.
Uno de varios puntos de coincidencia entre ambas calificaciones es la vulnerabilidad, la historia psicosocial de muchas de las personas en prostitución, aún de quienes dicen serlo por propia voluntad, nos muestra la existencia de este tipo de condición.
Por último vale tener en cuenta el concepto de víctima, que sigue los pasos dictados por las Naciones Unidas, que en su amplitud favorece exigir la intervención de los gobiernos para la restitución de derechos, otras definiciones permiten diversificar la mirada e incorporar otro tipo de víctimas más allá de aquellas que lo son con fines delictivos.
Alberto B Ilieff



Las víctimas de trata con fines de explotación sexual:
Una aproximación desde la Victimología
Por Esp. David A. Martínez (1)
Cecilia D’Ovidio(2)

Resumen
La trata de personas constituye uno de los tres delitos de criminalidad compleja que mayores ganancias genera en el mundo y representa un atentado contra libertad y dignidad humana. En nuestro país (Argentina) el ejercicio individual de la prostitución no se encuentra prohibido, pero si se sanciona penalmente la explotación por parte de terceros. La victimología nos revela que la probabilidad de convertirse en víctima de un hecho delictivo no se distribuye de manera homogénea en la población. La victimología sitúa a la víctima desde una perspectiva diferente al de la criminología clásica, en tanto que no la considera no como un objeto pasivo de la acción dañosa de un tercero. Las víctimas desarrollan conductas activas que asociadas a determinadas características del entorno y de la persona operan como facilitadores o precipitadores del delito.
Numerosas investigaciones han intentado establecer relaciones entre los perfiles de las víctimas y el tipo de delito padecido.
Los trabajos pioneros de Von Hentig y Mendelsohn apuntaron a establecer una tipología victimal basada en sus atributos psico-físicos de las personas. En la actualidad se considera un hecho establecido que los factores de riesgo y de vulnerabilidad se conjugan para configurar un riesgo aumentado de ser víctima del accionar criminal. Los factores sociales facilitadores de la trata están estrechamente relacionados con la sociedad de consumo y de un sistema de creencias y valores en el que el dinero y el mercado cumple el rol de articulador fundamental de las relaciones humanas, incluyendo lo que atañe a la vida íntima de las personas, el sexo y la libertad.

Palabras claves: Victimología. - Criminología - Trata de Personas - Explotación sexual.


1Psicólogo Forense. Universidad de Buenos Aires. Profesor de Estrategias de Intervención y Psicoterapias Universidad de la Cuenca del Plata.
2Estudiante de psicología. Becaria proyecto de investigación UCP.
 
Esta noche me emborracho. Agustín Riccardi
Introducción

La definición clásica de criminología la delimita como la ciencia que tiene por objeto de estudio al delito, el delincuente y la víctima. La victimología nace en el campo de la criminología para más tarde independizarse como una disciplina autónoma. El área de estudio de la victimología comprende los factores individuales y ambientales que intervienen en el aumento o disminución de las probabilidades de que una persona sea víctima de un determinado tipo de delito. En su desarrollo intervienen conocimientos y prácticas provenientes de campos tan diversos como la sociología, la psicología, el derecho penal y la propia criminología.
La noción de víctima comenzó a plantearse en la criminología con cierta centralidad recién alrededor de 1950, a partir de los trabajos pioneros de Benjamín Mendelsohn (Rumania, 1900-1998) y Hans Von Hentig (Alemania, 1887-1974). Este último escribe El Criminal y su víctima (The criminal and his victim) en 1948 en la que establece trece tipos diferentes de víctimas considerando los factores psicológicos, sociales y biológicos (Madriz, 2001:94).

La victimología sitúa a la víctima desde una perspectiva diferente al de la criminología clásica. Ya no se trata simplemente de una persona que sufre pasivamente la acción dañosa de un tercero, sino que comienzan a identificarse las conductas activas, los factores y características de la víctima que operan como facilitadores del delito.

La victimología nos ofrece un marco teóricoconceptual que nos permite abordar a las víctimas de
la trata de personas con fines de explotación sexual, desde la perspectiva de los factores individuales de vulnerabilidad (historia vital, pautas de autocuidado aprendidas, características de personalidad, etc.) y los fenómenos sociales y culturales que favorecen la captación de niñas y mujeres por parte de los tratantes y explotadores. Esta conjunción de factores y fenómenos se la conoce en la victimología con el término de victimogénesis.
El delito de trata convierte a las personas en una mercancía, cuyo destino es satisfacer una creciente demanda de mujeres y niños como objetos de satisfacción sexual. Esta configuración social y cultural se visualiza como uno de los más importantes.

Consideramos necesario aclarar, siguiendo a García- Pablos, que la victimología no implica ni un
encarnizamiento culpabilizador con la víctima como tampoco un intento de diluir la responsabilidad del infractor. En efecto, desde algunas posiciones ideológicas y académicas se ha criticado a la victimología por constituir un intento pseudocientífico de “culpar la víctima” (Ryan, 1971), de cargar sobre ella la responsabilidad del hecho dañoso. Valga un ejemplo para plantear los términos del debate: ¿si la víctima transita por lugares ‘peligrosos’ sin tomar los recaudos necesarios para protegerse de una potencial amenaza sería “culpable” de lo que podría sucederle?
A nuestro juicio, es un interrogante mal formulado pues sería como preguntarse si quien recibe la
descarga de un rayo es culpable de provocarla al caminar por un descampado en un día de tormentas. La pregunta por la culpabilidad no promete ningún hallazgo fructífero en términos de conocimiento, en cambio sí nos interrogamos por las propiedades de la electricidad y las propiedades conductoras del cuerpo humano y su relación, podremos comprender mejor el
fenómeno estudiado. Siguiendo con este ejemplo y dejando de lado la cuestión de la culpabilidad,
creemos que es válida la pregunta por el rol de la víctima en la génesis de los delitos.

Las pautas de autocuidado son aprendidas en etapas tempranas del desarrollo, y funcionan como filtros cognitivos y emocionales que facilitan u obstaculizan la identificación de un potencial peligro. Estas pautas modulan la reacción defensiva o de huida que desplegará el individuo.
La cuestión de las víctimas provocadoras o participantes, ha sido (y es) especialmente álgida
cuando lo que se analiza es el rol de la víctima en los delitos contra la integridad sexual (abuso de menores y violación). ¿Las víctimas “seducen” a sus agresores? ¿Incitan a los victimarios a cometer el delito? O bien, ¿Consienten el acto pues de ello obtienen alguna satisfacción inconsciente? Algunos autores han pretendido adjudicar la responsabilidad de la agresión sexual al propio niño o niña, argumentando que algunos menores victimizados manifiestan un “deseo anormal de obtener satisfacción sexual, y en consecuencia, de padecer traumas sexuales”. Este planteo fue sostenido por algunos psicoanalistas como Karl Abraham que afirmaba que ciertos niños son seductores, anhelan la seducción, la provocan y, el tono de la argumentación llega a sugerirlo:obtienen lo que buscan. Otros autores como L. Bender y A. Blau sostenían en 1937 criterios similares cuyos ecos teóricos siguieron resonando hasta épocas muy recientes entre algunos psicoanalistas, juristas, criminólogos y otros estudiosos del campo social como Weiss (1955), Revicth y Weiss (1962), Morh (1964), Gagnon (1965), Virkkunen (1981) y Slovenko (1971).
Respecto de este delicado asunto, coincidimos con la postura de Anna Salter, que dice que un niño que se involucra en contactos sexuales con un adulto, lo hace desde una posición de ignorancia, confusión, manipulación, temor o dependencia psicológica y creemos inapropiado en estos casos utilizar el adjetivo de “participante” o “provocadora”, si esto conlleva la suposición de que el niño buscó y continuó voluntariamente el acercamiento sexual (Véase Intebi, I. 1998 pp. 34 a 36). En la misma línea pensamos los casos de sumisión y explotación de la víctima de trata, bajo ningún concepto se podrá argumentar la culpabilidad de la víctima.

Sin perjuicio de lo señalado anteriormente, decimos que la victimología se asienta en el hecho irrebatible de que la víctima no es un objeto pasivo, sino un sujeto activo que contribuye -sin que ello implique necesariamente consentimiento-, muchas veces de una manera decisiva, en la génesis y en la materialización del hecho criminal. Idea que no es nueva pues Von Hentig ya la había planteado en 1941 con la interacción víctima-infractor como factor victimogenésico y que el derecho penal la asimila como victimodogmática [4].

En el caso de la trata de personas, el engaño urdido por el captador/reclutador en base a ‘imperdibles’ ofertas laborales y/o económicas, tiene su contraparte en una víctima para la cual dicho ofrecimiento es visualizado como una solución a su situación económica y familiar, aún al precio de desestimar los potenciales riesgos de aceptarla. Factores individuales como la inmadurez psicológica, la baja autoestima y un historial de vida signado por abusos y malos tratos, concurren para facilitar la labor del delincuente.

Mendelsohn y Von Hentig resaltan que la criminogénesis no depende de un sesgo antropológico y sociológico del criminal, sino de una compleja interrelación que se crea entre la víctima y el victimario, y en donde en ocasiones los roles suelen superponerse o confundirse (Miotto, 2009). El concepto de víctima surge así en el seno de una relación e interacción de un binomio compuesto por el delincuente y su víctima, o “pareja criminal”, pero además, debemos agregar a estos dos
elementos el rol de los espectadores o testigos de los hechos. En muchos casos la pasividad y silencio del entorno, habilita la acción criminal y aumenta la indefensión de la víctima.


Definición del concepto de víctima y sus clasificaciones

Para continuar con nuestro desarrollo consideramos necesario delimitar qué es una víctima. La
Organización de Naciones Unidas (ONU, 1985) define a la víctima como un sujeto pasivo que sufre
una acción dañosa de otro u otros seres humanos: “Se ha de entender por víctimas las personas que individual o colectivamente hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los Estados miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder. En la expresión víctima se incluye además, en su caso, a los familiares o personas a su cargo que tengan relación
inmediata con la víctima directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir para asistir a la víctima en peligro o para prevenir su victimización” Organización de las Naciones Unidas (Resolución 40/34, del año 1985). [5]

Cuando analizamos el caso de la captación con fines de explotación, no siempre es claro cuando se trata de una víctima individual o colectiva, en la medida en que la victimización recae principalmente sobre mujeres y niñas con determinadas características sociodemográficas. Tampoco lo es la delimitación de las causas y agentes de la victimización y la interacción entre ambos extremos, más allá de la posterior atribución penal de la responsabilidad en la comisión del delito.

Si nos apartamos de esta discusión, es posible definir a la víctima como aquella persona que experimenta subjetivamente con malestar y dolor una lesión objetiva de bienes jurídicos, delimitación que se alinea con la planteada por Von Hentig y otros (García-Pablos de Molina, Antonio, 2003). Esta definición de víctima no incluye a las víctimas que, siéndolo, no se auto-perciben como tales pues la condición de víctima es una construcción subjetiva a partir de elementos objetivos. Muchas de las jóvenes rescatadas de las redes de trata, al momento de prestar declaración ante los funcionarios públicos de seguridad, no se consideran víctimas sino trabajadoras sexuales y el hecho de ser liberadas de sus explotadores es vivenciado como una interferencia en su actividad ‘laboral’. Es tarea de los equipos profesionales, construir el lugar de víctima.

Mendelsohn por su parte, propone no identificar a las víctimas con las víctimas de delitos, así la
victimología se independiza de la criminología en la medida que no sólo se ocupa de las consecuencias del accionar criminal sobre las personas, sino que además extiende su campo de incumbencia a aquellas que sufren las consecuencias de otro tipo de hechos dañosos (accidentes, desastres naturales o medioambientales, etc.). Esta distinción es importante porque en el caso de la trata de personas se observa que las mujeres no sólo son víctimas en el sentido ‘criminológico’ sino también en sentido amplio, como lo sugiere Dadrian (citado por García-Pablos) que concibe a la victimología como el estudio de los procesos sociales a través de los cuales individuos y grupos son maltratados con la consiguiente generación de problemas sociales (6). En esta delimitación del campo disciplinar quedan incluidas aquellas víctimas que lo son del sistema económico y jurídico, o de los llamados delitos de cuello blanco como la corrupción política, los delitos financieros e  informáticos.


Brothel escene Weimar Berlin- Erich Schutz. 1923


Aprendizaje social y percepción del riesgo

Para entender la concepción de víctima desde el enfoque victimológico se debe tener en cuenta el
contexto y las pautas sociales de aprendizaje tal como la ha planteado en otros Albert Bandura (1962). Según su teoría de la conducta social, el individuo aprende durante su desarrollo las formas de desenvolverse en su entorno social-cultural por medio de imitación y de refuerzos positivos y negativos que vienen dados principalmente, a través de la familia, las tradiciones y de las instituciones educativas.

Una persona puede desplegar comportamientos que la exponen a diversos tipos de peligros y amenazas, entre ellas las provenientes del accionar delictivo. La percepción del peligro, como cualquier otra, es diferente en cada individuo y en cada comunidad, y determina los comportamientos dirigidos a eludirlo o neutralizarlo. Así encontramos que, para algunas víctimas, el peligro o amenaza contra su integridad fueron invisibles antes del hecho e incluso con posterioridad a sufrir la victimización.

La percepción diferencial del peligro y de las amenazas es el resultado de una construcción histórica, biográfica y social del sujeto y la comunidad. Del mismo modo la manera de afrontar las situaciones aversivas están atravesadas por los mismo factores. Las comunidades configuran escenarios en el que los actores identifican, dimensionan y jerarquizan determinados peligros y reaccionan ante ellos de un modo más o menos idiosincrático. Al decir de D. Orem (citado en Vega Angarita, O. & Gonzalez Escobar, D. 2007) el autocuidado es una actividad del individuo aprendida por éste y orientada hacia un objetivo. El objetivo es regular los factores que afectan a su propio desarrollo y actividad en beneficio de la vida, salud y bienestar.
Cuando una joven acepta una oferta laboral con la promesa de percibir un salario muy por encima de lo que recibiría por un empleo similar en su propia ciudad, comprometiéndose con un extraño a
abandonar su lugar de origen para trasladarse a una localidad diferente, las pautas de identificación de peligro (engaño, manipulación, etc.) y las de autocuidado (indagar la identidad del oferente, dar aviso a la familia, constatar con fuentes independientes, etc.) quedan determinadas por lo que subjetivamente la joven admite como un rango aceptable de riesgo en función de los beneficios materiales (dinero, vivienda, confort, etc.) o imaginarios y simbólicos
(reconocimiento, prestigio, etc.) que espera obtener de su conducta.

Despersonalización y desubjetivación.

En los crímenes económicos las víctimas son anonimizadas, es decir carecen a los ojos del infractor
de una identidad, de una historia, de sentimientos y personalidad. Como dice García-Pablos (7) su ausencia física, la falta de una relación personal y directa de la misma con el infractor, son datos que operan como poderosos mecanismos de neutralización o justificación. Este mecanismo de distanciamiento entre el infractor y su víctima, la racionalización de su conducta y la autoexculpación, se observa tanto en el caso de los tratantes como en los clientes de la prostitución, en estos últimos como una forma de salvaguardar el concepto de sí mismos desentendiéndose de la humanidad de quién es utilizado como un mero producto de consumo. Es
frecuente hallar en las declaraciones judiciales, expresiones como “yo sólo quería un poco de diversión”, “las chicas trabajan porque quieren”, “nunca me imaginé que esa joven podría ser víctima de trata”, etc.

 Estos procesos de anonimización de las víctimas, son complementarios y concurrentes a otros que tienden a la progresiva y paulatina desubjetivación. La subjetivación es un proceso psíquico complejo, que incluye tanto la biografía como las experiencias actuales, por medio del cual los seres humanos edifican de manera continua y dinámica su identidad.
De manera que “ser sujeto” no es algo que viene dado por el sólo hecho de tener una identidad jurídica, sino que deben acontecer un conjunto de hechos fundantes dadores de identidad, entre ellos y muy fundamentalmente el amor y cuidado parental en las primeras etapas de la vida, y los intercambios simbólico-lingüísticos en la vida adulta (Duschatzky & Corea, 2002 Pp. 72). La desubjetivación no es necesariamente el camino inverso de la subjetivación, en el sentido de una regresión involutiva hacia sus elementos constitutivos, sino como plantea Corea (Ob. Cit. Pp. 73) se trata de un modo de habitar la situación marcada por la imposibilidad, estar a merced de lo que acontezca habiendo minimizado al máximo la posibilidad de decir “no”, de hacer algo que desborde las circunstancias. Es una configuración psíquica resultante del desposeimiento de la capacidad de decisión y de asunción de responsabilidad, y en este sentido es una forma de alienación.

Clasificación de los tipos de víctimas
…..

Otras perspectivas

Otros criminólogos si bien no se han preocupado por clasificar a las víctimas en función de su rol en el consumación del hecho delictivo, tal como lo proponían los autores antes mencionados, si se han enfocado de la situación de la víctima y sus consecuencias. Hilda Marchiori (2008:141), la
prestigiosa criminóloga argentina, ha abordado la problemática en diferentes artículos señalando
siempre que el accionar del captador gira en torno a crear un estado mental en su víctima que le impida juzgar críticamente su situación y las “generosas propuestas” que le realiza. Sostiene que la figura perversa del reclutador conduce a la víctima a un estado de credibilidad, a una actitud de confianza, ofreciéndole ‘generosa y desinteresamente’ una solución a la situación en la que se encuentra la víctima. (pp.475)

Una vez descubierto el engaño y ya encontrándose en situación de explotación, la extrema vulnerabilidad (económica, jurídica, y psicológica) de la víctima, facilitan el accionar criminal puesto que aun pudiendo establecer contacto con sus familiares o allegados e incluso con las fuerzas de seguridad para requerir ayuda, algunas víctimas desisten y no lo hacen.
Algunas víctimas influyen sobre las otras para persuadirlas de la inconveniencia de solicitar ayuda, o coaccionarlas para aceptar su situación y desistir de cualquier intento de evasión. Por ello, el estereotipo que suelen propalar los medios de comunicación mostrando mujeres encadenadas o encerradas en habitaciones enrejadas, no siempre se corresponde con la situación real, pues el control que efectúa el explotador sobre sus víctimas apunta al doblegamiento psicológico tornando innecesarias las medidas físicas de impedimento de la libertad. De este dato se desprende que la trata de personas es fundamentalmente un delito que requiere para su comisión de la sumisión psíquica de la víctima y del agotamiento de cualquier atisbo de resistencia y defensa. Por este motivo, lo fundamental son los procesos de sugestión y aislamiento, persuasión,
manipulación, y finalmente la sumisión y la obediencia a un amo que, en no pocos casos, es considerado un “benefactor”.

Marie France Yrigoyen (2000:79) habla de la seducción perversa para dar cuenta del proceso de
dominación psíquica que efectúa el agresor. Dice “así el dominador puede llegar a apropiarse de la mente de la víctima, igual que un verdadero lavado de cerebro (...) la víctima queda literalmente
<<anonadada>>, se convierte en cómplice de lo que la oprime. En ningún caso se trata de un consentimiento por su parte, sino que ha quedado cosificada, se ha vuelto incapaz de tener un pensamiento propio y sólo puede pensar igual que su agresor”.

Eva Giberti (2014) sostiene como principal factor propiciador del delito de la trata de personas, a un fenómeno de mercado que sostiene una demanda constante de sexo pago, potenciado por la violencia de género, el desempleo, la pobreza y la discriminación, a la vez que le adjudica un lugar protagónico al Estado como productor de vulnerabilidades sociales. Dice “un Estado que se desentiende en tal situación se convierte en productor de desvalimiento para un sector de sus ciudadanos/as.” Giberti distingue un desvalimiento social del desvalimiento psíquico. Son dos dimensiones entrelazadas en la problemática de la trata. Respecto del primer tipo de desvalimiento va a decir que las víctimas provienen generalmente de sectores populares empobrecidos en las que permanecieron durante años esclavizadas o prostituidas. En el plano de las motivaciones Giberti sitúa al afán de lucro (ilegal) como un elemento clave para comprender el accionar criminal, y a las fallas en la constitución subjetiva en los primeros estadios de la infancia como punto de vulnerabilidad y desvalimiento psíquico en las víctimas. Giberti retoma a Freud (Inhibición, Síntoma y Angustia, 1926) cuando éste plantea que en el desvalimiento coincide un peligro externo con uno interno, es decir, un peligro realista y una exigencia pulsional que
desborda la capacidad de tramitación del aparato psíquico.

La vulnerabilidad de las víctimas

El diccionario de la Real Academia Española define como vulnerable aquel que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente. Por lo tanto la vulnerabilidad debe ser entendida como una capacidad de respuesta física y/o psicológica disminuida de un individuo o grupo, ante una situación adversa natural (v.g. inundaciones), social (desempleo) o criminal (violación, robo, etc.).

La vulnerabilidad desde la perspectiva social se la asocia a la pobreza y a los procesos de fragilización económica, a los desplazamientos forzados por cuestiones políticas o religiosas, a los desastres ecológicos-ambientales y a los enfrentamientos armados, por mencionar las principales causas. La vulnerabilidad depende de factores diversos, tales como la edad y el estado de salud, de las condiciones higiénicas y ambientales de vida, así como la calidad y condición de empleo, a las que debemos adicionar la historia personal y la capacidad de adaptación ante una situación de cambio que implique un desafío en términos de exigencia psicofísica.

Garcia-Pablos (Ob. cit., Pp. 137) distingue desde la perspectiva victimológica los factores de riesgo como aquellos atributos de la víctima que, desde la perspectiva del infractor, resultan atractivos y
convenientes para la comisión del delito (v.g. ostentación de bienes, conducta imprudente, etc.) de la vulnerabilidad o grados de vulnerabilidad (física, psicológica o socioeconómica) que preexisten al hecho delictuoso y modulan el alcance del daño. Esos factores moduladores pueden ser: a) biológicos (edad, sexo, estado de salud, embarazo, etc.) b) biográficos (estrés, victimización previa, antecedentes psiquiátricos, desarraigo, etc.), c) sociales (situación de empleo, recursos económicos, habilidades sociales, etc.) y, d) psíquicas (baja inteligencia, ansiedad, inestabilidad emocional, bajo locus de control).

De lo apuntado en el párrafo anterior se infiere que los factores de riesgos (predisponentes) y los factores moduladores de vulnerabilidad, pueden y regularmente son los mismos. En el caso de la trata de personas el nivel educativo alcanzado funciona, primero, como un factor de riesgo, en la medida que una mujer con bajo nivel de instrucción puede ser más fácilmente engañada con propuestas laborales poco verosímiles; segundo, como un modulador negativo de vulnerabilidad, pues una vez que el delito se encuentra en proceso, en este caso la captación y la posterior explotación sexual, una persona instruida tendrá más y mejores recursos cognitivos para afrontar la situación y eventualmente solicitar ayuda.

La vulnerabilidad de las víctimas y los factores que la determinan es uno de los temas centrales de la victimología. Asociado a este concepto se encuentra el de victimogénesis, término utilizado por
Ellemberger (1954), para definir el conjunto de factores que predisponen a ciertos individuos a
devenir en víctimas, que más arriba lo hemos señalado como factores de riesgo.

Existen factores objetivos entre los que encontramos a las situaciones criminógenas (ambientales,
urbanísticas, etc.), las características biológicas (edad, sexo y estado de salud) y carencias de las víctimas, estilo de vida, los estereotipos sociales, etc., estos factores influyen determinando que los índices de victimización no se distribuyan de manera homogénea en la población (riesgo diferencial), sino de un modo muy desigual entre los grupos y subgrupos. El medio social tiene una participación victimogénesica que tiene como base determinados prejuicios y percepciones de los grupos minoritarios, como los inmigrantes, los adictos, las prostitutas y los transexuales. En el delito de violación de una prostituta, por ejemplo, el victimario usufructúa los estereotipos e imágenes sociales ligadas al estilo de vida de las prostitutas, para autojustificar su conducta.
Podrá argumentar que se trata de una mujer que vende su cuerpo y por lo tanto no hay ningún
mancillamiento de su honor (negación de la víctima), o bien porque precipitó una conducta deseada (culpabilización de la víctima) o, también, porque su negativa era aparente (hecho consentido) o que se trató de una maniobra utilizada para inculparlo y perjudicarlo penalmente (conversión del delincuente en víctima).

El estilo de vida remite a las actividades cotidianas y de rutina, a las pautas de conducta y de autocuidado, que mantienen relación con dos elementos claves, a saber: a) la proximidad al riesgo y, b) la exposición al riesgo. Una persona que por sus hábitos y/o actividad laboral o de ocio tenga mayor contacto con extraños, por ejemplo, tendrá una probabilidad mayor de sufrir un hecho delictivo que aquella que permanece alejada o rodeada de personas conocidas. El estilo de vida no es un hecho cristalizado sino por el contrario, es dinámico y cambiante pues depende de la interacción simbólica del sujeto con su entorno y sus protagonistas, en el sentido que lo plantea el
interaccionismo simbólico (9) de Herbert Blumer, George Mead e Irving Goffman.
 
Prostíbulo de ciudad La Plata, Pcia Bs As. Foto diario El Día

Clasificación de los factores de riesgo y de vulnerabilidad

Los factores que ejercen influencia en la predisposición de ciertos sujetos a ser víctimas de delitos, pueden ser clasificados en dos grandes grupos: a) Los factores de riesgo, b) los factores de vulnerabilidad.

a. Factores de riesgo (víctima predispuesta, potencial o latente):

A. Situacionales: según el medio o hábitat de vida, (tipo de población, zona urbana o rural, nivel de seguridad ciudadana, etc.), la situación propiamente dicha de interacción entre el delincuente y su víctima potencial.

B. Biológicos: etnia, edad, y sexo.

C. Biográficos. Antecedentes psiquiátricos, abusos o maltratos, victimización criminal, abandono parental, etc.

D. Socioeconómicos: condiciones de empleabilidad y empleo, nivel de acceso a los sistemas de la seguridad social (salud, educación, etc.), nivel de ingresos y red de relaciones sociales.

E. Rasgos de personalidad: Ambicioso/generoso, sensible/agresivo, dependiente o autónomo,
confiado/suspicaz, sumiso/dominante, etc. (10)

F. Estilo de vida: hábitos de vida, rutina cotidiana, hábitos de consumo y formas de relacionamiento con el entorno social,

G. Medio familiar: maltratante.

b. Factores de vulnerabilidad (moduladores entre el hecho criminal y el daño psíquico emergente)

Estos pueden ser tanto psicológicos como situacionales, y toman un especial significado al
comportarse como moduladores positivos/negativos entre el hecho criminal y la vulnerabilidad de la víctima. Entre los factores de vulnerabilidad, encontramos:

- Los inherentes a la vulnerabilidad generalizada.
- Los biológicos como la edad y el sexo.
- Los referentes a la personalidad, tales como: hiperestesia (sensibilidad); hipertemia (expansividad); impulsividad (inestabilidad); ingenuidad (dependencia); nivel intelectual y ansiedad.
- Los sociales, como: económicos, laborales, apoyo social informal, roles, redes y habilidad.
- Los biográficos: victimización previa; victimización compleja y antecedentes psiquiátricos.

Aspectos socioculturales
Condenados a gozar: los imperativos de la sociedad posmoderna.

La sociedad de consumo opera en base a una lógica de intercambios en la que el dinero cumple el rol de articulador fundamental de las relaciones humanas. El dinero configura relaciones de poder y de dominación, y por lo tanto es un concepto social. Una cultura y una sociedad que impone como nuevo imperativo categórico el gozar constantemente tornando doloroso cualquier aplazamiento del placer. Por esta vía tanto los “clientes” como su víctima son, de manera persistente, estimulados a buscar y ofrecerse como objetos de satisfacción de otros. El sentido de la existencia se condensa en el instante de gozo que proporciona el adquirir, el poseer y el dominar; tan intenso como efímero el efecto del consumo exige renovar la experiencia para seguir existiendo.

La víctima del abuso sexual, de la esclavitud, del maltrato, es una persona degradada a la condición de objeto, algo material, un puro cuerpo que vale en función de su capacidad de producir una ganancia, de la cual es desapropiada. La víctima no es víctima, sino un bien fungible es decir aquello que se consume y extingue con el uso, y se reemplaza por otro bien de las mismas características. Esta reducción de la condición humana a la de mercancía, instala como regla de juego en los intercambios humanos a la legalidad del mercado. Así, entonces, hablamos de
“clientes”, “usuarios”, “servicios”, y fundamentalmente, “comprar” y “vender”.

Plantea Lipovetsky (1996 citado por Toro Castillo 2011:115) “vivimos en una sociedad postmoralista, puesto que obedece a los intereses personales, que no ordena ningún sacrificio mayor, donde prima la satisfacción hedonista”. Este discurso consumista, sostenido desde los medios de comunicación, de la publicidad y el mercado en general, ha naturalizado la adquisición de bienes como elemento central de la constitución subjetiva.

Bárbara Toro Castillo (2011) afirma que los medios masivos de comunicación condicionan y agrupan a las personas a acoplarse a estilos de vida hegemónicos, ejerciendo una acción homogeneizadora y de aplanamiento de la diversidad. La prensa, la radio, la televisión e internet han abarcado la realidad social como una verdad absoluta. Los medios masivos de comunicación se apoderan de los discursos sociales dando como resultado representaciones sociales aceptadas y legitimadas como verdad. Es en gran medida a través de los medios que los sujetos construyen las representaciones, los imaginarios colectivos, de lo que es ser hombre o ser mujer.
Venden, promocionan y propalan valores, imágenes y conceptos de éxito, de amor y de sexualidad. Produce el “sentido” de la vida cotidiana de todos los seres humanos.
Jean Kilbourne (11) puso en evidencia la relación entre la publicidad y las representaciones sociales de la mujer en distintos épocas del siglo XX. La agresión, el desnudismo y las escenas sexuales son usualmente utilizados por los medios de comunicación como un ornamento especial para agregar atractivo a los productos. A su vez el hombre también ha sido estereotipado en el transcurso de la historia, el varón ha sido enmarcado dentro de una imagen fuerte, agresivo, proveedor del dinero y del poder.
 
whiskería. Foto Diario Uno
A modo de cierre

Los aportes de la victimología nos permiten comprender de una manera diferente la interacción entre la víctima y el infractor. Diversos trabajos de investigación han demostrado de manera convincente que la persona que sufre una acción dañosa a manos de un tercero, no un objeto pasivo, puramente receptivo, sino que por el contrario es posible identificar conductas activas y características de la víctima que coadyuvan a la materialización del hecho criminal. Esta perspectiva se la ha cuestionado desde diferentes ámbitos por considerarla exculpadora del infractor transfiriendo parte de la responsabilidad o culpa a la víctima. Creemos que más allá de los posicionamientos ideológicos y doctrinarios, y de la fragilidad metodológica conceptual de las clasificaciones victimales existentes, la pregunta por el rol de la víctima en los casos de trata con fines de explotación sexual como factor facilitador es un interrogante válido y que, intentar dilucidarlo, arroja luz sobre la dinámica del fenómeno. Aproximarnos a la identificación de ciertas características y atributos comunes de las víctimas, es a nuestro juicio un aporte con vistas a la prevención y focalización de las intervenciones del Estado.

La trata, en tanto delito complejo, puede ser abordada desde diversas aristas y dimensiones. Al menos deberán considerarse, para una adecuada aproximación de este fenómeno criminal, las dimensiones individuales (aspectos psicológicos de la víctima y su relación con el victimario), la dimensión social (familia, condiciones de empleo, educación, acceso a la salud, etc.) y un plano histórico-cultural (valores, representaciones sociales, tradiciones, creencias, prejuicios, etc.).

La sociedad de consumo opera en base a una lógica de intercambios en la que el dinero cumple el rol de articulador fundamental de las relaciones humanas. La víctima es unpuro cuerpo que vale en función de su capacidad de producir una ganancia. Esta reducción de la condición humana a la de mercancía, instala como regla en los intercambios humanos, la legalidad del mercado. Así, entonces, hablamos de “clientes”, “usuarios”, “servicios”, y fundamentalmente, “comprar” y “vender”.

Una cultura y una sociedad que impone como nuevo imperativo categórico el gozar constantemente tornando doloroso cualquier aplazamiento del placer.
Este imperativo recibe poderosos refuerzos desde los medios masivos de comunicación, ejerciendo una acción homogeneizadora de la opinión pública y de aplanamiento de la diversidad subjetiva imponiendo determinadas representaciones sobre el mundo, la familia, la sexualidad, el ser hombre y el ser mujer.


4-El punto en el que se centra la victimodogmática es juzgar la contribución de la víctima en la consumación del delito y en cómo ello afecta la punibilidad de la conducta típica del autor.

5-http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/40/34&Lang=S

6Cfr. SANGRADOR, J. I,., La victimología y el sistema jurídicopenal, eit., págs. 65 y ss. citado por García-Pablos (ob. cit.)

7-Ob. Cit. Pp. 131

9-Enfoque teórico dentro de las ciencias sociales que analiza la significación de las acciones desde una perspectiva ecológica, es decir, considera las interacciones comunicacionales en un determinado entorno real y simbólico.

10-Raymond Cattel (1905-1998), el reconocido e influyente psicólogo británico, sostiene que la personalidad y sus rasgos particulares son lo que permite predecir cómo se comportará la persona ante una situación determinada. Los rasgos pueden ser temperamentales (alto grado de heredabilidad), dinámicos (aspecto motivacional de la conducta) y actitudinales o de habilidad (para afrontar y superar situaciones complejas).


11- Jean Kilbourne (1943- ) es doctora en educación (Universidad de Boston) es autora y directora de cine reconocida internacionalmente por su trabajo en la imagen de la mujer en la publicidad y sus estudios críticos de la publicidad del alcohol y el tabaco.


Las imágenes han sido agregadas por mí, no aparecen en el texto original.
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En este blog las representaciones son afiches, pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos históricos.

Se puede disponer de las notas publicadas siempre y cuando se cite al autor/a y la fuente.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

En defensa del Abolicionismo.

EN DEFENSA DEL ABOLICIONISMO
Marina Hidalgo Roble

    La trata y la explotación sexual es un problema que en las últimas décadas ha tomado relevancia para la sociedad en general, y especialmente para el movimiento de mujeres. El combate contra la trata y la explotación sexual está en la agenda del movimiento de mujeres, en las calles y también en los debates teórico-políticos. Las Rojas, como parte del movimiento de mujeres que se organiza para luchar contra el patriarcado, queremos aportar no sólo en la pelea cotidiana en la calle, sino en la profundización del debate abolicionista, desde una perspectiva feminista y socialista.
   
Clarificar de qué se tratan estas formas de sometimiento, cuáles son los intereses de los gobiernos y organismos internacionales y cuál es la estrategia que las mujeres tenemos que llevar adelante resulta indispensable para ganar la pelea.
   
Este flagelo recorre todos los países del mundo, desde los más pobres hasta los más desarrollados, y siempre con un vector común: la mercantilización y violación de los cuerpos de las mujeres, trans, niñas y niños. En las últimas décadas, con la profundización del neoliberalismo a nivel mundial, la trata de personas con fines de explotación sexual se ha convertido en una actividad rentable para los estados nacionales, siendo ésta una de las actividades que redunda en buena parte del PBI de las naciones.
   
autora Inés Lalanne


Según informes de la Organización Internacional del Trabajo, en el mundo aproximadamente “20,9 millones de personas son víctimas de trabajo forzoso”, de las cuales el 55% son mujeres y niñas (11,4 millones de personas). Del total, 4,5 millones de personas son “víctimas de explotación sexual forzada” en todo el mundo (Organización Internacional del Trabajo, “Estimación sobre el Trabajo Forzoso. Resumen ejecutivo”, junio de 2012). Estos datos, sin embargo no reflejan la realidad precisa, por ser la trata y la explotación sexual una actividad ilegal. La Oficina de las Naciones Unidas sobre Drogas y Crimen (UNDOC) reconoce que el número de condenas por trata de personas es en general muy bajo: de los 132 países incluidos en su informe anual, el 16% no registró ni una sola condena entre 2007 y 2010, y el 23% sólo registra entre 0 y 10 condenas (Global Report in Trafficking in Person 2012, UNDOC – United Nations Office on Drug and Crime).
   
El carácter internacional de las redes implica que los países funcionan como lugares de origen, tránsito y destino de mujeres y divisas, lo que hace este sistema de explotación una fuente de ingresos para los estados. A la vez, plantea un desafío mayor a la hora de llevar adelante una política que enfrente este flagelo.
   
Argentina es un país considerado de origen, tránsito y destino de mujeres, niñas y niños para la explotación sexual (Departamento de Estado de Estados Unidos, “Trafficking in Person - Report June 2013”, http://www.state.gov). La trata se da no sólo a nivel internacional (especialmente mujeres de Paraguay y República Dominicana son explotadas en este país), sino también a nivel local, mujeres del norte del país y centros rurales son explotadas en la capital del país y en provincias centrales. Así fue el caso de Marita Verón, una joven de la provincia de Tucumán secuestrada en abril de 2003 y explotada sexualmente en varias provincias de Argentina, como La Rioja. La pelea de su madre, Susana Trimarco, permitió conocer los lugares por donde había sido trasladada y los responsables de su secuestro y explotación, y liberar decenas de mujeres que eran explotadas en los mismos prostíbulos donde había estado su hija.
   
A partir de la investigación que sostuvo la madre de Marita, en 2012 comenzó el juicio a los13 proxenetas. Las pruebas aportadas por Susana Trimarco y por las otras víctimas que declararon durante el juicio eran irrefutables. Daban cuenta de nombres, lugares, fechas y modos de acción con total precisión. Sin embargo, el tribunal desestimó todas estas pruebas y los y las dejó en libertad.
Todas y todos vimos cómo la impunidad garantizada por el gobierno de Alperovich en Tucumán dejaba libres a quienes la lucha de Susana Trimarco había claramente demostrado eran los responsables.
    La presidenta Cristina Kirchner se dedicó a darle premios a Susana Trimarco en Plaza de Mayo en reconocimiento de su heroica pelea, y sólo dos días después las y los proxenetas salían libres con un fallo de total impunidad. El archikirchnerista gobernador de Tucumán, José Alperovich, se rasgaba las vestiduras, cuando él mismo está relacionado con la Chancha Ale, cabeza de la red dedicada a la explotación sexual de mujeres.
   
La indignación popular que recorrió las calles y se hizo sentir en todo el país con enormes movilizaciones demostró que el caso de Marita había llegado a toda la sociedad. Un año tardó la “justicia” tucumana en dar marcha atrás con el aberrante fallo. Sin embargo, el principal responsable de la red de trata y explotación sexual y sus protectores políticos siguen impunes.
   
Es muy común la idea que sostiene que por un lado hay mujeres que son secuestradas y obligadas a prostituirse –como Marita Verón–, y por otro lado hay mujeres que en su plena decisión “eligen ser prostitutas”, como si una cosa no tuviese nada que ver con la otra. Para nosotras esto es incorrecto: la trata es sólo una forma en que se presenta la explotación sexual; los prostíbulos, las “casitas”, las zonas rojas son las otras formas en que las mujeres son igualmente sometidas y violentadas.
   
Frente a esta situación existen distintas estrategias para combatir la explotación sexual de las mujeres, trans, niños y niñas. Por un lado, con un carácter muy reaccionario, se plantea una política prohibicionista, que pone el eje en ilegalizar la “prostitución”. A través de la aplicación de edictos policiales, leyes municipales, códigos de faltas o contravencionales y toda clase de normativas, se persigue a las personas explotadas imponiéndoles condenas de prisión o multas, y sometiéndolas a todo tipo de abuso por parte de las fuerzas de seguridad que aplican dicha normativa. Esta política es ultra conservadora, ya que no combate la situación de sometimiento y vulnerabilidad de las personas sometidas, sino que defendiendo la “buena moral” de la sociedad reprime a las mujeres explotadas por provocar escándalo en la vía pública. Estas medidas se acompañan de persecuciones a las mujeres para realizarles obligatoriamente exámenes médicos, no sea cosa que anden dispersando enfermedades venéreas o VIH a la comunidad. De los proxenetas y los prostituyentes, ni una palabra. Éste es el caso del código de faltas de la provincia de Córdoba, que en su artículo 45 impone 20 días de cárcel para “quienes ejerciendo la prostitución se ofrecieren o incitaren públicamente molestando a las personas o provocando escándalo” (artículo 45, año 2007).
   
Algunas organizaciones plantean el regulacionismo del “trabajo sexual” como forma de combatir la trata y el proxenetismo. Equiparan la explotación sexual (definiéndola como “trabajo sexual”) con cualquier trabajo que se pueda realizar. El problema, dicen, es que al ser una práctica ilegalizada y perseguida por el Estado, se generan condiciones de clandestinidad que favorecen el proxenetismo. Por esto se exige que el Estado regule la actividad, garantizando derechos laborales para las personas que están en esta situación. La propuesta es el armado de “cooperativas sexuales”, para lo que en Argentina ya han presentado una ley que no fue aprobada.
   
Las Rojas planteamos una política abolicionista que enfrente de conjunto el sistema de relaciones patriarcales y capitalistas. Para nosotras, la única forma de combatir la trata y la explotación sexual es destruyendo las relaciones patriarcales de sometimiento de mujeres, trans, niñas y niños. No consideramos que dentro de este sistema se pueda “elegir libremente” poner un precio al cuerpo y la sexualidad sin que esto signifique una práctica violenta de sometimiento. Y estamos completamente en contra de que se persiga a las mujeres y todas las personas que son explotadas sexualmente, de cualquier forma, responsabilizándolas de su situación de víctimas, mientras se deja libre a los proxenetas y prostituyentes. Por eso peleamos por arrancarle al Estado políticas públicas de asistencia y tratamiento para las personas víctimas de las redes de explotación sexual, por planes genuinos de trabajo y vivienda, y por organizar al movimiento de mujeres junto a las y los trabajadores, para conquistar la emancipación definitiva de toda la humanidad.

Es conocida la frase que sugiere que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Con esta noción se intentan naturalizar dos ideas: que la prostitución es un oficio, un trabajo con el cual cualquiera podría lucrar legítimamente, y que la prostitución existió y existirá siempre, como una realidad inmodificable. En este artículo intentamos explicar por qué estas dos ideas son falsas, ahondando en el debate de la trata y la explotación sexual y la pelea que el movimiento de mujeres tiene por delante para abolir esta histórica forma de sometimiento patriarcal, desde una perspectiva feminista y socialista.




LA EXPLOTACIÓN SEXUAL

    Es importante preguntarse por qué existe la trata. La primera respuesta posible es que está al servicio de la explotación sexual. O sea, no se secuestran mujeres sólo para tenerlas cautivas, sino para someterlas al negocio millonario que es la explotación sexual. Por lo tanto, no se puede pensar una política hacia la erradicación de la trata sin considerar la pelea contra la explotación sexual.
¿Adónde hubiesen llevado a Marita Verón si los prostíbulos no existieran?
   
La explotación sexual es una forma de sometimiento de mujeres, trans, niñas y niños a cualquier tipo de actividad sexual, donde media cualquier tipo de intercambio: dinero, vivienda, lugar donde bañarse, seguridad en la calle o cualquier cosa que la persona explotada “requiera”.
   
La noción de explotación se contrapone a la idea de autonomía: cuando hay explotación, necesariamente hay alguien que explota. El proxeneta es la figura más conocida, y es quien media entre las mujeres y los clientes/prostituyentes y por supuesto se apropia de una parte del dinero obtenido en esa situación. Pero aun cuando no hay un proxeneta, hay alguien que ejerce la explotación; por ejemplo, el prostituyente, que hace un abuso de la situación de vulnerabilidad en la que está la mujer. También hay policías que cobran “la parada” en la calle; hay quienes cobran por “cuidar” a las mujeres. O sea, nunca una mujer está sola con su cuerpo y decisión en una situación de explotación sexual.
  
   Esta explotación sólo puede ser sostenida porque el Estado patriarcal toma parte. El traslado de personas a través de fronteras internacionales, nacionales y locales; habilitación de zonas rojas o locales; indultos a tratantes y proxenetas; circulación de grandes sumas de dinero sin control; “protección” de la policía, son sólo algunos aspectos que no podrían ser resueltos sin la complicidad estatal. Policías, gendarmes, inspectores, jueces y fiscales, funcionarios de todos los colores son necesarios para sostener el negocio en todos los niveles.
   
La investigadora Sonia Sánchez explica muy bien cómo en este contexto, las mujeres explotadas no dejan de estar solas. Como una contradicción necesaria, la explotación sexual requiere la presencia de un conjunto de personas e instituciones que mantienen “la soledad de la puta” como condición para la explotación, en tanto mecanismo de aislamiento y vulneración (M. Galindo y S. Sánchez: 21). Las mujeres que se encuentran en la calle o en los lugres donde son explotadas están ahí desde su individualidad, y los proxenetas y prostituyentes bien lo saben. ¿Quién defiende a una mujer cuando el prostituyente no quiere usar preservativo? ¿O intenta robarla o violarla? ¿O cuando la policía la detiene por no pagar la “parada”? Esta noción de “soledad de la puta” da cuenta del grado de exposición en el que se encuentran las personas explotadas. Inclusive, como producto de la barbarie que significa el sometimiento a las redes de explotación, las disputas entre las mujeres por los prostituyentes en la misma calle dificultan aún más tejer lazos colectivos. Dice Sonia en su libro:
“La puta, si acaso habla, es un monólogo, un monólogo que poco a poco se va perdiendo porque deja de hablar hasta consigo misma. No es una soledad evidente porque la ves rodeada del prostituyente, del proxeneta y de la puta sola que está al lado, pero todo eso no forma una contención, sino más vacío y soledad. (…) Recuerdo una escena en los tribunales de la ciudad de Buenos Aires.
Era casi la fotografía de la soledad de la puta, fue cuando yo misma verbalicé la frase ‘soledad de la puta’. Fue durante el juicio oral a los 15 detenidos y detenidas por manifestar frente a la Legislatura de la Ciudad contra el Código Contravencional. En el pasillo había muchísima gente. Las y los vendedores ambulantes estaban rodeados por sus familiares y amigos y amigas y colegas, por decirlo de alguna manera. El caso es que estaba lleno de gente: parientes entre los que podías identificar padres, madres, esposas, hijos. El familión pleno. Las dos putas estaban absolutamente solas. No había ningún familiar, ni hijos, ni pareja, aunque en su arresto en la cárcel ellas cocinaron para sus familias porque, aun estando presas, ellas los seguían manteniendo” (ídem: 24).
   
El negocio de la explotación sexual que recae sobre los cuerpos de las mujeres es muy grande. El dinero que produce impacta directamente sobre las economías nacionales. Porque el dinero no es sólo el que se intercambia entre una mujer y un prostituyente: los prostíbulos pagan impuestos, las marcas de cigarrillos y bebidas que ahí se venden pagan millones por publicidad, los administrativos, seguridad y choferes de los prostíbulos reciben su parte, y también los negocios necesarios para el circuito como hoteles, taxis, etc. Ni hablar de las coimas a policías, inspectores y demás funcionarios.
   
El dinero que se mueve del país donde las mujeres son explotadas a los países donde está su familia genera grandes ingresos de divisas para esas naciones. El turismo sexual trabaja con los sectores más pudientes de la sociedad, generando enormes ingresos. Ésta es una de las razones por las que los estados capitalistas patriarcales nada hacen para combatir la explotación sexual.
   
La trata de personas es un problema y muy grave, pero lo que está en discusión es cómo combatirla. Porque suponer que la trata es la única forma en que se presenta la “prostitución forzada” da lugar a especular que podría haber algún tipo de “prostitución libremente consentida”, cuando en realidad el secuestro y traslado son el aspecto más visible de una situación mucho más profunda de violencia y sometimiento.



EL CONCEPTO DE TRATA, EL IMPERIALISMO Y EL VATICANO

   La trata con fines de explotación sexual parece estar condenada por los grandes poderes de este mundo. El gobierno de EE.UU. da premios a las personas que se destacan en su lucha contra este flagelo. El Departamento de Estado de Estados Unidos califica a los países según las políticas que llevan adelante sus gobiernos contra la trata, y esta calificación realmente incide en ciertos préstamos y subsidios que cada país pueda conseguir de organismos internacionales.
    Anualmente se publica un informe yanqui donde se le pone una calificación del 1 al 3 a cada país (excepto a Estados Unidos), de acuerdo con los “esfuerzos” que sus gobiernos realizan para combatir la trata. Y se encargan de dejar bien claro que la categorización se basa en “la extensión de las acciones del gobierno en combatir la trata más que en el tamaño del problema” (Departamento de Estado de EE.UU., “Trafficking in Person - Report June 2013”: 41). Así, Argentina fue categorizada en el nivel 2, “países cuyos gobiernos no cumplen totalmente con el estándar mínimo de Actos de Prevención de Víctimas de Trata, pero están haciendo esfuerzos significativos para cumplir estos estándares” (ídem), el mismo año en que los 13 proxenetas por el caso Marita Verón fueron absueltos. Esta decisión fue justificada con el argumento de que se había modificado la ley de trata, quitando la necesidad de demostrar no haber dado el “consentimiento”, modificación que se consiguió con la pelea del movimiento de mujeres.
    Esto puede alentar la idea de que, si bien muchos funcionarios locales pueden ser cómplices de los tratantes mediante coimas, los gobiernos del régimen hacen mucho y todo lo que pueden contra la trata.
    Sin embargo, el hecho de que el imperialismo parezca interesado en enfrentar la trata es justamente lo que requiere una explicación. El concepto de “trata” consiste en la captación, traslado y recepción de una persona para ser explotada; remite al acto concreto de traslado de una persona de un lugar a otro donde será explotada. Históricamente, este concepto fue creado con un fin específico de control de la migración ilegal en los países más desarrollados económicamente.
A partir de la utilización del concepto de trata, los estados se han dado políticas migratorias que básicamente buscan “devolver” a las y los inmigrantes ilegales a sus países de origen, lejos de desarrollar políticas tendientes a la abolición del sistema de esclavitud sexual que condena a las mujeres. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) plantea que “sus objetivos primordiales en este quehacer son prevenir la trata de personas y proteger a las víctimas de la trata, al tiempo que se les ofrecen opciones seguras y sostenibles de retorno y reintegración a sus países de origen” (http://www.iom.int/cms/es/sites). Se ofrece regresar a las personas a los países donde fueron tratadas, pero no se plantean políticas en esos países para modificar las condiciones que dieron lugar en primer término a que estas personas fueran tratadas.
    Es decir, los premios, incentivos y calificaciones ayudan al imperialismo a crear un disfraz de “lucha contra la trata” para una política antimigratoria cuyo objetivo es expulsar a las personas tratadas del país adonde fueron llevadas, no liberarlas ni incluirlas.
    El concepto de trata es un artificio que utilizan las potencias imperialistas para imponer su política de control de la migración en el mundo. Esto no significa que el secuestro de mujeres no exista, pero resulta imprescindible dejar bien en claro que la trata, es decir, el secuestro y traslado de personas, sólo existe para satisfacer el mercado de la explotación sexual. A nadie se le ocurre secuestrar una mujer sólo para tenerla secuestrada. El dinero que buscan los tratantes y proxenetas nace de las redes de explotación. A Marita Verón la secuestraron para explotarla en los prostíbulos de La Rioja.
    Por su lado, el nuevo papa Bergoglio tiene un recorrido en Argentina de “lucha” contra la trata. Y lleva este postulado también a su gestión desde el reino mayor de la Iglesia católica. El operativo “lavado de cara” de una Iglesia infinitamente cuestionada y enchastrada con los escándalos de pedofilia y lavado de fondos de la mafia a través del banco IOR es la gran misión del papa Francisco.
El operativo tiene sus sutilezas; no se puede negar que Francisco es un gran comunicador. Sin modificar en nada la situación de la Iglesia (¿acaso echó de la Iglesia a toda la lista de pedófilos que siguen en funciones? Claro que no, se quedaría casi sin empleados...), se dedica a dar discursos que no cambian nada, pero que son vendidos por la prensa, los gobiernos y políticos del sistema como si su papado se tratara de una verdadera “revolución”. Hasta la revista Rolling Stone lo pone en tapa como si fuera un ícono juvenil de rebeldía.
    Pero junto con el discurso de siempre contra el derecho al aborto y contra las personas LGTTBI, echa un manto de “cristiandad”, proponiendo ayuda y comprensión para estos desviados del camino correcto. Para darle una pátina más “humanitaria” aún, el papa Francisco la emprende todas las veces que puede con su verba contra la trata. Y claro, le sale gratis. Porque hasta ahora no ha entregado a conocimiento público ni una sola lista de funcionarios o miembros de gobiernos de algún país que amparen a ninguna red de trata. Y que no digan que el papa no tiene acceso a ese tipo de información.

“TRABAJO SEXUAL” Y AMMAR-CTA

    Dentro de la pelea contra las redes de trata y de explotación sexual entra el debate con la noción del “trabajo sexual”. En Argentina existe una tendencia, corporizada en el sindicato AMMAR-CTA, que apoya esta idea. AMMAR-CTA es una ruptura de una organización originariamente llamada AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina), que nace en 1995 en Buenos Aires en la pelea contra los edictos policiales. Estos edictos eran una legislación municipal de la capital de corte prohibicionista, que perseguía y criminalizaba a las mujeres explotadas. En ese momento, ese conjunto de mujeres se encontraban organizadas dentro de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) filial Capital. En 2003, a raíz de los debates suscitados por la validez de la figura de “trabajadoras sexuales” y su consecuente sindicalización, un grupo de compañeras se desvincula de la organización. Así quedan conformados dos espacios: AMADH (Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos) con una fuerte trayectoria de lucha abolicionista, y AMMAR-CTA, que desde ese momento pelea por la regulación del “trabajo sexual” y la sindicalización de las trabajadoras (Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos, Con voz propia).
    Esta pelea por la regulación implica que las mujeres podrían elegir el “trabajo sexual autónomo”; realizar una actividad sexual a cambio de una retribución, de manera autónoma, sin proxeneta. Separa el “trabajo sexual” autónomo, libremente elegido, y la explotación sexual que no es consentida: la diferencia radica en la presencia de un proxeneta que lucra con la actividad sexual ejercida por la mujer o trans. Esta idea parcializa completamente la realidad, quiere inventar una burbuja en una sociedad patriarcal y machista, burbuja donde las mujeres se vincularían con hombres con los que podrían negociar el dinero que será pagado sin que se les intente robar; podrían decidir el uso del preservativo sin que haya una negativa rotunda; podrían elegir qué tipo de prácticas tener sin ser violentadas y sometidas.
    Quienes defienden el “trabajo sexual” proponen como una alternativa al proxenetismo las denominadas “cooperativas sexuales”. La propuesta es la organización de un grupo de mujeres en un lugar privado, donde ellas mismas manejen la relación con los prostituyentes, sin mediación de proxenetas que se queden con su dinero. En estas cooperativas las mujeres y trans “trabajan libremente” y acuerdan “libremente una retribución justa”, según manifiestan en el proyecto de ley presentado por AMMAR-CTA en julio de 2013 (http://www.cta.org.ar/IMG/pdf/ley_final_ammar.pdf). La fundamentación de esta propuesta es la de posibilitar que las mujeres puedan ejercer sin presiones ni abusos cualquier actividad sexual, decretando por ley el fin de la opresión patriarcal a la que son sometidas las mujeres, especialmente aquellas que son explotadas sexualmente.
    Los golpes, violaciones, detenciones injustas son moneda corriente para las personas explotadas. Si la explotación sexual se reglamenta, ¿quién va a regular esa actividad? ¿Quién va a garantizar que los prostituyentes utilicen preservativos para cuidar la salud de las mujeres? ¿Quién va a garantizar la seguridad de las mujeres frente a una situación de violencia? ¿Quién va a garantizar que las “cooperativas de trabajadoras sexuales” no sean propiedad de un proxeneta? ¿Quién va a quitarles de las manos a los proxenetas el negocio millonario que hoy es la explotación sexual, para dar lugar a las cooperativas autónomas? Ya sabemos quién lo va a hacer: el Estado patriarcal y capitalista, que hasta ahora ha garantizado el funcionamiento de las redes de trata y explotación sexual de las mujeres, trans, niños y niñas. Los jueces y fiscales que absolvieron a los 13 imputados e imputadas por el caso Marita Verón. La policía que hoy persigue a las mujeres, les cobra las paradas, las somete violentamente y recibe coima de los prostituyentes. Los inspectores que hoy habilitan los prostíbulos.
    Si se permite libremente el ejercicio de la explotación sexual, se estaría garantizando el destino seguro de las mujeres víctimas de trata. El debate con las compañeras que defienden la legalización de lo que ellas llaman “trabajo sexual” radica justamente ahí, en que hacen una falsa separación tajante entre el hecho de la trata y su finalidad, la explotación sexual, negando el motivo principal del secuestro de mujeres y niñas.
    Hay otra cuestión que hace temblar la noción del “trabajo autónomo”: la construcción de las subjetividades de las personas explotadas sexualmente. Las compañeras de AMMAR-CTA hacen una separación entre mayores y menores de edad. Consideran que cuando las víctimas son menores sí hay explotación, pero que las personas adultas sí podrían elegir libremente. Pero esto supone que una niña o niño que es explotado vería completamente modificada su situación una vez que cumple los 18 años. El día en que pasa la mayoría de edad, todas las opresiones y coerciones que antes operaban sobre su poder de decisión desaparecerían, dando lugar a un ejercicio pleno de su elección.
    La experiencia demuestra que la gran mayoría de las mujeres y personas trans adultas que hoy son explotadas han sido víctimas de distintas formas de violencia –incluso explotadas sexualmente– desde su infancia o adolescencia.
Estas experiencias se marcan en la subjetividad, generando un tipo de relación con los otros y otras, y con el propio cuerpo, que las ubica en un lugar de mayor vulnerabilidad. Se naturaliza la violencia hacia el propio cuerpo, generando sentimientos de culpa, vergüenza y auto responsabilización por estar en esa situación. Aparecen mecanismos defensivos que permiten separar lo que pasa por el cuerpo de las sensaciones y sentimientos que esto genera; ésa es la forma de sobrevivir a una situación de violencia cotidiana. Ni que hablar del registro que se tiene de estar siendo violentadas frente a los ojos de toda la sociedad, que sigue de largo.

Mujer objeto. Laura Cabrera
    

Elena Moncada, en su libro Yo elijo contar mi historia, da cuenta de este proceso muy claramente. La autora relata su experiencia de vida desde niña, mostrando cómo las situaciones abusivas de las que fue víctima cuando niña marcaron subjetivamente sus experiencias de joven y adulta. “A esa edad empezaron las picardías que una descubre hoy como cosas horribles, que una naturalizaba con la ingenuidad de una nena de 9 años. A esa edad un amigo de mi hermano nos daba 2 pesos para mostrarnos el pene. Para mí era un juego… no estaba mal. No hacíamos nada malo más que recibir la plata, pero es como la sensación de que fui preparada desde chiquita para ser prostituta” (E. Moncada: 21). A estas experiencias se agrega el relato de haber compartido desde niña experiencias con mujeres explotadas como una cosa natural, algo más del paisaje. Así se conjugan la experiencia biográfica de una persona con el contexto de opresión general al que son sometidas las mujeres, un entramado necesario que facilita las futuras experiencias de explotación.
    En este escenario es que aparece la idea del “trabajo sexual” como forma de “dignificar” a estas personas, quitarles toda la carga social negativa que tiene el hecho de ser “una puta”. Pero cambiar el nombre de una relación de opresión, explotación y violencia no la hace menos opresiva, menos explotadora ni menos violenta; sólo la hace más “digerible” para la sociedad y para el Estado mismo.
    En Holanda, desde el año 2000 se legalizó la explotación sexual. Existe la Zona Roja, donde se puede acceder al consumo de explotación regulada por el Estado. Las mujeres se encuentran en vitrinas, vidrieras iguales a las de los negocios de ropa, donde posan motivando a los prostituyentes a acercarse. Esas vitrinas no son propiedad de las mujeres, claro, porque son muy caras para que las pueda comprar una mujer explotada; tienen un dueño que se las alquila. El dueño alquila la vitrina por turnos de 8 a ¡12! horas. Las posibilidades de que existan proxenetas siguen siendo las mismas que en cualquier país; quienes deben controlar esto son los mismos a los que una y otra vez se encuentra implicados en las redes de trata y explotación sexual. Además, hay un dato muy llamativo: las vitrinas están sólo legalizadas para las mujeres, los varones no pueden estar ahí. Es decir, la explotación se apoya en los cuerpos de las mujeres; el patriarcado se cuela por todos lados.
   Incluso donde se lleva años de legalización del “trabajo sexual”, la situación de las mujeres sigue siendo de sometimiento, y la autonomía tan proclamada por las regulacionistas no es propiedad de las mujeres.

COOPERATIVAS SEXUALES Y ESTADO PROXENETA

    La noción de Estado proxeneta la popularizó Sonia Sánchez, reconocida activista por los derechos de las mujeres en situación de prostitución. Sánchez plantea que el Estado, a través de su política pública y asistencial, es el gran garante de mantener a las mujeres en la situación de prostitución en la que se encuentran. Va más allá de ver algunos funcionarios o funcionarias cómplices de una u otra red de explotación, sino como un organizador de relaciones sociales, patriarcales y prostituyentes.
    El Estado es más que un grupo de funcionarios y funcionarias corruptos, es un sistema de relaciones opresivas que mantiene tal como son unas relaciones de producción y reproducción que incluyen como elemento necesario el sometimiento de la mujer.
    Con la organización moderna de la sociedad, las relaciones entre varones y mujeres se cristalizan en la familia patriarcal. Éstas se caracterizan por una primacía del varón adulto sobre la mujer y los niños y niñas, que es dueño de los bienes de que dispone esa familia por ser quien tiene asignado el rol de abastecerla. En contrapartida, la mujer es la responsable de la reproducción cotidiana:  la procreación de los hijos e hijas y su crianza en el hogar. Sólo en épocas excepcionales las mujeres accedemos a un trabajo digno en iguales condiciones que los varones, y sólo una minoría de mujeres. Claro que esa minoría es mostrada por los estados y políticos del sistema como demostración de que la democracia logra la igualdad entre los géneros. Pero la verdad es bien distinta:  la existencia de mujeres empresarias, presidentas y altas funcionarias de altos organismos se combina con la desocupación de las mujeres de clase trabajadora, incluso cuando hay un aumento del empleo en general, como sucedió en Argentina en la última década. La mayoría de las mujeres quedamos condenadas a los empleos de servicios, superexplotados, informales y de baja calificación. O a los planes sociales de miseria, como la Asignación Universal por Hijo, que irónicamente es presentada por el gobierno como el otorgamiento de un derecho cuando en realidad lo impone para evitar que las mujeres presionen sobre un mercado de trabajo que no puede ni quiere dejarlas entrar.
    Esto hace que la salida económica para la mayoría de las mujeres siga siendo la maternidad, vivir del salario de un varón a cambio de parir y criar a sus hijos. La familia patriarcal es la institución donde se consuma este pacto desigual.
    Con el trabajo doméstico garantizado por las mujeres, la sociedad resuelve el problema de la reproducción social de manera gratuita, pudiendo los varones dedicarse a la esfera de la producción económica, en un sistema de explotación capitalista (vender su fuerza de trabajo para conseguir el alimento necesario para él y su familia). Las mujeres cocinan, lavan la ropa, cuidan a los hijos e hijas, llevan a los enfermos al hospital, realizan las compras cotidianas, sin que el Estado ponga un solo peso. Y cuanto más ardua sea su labor, más reconocimiento va a obtener de los sectores más conservadores. A su vez, hijos e hijas irán asumiendo esos mismos lugares conforme vayan creciendo.
    Este tipo de organización social patriarcal surge con el “fin formal de procrear hijos de una paternidad cierta, y esta paternidad se exige porque esos hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de la fortuna paterna” (Engels: 68). De ahí el carácter monogámico de las relaciones modernas, que es la única forma de asegurar la identidad cierta de la paternidad. Sin embargo, esto es sólo una imposición para las mujeres, que llegan a ser víctimas de cualquier tipo de cruel castigo si es que deciden desobedecer tal mandato. Ahora bien, si sólo a los varones se les permite tener relaciones extramatrimoniales, ¿dónde están las mujeres que la sociedad proporciona para esto? La respuesta muy clara: en las redes de explotación sexual.
    Con la imposición de la monogamia a las mujeres (y la negación cruda de su sexualidad) y la sumisión a las tareas domésticas se construyen las dos caras de la opresión hacia las mujeres: la madre y la puta.
    Por esto decimos que el Estado proxeneta es más que algunos y algunas funcionarias cómplices o responsables de redes de explotación, sino que es el armado de las relaciones sociales patriarcales y capitalistas que empujen y mantienen a las mujeres en las redes de explotación sexual para el consumo de los varones. Con la combinación del sometimiento del cuerpo de las mujeres y la ausencia de un trabajo que les permita un ingreso económico nace la explotación sexual. En este armado, el Estado utiliza algunos mecanismos desde la política pública, como la entrega de preservativos o subsidios de alimentos como forma de paliar un poco la situación de extrema vulnerabilidad en la que se encuentran estas mujeres. Sin embargo, con estas acciones el Estado garantiza que estas mujeres sigan en la misma situación de sometimiento, sin modificarla un centímetro. Hablar de Estado proxeneta implica entender que antes de la explotación sexual ya hay sometimiento. Por eso la pelea contra esta forma de violencia incluye necesariamente la pelea contra el conjunto de relaciones de opresión y explotación, cuyo funcionamiento el Estado garantiza y facilita.
    Cuando se propone como alternativa al sometimiento sexual de las mujeres el armado de cooperativas sexuales, se está negando el carácter patriarcal y capitalista del Estado donde se desarrolla esta forma de violencia.
    En las jornadas y encuentros donde se presentan las defensoras del “trabajo sexual”, argumentan que en una cooperativa “hay 14 mujeres esperando debajo de la habitación donde está la trabajadora sexual, y si el cliente le hace algo, están las 14 esperando para hacérsela pagar”. Posiblemente sea cierto, pero también es cierto que una vez que el cliente “le hizo algo”, el daño o la violencia ya fue sufrido. Y seguramente el cliente “le haga algo”, porque los varones que consumen explotación sexual no lo hacen porque no les queda otra, lo hacen porque además del placer sexual están pagando por la decisión sobre el cuerpo de una mujer, que la mujer haga lo que él quiera, como él quiera, cuantas veces él quiera. De esto se trata el patriarcado. Y así lo exponen varios prostituyentes en el libro Lugar común. La prostitución de Silvia Chejter, donde se muestra el discurso de quienes consumen explotación sexual: “Después se me paró, pum, le pegué un poco en la cara a la mina, bien, bueno, se presta, se prestaron bien, no les quedaba otra, estaban en la loma del orto con 20 negros, si se retobaban un poco por ahí cobraban, no te digo que les vamos a pegar, pero …” (Chejter: 67). “Sí, tiene que ver con la guerra de sexos. De cogerse a alguien aunque no quiera, ponele. Que hay un montón de eso” (ídem: 68). Los prostituyentes no pagan sólo por una actividad sexual, sino por ser dueños del cuerpo de esa mujer; por eso, cuando se negocia el precio con un prostituyente, esta negociación incluye el uso del preservativo y el consumo de drogas.
    También han planteado que en una cooperativa, al no haber un proxeneta, podrían libremente negociar la trabajadora sexual con el cliente el precio a pagar. Una vez más niegan la realidad de la que son parte, suponen que una cooperativa puede abstraerse, alejarse de las relaciones sociales patriarcales y capitalistas que ordenan la sociedad. El precio, el uso del preservativo, las actividades sexuales no los decide la mujer con el prostituyente en una negociación entre iguales; los determina el mercado de la explotación sexual. ¿Por qué un prostituyente va a pagar una suma de dinero en una cooperativa, si en la calle puede pagar hasta la mitad, y encima imponiendo sus condiciones?
    Otro argumento que se escucha es que “se promueven las cooperativas sexuales para que las mujeres puedan desprenderse de los proxenetas y habilitar sus propios lugares con autonomía”. Para tener un local, departamento o cualquier lugar donde desarrollar el “trabajo sexual”, resulta necesario un capital que permita afrontar los gastos necesarios. La experiencia da sobrada cuenta de que las mujeres que se encuentran en situación de explotación sexual no son las mujeres de clase media, con algún ahorro en el banco, sino todo lo contrario: mujeres de bajos o nulos recursos económicos. En el reporte de la UNDOC de 2012 se muestra una comparación entre los momentos de mayor crisis económica y el aumento de la explotación se las mujeres. ¿Quién va a financiar lo necesario para una cooperativa? ¿Un subsidio del Estado? ¿Le vamos a pedir al Estado que financie el “trabajo sexual”? Entonces, volvemos a la figura de proxeneta.
    Recientemente se hizo conocida la vinculación de una red de proxenetas y tratantes con miembros de AMMAR-CTA Capital (Página 12 y La Nación, 29- 11-13). La secretaria general de dicha organización, Claudia Brizuela, está denunciada como partícipe necesaria para el funcionamiento de una red que mantenía cautivas a decenas de mujeres, incluyendo menores de edad, a quienes se les otorgaba un carnet de la Asociación, para prevenir en caso de un allanamiento. Aquellas que dicen defender a las mujeres, las primeras en levantar la bandera por la voz de las mujeres, quienes acusan al abolicionismo de negarles su identidad, ¡son quienes regentean mujeres para la explotación sexual! Y hasta ahora ¡ninguna de las organizaciones que tan fervientemente sostiene esta postura ha salido a decir ni una sola palabra! La fantasía de las cooperativas libres de coerciones patriarcales se cae a pedazos.

EL DEBATE ACERCA DE LOS PROSTITUYENTES. SIN ESTADO PROXENETA NO HAY TRATA NI EXPLOTACIÓN SEXUAL

    El lugar de los prostituyentes requiere un debate específico. Muchas veces se dice, como forma de suavizar el carácter patriarcal de la explotación, que no son sólo mujeres o trans quienes son explotadas, que también hay varones que son sometidos al circuito de la explotación sexual. Varones, mujeres, trans, cualquier puede “ser prostituido o prostituida”, no hay nada específico en la condición de ser mujer que favorezca las posibilidades de ser víctima de una red de explotación. Este planteo esconde el argumento del consentimiento, porque al negar las relaciones de desigualdad de poder que jerarquizan el lugar de los varones presume que cualquier persona puede “ser prostituida”. De ahí al argumento de la elección hay un solo paso.
    Es cierto que hay varones explotados, pero en su mayoría son niños o adolescentes, es decir, con un lugar de inferioridad con relación a los adultos en una sociedad patriarcal. Estos niños y adolescentes, cuando son adultos, de seguir en el circuito de la explotación sexual, pasan a ocupar el rol de proxeneta. Las mujeres, en cambio, de niñas son explotadas y de adultas también.
Pero hay un dato más que es muy importante: quienes consumen explotación sexual (de mujeres, trans y varones) son los varones adultos, los patriarcas.
    Prostituyentes son aquellas personas que otorgan una suma de dinero (o comida, un lugar para dormir, etc.) a una mujer, trans, niña o niño a quien someten a mantener cualquier tipo de actividad sexual que deseen. No son “clientes”, porque no hay posibilidad de que entre una mujer explotada y un varón que se aprovecha de esta situación con su dinero pueda existir un intercambio entre iguales, libremente negociado. Cliente se es cuando se compra un paquete de azúcar; cuando se compra el cuerpo de una mujer, se es un prostituyente.
    Quien decide acercarse a una mujer en un prostíbulo, en la calle, en una plaza, a quien le da dinero porque ésa es la garantía de poder hacer lo que quiera con ese cuerpo durante un tiempo determinado, es completamente responsable de sus actos opresivos y por eso debe afrontar las consecuencias. Los prostituyentes consumen explotación no sólo por el placer sexual, sino porque al poner en juego su dinero ponen en juego el poder que tienen sobre esa persona, a quien pueden demandarle lo que quiera. Con más o menos culpas, todos los entrevistados de Un lugar común dejan en claro que la explotación sexual es la forma más fácil que encuentran para mantener relaciones sexuales de la forma en que ellos, y sólo ellos, decidan. “Vos sos mía por un rato, me pertenecés, y si quiero más, pago por más y tengo todo, o sea, el límite me lo da el dinero, no me lo das vos: eso es lo que prima en la cabeza de un tipo cuando va, y si quiero cinco, cuánto vale… bueno, tanto, voy y pago… (E 36)”  (Chejter: 24).
“Vos vas con una puta y no pensás en lo que le pasa a la puta, disfrutás vos. Es lo mismo que cualquier servicio. (E 38)” (ídem).
    En el mismo sentido, pero con un poco más de remordimiento, otro prostituyente dice: “Para mí, dentro de mi cabeza es negar. O sea, esa cosa que está superclara, que existe, digamos, porque si está ahí, es porque pagás, y ella está ahí porque vos le pagás. Está claro… que es tu esclava durante un ratito… lo que digo, es que trato de que no exista esa cosa en mi cabeza. Porque, si no, no estaría ahí, o sea, dentro de todo lo que uno tapa, eso es lo que más tapás. Por lo menos en mi caso (E 111)” (ídem: 33).
    Y a la vez que el prostituyente es el único responsable de sus propios actos, no es correcto afirmar que la existencia de prostituyentes es la razón de la existencia de las redes de trata y explotación sexual, sino una parte, fundamental, en la que estas redes se apoyan. Muchas feministas afirman que la pelea por la erradicación de las redes de explotación sexual parte de la pelea contra la demanda, contra los prostituyentes.


   
   Las frases “Sin clientes no hay trata”, “Sin clientes no hay prostitución”, “Sin proxeneta no hay explotación”, no logran dar cuenta de la profundidad de las relaciones sociales machistas y patriarcales. Como desarrollamos más arriba, las relaciones opresivas de la sociedad patriarcal son las que garantizan que las mujeres y trans sean sometidas en estas redes. Estas redes son sostenidas por grandes aparatos que incluyen las fuerzas represivas del Estado, gobernadores, funcionarios y los prostituyentes.
    Este tipo de afirmaciones invierte la realidad, planteando que la demanda es la que genera la oferta. Pero en la sociedad capitalista el consumo de cualquier mercancía no surge de una primera necesidad. El proceso es inverso. ¿Es realmente necesario cambiar el teléfono celular al menos una vez al año? ¿O tener un televisor que mida lo mismo que una persona? ¿O pagar el doble por un pantalón, sólo porque la etiqueta es más moderna? Lo que aparece como necesidad de la sociedad son construcciones de un sistema de consumo capitalista.
Se inventa un producto, se publicita en el mercado haciendo creer que es algo realmente necesario, y se vende.
    Con la explotación sexual pasa exactamente lo mismo: se inventa la necesidad de consumir la explotación (un impulso irrefrenable de satisfacer un deseo sexual), se ofrece el producto (mujeres explotadas) y se dispone en el mercado (redes de explotación) al que se acercan los consumidores (prostituyentes).
    Cotidianamente estamos envueltos y envueltas en una continua exaltación de la eufórica necesidad de los varones de “descargar” su sexualidad, y del lugar de “servidoras” de las mujeres para satisfacer esta necesidad.
Propagandas de desodorante, autos, ropa, cerveza, cigarrillos se ocupan de remarcar constantemente estos lugares. Los cuerpos desnudos o semidesnudos de las mujeres aparecen infaltablemente en las publicidades de cualquier producto, equiparando el producto a vender con el cuerpo de la mujer; nunca queda claro qué se vende. Las propagandas de prostíbulos, los “rubro 59” (avisos publicitarios en los diarios ofreciendo mujeres para el consumo de explotación bajo la modalidad de “masajistas”, “acompañantes”, etc.), los encontramos en todos lados, desde los diarios más leídos hasta en los postes de toda la ciudad ofreciendo los cuerpos de las mujeres.
    De esta manera, se inventa una necesidad junto con el mercado para satisfacer esa necesidad, apoyándose en las bases mismas del patriarcado que conceden el poder a los varones de utilizar la sexualidad y los cuerpos de las mujeres para su propio placer. Por eso el nudo de la pelea está en las redes de explotación como primer eslabón.
    Los organismos internacionales, las políticas del Estado capitalista y patriarcal, apuntan también hacia los prostituyentes, porque así no tocan ninguno de los privilegios de las redes de explotación de los que ellos se benefician: “Si no hubiera demanda de sexo comercial, el tráfico sexual no existiría en la forma en que lo hace hoy. Esta realidad pone de relieve la necesidad de grandes esfuerzos continuos para promulgar políticas y promover las normas culturales que no permiten pagar por sexo” (“Trafficking in Person - Report June 2013”: 24).
    Esto mismo se ve en la página oficial del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, donde se abre con el slogan “Sin clientes no hay trata”.
En sus recuadros coloridos se ven las cifras del esfuerzo que este organismo hace en la pelea contra la trata; 5.974 víctimas rescatadas desde la sanción de la ley de trata; 60 allanamientos efectuados hasta noviembre de 2013, porcentaje de medios gráficos monitoreados que publicaran ofertas de explotación sexual, y ningún dato de proxenetas, funcionarios, gendarmes o gobernadores procesados y condenados por ser parte de una red de explotación sexual.
    ¿Será que los funcionarios nada tienen que ver con la explotación sexual?
En los últimos meses se supo de la participación del intendente del municipio de Salvador Mazza, de la provincia de Salta, Argentina, en el regenteo de un prostíbulo donde se explotaban mujeres de distintas nacionalidades e incluso menores de edad. Estuvo unas horas detenido y enseguida salió a la calle. El gobernador de Tucumán, Alperovich, es conocido amigo del proxeneta que secuestró a Marita Verón. El diputado kirchnerista Contreras defendió pública mente la existencia de prostíbulos para que los varones descargaran sus necesidades sexuales.
    El problema de este tipo de consignas es que desvían el foco de la pelea. No está mal castigar a quienes son parte de la explotación sexual de personas, especialmente sabiendo de las situaciones de violencia y del abuso de poder a que las someten, pero no va a ser encerrando a todos los prostituyentes que se van a desarmar las redes de explotación (demás está decir que ninguna de las políticas planteadas para perseguir el consumo dio ningún resultado demasiado sorprendente de condenas, o de disminución de la cantidad de personas explotadas). Y de esta forma se les da lugar a los gobiernos patriarcales para plantear políticas para las cámaras de TV sin modificar un centímetro el problema de la trata y la explotación sexual, dejando accionar libremente a proxenetas, tratantes y todos sus cómplices.

LA DIGNIDAD ESTÁ EN LA LUCHA POR LA EMANCIPACIÓN

Justo ahí, en el debate social sobre la prostitución, aparece también la postura que plantea el ejercicio libre de la prostitución como una forma de liberación sexual; disfrutar plenamente de la propia sexualidad, y de paso ganar unos pesos. Frente a quienes detentan esta posición, las que sostenemos una postura abolicionista aparecemos como “moralistas”, como “opresoras” de la sexualidad de las mujeres. Dicen: “Para ustedes seguramente no es lo mismo que trabajemos con nuestras manos a que trabajemos con nuestra vagina... entonces el problema es ése y ahí tenemos que debatir, qué les pasa a ustedes con su sexualidad que no dejan que las demás definan su autonomía personal” (Georgina Orellana, de AMMAR-CTA, en una jornada de Trabajo Sexual, Trata y Explotación Sexual, junio de 2013). Y por supuesto que no es lo mismo, porque entendemos que la negación de la sexualidad (incluyendo la sexualidad genital) de las mujeres es el bastión de la opresión patriarcal: no es lo mismo que a una mujer la violen o que le metan el dedo en la nariz.
    Las Rojas somos abolicionistas porque tenemos la convicción absoluta de que la explotación sexual es justamente lo opuesto a la liberación sexual. Junto con el pacto nupcial para la maternidad, la explotación sexual es la máxima expresión de la negación de la sexualidad de las mujeres. ¿Por qué se consume explotación sexual? Porque a través de la compra de los cuerpos de las mujeres se puede esperar, pedir, exigir lo que sea que en ese momento el prostituyente quiera. Porque así se evita el trabajo que implica relacionarse con otro ser humano, el intercambio, el dar placer para recibirlo. Porque los prostituyentes bien saben de la situación de vulnerabilidad y necesidad de las mujeres que están en esa situación, y la aprovechan con su dinero.
    Decir esto no es victimizar a nadie, es decir las cosas por su nombre. No hay explotación sexual sin violencia: no se puede abstraer un pedacito de la realidad de la totalidad, no se puede abstraer la explotación sexual del sistema capitalista patriarcal que la genera.
    Es un error suponer que se puede enfrentar la doble moral de la sociedad con la noción del “orgullo de la puta”, que no es más que la contracara del infeliz “orgullo de vivir para ser madre”, glorificando otra cara más de la barbarie del capitalismo patriarcal. El orgullo de las mujeres explotadas sólo se concibe en la pelea por la emancipación contra todas las formas de violencia a las que nos someten a diario.
    Las Rojas peleamos por la liberación sexual de todas las personas, para vivir una sexualidad libre y plena que rompa con los estrictos marcos de la monogamia heterosexual y sólo reproductiva. Una sexualidad que no esté atada a las necesidades de supervivencia en una sociedad explotadora y opresiva que mercantiliza nuestros cuerpos poniéndoles un precio. Luchamos por una sexualidad que nos permita elegir con quién, con cuántas, cuándo y dónde disfrutar de nuestros cuerpos.

EL ABOLICIONISMO, UNA PELEA SOCIALISTA Y FEMINISTA

La explotación sexual es la manifestación más clara del tipo de relaciones existentes en una sociedad patriarcal y capitalista: los cuerpos de mujeres, trans, niñas y niños son mercantilizados y vendidos para el disfrute de otro.
El Estado patriarcal y capitalista garantiza y santifica el conjunto de relaciones opresivas, fundamento que permite el sometimiento de las mujeres por los varones.
    Las múltiples formas en que se presenta la explotación sexual garantizan una acumulación de dinero a nivel internacional, siendo estas sumas ya parte de las economías nacionales. La trata de personas viene a satisfacer el mercado de la explotación sexual, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para el negocio que es el que realmente genera ganancias, la explotación sexual.
    Las redes son sostenidas no sólo por proxenetas que regentean las redes, prostíbulos, clubes, departamentos, calles o plazas, sino por todos los funcionarios del Estado burgués patriarcal: desde los más altos gobernadores hasta los inspectores municipales que habilitan los locales. Y las fuerzas represivas del Estado cuidan este negocio.


   
Que sean mujeres y trans quienes son explotadas y varones quienes consumen explotación es la prueba más franca de las relaciones patriarcales necesarias para sostener este flagelo. En ese contexto, suponer una libre y autónoma decisión de una mujer de ser parte del circuito de la explotación es negar las relaciones sociales que nos determinan. Es negar la realidad de violencia cotidiana a la que las mujeres somos sometidas y que se profundizan en los ámbitos de la explotación sexual. Así lo dan cuenta las mujeres que han sido víctimas de estas redes, y los prostituyentes que han consumido esa explotación.
    Por eso peleamos por la construcción de una sociedad sin explotación ni opresión, y peleamos por arrancarle a este Estado las reivindicaciones del movimiento de mujeres que nos permitan mejorar nuestras condiciones de vida. La integración de las mujeres y trans en el circuito de la producción es el primer paso para salir del ámbito doméstico, el lugar de encierro más peligroso para las mujeres, y que permita autonomía económica respecto de los varones. En ese camino, las feministas socialistas luchamos por arrancarle al Estado burgués todo lo que podamos para mejorar las condiciones de vida de las mujeres:
- Integración del trabajo doméstico a la producción social con guarderías, lavaderos y comedores públicos de calidad en los barrios populares.
- La inclusión de las mujeres en la producción implica igualdad en la educación. Luchamos por reemplazar la mísera Asignación Universal por Hijo por subsidios para todas, tengan o no hijos, que permitan la capacitación de las mujeres con miras a la independencia económica.
- Reemplazo del Plan Procrear por el Plan Emancipar: prioridad a las mujeres en los planes de vivienda, y vivienda inmediata para las víctimas de explotación sexual y violencia familiar.
- Refugios e instituciones convivenciales de alojamiento para las mujeres y sus hijos e hijas.
- Programas de atención a las mujeres con formación en la problemática y perspectiva de género.
- Educación sexual pública, laica y científica, que se oriente a desterrar la noción de sumisión y menosprecio hacia las mujeres y trans.
- Aborto legal, seguro y gratuito en el hospital público. Programas reales de anticoncepción.
- Separación de la Iglesia del Estado. Fin de los subsidios a la educación religiosa y derogación de la ley de la dictadura que establece salarios y jubilaciones del Estado para los curas.
- Desmantelamiento de las redes de trata y explotación sexual. Prisión efectiva a los proxenetas y a todo el que lucre con la explotación sexual. Destitución de los funcionarios cómplices por acción u omisión. Trabajo digno y asistencia integral para las mujeres rescatadas de las redes y para las víctimas de explotación sexual.
- Cárcel a golpeadores, abusadores y femicidas.
- Unidad del movimiento de mujeres con el movimiento obrero y popular para destruir el capitalismo patriarcal y construir una sociedad sin explotación ni opresión.
    La pelea por la abolición de las redes de explotación sexual y de trata es la pelea contra ese conjunto de relaciones de opresión y explotación, es la pelea contra el Estado patriarcal y capitalista. Es una pelea que sólo puede dar el movimiento de mujeres organizado en las calles, con la alianza estratégica del moviendo obrero: ¡sin patrones que se queden con nuestro trabajo, ni proxenetas que se adueñen de nuestros cuerpos!


BIBLIOGRAFÍA

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-- “La política social en tela de juicio. Análisis del trabajo realizado con niñas y adolescentes en situación de explotación sexual en un barrio de la Ciudad de Buenos Aires”. Ponencia presentada en las Terceras Jornadas Nacionales
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