domingo, 2 de noviembre de 2014

Si me tengo que prostituir, no es mi revolución!




Si me tengo que prostituir, no es mi revolución!

Por qué este documento

Este documento surge de una necesidad. Poder dar a conocer nuestra mirada sobre la prostitución y la trata. Porque hemos comprendido que esta disputa ideológica se está dando sobre cimientos poco claros o que no se han dado a conocer al margen de las que nos vemos directamente comprometidas con la causa. Es así que vemos que dentro del movimiento de mujeres este tema se viene erigiendo como tabú: ha dividido las aguas dentro del feminismo, donde lo políticamente correcto está siendo tomar posturas que rechazan la polaridad reglamentarismo/abolicionismo y apuntan a lograr terceras posiciones altamente difusas que suelen concluir que hay un debate pendiente. La ambigüedad o la no toma de postura nos parecen, en cualquier caso, cómplices de que las cosas sigan como están, con las putas solas criminalizadas y chantajeadas por la policía y los proxenetas. Pues bien, salgamos de la rueda de hámster. Valga este documento radicalmente abolicionista como invitación a la discusión y toma de posición.

Decir que es una necesidad, es responder a las representaciones que se están haciendo circular desde las voces que defienden el reglamentarismo y que consideramos que no hacen justicia con el posicionamiento abolicionista, ya sea por desconocimiento (en su versión más ingenua) ya por la difusión de acusaciones y falacias (en su versión peor intencionada).

Los principales puntos que nos interesa argumentar y desmentir, según el caso, son dos: la dimensión económica, que implica plantear la relación entre trata y prostitución a nivel internacional junto a los intereses que están detrás y la cuestión de “la moral” en relación al abolicionismo, que implica detenernos a ver de qué moral se está hablando y desde dónde. A la vez, para pensar ambos puntos, consideramos clave reflexionar en torno a dos apartados más: el primero tiene que ver con desnaturalizar la ideología posmoderna y su impacto en la producción de teoría y acción dentro del activismo lésbico y feminista, acompañado por la academia; el otro apartado es una invitación a escuchar esos otros testimonios de mujeres bio/trans que pasan/pasaron por la prostitución y que están muy lejos de querer considerarla un trabajo. Finalmente, uno autogenerado al calor de los anteriores y que nos prepara para un cierre final pero inconcluso, porque de lo que se trata es de seguir pensando juntas.

Antes de comenzar con el desarrollo de nuestra posición, queremos dejar en claro que a las mujeres bio/trans que están en situación de prostitución y que reivindican la prostitución como trabajo son respetadas en su decisión no sólo porque están en su sano juicio y tienen derecho a afirmar lo que sea, como cualquiera, sino también porque ellas traen consigo la propia experiencia y entendemos que tendrán sus motivos para haber llegado a sostener lo que sostienen. Sin embargo, también hay otras voces que desde la misma experiencia de prostitución la repudian como trabajo, que hablan de las violencias sistemáticas padecidas y de la necesidad de salir. Con estas últimas hemos hecho empatía las activistas que están detrás de estas líneas. Este documento va dirigido principalmente a las mujeres y lesbianas que desde el feminismo, el activismo lésbico y/o la teoría académica son sostenedoras del reglamentarismo. El texto es por lo tanto visceral. No políticamente correcto. Descortés. Violento. Porque nada que salga de las entrañas como proyectil en respuesta a las violencias mismas y a las violencias que disfrazan las violencias puede ser pacífico. Estamos hablando de esto, y somos violentadas-violentas en ese sentido.

Trata y prostitución, la sexualidad industrializada

Vamos a partir de una primera gran confusión, muchas veces simplificada también desde el abolicionismo mismo: el hecho de afirmar que trata y prostitución son lo mismo. Un mismo sistema productivo, una industria de la sexualidad, no significa que se trate de la misma cosa. Como abolicionistas comprendemos que hay algo llamado sistema prostituyente que las articula, y aunque no son lo mismo, son instancias diferentes de una misma industria perversa que naturaliza el consumo máximo de cuerpos humanos.

Tenemos una perspectiva de clase y desde ahí entendemos que la producción-distribución-circulación y consumo de algo son parte de un mismo proceso capitalista. Allá puede ser el maíz, que de la cosecha va al granero, de ahí a la molienda para hacer harina, de ahí el viaje a la fábrica de pan, a la panadería, hasta la mesa con mate de un hogar. De principio a fin, desde que se planta la semilla, el negocio todo está contemplado: se planta la semilla para que los humanos consumamos ese alimento en un formato cualquiera de pan a fideo, a torta, etc. Aquí, el cuerpo de las mujeres que se extrae por voluntad propia o por engaño y secuestro, se traslada hasta su consumo que culmina en un cuerpo disponible para el sexo que se cambia por dinero entre paredes o a las sombras, lejos de la vista del resto de las personas no consumidoras.

La trata con fines de explotación sexual ya se define a sí misma, el fin, el para qué, es para un mismo tipo de consumo, sexo por plata. La trata es para la prostitución, no es para vender churros a la salida del zoológico. Sin esa finalidad no hay trata, porque el negocio de los proxenetas está en la prostitución. No tiene sentido disociar algo que es parte de un negocio mismo, pierde la lógica.



Por su parte, al cliente no le importa mucho de dónde salió esa mujer bio/trans, si porque le pusieron un arma en la cabeza, la cagaron a palos y la drogaron, o porque era pobre, o porque tomó la decisión de entrar en la prostitución porque la consideró una salida viable de supervivencia. No le importa, como no le importa cómo mataron a las vacas a la hora de comer un asado. Como no le importa si Monsanto barrió sobre la soja con el pesticida llamado glifosato que es altamente mortífero a la hora de comer una milanesa de soja. El consumidor consume ese producto final sin saber el proceso previo. Y ese es el secreto del capitalismo.

La trata con fines de prostitución, es el segundo negocio ilegal más redituable del mundo, y esto es así en parte porque la prostitución en sí misma es altamente redituable: no sólo es un negocio para los proxenetas y prostíbulos, sino también para la industria hotelera, los transportes, el llamado turismo sexual, las cajas chicas de la policía, y toda una red de complicidades que van desde la policía a profesionales de la salud, a abogados, jueces y políticos. El hecho es que el dinero que genera la prostitución ha levantado la economía de muchos países y no suele verse reflejado en las protagonistas que ponen el cuerpo noche a noche. A nivel internacional, el 90% de las mujeres en situación de prostitución resultan de las redes de trata, o sea que no están por voluntad propia. En los países donde la prostitución está legalizada, es decir, cuando se la considera como si fuera cualquier otro trabajo de explotación capitalista, la trata aumenta.

Ejemplos de Estados donde la prostitución está reglamentada

Caso holandés:
Del 50% al 90% de las mujeres en prostitución con licencia "trabajan" contra su voluntad.
Un caso testigo del año 2008, revela que dos procuradores turco-alemanes junto a 30 cómplices fueron condenados por explotación y violencia contra más de 100 mujeres en Holanda, Alemania y Bélgica. Lo llamativo del caso es que todas esas mujeres, que han sido explotadas con extrema violencia estaban en burdeles legales, con licencias, impuestos y habilitación estatal.

Un informe hecho por el Ministerio de Justicia de Holanda en el año 2011 muestra que de hecho gran parte del sector legal de la industria sexual perpetúa la explotación y el tráfico de seres humanos y está asociada al crimen organizado.

Uno de los argumentos para la legalización de la prostitución en Holanda era que la legalización iba a ayudar a terminar con la explotación de las desesperadas mujeres inmigrantes que eran traficadas para entrar en la prostitución. El informe realizado por el grupo gubernamental ''Budapest'' muestra que el 80 por ciento de las mujeres de los prostíbulos en los Países Bajos son traficadas desde otros países (Grupo Budapest, 1999: 11). En 1994, la Organización Mundial sobre la Inmigración (IOM) declaró que, sólo en los Países Bajos, el 70 por ciento de las mujeres traficadas provenían del centro y del este de Europa (OIM, 1995: 4).”

Caso canadiense: Un estudio hecho en Toronto sobre mujeres prostituidas en la calle reveló que el 90% querría abandonar esa práctica y no puede, el impedimento está muchas veces en manos de proxenetas, esposos, novios, adicciones, o la mera supervivencia propia y la de sus hijos e hijas.

Caso Reino Unido: El 50% de las mujeres en prostitución comenzó siendo niñas, cuando tenían entre 13 y 14 años.

Caso Alemán: En Alemania, la unión de servicio ver.di ofreció asociarse a las "trabajadoras sexuales" de Alemania. Habían sido inscriptas en coberturas de salud, ayuda legal, treinta días de vacaciones al año, entre otros beneficios. De un estimativo de 400.000 mujeres en situación de prostitución, solo 100 se asociaron. Esto es 0,0025% de prostitutas alemanas. La legislación no borra el estigma de la prostitución y puede incluso volver más vulnerables a las mujeres ya que las saca del anonimato.

Ahora, en Alemania es legal la promoción de la prostitución, el proxenetismo y los prostíbulos. En 1993, después de que se hubiera dado el primer paso para la legalización, se reconoció (incluso por parte de los defensores de la prostitución) que el 75 por ciento de las mujeres que en Alemania estaban dentro de la industria del sexo eran extranjeras que procedían de Uruguay, Argentina, Paraguay y otros países de Sudamérica (Altink, 1993: 43). Después de la caída del Muro de Berlín, los dueños de los prostíbulos informaron que 9 de cada 10 mujeres que estaban dentro de la industria del sexo en Alemania procedían de los países del Este de Europa y de otros países que pertenecieron a la antigua Unión Soviética.

Caso australiano: “Los argumentos que defendían que la legalización iba a terminar con los elementos criminales de la industria del sexo han fracasado. El aumento de la prostitución en Australia desde la legalización se ha dado en el sector ilegal. Desde la llegada de la legalización en Victoria, los prostíbulos se han triplicado y se han expandido, y la mayoría de ellos no tiene licencia aunque se anuncien y operen con total impunidad (Sullivan and Jeffreys: 2001). En 1999, el número de prostíbulos en Sydney había aumentado de manera exponencial a 400-500. La mayoría no tiene licencia.” Datos extraídos del trabajo publicado en el sitio: http://www.gadeso.org/sesiones/gadeso/web/14_paginas_opinion/sp_10000124.pdf

El hecho es que en países donde la prostitución se ha reglamentado como trabajo, Holanda, Alemania o Australia, por mencionar los más conocidos, el tráfico de mujeres ha aumentado a su vez por cuatro. Ello indica que más que inhibir o frenar, la reglamentación favorece a los traficantes.

Cuando un negocio se legaliza, puede legalizarse toda la industria, incluso en su fase extractiva. Así si se legalizara la marihuana, se podría cultivar y cosechar en tierras al lado del maíz o el girasol. Se sabe que al ser legal, los costos bajarían, aún cuando ello implicara el pago de impuestos, que serían más baratas que las coimas que sostienen toda industria clandestina. Para sostener el mercado, entonces, se establece la industria. Ahora, ¿qué pasa cuando la industria es del sexo? ¿de dónde salen los cuerpos para la prostitución? ¿de una semilla plantada en la tierra? si nadie nació para puta, ¿de dónde salen las putas?



Pues bien, sin ánimos de simplificar, y sabiendo que la prostitución en Argentina es legal en sí misma (o esa, no está prohibida y no debería ser criminalizada), entendemos que la causa principal que lleva a mujeres bio/trans a prostituirse es la pobreza, situación en la que se sabe, no se puede hablar en términos de libre elección, sino de falta de la misma justamente, donde se parte de tomar decisiones sin oportunidades ni salidas a las situaciones de violencia y exclusión, y donde la prostitución se constituye como una opción de supervivencia, por demás inteligente y racional, dentro del estrecho horizonte. La mayoría entonces, no están ahí porque quieren, o porque quisieron, por vocación, están ahí porque no les quedó otra. Parece obvio pero lo recordamos porque rápidamente queda naturalizado, invisibilizado ese origen. Luego, hay una mínima porción de mujeres bio/trans que se han insertado en un círculo de consumo prostituyente de elite o vip más visible o mediatizado que reporta mejoras a nivel económico, y queda culturalmente asociado a una prostitución exitista depurada de los riesgos de la calle, de una prostitución elegida y bienaventurada. Ahora más allá o más acá de estas porciones de población que se ha metido "sola" (siempre hay alguien que te lo "sugiere" pero dejemos este detalle de lado por el momento) está la trata. La trata con fines de explotación sexual nutre y aporta con cuerpos la máquina, sin materias primas no hay negocio de ningún tipo. Un cuerpo de mujer tiene aproximadamente 10 años de explotación sin descanso, y genera escasísimos costos de mantenimiento en comparación a las altas ganancias que reporta. Al no ser una planta que crece de la tierra, la industria de la prostitución se sostiene gracias al secuestro, traslado y venta de mujeres bio/trans para la explotación sexual, lo que implica, desde el minuto uno, una consecución interminable de golpizas, amenazas, drogadicción forzada, violaciones, y otras torturas dentro de lo que es el cautiverio.

Así lo entendieron en Suecia, que tiene un estado realmente abolicionista, donde se relevó que el número de personas explotadas en prostitución se redujo a la mitad desde 1999 (mientras que en Noruega y Dinamarca se triplicó en el mismo período). El hecho es que, además del cambio legal, en esto hubo una política comprometida con cambiar la cultura patriarcal a partir de la educación y eso se vio reflejado en la baja del consumo prostituyente y la reducción de la trata. Igual, nada de idealizar ni compararnos desde tan lejanas latitudes latinoamericanas.

De todo esto se desprende que para que la industria funcione, hay un componente elemental que es la provisión de mujeres bio/trans para ser prostituidas, un reclutamiento que se da mediante el engaño, y lo que se ve reflejado es que la mayoría de ellas son de países más pobres que el país donde son prostituidas. Su condición migratoria suele no estar en regla, lo que significa que ingresaron “ayudadas” por terceros con poder de hacerlas entrar, es decir, de una manera clandestina y esto a su vez confirma redes criminales que trafican personas detrás de todo esto.+

Por otro lado, está en relación con todo lo demás la diferencia de financiamientos internacionales que percibe el movimiento reglamentarista en relación al movimiento abolicionista en nuestro país. El primero, nucleado primeramente en AMMAR CTA percibe millones de dólares que fluyen desde la REDTRASEX (Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe). Muy diferente es lo que ocurre con las cooperativas que llevan adelante compañeras abolicionistas que estuvieron en situación de prostitución que bien conocemos porque son integrantes como nosotras de frentes más amplios como el FAN (Frente Abolicionista Nacional) o de la Campaña ni Una Mujer Más Víctima de las Redes de Trata y Prostitución. Nos consta desde adentro que el financiamiento es escaso o nulo en muchos casos. Es altamente difícil acceder a este financiamiento porque va contra los intereses económicos del poder.

La profunda implicancia entre trata y prostitución se ve incluso en las lamentables actoras sociales, referentes de la prostitución reglamentarista que estarían implicadas en redes de trata. Algunas "trabajadoras sexuales" referentes del reglamentarismo han sido arrestadas por proxenetismo, entre ellas: Robin Few, Maxine Doogan, Norma Jean Almodovar y Margo St. James. Sin embargo, ellas se siguen presentando como trabajadoras sexuales y no como proxenetas. En la Argentina, país desde el cual hablamos, está el caso de Claudia Brizuela, la cara visible de AMMAR CTA, procesada en una causa de trata, donde 31 mujeres eran explotadas sexualmente bajo la pantalla de estar ejerciendo la prostitución por voluntad propia (nota prensa 29/11/2013 y 16/10/2014, link abajo en las referencias).

Esto queda expresado en la nota del diario Página 12 del 16 de octubre de este año se expresa: “La red obligaba a las mujeres a hacer turnos de 12, 24 y 36 horas seguidas y llegaban a realizar hasta 18 `pases´ por día. Las amenazaban con quemarlas con ácido si no atendían a todos los hombres que les imponían, según surge del expediente judicial. Y las hacían practicar simulacros de allanamiento para que dijeran que `trabajaban por su cuenta en cooperativas´. (…) A Brizuela se le imputa ser `partícipe necesaria, en orden al delito de trata de personas en 31 oportunidades, agravado por haberse aprovechado de la situación de vulnerabilidad de las víctimas…´”.

Una de las cuestiones claves es, entonces, ante la legalidad de la prostitución, ¿cómo haría la lucha contra la trata para detectar las redes de proxenetismo ilegales? ¿No es acaso dicha legalidad el disfraz perfecto para el aumento de este prolífico negocio?

Finalmente, la supuesta “seguridad” que otorgaría la reglamentación de la prostitución, ¿en manos de quién estaría? ¿del Estado?, que lejos está de defender el derecho de cualquier mujer, empezando por el hecho de que ni siquiera se encarga de proveer las condiciones para que se den los abortos no punibles en los casos en los que son necesarios. ¿de la policía?, brazo armado del Estado, que se encarga de fusilar mediante el gatillo fácil a un pibe cada 36 hs. Ni hablar de sus vínculos con las redes de trata.

Dentro del manejo de las grandes cantidades de dinero que hay en las organizaciones reglamentaristas, viene incluido el juego de poder de sus dirigentes, quienes deciden qué hacer y qué no con ese dinero, manejándose con las lógicas burocráticas de muchos otros sindicatos. Grandes financiamientos internacionales, relaciones con el proxenetismo local y las redes de trata, sindicalización y lucha por la legalidad... todo sobre ruedas.

Pero para que este negocio sea exitoso como es, es necesario que sea socialmente aceptado y naturalizado, que nuestra cultura lo vea bueno, incluso atractivo. La plasticidad del sistema que le dicen.

Veremos algunas de sus implicancias en lo que sigue.

Mi cuerpo es mío y mi mente también

Hasta aquí, puede argumentarse que justamente, la industria de la prostitución no es otra cosa que cualquier otra industria del capitalismo patriarcal, y por tanto, no habría por qué diferenciarla en relación a su componente de trabajo. La diferencia con cualquier otra industria y cualquier otro trabajo, es que se trata de cuerpos sensibles, subjetivos, que se niegan para exponer su autodeterminación y sensibilidad al servicio de un otro, la máxima enajenación de la voluntad. Pero no sólo eso, lo peculiar de este trabajo no es siquiera que se usen órganos sensibles como si fueran cosas, además hay algún que otro trastorno psíquico que puede interesarnos a la hora de pensar si estamos por considerar que luchar por que sea un trabajo reglamentado es una buena idea. Y aquí vamos con esta cuestión: cuando a las abolicionistas nos desacreditan por ser “moralistas”.

Como si fuéramos un conjunto de puritanas que nos escandalizamos por ver una mujer cogiendo fuera de los votos matrimoniales, se nos dice moralistas. Y de una manera inteligentemente tergiversadora se nos corre por izquierda con uno de los lemas feministas más conocidos “mi cuerpo es mío”. Con una versión algo superficial de dicho lema, te podés tatuar una esvástica en la frente porque mi cuerpo es mío. También te podés amputar un brazo porque mi cuerpo es mío, y así al infinito. Las acciones sobre el cuerpo son inscripciones culturales e ideológicas. Convengamos que no es lo mismo tatuarse una esvástica que tatuarse un símbolo de lucha, claramente la misma acción lleva a lecturas opuestas de la realidad. No es lo mismo estar caliente y querer coger toda la noche con personas que ni sabés el nombre que no estar caliente, estar cansada, y tener que coger toda la noche con mil personas para hacer el mango.

Podemos no querer mirar, pero los estudios hechos hasta ahora revelan que hay una fuerte y sistemática disociación psíquica para ejercer la prostitución. Hay testimonios que se repiten una y otra vez y que tienen que ver con las estrategias “para no sentir”. La prostitución es comparada no ya con cualquier trabajo, sino con los efectos que producen las situaciones de estrés y violencia más radicales como son las guerras. De hecho, las consecuencias psicológicas que deja el ejercicio de la prostitución son muy similares al punto que se trata de un mismo trastorno llamado de “estrés post traumático” (TEPT / PTSD) que implica síntomas de depresión, ataques de pánico, ansiedad, angustia, nervios, etc. En relación este diagnóstico, simplemente decir que no es joda, y que no es ni un poquito relativo: si te pasa, las dendritas de tu hipocampo (zona del cerebro que tiene un registro contextual y se activa en situaciones de miedo) se deforman y eso te puede traer no sólo depresión y ansiedad crónicas sino hasta pérdida de memoria. Lindo, no? mata que un trabajo contemple ese efecto como algo normal y esperable. Esto, aclaramos por las dudas, no es patologizar a nadie, es hablar de los efectos que puede tener la prostitución al margen de la capacidad de empoderamiento individual de cada mujer bio/trans.

Desde ya que mi cuerpo es mío, y creemos que más que nunca es mi cuerpo en su versión revolucionaria. Mi cuerpo y mi mente son uno y soy yo. Si hago algo con mi cuerpo que me obliga a disociarme de lo que éste siente, estamos en problemas amigas. La enajenación más depuradamente capitalista, cae sobre nosotras.

Claro que cada una puede hacer lo que quiera con su cuerpo, pero si nos interesa revolucionarnos tenemos que hacernos cargo de qué es lo que hacemos con ese cuerpo. Si vamos a entender que mi cuerpo es mío, al igual que cualquier otro objeto de propiedad privada, es una cosa, si vamos a entender que mi cuerpo es mío porque me constituye en un todo con mi identidad y libertad, es otra muy distinta.



Hoy encontramos el discurso que defiende la prostitución como trabajo como pobremente excusada detrás del caballito de batalla de “pro-sexo”, aparentemente rupturista. No por embanderarse detrás del simbolismo de “libertad sexual” eso significa algo. Es curioso ver cómo se corre el eje hacia argumentaciones aparentemente osadas que se erigen sobre la defensa del “sexo”, llamándose “pro sexo” (¿?) creando la falsa dicotomía sexualidad-libre versus moral-que-se-escandaliza-ante-el-sexo-sin-amor. Surge la necesidad de aclarar lo siguiente: acá nadie está hablando de sexo. Porque el sexo no tiene que ver sino sólo como imaginario, uno que reduce la potencialidad infinita de la sexualidad libre, variable, sensible y deseosa. El problema es político, económico e ideológico. Y este tedioso documento no pretende más que problematizar este último tópico dentro del movimiento de mujeres, lesbianas y travestis: cómo desde las ideologías de lucha y resistencia se despertaron fuerza conservadoras. A tal punto el sexo no tienen nada que ver, que nos acordamos de Foucault cuando refirió hace ya tiempo que la aparente “libertad sexual” contemporánea más que romper y revolucionar no hacía más que crear nuevos dispositivos de disciplinamiento, llegando el poder y el control a donde antes no llegaba, o no llegaba tanto.

En cambio, nuestro posicionamiento está lejos de la moral pacata que nos quieren adjudicar desde la “libertad sexual”. Buscando definirnos desde afuera, desconociéndonos como interlocutoras dentro del activismo feminista anticapitalista que busca romper con las constituciones burguesas de sexualidad y familia. La moral que nos quieren achacar es de una mojigatería aplastante horrorizada con la vida de “libertad sexual” aparente de una mujer o travesti en situación de prostitución. A ver, vamos a decirlo sencillo: las que estamos detrás de estas palabras estamos lejos de creer en los valores burgueses de amor romántico, familia nuclear, heteronorma, monogamia y demás sustentos del capitalismo patriarcal. Somos en su mayoría tortas feministas que apostamos por nuevas formas de relacionarnos sexo-afectivamente en este mundo y ni mella nos hace una persona que pueda coger con muchas, de las infinitas maneras que les resulten más placenteras.

Entonces, si hay que hablar de valores, en todo caso hablemos de los valores de la libertad y dignidad humanos, que antes que morales los consideramos éticos y revolucionarios, y que en primer lugar buscan recuperar la sensibilidad anestesiada por el capitalismo heteropatriarcal. Una sensibilidad emancipatoria que nos realice como vidas plenas a través de relaciones igualitarias, sin normas morales que nos opriman. A la dignidad la defendemos no como valor moral judeocristiano sino como ejercicio pleno de la libertad más libertaria. Por eso consideramos que la prostitución es un reducto siniestro del capitalismo patriarcal, no porque nos resulte escandalosa ni “inmoral” sino porque pone en jaque ese valor al convertir las potencias sexuales en tristes mercancías.
Que la abolición de la prostitución esté muy muy lejos, al igual que el resto de las aspiraciones revolucionarias como la caída del patriarcado o del capitalismo, no por ello significa que debamos olvidarla y menos aún legitimar sistemas que aseguren su perpetuidad.

La posmodernidad es el opio del activismo

Ante todo, llamamos posmodernas o “posmo” no a toda las ideas valiosas y heterogéneas de más de dos décadas de discusión y teorías, sino al estigma ideológico presente, que como fantasma recorre una buena parte de la misma: las premisas de que no existe ninguna verdad, y que por tanto, todo es relativo.
Ello lleva a la caída de los grandes relatos de la realidad, la feliz decadencia de las historias oficiales, y de muchas otras “verdades” construidas desde la hegemonía. Hasta ahí todo bien, ¿quién no está en contra de los absolutismos y de los conocimientos producidos de manera autoritaria? El problema o sesgo posmoderno, que en este debate vemos gozar de toda vitalidad, es que ese relativismo se vuelve tan extremo que se pierden las escalas y parámetros críticos para mirar la realidad. Un hecho, por más reconstruido que pueda ser desde los discursos, existió o no existió (una violación o un genocidio, por ejemplo, no son relativos). Muchas veces ese relativismo lleva a paralizar todo posicionamiento, a relajar el espíritu crítico, una sedación altamente tóxica para los espacios de lucha y resistencia, justamente.
Lo que veremos ahora es cómo en los discursos reglamentaristas la cultura de la prostitución se ha lavado la cara en las aguas de la posmodernidad. Esto se ve claramente cuando escuchamos que más allá de lo desagradable o violento que pueda resultar, las prostitutas tienen amplios márgenes de empoderamiento y control o poder sobre la situación, lo que implícitamente lleva a justificar la perpetuación del sistema prostituyente. Y no sólo eso, la prostitución asociada a la “libertad sexual” se vio en discursos de los últimos años extrañamente alineada a la idea de “disidencia sexual”, comparada con acciones potencialmente disidentes o contrahegemónicas, como afirmarse como lesbiana o pronunciarse como abortista, estas últimas asociaciones ubicadas en un curioso horizonte no reproductivo...Al respecto, hay una proclama de lesbianas feministas que se llaman a sí mismas “prosexo” y que están a favor de reglamentar la prostitución como un trabajo cualquiera y que al mismo tiempo asocia ese pedido con estos sentidos de resistencia al patriarcado (los links están al final).
El reglamentarismo pugna porque se reconozca la prostitución como trabajo, comenzando por instalar el rótulo “trabajadora sexual” al referirse a una mujer o travesti en situación de prostitución, buscando diferenciarla de aquella en la misma situación cuyo inicio tuvo que ver con la trata. La lucha es por adquirir los mismos derechos laborales del que cualquier otro trabajo goza, jubilación, seguro social por accidentes, cobertura de salud, etc. Así también, lucha porque se deje de criminalizar a las personas que ejercen la prostitución, que la policía deje de cometer abusos de toda índole y cobros de coimas. Esta búsqueda es legítima y profundamente compartida por el abolicionismo, sólo que desde este último consideramos que no es desde una política de reivindicación de la prostitución como trabajo que se van a lograr los derechos humanos y la libertad plena para este grupo.

Esta corriente en su versión académica, no sólo reivindica la prostitución, sino que exalta la dimensión de la agencia (la capacidad de acción) de la mujer o travesti en situación de prostitución. Así, se pone de relieve el empoderamiento y el margen de acción -que nunca estuvo en duda- por sobre las relaciones de desigualdad estructural. Lo mismo sería decir que una persona pobre tiene un margen de acción para empoderarse frente al jefe que lo explote, entonces se reivindica la pobreza para que las cosas sigan así. Claro que en relación a la clase existen estos razonamientos, son los de la derecha conservadora, nunca de un movimiento social de izquierda. Resulta llamativa la forma en que se adoptó este relativismo de parte de muchas feministas que no se identifican como liberales sino al contrario, muchas son de izquierda o anarquistas.

En esta clave de resaltar la agencia y el empoderamiento, una acusación muy fuerte que es común escuchar desde reglamentaristas hacia abolicionistas es que estas últimas victimizamos a las mujeres bio/trans en situación de prostitución. Consideramos una acusación reaccionaria que nos digan esto, incluso de ser “amarillistas” cuando en realidad estamos poniendo en palabras lo que pasa cuando se queda sola una mujer bio/trans con un varón cliente. Y lo que pasa, es la exposición sistemática y cotidiana a riesgos que atentan contra la integridad física y psíquica de las primeras: 1. Riesgo a la violencia de ser penetrada sin consenso, es decir, a ser violada, 2. Riesgo a la violencia que puede acompañar la relación sexual consensuada como la humillación verbal; 3. Riesgo a ser golpeada y asesinada; 4. Riesgo de contracción de enfermedades de transmisión sexual o a los embarazos no deseados, cuando al cliente se le ocurre coger sin forro. Ello, descontando el desgaste físico cotidiano y la abrasión en la zona genital que sería en todo caso la menor de las violencias más arriba mencionadas. Ni hablar de la posibilidad de quedarse con los síntomas del TEPT (trastorno de estrés post traumático, mencionado más arriba) después de años de prostitución.

Desde ya, que casi todo, por no decir todo trabajo, dentro de este sistema capitalista conlleva niveles de explotación, relaciones de poder, alienación, y por tanto, violencia. Ahora, lejos de relativizar la violencia, sino al contrario, buscando situarla en estructuras históricas de desigualdad, sabemos que no es lo mismo que un jefe de oficina nos dé órdenes, nos exija atender más el teléfono, o limpiar mejor, o atender más rápido al cliente, no es lo mismo que el abuso de poder que puede haber en un contexto donde la sexualidad se pone en juego de una manera central: no es lo mismo estar expuestas en nuestra labor cotidiana a que te metan la pija o las manos o un objeto por cualquier orificio del cuerpo sin que queramos ¿quién puede poner límites en esa situación? Las mujeres bio/trans en situación de prostitución que no hayan sido abusadas ni violentadas que levanten la mano. Hasta ahora, sabemos de relatos de abusos sistemáticos (3/4 de las personas en prostitución son violadas, hola). Y que no nos corran de amarillistas (ahora nombrar la violencia es ser amarillista): una cosa es el detalle morboso de un medio masivo de comunicación que insiste con detalles de violencia contra los cuerpos de las mujeres bio/trans violentadas, otra muy distinta es denunciar lo que pasa en la vida cotidiana de una mujer bio/trans expuesta a la práctica prostituyente. Dejemos por un momento las ponencias para congresos y miremos lo que les pasa a esas otras. Y si la prostitución fuera tan disidente, ¿por qué las antropólogas y las tortas no van a la esquina a chupar una pija por 30 pesos como parte de su activismo? ¡Por favor!

Una cosa es victimizar y otra es hablar de la realidad, si no podemos hablar de determinados temas porque estamos victimizando a las mujeres, entonces no hablemos de que las mujeres seguimos siendo violadas por varones en quiénes confiábamos, seguimos siendo cagadas a palos por nuestras parejas, seguimos sin poder abortar en los hospitales poniendo en riesgo nuestras vidas y así sucesivamente. O no, ¿mejor no hablar de ciertas cosas? Pero ah! El feminismo planteaba politizar la vida cotidiana, hablar de lo que pasa en la esfera de lo privado, poder romper el silencio... ¿entonces? ¿en qué quedamos?

Si hablamos de victimización, son las activistas por el reglamentarismo que se adjudican que no pueden decidir sobre su propio cuerpo. Consideramos esta inversión, un acto de manipulación ideológica, sabiendo que no está prohibido ejercer la prostitución (el abolicionismo no lo reprueba). Sí es una realidad que la policía las persigue y criminaliza insistentemente, y contra esa violencia hay que luchar para que se las respete y deje tranquilas. No somos las feministas abolicionistas las que estamos reprobando dicho ejercicio, lo que reprobamos es la lucha por reglamentarlo, en lugar de luchar por abolirlo porque entendemos que ello es favorecer a que la institución prostituyente que ya de por sí es opresiva goce de mayor legitimidad.

Hay una cuestión que se juega en el dualismo de las argumentaciones victimización/empoderamiento  y que tiene que ver cuando se los usa de manera acusatoria y/o abusiva. Caracterizar a una mujer en términos de “víctima” puede servir para señalar con claridad el lugar estructural de desigualdad en el que se encuentra en situación de prostitución, que no es otro que el lugar en que nos encontramos todas las que tenemos cuerpos géneros feminizados pero potenciado. Es así que insistir solo en el carácter de víctima puede llevar a la parálisis, la infantilización y demás sensaciones de precariedad que atentan contra la fuerza para resistir a las violencias. La otra cara de la moneda, el empoderamiento destaca esto último y es sumamente importante no perderlo de vista para crear fortalezas y estrategias de resistencia. Por otra parte, sobredimensionarlo es muy peligroso ideológicamente por dos razones. La primera es que suele desdibujar lo estructural e histórico de la prostitución y la desigualdad de género, y la segunda es que termina operando en un sentido culpabilizador al recargar sobre los hombros de la mujer bio/trans la responsabilidad de la violencia: cuando es ella la que debe estar lo suficientemente empoderada para resistir o responder la violencia, se naturaliza la situación. Se ve cómo nada recae sobre los varones-cliente. Jodido. Creemos que este culto a las estrategias individuales, lleva a relativizar la violencia a tal punto de no verla, o de desconocer la dirección que tiene, lo que a su vez lleva a criterios tibios que impiden establecer mínimos marcos desde donde tomar posición, lo que lleva a avalar la chorredera de violencias ultrapatriarcales que se descargan en las prácticas cotidianas de la prostitución.

Afirmamos por tanto, que es FALSO que la agencia individual y la caracterización de violencia estructural se oponen, ambas son niveles de la misma realidad y no deberían ser sobredimensionadas ni olvidadas ninguna de las dos. Lo que desde el abolicionismo señalamos es lo que es tan fácil de ver en otras discusiones: la desigualdad histórica, la violencia, el silencio cómplice de la cultura heterocapitalista. Esto NO niega la fuerza que pueda tener la prostituida, la capacidad de resistir, de crear estrategias de empoderamiento. No es víctima, es sobreviviente y en tanto tal, tiene herramientas para elaborar y resistir su realidad.
Dentro de creer que la prostitución es un acto de disidencia, muchas la reivindican por el lado de que es una práctica sexual no reproductiva, y sería por tanto una forma de resistir a la reproducción del heterocapitalismo. Es un mito cínico considerar que la prostitución atenta contra la reproducción, nunca una institución como la familia se vio tan bien acompañada y reforzada por la institución de la prostitución. La norma moralista heteronormativa que nos manda a ser madres se regocija creando la fantasía de la libertad sexual, asociada a la prostitución. Cuando te acercás apenas un poco, no hace falta mucho, te enterás que la mayoría de las mujeres bio/trans en situación de prostitución tienen hijos e hijas. No existe esa idea de la prostitución como resistente al mandato de la familia, más que en la idea de una norma que se legitima creando lo ilegítimo para sostenerse. Estamos hablando que la prostitución es inmoral sólo para la moral burguesa que la celebra, para nosotras es irrelevante en términos morales. La mujer o travesti no pierde su dignidad humana al prostituirse, porque cambie sexo por plata, porque “esté mal” hacer tal o cual cosa. Más bien, pone en riesgo su dignidad humana al poner en riesgo su vida, no por lo que hace sino por las consecuencias que puede tener lo que hace.

A las corrientes poscoloniales que tanto disfrutan de exaltar la
 agencia y los relativismos antes que mencionar algo parecido a la desigualdad y la injusticia, les preguntamos si no se percataron de que los países ricos consumen mujeres bio/trans prostituidas que provienen de países pobres, muchas ex colonias como países latinoamericanos, africanos y del sudeste asiático. ¿No tendrá algo que ver con el racismo capitalista la selección de cuerpos a ser prostituidos? Y eso ¿no significa nada al leer la “libre decisión” de cada una a la hora de prostituirse?

No hay forma de convertir a la prostitución en un trabajo seguro porque su misma práctica es ya un abuso: como ya mencionamos, implica el desdoblamiento emocional, la disociación entre la mente y el cuerpo, para no sentir, para “consentir” relaciones sexuales sin deseo. Entendemos que esta realidad la pueda defender el patriarcado, si los varones clientes salen a las calles para pedir que la prostitución se reglamente sería mucho más esperable y comprensible que las lesbianas feministas declamando la prostitución como un acto disidente.

Algo muy curioso en esta lucha de sentidos y activismos es que hemos preguntado a representantes del reglamentarismo si habían escuchado esas otras voces de compañeras putas que son abolicionistas. Y lo extraño, es que o bien se nos han reído socarronamente descalificándolas diciendo que estaban locas (esto pasó en el debate de una jornada llamada “Reflexiones actuales sobre prostitución" viernes 31 de Mayo del 2013, 19 hs, aula 128, FFyL. Coloquio Organizado por el PRI, debates contemporáneos de la teoría feminista. Implicancias y aportes para la investigación social) o bien se ha hecho un silencio y se ha cambiado de tema o respondido algo colateral dentro de la discusión como que los casos de violencia son aislados y no se puede hacer de eso una generalización (esto pasó en una discusión en Facebook, a propósito de una nota donde una antropóloga afirmaba que las redes proxenetas pueden jugar como una suerte de “red de cuidado”, link abajo referenciado)
En cuanto al nombramiento de proxenetas como si fueran cuidadores, no nos meteremos de lleno, sólo vamos a decir que el significado de la acción de “cuidar” a alguien lo entendemos como una preocupación por otro ser que involucra afectividad y acciones en pos de su bienestar físico, psíquico y emocional, algo demasiado alejado de lo que puede ser una persona que gana dinero con la explotación del cuerpo de otra. Es decir: todas formas de esquivar nuestra pregunta.

Aún hablando con mujeres que se llaman trabajadoras sexuales y que están por el reglamentarismo, su motivo central para esta lucha suele ser la necesidad de sostener la familia, de que sus hijos e hijas puedan estudiar, etc. Ninguna reivindica la práctica como algo deseable, sino como algo que se convirtió en el inevitable sustento de sus vidas. Justamente, a ella las queremos acompañar, aunque disintamos en su modo de lucha, porque no vamos a victimizarlas y menos aún a ser cómplices de su criminalización y estigmatización social.
Planteamos escuchar y apoyar voces que, como ellas, vienen transitando la vida desde la prostitución y llegan a otras conclusiones. Vamos entonces a invitarlas a todas a escucharlas.


Sus voces, nuestras voces.

“Fui prostituta más de 15 años, desde los 17; y digo que lo que he vivido en la prostitución callejera, en los suburvios de La Matanza, no puede ser CUBIERTO - en el caso de reglamentarse - por ninguna obra social, ni una ART”, Diana Sacayán.

“La prostitución es una cuestión siniestra y si vamos a discutir con las compañeras sinceremos la agenda, debatamos las nefastas consecuencias que provoca en las personas que nos hemos visto sometidas a esta situación. Me parece una cuestión fundamental. Cuando rápidamente salen a sostener que la prostitución no es trata, ¿para qué se las trata a las mujeres? Para la prostitución. (…) el relato más amargo de nuestras vidas, lleno de dolor, de muerte, de ausencia, de violencia sobre nuestros cuerpitos. (...) Si bien creo que hay que aggiornar el abolicionismo, soy absolutamente abolicionista. La recuperación del cuerpo es uno de los actos más fuertes de libertad. Eso me hizo acercarme, declararme y ser”, Lohana Berkins.

“Lo único que esperás es que la tortura sea lo más breve. No ves, no mirás. Tus sentidos están puestos en la sobrevivencia y en la vigilancia de tu lucha por la vida y no el cuerpo del prostituyente. (…) El que transita de un espacio a otro con libertad es el varón. El consumidor puede ser simultáneamente padre de familia y esposo en un territorio, y ser prostituyente en el otro sin que ese juego ponga en cuestión su dignidad, ni su reputación. Por lo tanto esta frontera entre zonas de prostitución o zona de familia vale como frontera y límite sexual de división entre mujer decente y mujer puta (…) Somos mujeres perseguidas, vigiladas, registradas y controladas. Esta es una condición inherente a la situación de prostitución. No pertenecemos a una categoría de libertad, ni de ninguna forma de "ciudadanía". Sonia Sánchez.

¡Qué lindo es coger sin ganas!

Hay un amplio grupo de mujeres feministas militantes que no tienen una posición tomada respecto del tema de la prostitución, como dijimos. Con algunas de estas mujeres nos encontramos el año pasado en el taller de prostitución del Encuentro Regional de Mujeres, que tuvo lugar en el barrio de José C. Paz. Ahí había varias compañeras de espacios militantes de inserción territorial en localidades del Oeste, como Moreno, Pilar, Hurlingham, además de José C. Paz. Estas compañeras, en general, eran de clase baja, venían de barrios muy humildes, según nos contaban, y carecían en este tema de un posicionamiento tanto personal como grupal, o sea, las agrupaciones o movimientos a los que pertenecían no tenían una postura tomada al respecto. Pero todas coincidieron en no poder considerar a la prostitución como un trabajo y menos una opción de vida, ni para ellas, ni para sus hijas, ni para ninguna mujer. Estas compañeras hacían alusión a ver en sus barrios como las chicas de 12, 13, 15 años se metían en la prostitución, para subsistir y cómo no había luego de esto nada más que un círculo de relaciones violentas, adicciones, rechazo familiar, imposibilidad de retomar los estudios, etc. Estas compañeras, ven muy de cerca la falsa opción de la prostitución, y con mucha menos reflexión al respecto que las académicas de un lado y del otro. Dicen, directamente: no es trabajo. Este es un ejemplo pequeño pero muy puntual y revelador, de que cuanto más nos acerquemos a las mujeres que por una cuestión de clase, más a la mano tienen el trabajo sexual como medio de vida, o sea las más pobres, son las que más convencidas están de que la prostitución no es un trabajo como cualquier otro y no se lo desean a ninguna mujer.

Nos preguntamos cómo es tan difícil de ver para el resto, para las muchas mujeres de clase media o media alta, que tienen el poder de la palabra legitimada por la academia y el de alimentar discursos y posturas, cómo ellas no pueden ver la magnitud de violencia intrínseca a la prostitución, creer en las palabras de quienes la padecen y aunque sobrevivan a través de la misma plantean que no es deseable para nadie y que desearían haber podido tener otra oportunidad, incluso hoy, poder salir de la prostitución.

Nos preguntamos por qué es tan difícil de entender, especialmente para las feministas para quien la voz de la mujer o travesti debería ser escuchada y no puesta en cuestión. Nos hace acordar a cuando somos violadas por un conocido o golpeadas por nuestras parejas y nos dicen que seguramente exageramos o que fue una extralimitación. Acá estamos hablando de prácticas de violencia sistemáticas. Y es muy jodido no atender a ellas.

La doble vida tan clásica del marido careta que mantiene la fachada de la familia feliz, y entre la casa y el trabajo se va de putas, la madre y la puta, ¿no les suena de algún lado? Qué más funcional al capitalismo que la familia nuclear reproductora de mano de obra, con todos los mandatos de la mujer que debe casarse y tener hijxs, versus la prostituta de vida pública y liberal con quienes lo varones pueden coger de maneras “inmorales” que nunca se atreverían a sugerir a sus esposas-madres y sí a las putas, ya que lo hace “porque le gusta” y si no le gusta no importa “lo hace porque le pago”.
Y todo lo que como feministas sabemos, hay que recordarlo al parecer...

La pregunta es ¿cuándo la prostitución se volvió algo revolucionario o disidente?

La prostitución es que te puedan coger a cambio de dinero, que la carne sensible deba entregarse por plata con algo de ganas, muchas, pocas o sin ganas en absoluto. Estamos hablando de una entrada de dinero para sobrevivir. Apelamos a la empatía de las académicas de clase media que están viviendo sus vidas en su casa propia, charlando con amigas o familia con un vinito que no es de veinte pesos. Y con empatía nos referimos a poder pensar desde una qué nos pasaría si la prostitución fuera nuestro trabajo diario, si el miedo y el asco fueran nuestras emociones diarias…porque además vale preguntarnos si el asco a limpiar un inodoro ajeno (típico ejemplo citado como un trabajo más desagradable que la prostitución) es el mismo asco que tenemos a que un borracho desagradable -que en general buscamos tener bien lejos- esté con su pija en nuestro cuerpo jadeándonos al oído. Y acá sí que hay tabúes culturales y de clase, limpiar un inodoro ajeno parece horrendo y asqueroso, y tragarse el esperma de un tipo que no nos gusta pareciera hasta irreverente! Siempre los cuerpos femeninos poniendo el cuerpo para la violencia, nada más natural-izado. Ni hablar de las tortas activistas que no sabemos en qué punto del chip les converge la idea de que disidencia sexual y prostitución son algo compatible.

Vamos. Porque la puta es otra nos parece copado.

Para algunas puede resultar una salida de supervivencia, para otras una situación forzada, para ninguna una situación deseada. El mito de que la prostitución trae dinero rápido, es eso, una mentira para justificar la condescendencia neoliberal de ascenso en la escala social. Ni las mujeres ni las mujeres trans se han visto enriquecidas después de haber pasado la vida en la prostitución, al contrario, la mayoría de las veces terminan igualmente pobres. Ni siquiera repone el no acceso a los derechos humanos producto de la desigualdad. Por la experiencia en otros países, reglamentar la prostitución, no quita el estigma social ni la violencia cotidiana que la misma conlleva. Es ingenuo pensar que la policía se va a correr del negocio y el abuso, no hay chances.



Después de toda la información que existe y circula para quién quiera oír, desde las voces de las protagonistas, a los estudios, a la reflexión, a los datos duros, después de eso alzar la bandera feminista de mi cuerpo es mío para legitimar la prostitución como clave de disidencia sexual antipatriarcal nos parece mucho. Y ese mucho es que nos parece cínico y con un grado de violencia latente atroz. Por eso explotamos con este documento. Ya basta de los discursos falsamente progres que encierran un conservadurismo aberrante.

Desde ya que estamos en contra de toda política represiva, desde las políticas prohibicionistas (un cambio hacia la libertad no puede venir de la represión y la censura). Y no hemos hablado mucho del estado, porque no era el punto, simplemente decir, que este estado argentino es, formalmente, abolicionista (firmó el tratado abolicionista internacional de 1949, donde dice que la prostitución atenta contra la dignidad humana). Ello no es ni más ni menos que un seguro formal, al igual que un montón de otros tratados de derechos humanos que no se ejercen de manera cabal en los hechos, básicamente porque un estado capitalista nunca va a respetarle los derechos humanos a la totalidad de la población. Podemos luchar a distintos niveles de igualdad, ir por la revolución o la reforma, pero a la escala que sea que nos dé el cuerpo, creemos que siempre hay que tirar para el mismo lado: acompañando los cambios que vayan por la liberación de las potencias. Poner energía activista de lesbianas y teóricas en acompañar una ley que reglamente la prostitución como trabajo es, como dijimos, algo más que retrógrado e incoherente. Es tan tristemente de una resignación e hipocresía del activismo, que nos remitió a lo que a su turno propone la iglesia con los pobres, hay pobres, es una realidad, bueno hagamos caridad, nada de buscar la autogestión y la lucha de clases.

Proponemos, en cambio, poner las energías vitales en luchar porque el abolicionismo sea cada vez más real, a partir de cambiar los modos patriarcales de pensar y de sentir, y animarnos a crear relaciones sexoafectivas más creativas y que no sean a costa de los cuerpos de nadie. Usar las energías de lucha a favor de crear espacios de organización creativa de cooperativas y otros trabajos autogestivos que puedan surgir, obligar al estado que el abolicionismo que firmó sea algún día real, o lo que sea que se nos ocurra para revolucionarnos a todas, ¿por qué no?

Creando resistencias: descolonizarnos, reinventarnos.

Abolir algo, es desear su inexistencia, y en tanto exista, desear su destrucción. Es inevitable por la misma historia de la palabra no remitirnos al fuerte deseo de destruir la esclavitud. Todo grupo que desee ser libre, desea destruir las formas opresivas y violentas que lo someten. Nosotras, mujeres, lesbianas y bisexuales feministas, nos posicionamos en contra del reglamentarismo porque lo entendemos como ULTRAPATRIARCAL: ni siquiera reformista, es un giro hacia el conservadurismo más asqueroso del patriarcado disfrazado de “libertad sexual”, o mucho peor, de “disidencia sexual”.

Con este texto quisimos mostrar que la prostitución no es una cuestión de sexo, es una cuestión de poder: la compra de sexo implica la negación del deseo de la otra persona, relegar su derecho al placer y relegar la integridad subjetiva, disociando la mente del cuerpo para no sentir. Y eso, al igual que la clandestinidad del aborto, es TERRORISMO SEXUAL.

Lo que es seguro, es que estamos lejos de poder leer esa relación en términos se libertad del deseo, o sea, no hay nada parecido a la libertad sexual. Una libertad que sólo puede aceptarse en el idioma burgués, una libertad de libre-cambio individualista, no de dignidad humana. Porque no somos “pro sexo” pero sí somos abortistas, disidentes sexuales, antimonógamas, anticlericales, y ambicionamos con revolucionarnos y romper con las fantasías mercantilistas con las que nos han colonizado los deseos.

No queremos ni una sola mujer ni travesti en situación de prostitución. Creemos que se está jugando un juego del revés muy jodido porque los costos para el movimiento de mujeres y lesbianas pueden ser muy altos. Queremos que nos erotice pensar que la prostitución es una mierda de supervivencia. A destruir y reinventarnos. Vamos por ese cambio. Dejamos a disposición las fuentes de donde tomamos toda la información compartida aquí, con la esperanza de que al ser socializada, pueda discutirse y tomar posición. Ya no hay excusas, y es tiempo.



GRUPO MALEZA

Octubre 2014


Referencias de las que hablamos!
http://prostitutionresearch.com/category/quickfacts/

http://www.apoyo-mutuo.org/la-prostitucion-aunque-se-le-cambie-el-nombre-sigue-siendo-explotacion/

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/subnotas/8790-893-2014-04-22.html

https://www.facebook.com/notes/noe-gall/una-proclama-de-lesbianas-feministas-prosexo-a-favor-de-las-trabajadoras-sexuale/560491100682534

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8303-2013-09-15.html

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-7354-2012-07-06.html

http://justicewomen.com/cj_sweden_sp.html

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8351-2013-10-06.html

http://www.gadeso.org/sesiones/gadeso/web/14_paginas_opinion/sp_10000124.pdf

http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-234625-2013-11-29.html

http://www.clarin.com/zona/mundo-prostitucion-posible-sociedad-igualitaria_0_489551164.html

http://www.redtrasex.org/


HTTP://AMMAR-CAPITAL.BLOGSPOT.COM.AR/ MARÍA GALINDO, SONIA SÁNCHEZ. Ninguna mujer nace para puta. 2007. Edición ilustrada de La vaca Editora, 220 pp.

Sheyla Jeffreys. La industria de la vagina. 2011.

Melisa Farley. Prostitución, tráfico y estrés post traumático:


http://potenciatortillera.blogspot.de/2013/08/activistas-varias.html Joseph Le Doux. El cerebro emocional. 1999

https://www.facebook.com/FrenteAbolicionistaNacional

http://campanianiunavictimamas.blogspot.com.ar/
“Lugar común. La prostitución” Silvia Chejter, 2011, Eudeba.

http://campaniaabolicionista.blogspot.com.ar/

http://www.malezagrupo.blogspot.com.ar/

http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-257623-2014-10-16.html


FB: Grupo Maleza



Las imágenes  aparecen en el texto original.

 En este blog las imágenes son afiches, pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución para no revictimizarlas; salvo en los casos en que se trate de documentos históricos.

Se puede disponer de las notas publicadas siempre y cuando se cite al autor/a y la fuente.