domingo, 10 de julio de 2016

Sexo sin mercado: La prostitución desde el punto de vista de la educación

Sexo sin mercado: La prostitución desde el punto de vista de la educación
10 diciembre, 2012 •
Enrique Javier Díez Gutiérrez.
Profesor de la Universidad de León y Coordinador del Área Federal de Educación de IU.

La primera causa para ejercer la prostitución es la situación de pobreza que soportan las mujeres en todo el mundo. La crisis-saqueo actual y la pobreza alimentan la prostitución. Según la ONU, de los 1.500 millones de personas que viven con un dólar o menos al día la mayoría son mujeres. Y, lo que es peor, la brecha que separa a hombres y mujeres no ha hecho más que aumentar en el último decenio. Es lo que se conoce como feminización de la pobreza.

En los países del sur, pues, las mujeres son carne de cañón para las organizaciones dedicadas al tráfico de personas (segunda causa de la prostitución), uno de los mayores negocios del mundo que, junto con el de las drogas y el de las armas, generan beneficios astronómicos. Se calcula que anualmente son traficados entre 800.000 y 1,2 millones de seres humanos, de los que el 80 por ciento son mujeres cuyo destino son las carreteras, calles, pisos y puticlubs de los países desarrollados, donde ejercerán de esclavas sexuales de varones occidentales, ya sean ejecutivos agresivos, trabajadores quejosos de ser oprimidos por la patronal, “respetables” padres de familia, niñatos que celebran su fin de curso, curas o solteros a quienes les parece menos complicado eso que establecer una relación con una mujer de igual a igual porque, en este caso, están obligados a satisfacerla sexualmente…

Angel Soto con una prostituta. Picasso


La trata de personas, pues, es consecuencia de la demanda de prostitución de los países ricos; los prostituidores o puteros -que no clientes- son la tercera causa de esta lacra. Se calcula que en España entre un 27 y un 39 por ciento de varones ha recurrido al menos una vez en su vida a la prostitución. Es decir que por lo menos uno de cada cuatro españoles ha sido alguna vez cómplice de este opresivo sistema.

La prostitución no es el “oficio” más antiguo del mundo, es la explotación, la esclavitud y la violencia de género más antigua que los hombres hemos inventado para someter y mantener a las mujeres a su disposición sexual.

Si convertimos esta violencia en una profesión como otra cualquiera para las mujeres. ¿Cómo podremos educar para la igualdad en una sociedad donde las chicas sabrán que su futuro puede ser prostitutas, viendo a otras exhibirse en escaparates al estilo del barrio rojo de Holanda, y los chicos sabrán que puede usarlas para su disfrute sexual si tienen el suficiente dinero para pagar por ello?

La prostitución es una forma brutal de violencia de género

La prostitución es una forma de explotación que debe ser abolida y no una profesión que hay que reglamentar porque es violencia de género: «lo que las mujeres prostituidas tienen que soportar equivale a lo que en otros contextos correspondería a la definición aceptada de acoso y abuso sexual. 

¿El hecho de que se pague una cantidad de dinero puede transformar ese abuso en un «empleo»?, al que se le quiere dar el nombre de “trabajo sexual comercial”.

Regular la prostitución legitima implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un sistema de subordinación y dominación de las mujeres, anulando la labor de varios decenios para mejorar la lucha por la igualdad de las mujeres.

Al legitimarla se convierte en un soporte del control patriarcal y de la sujeción sexual de las mujeres, con un efecto negativo no solamente sobre las mujeres y las niñas que están en la prostitución, sino sobre el conjunto de las mujeres como grupo, ya que la prostitución confirma y consolida las definiciones patriarcales de las mujeres, cuya función sería la de estar al servicio sexual de los hombres.

Si reglamentamos la prostitución, integrándola en la economía de mercado, estamos diciendo que esto es una alternativa aceptable para las mujeres y, por tanto, si es aceptable, no es necesario remover las causas, ni las condiciones sociales que posibilitan y determinan a las mujeres a ser prostituidas. A través de este proceso, se refuerza la normalización de la prostitución como una «opción para las pobres».

Es esta “normalización” la que quiero analizar, pues a través de la normalización es como se construyen los modos de ser y estar en el mundo que se acaban considerando cuasi-inamovibles.


La socialización en la “normalización” de la prostitución

No es difícil encontrar por la calle vallas publicitarias u octavillas en el parabrisas de los coches con un anuncio de un local de prostitución, eufemísticamente denominado “club de alterne”, donde la imagen estereotipada de una mujer se ofrece como reclamo.

Una imagen que no responde a un modelo habitual de mujer, sino que se presenta con una silueta que responde a lo que supuestamente son los deseos y proyecciones sexuales de los hombres: melena espesa, cintura tan estrecha que se quiebra, caderas amplias, piernas largas, zapatos de tacón de aguja que se distinguen claramente, pechos exuberantes y alzados, que se remarcan, para que no haya duda sobre la edad, joven casi adolescente.

El problema es que estos anuncios, que inundan nuestra mirada han “normalizado” una imagen de la mujer como posible objeto sexual al servicio de los hombres. Y la han normalizado hasta el punto de que se transfiere a otros ámbitos y espacios con absoluta “normalidad” y reaccionando con escándalo cuando se critica y cuestiona.

Esto es lo que ha sucedido en mi Ayuntamiento cuando, con motivo del Carnaval, repitiendo el modelo sexista y trasnochado de concurso de “reina” del carnaval, que sigue poniendo de relevancia la belleza de las mujeres como único atributo valorable, la concejala de educación del equipo de gobierno del Partido Popular, diseña un cartel para dicho concurso que presenta una imagen de mujer de forma claramente sexista y con una pose estereotipada, que se tiende a asociar a la imagen publicitaria de locales de alterne y anuncios de prostitución en los periódicos y medios de comunicación.

Los anuncios de prostitución, las páginas web contribuyen igualmente a la normalización de la sumisión o la dominación.

El papel de los hombres: si no existiera demanda, no habría oferta

En esta socialización en la “normalización” de la prostitución juega un papel fundamental el papel de los hombres. Cuando se habla de prostitución el eje de las discusiones se centra en la situación de las prostitutas, ocultando o minimizando el papel de los prostituidores. Pero debemos empezar proclamar insistentemente un hecho incontrovertible como punto de partida clave de esta situación: “si no existiera demanda, no habría oferta”.

La prostitución no es el “oficio” más antiguo del mundo,es la explotación, la esclavitud y la violencia de género más antigua que los hombres hemos inventado para someter y mantener a las mujeres a su disposición sexual

Es decir, somos los hombres, como clase, los que mantenemos, forzamos y perpetuamos el sometimiento de mujeres, niñas y niños a esta violencia de género, demandando este “comercio” y socializando a las nuevas generaciones en su “uso”.

Partimos de un supuesto básico como clase, sea explícita o solapadamente consentido: se considera que todo hombre, en todas las circunstancias y sea cual sea el precio, debe poder tener relaciones sexuales.

La prostitución se justifica como una realidad social “inevitable” que la mayoría de los hombres acepta como algo natural e inamovible. Los hombres de derechas prefieren que permanezca en la sombra para mantener el juego de la doble moral que sustenta su visión del mundo. Los hombres de izquierdas desean que se legalice, alegando la defensa de los derechos de las trabajadoras y “para liberar al resto de los seres humanos del yugo de la moral retrógrada”. Ambos planteamientos evitan analizar los mecanismos de poder patriarcales inaceptables que lo fundamentan.

Pero sobre todo ambos enfoques siguen centrando los análisis sobre la prostitución en torno a las mujeres que la ejercen, ocultando permanente el rostro y la responsabilidad de los hombres que la practican. El “cliente” o prostituidor, el más guardado y protegido, el más invisibilizado de esta historia, es el protagonista principal y el mayor prostituyente.

La explotación de mujeres, de niños y niñas se hace solo posible gracias al prostituidor, aunque su participación en este asunto aparezca como secundaria.

Los trabajos habituales que se dedican al tema los ignoran y a los prostituidores mismos les cuesta aceptar su condición, representarse como tales. Cómo miraríamos en esta sala a algunos de los varones aquí presentes si supiéramos que son maltratadores. Qué exigiríamos si además han sido denunciados o imputados. Sin embargo aceptamos implícitamente que buena parte de los hombres que aquí estamos podríamos ser prostituidores, clientes y usuarios de esta violencia de género, sin ruborizarnos. Es más, en algún momento surgen comentarios “cómplices”, insinuaciones y alusiones veladas, o no tan veladas, que se convierten en motivo de chascarrillo o gracia y que minimizamos porque lo hemos “normalizado” demasiado.

El rechazo generalizado a afrontar un examen crítico o hacer pesar una responsabilidad sobre los usuarios de la prostitución, que constituyen de lejos el más importante eslabón del sistema prostitucional, no es otra cosa que una defensa tácita de las prácticas y privilegios sexuales masculinos. Por eso es tan importante hacer un análisis de las razones que explican por qué en una sociedad más abierta y libre, como la española tras la etapa de la dictadura franquista, sigue habiendo tantos hombres y jóvenes que acuden a relaciones prostitucionales con mujeres o con otros hombres.


¿Por qué los hombres acuden a la prostitución?

La mayoría de los estudios e investigaciones en profundidad sobre el tema llegan a una conclusión similar: “un número creciente de hombres busca a las prostitutas más para dominar que para gozar sexualmente. En las relaciones sociales y personales experimentan una pérdida de poder y de masculinidad tradicional, y no consiguen crear relaciones de reciprocidad y respeto con las mujeres con quienes se relacionan. Son éstos los hombres que buscan la compañía de las prostitutas, porque lo que buscan en realidad es una experiencia de dominio y control total”.

De hecho, no tenemos más que analizar los anuncios de la prensa escrita o de internet, en donde los reclamos se refieren a cuatro aspectos: por un lado la sumisión, por otro lo que denominan “vicio”, el tercero sería la edad y por último el servicio ofrecido. La sumisión, es decir, el haz conmigo lo que quieras, cuando quieras, las veces que quieras, el tiempo que quieras. La alusión al vicio y a sus sinónimos: “viciosa”, “muy viciosa”, morbosa, etcétera. Alusión a la edad: mujercitas, jovencitas, rasurada, aniñada. De ahí que sean los clientes-prostituidores los principales responsables en la cada vez más reducida edad de la “mercadería” que consumen, pues exigen con ansía y demanda creciente el permanente cambio de las mujeres y que sean cada vez más jóvenes quienes satisfagan su “pasión sexual” a precio fijo y por un lapso de tiempo pautado.

Parece como si una parte importante de la humanidad, los hombres que acuden a la prostitución, tuviera un problema serio con su sexualidad, no siendo capaces de establecer una relación de igualdad con las mujeres, el 50% del género humano, que creen que debe de estar a su servicio. 

Como si cada vez que las mujeres consiguen mayores cotas de igualdad y de derechos, estos hombres no fueran capaces de encajar una relación de equidad y recurrieran, cada vez con mayor frecuencia, a relaciones comerciales por las que pagando se consigue ser el centro de atención exclusiva, regresando a la etapa infantil de egocentrismo intenso, y una relación que no conlleva necesariamente ninguna “carga” de responsabilidad, cuidado, atención o compromiso de respeto y equivalencia.

Una segunda conclusión relevante de los estudios nacionales es que España es uno de los países donde el “consumo” de prostitución está menos desprestigiado. Las encuestas indican que un 39% de los españoles acude de forma habitual a la prostitución, sin que se les reproche socialmente ni se les recrimine legalmente. De hecho, parece que hay un consentimiento social ya no tácito, sino explícito, en mantener estrategias y formas constantes que “alivian” la responsabilidad de aquellos que inician, sostienen y refuerzan esta práctica.

Esta estrategia del consentimiento, tiene que ver con una tercera conclusión que se extrae de estos estudios y es cómo ésta influye en el proceso de socialización de los chicos y jóvenes en el uso de la sexualidad prostitucional. El problema de la socialización que se vive en nuestras sociedades sobre la prostitución sitúa a todo varón homo o heterosexual como un potencial “cliente” una vez que ha dejado de ser niño. Así, no sería demasiado exagerado afirmar que la sola condición de varón ya nos instala dentro de una población con grandes posibilidades de convertirnos en consumidores. Si a esto añadimos la regulación de la prostitución como una profesión estaríamos generando unas expectativas de socialización donde las niñas aprenden que la prostitución podría ser un posible “nicho laboral” para ellas, y los niños aprenden que sus compañeras pueden ser “compradas” para satisfacer sus deseos sexuales.

Por eso cualquier intervención en este problema debería tener en cuenta las representaciones que en el imaginario social legitiman la prostitución, este proceso de socialización educativa. Las leyes de Códigos Penales o los tratados internacionales son necesarios pero nunca serán suficientes para contrarrestar prácticas convalidadas por las costumbres o que se legitiman regulándolas socialmente: derechos de los hombres sobre el cuerpo de las mujeres, derechos de los poderosos sobre el cuerpo de los débiles. Los hombres debemos resolver nuestros problemas de socialización para aprender a vivir sin servidoras sexuales y domésticas.

Tal como vives así educas

Es en este contexto social en el que se produce una permanente socialización de género donde los chicos aprenden un rol esencialmente diferenciado de las chicas. No sólo porque el mundo adulto que le rodea pueda iniciarle o no en el consumo de la prostitución, sino porque ve diariamente, constantemente, en los periódicos y revistas de cualquier kiosko, en las vallas publicitarias de las ciudades y los pueblos, en los anuncios de neón de los “clubes de alterne”, dónde se sitúa a las mujeres y dónde se le sitúa a él.

Qué expectativas puede tener él y qué expectativas puede tener cualquier chica de las que le rodea. Cuáles son las categorías mentales y vitales en las que se enmarca su mundo y cuáles son las que enmarcan el mundo de las chicas que le rodean. El contexto social es un espacio de socialización permanente donde los lugares que ocupamos unos y otras generan un posicionamiento vital y experiencial que marcan profundamente nuestra forma de estar y conducirnos en el mundo.

Socializarse significa impregnarse de los modos, formas y valores de una sociedad. En los últimos 50 años se ha iniciado un proceso de denuncia sobre las diferencias educativas de hombres y mujeres que conllevan a la desigualdad. Hay todo un trabajo académico, de movimientos y asociaciones de mujeres que han desvelado y visibilizado la educación sexista, es decir la educación que sigue estableciendo roles de género en función del sexo, unas relaciones asimétricas y jerarquizadas, siendo superiores y mas valoradas todo lo relacionado con lo atribuido al sexo masculino.
Pero actualmente un sector del movimiento feminista parece poner entre paréntesis el análisis de la prostitución como forma de desigualdad extrema, de violencia de género asumida y consentida. 

Proponiendo la regulación de la prostitución como una profesión, como mal menor, con la excusa de luchar por los derechos de las mujeres prostituidas.

Educar en la igualdad un mundo donde la prostitución es una profesión

Lo que nos preguntamos, desde un punto de vista educativo, ante esa postura es ¿cómo vamos a educar a nuestros hijos e hijas en igualdad con mujeres tras los escaparates como mercancías o sabiendo que es un posible futuro laboral de nuestras hijas? ¿Es posible educar en igualdad en una sociedad que acepta e instituye la desigualdad?

¿Qué consecuencias tendría en el proceso de socialización de nuestras niñas y niños un contexto social y cultural que asuma la prostitución como un posible “nicho laboral” más, como otro cualquiera, para las mujeres jóvenes? ¿Alguien puede pensar seriamente que supondrá un avance en el proceso de construcción de la igualdad entre hombres y mujeres?

Los valores básicos ante la vida no se adquieren socialmente tanto por las declaraciones formales de cuáles han de ser éstos, como por las prácticas sociales en las que vive inmersa la infancia y adolescencia y que asumen casi por ósmosis de su entorno, marcado profundamente no sólo por su contexto familiar y escolar, sino especialmente por los medios de comunicación, los grupos de iguales y la sociedad que les rodea. Por eso es tan importante la coherencia entre los principios y valores que se postulan en la sociedad y las prácticas que se llevan a cabo, pues son éstas las que, en definitiva, construyen las expectativas, creencias y hábitos de niñas y niños sobre lo que esperan de su futuro, sobre lo que han de tener derecho o no, sobre lo que es valioso y justo y sobre lo que es una sociedad realmente igualitaria.

Los niños que se “socializan” en un contexto donde la prostitución está regulada legalmente como una profesión más, que, por lo tanto, es aprobada socialmente y se promociona y publicita -en una sociedad de consumo es imprescindible hacerlo-, están aprendiendo que las mujeres son o pueden ser “objetos” a su disposición, que su cuerpo y su sexualidad se puede comprar, que no hay límites para su uso, que incluso pueden ejercer la violencia o la fuerza sobre ellas porque va a haber determinados espacios donde tengan todos los derechos si tienen dinero para pagarlos.

Por eso es radicalmente contradictorio hablar y defender la igualdad entre hombres y mujeres en el proceso educativo de los niños y niñas y simultáneamente apoyar relaciones y espacios de poder exclusivos para hombres, donde la mujer sólo parece tener cabida cuando está al servicio de éste. Una sociedad, cuyas prácticas regulan una concepción de la sexualidad marcada por estos principios, educa a los niños en la expectativa de que no tienen por qué renunciar a ninguno de sus deseos sexuales y a no tener en cuenta a la otra persona, puesto que si tienen dinero para pagarlo todo es posible.

Llevamos muy poco tiempo construyendo procesos de igualdad, intentando hacer visible los aportes de las mujeres en la construcción de la sociedad, removiendo la invisibilidad que ha recaído sobre las mujeres que han contribuido y aportado a la sociedad arte, creatividad, participación política, ya que sabemos que es necesario tener modelos de referencia. Si la prostitución se convierte en una profesión para las mujeres, nos preguntamos cuáles serán los nuevos modelos de referencia para las mujeres que conllevarán esta propuesta donde el valor de la mujer está en su biología, en su cuerpo, en su imagen y belleza a disposición de los hombres. Una imagen y belleza que sólo tienen algunas mujeres y durante un determinado tiempo muy limitado.

Es más, nos preguntamos cómo va a repercutir en el imaginario de los hombres, en sus conductas, actitudes y creencias, y ¿en la vida de las mujeres? Pensemos en la repercusión que tendrá en las actitudes, creencias y expectativas de los niños y jóvenes que viven en un pueblo donde ya no hay escuela pero sí un denominado eufemísticamente “club de alterne”. Podemos imaginarnos su forma de hablar entre ellos de las mujeres. Y podemos ponernos en la piel de las mujeres. ¿Qué tipo de publicidad se va a difundir, que tipo de mensajes visuales u orales se van a publicitar, para enseñar a las nuevas generaciones de hombres a consumir ese producto, mujeres, que es necesario vender? 

¿Cómo va a afectar a la subjetividad de niños y niñas, de adolescentes este tipo de sociedad?
En una sociedad que regule la prostitución estamos socializando a niños y niñas en valores claramente diferenciados: A los niños, en que ellos como hombres, van a poder comprar, pagar por usar, el cuerpo, la atención, el tiempo… de las mujeres. Y a las niñas, en que ellas como mujeres, pueden estar al servicio de los hombres. Quizás no ellas personalmente o directamente, pero sí las mujeres, muchas mujeres. Si se regula la prostitución, educar en la igualdad va a ser imposible.

Zhang Haiying

Centrar las medidas en la erradicación de la demanda

Estamos inmersos no solo en una lucha económica, sino también en una lucha ideológica, de valores y en una lucha por construir otra subjetividad y otra conciencia social. El modelo de sociedad que presentamos a los jóvenes, encubierto bajo un manto de silencio cómplice, contradice profundamente los mensajes que pronunciamos sobre la educación para la igualdad. Nuestro silencio nos hace cómplices de esta nueva forma de esclavitud y violencia de género. Si queremos construir realmente una sociedad en igualdad hemos de centrar las medidas en la erradicación de la demanda, a través de la denuncia, persecución y penalización del prostituidor (cliente) y del proxeneta: Suecia penaliza a los hombres que compran a mujeres o niños con fines de comercio sexual, con penas de cárcel de hasta 6 meses o multa, porque tipifica este delito como «violencia remunerada». En ningún caso se dirige contra las mujeres prostituidas, ni pretende su penalización o sanción porque la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia masculina contra mujeres, niñas y niños.

Regular la prostitución legitima implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un sistema de subordinación y dominación de las mujeres, anulando la labor de varios decenios para mejorar la lucha por la igualdad entre los hombres y las mujeres. Al legitimarla se convierte en un soporte del control patriarcal y de sujeción sexual de las mujeres, con un efecto negativo no solamente sobre las mujeres y las niñas que están en la prostitución, sino sobre el conjunto de las mujeres como grupo, ya que la prostitución confirma y consolida las definiciones patriarcales de las mujeres, cuya función sería la de estar al servicio sexual de los hombres.

Regular la prostitución legitima implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un sistema de subordinación y dominación de las mujeres

Como dice Gemma Lienas, que publica en el último monográfico de Nuestra Bandera sobre prostitución, cambiar el destino de estas mujeres en situación de prostitución no pasa por ponerles multas como ha anunciado que hará el ministro del Interior para evitar el “lamentable espectáculo” a las mentes bienpensantes.

Cambiar el destino de estas mujeres pasa por plantear un sistema económico justo y sostenible que incorpore en igualdad a ambos sexos.

Cambiar el destino de estas mujeres pasa por perseguir a las mafias y no favorecer su instalación en nuestro país con leyes permisivas y con modelos económicos basados en el ladrillo o en Eurovegas.

Cambiar el destino de estas mujeres pasa por transformar la mentalidad de esos varones, no sólo con multas que les quiten las ganas sino con una educación que obligue a los medios a cambiar la imagen de la mujer como objeto sexual y a los hombres a corresponsabilizarse emocional y vitalmente.

Cambiar el destino de estas mujeres pasa porque los derechos de las mujeres dejen de ser derechos de segunda y pasen a formar parte de verdad de los derechos humanos.

Vuelvo al inicio. Se dice que la prostitución siempre ha existido, dicen. También las guerras, la tortura, la esclavitud infantil, la muerte de miles de personas por hambre. Pero esto no es prueba de legitimidad ni validez. Tenemos el deber de imaginar un mundo sin prostitución, lo mismo que hemos aprendido a imaginar un mundo sin esclavitud, sin apartheid, sin violencia de género, sin infanticidio ni mutilación de órganos genitales femeninos. Sólo así podremos mantener una coherencia entre nuestros discursos de igualdad en la escuela y en la sociedad y las prácticas reales que mantenemos y fomentamos.

Como decía Martin Luther King: «Tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena». Educar para la igualdad exige romper nuestro silencio cómplice y comprometernos activamente en la erradicación de toda violencia de género. No podemos renunciar a nuestra utopía de trasformar la sociedad y educar en igualdad a hombres y mujeres.

Fuente:

http://www.cronicapopular.es/2012/12/sexo-sin-mercado-la-prostitucion-desde-el-punto-de-vista-de-la-educacion/