miércoles, 22 de enero de 2020

Hombres buenos y mujeres putas


Hombres buenos y mujeres putas

"El otro, efectivamente, es la mujer, enfrentada a la alteridad del no ser. La prostitución es una relación asimétrica cimentada en el poder desde mucho antes de que se produzca el contacto físico. En el momento en el que una persona piensa en otra en términos de mercado, le está confiriendo una categoría económica. Si un hombre puede comprar a una mujer, puede poseerla"
"Hoy le diría a Marx que la situación social de las mujeres es acorde a la situación delcapital. Estamos siendo compradas sexualmente. En definitiva, lo llaman trabajo por no llamarlo expropiación"
Alicia Díaz
29/06/2019 -

Decía Karl Marx que para transformar una sociedad lo primero que hay que conocer de ella es cómo trabaja. Que trabajamos bajo un sistema económico neoliberal no es nuevo. Que producimos, trabajamos y consumimos bajo el marco de una estructura capitalista, tampoco lo es. Que la prostitución, mercado sexual legitimado y normalizado, quiera imponerse como una forma de trabajo, lo explica todo.

Lo que se pretende normalizando la prostitución es naturalizar una forma de relacionarnos sexual y económicamente; o lo que es lo mismo: establecer un sistema sexual socioeconominizado.

La prostitución es, entonces, una estructura socioeconómica ultraliberal. En la medida en que la sociedad normaliza ciertas prácticas sexuales, termina normalizando sus propias anomalías. En prostitución, pese a que al hombre — en su condición de prostituidor— le corresponde ser el sujeto 'anómalo' por su protagonismo sexual naturalizado, el discurso epocalista, sin embargo, determina que la persona anómala sigue siendo la mujer.

No es casual que hayamos creado la figura de la prostituta como el personaje antagonista; en términos de biopoder se explicaría en tanto en cuanto, las instituciones son las encargadas de normalizar el comportamiento de una parte de la sociedad para controlar a los otros, a los anómalos.

El otro, efectivamente, es la mujer, enfrentada a la alteridad del no ser. La prostitución es una relación asimétrica cimentada en el poder desde mucho antes de que se produzca el contacto físico. En el momento en el que una persona piensa en otra en términos de mercado, le está confiriendo una categoría económica. Si un hombre puede comprar a una mujer, puede poseerla.

Al pertenecerle puede violentarla, despojarla arbitrariamente de su cuerpo, de su mente y de su identidad. Puede comprarla de una forma más sustancial al mero trueque monetario. Se está apropiando de la materialidad corpórea y de su psique; está negando su integridad.





La prostitución está ahí entre nosotros — aunque no la consumamos ni participemos directamente en ella—, configurando una forma de vida que nos resulta ajena, modelando nuestra forma de ser y la manera de relacionarnos con los demás. Si aseguramos que la mujer es la otredad respecto al hombre, estaremos designando la posición que ocupan las mujeres en el mundo. Sería impensable para cualquier democracia reconocer que la única salida para sobrevivir de un hombre pobre fuera la venta de su cuerpo.

No lo es porque no hay mercado sexual en torno a él ya que la prostitución no produce, opera como nicho de la expropiación del cuerpo femenino. Arrebata a la mujer de su dignidad, la ningunea e invierte mediante un contrato sexual.

El contrato sexual existe por razones de supervivencia. Nadie debería pactar su derecho a una vida digna. La mujer, en ese contrato, no negocia; se somete porque otros tienen el poder.

El cuerpo de la mujer opera como puente financiero del poder hegemónico masculino. La legalización de la prostitución, desde un punto de vista social y político, es el resultado de la degradación humana, de su naturaleza y de la ética. No es sexo, es dinero y poder.

Es la renuncia a la emancipación femenina. Es la abdicación a la imposibilidad de libertad sexual. La sexualidad es libre cuando es deseada, no buscada por necesidad. La necesidad nos hace esclavos de nuestras decisiones y de nuestro comportamiento. La alienación, fruto de la necesidad, es una pieza de la cadena en las estructuras verticales de poder consistente en hacer creer al sometido que es libre.

Les obliga a conformarse bajo la resignación de los límites materiales reprimiendo una de las esencias de la naturaleza humana: el anhelo de libertad. Podemos debatir sobre prostitución durante siglos, no vamos a ponernos de acuerdo nunca.
El Estado no puede legislar sobre la subjetividad existencialista en la disputa acerca de la libertad. El Estado tiene que hacer política sobre la realidad social. La realidad social es que millones de mujeres en el mundo están en una situación de desigualdad debido a la pobreza estructural. La realidad es que millones de niñas son compradas con fines de explotación sexual. La realidad es que la única salida de las mujeres pobres es la normalización de la prostitución y ésta jamás debería ser un fin en sí mismo.

Solo por una cuestión de responsabilidad civil y democrática, este debate no sería debate, sino una solución política. La solución no es la prostitución, la prostitución es otro de los problemas de la situación de las mujeres.

Ahora bien, podemos hablar sobre otro tipo de formas de prostitución naturalizadas existentes de manera estructural e institucionalizada pero, teniendo en cuenta el uso taimado del término, sería bastante perverso y cínico no diferenciar ni erradicar la que tiene que ver con el mercado sexual.

Hoy le diría a Marx que la situación social de las mujeres es acorde a la situación del capital. Estamos siendo compradas sexualmente. En definitiva, lo llaman trabajo por no llamarlo expropiación.

Fuente:







La aceptación del porno es resultado de una sociedad acrítica y falsamente revolucionaria


22 de enero de 2018

La aceptación del porno es resultado de una sociedad acrítica y falsamente revolucionaria
Os sugiero mirar el vídeo de Amarna Miller y luego, leed el texto.

Empecemos con algo simple y con el típico pretexto para justificar la existencia de la pornografía.

Haciendo un análisis breve, en un esquema de pensamiento muy sencillo y vacío, siempre encontramos los típicos argumentos como: es trabajo, es cine, es cultura, es una fantasía, es erotismo, es arte y si estás en contra, estás en contra de todo lo anterior.

Por tanto, eres una especie de “moralista reprimido” que merece una reprimenda por intentar suprimir de la sociedad: la híper sexualización de la mujer, la cultura de la violación y de la pederastia. Además de eso, debes entender que es una industria preciosa y maravillosa, que no tiene nada que ver con la cultura patriarcal y que además, los deseos deseos son y no hay que darle más vueltas, porque si los tenemos será por algo y hay que aceptarlos porque lo dice Amarna Miller de forma totalmente desinteresada. No es que ella se dedique a eso.

Empecemos en serio.

¿El porno es cine? La pornografía es cine, obviamente. No lo niego, pero al igual que tampoco niego que el trabajo infantil sea trabajo. Creo que deberíamos dejar de usar la “profesionalización” de ciertas cuestiones para legitimarlas.

Puede ser cine, arte, cultura, erotismo y fantasía y seguiré estando en contra.

Esgrimo un argumento descontextualizado, aunque confunda, para que no nos vayamos por las ramas. No hay que confundir Feminismo Radical con alguna clase de extremismo. No hay ninguna acepción o connotación negativa en el feminismo. Sería como si alguien dijera: “a este no le escuchéis, que es un pacifista extremista”. Radical como acepción de “raíz”.

¿Por qué explico esto?

Porque no hay nada de extremista en estar en contra de la pornografía. Nada.

El análisis feminista no se ubica en lo superficial. No hace un análisis de cómo funciona la industria, cómo funciona un rodaje, cómo trabajan los actores y las actrices y hasta podría decir que me puede llegar a parecer, en cierto modo, interesante.

No odio a las actrices porno, ni a los actores, ni el cine, ni la ficción, ni el arte. No odio, critico, porque una sociedad acrítica es corrupta, manipulable y dócil. Me niego a serlo. Así que a riesgo de ser atacado, la critico, porque si no es un Trabajador Social quien critica a la sociedad ¿quién lo hará? (que pureta me pongo a veces)

La pornografía es una industria que vende sexo. Sin embargo, en un contexto social en que la violencia estructural hacia las mujeres en gran parte es sexual, puede generar contextos en los cuales se banalice la propia o nos podamos encontrar ciertas tipologías de la pornografía, que a mí particularmente me preocupan. Sobre todo en el desarrollo de la sexualidad masculina y su propia socialización.

En un contexto en el cual, desde el punto de vista social, cultural, político, económico y hasta lingüístico, la mujer -como categoría- es sexualizada a temprana edad, es cosificada como tal como una cosa de la que disponer a voluntad en todos los contextos, puede ser comprada solo en la categoría sexual o alquilada en la categoría reproductiva y además, la mujer es objeto pasivo en cualquier relación. No es menos cierto que la industria del porno, al ser un mercado, debe ofertar unos contenidos asociados a la demanda, sino se arruinaría.

En toda la historia, la mujer ha sido objeto de sexualización y cosificación. En todos lugares, desde la novela pre romántica hasta un anuncio de colonia del año 2017. Es innegable el concepto socio cultural de la mujer.

Si esa es la concepción sexual de la mujer, sin duda, nuestros deseos sexuales recorrerán esa socialización y por tanto, nuestra demanda de sexo irá en esa línea.

Si además el modelo de capital nos permite acceder a un recurso industrial ubicado en la compra-venta de sexo, es ese mismo sistema económico que nos permite culminar los deseos sexuales construidos por la sociedad. Es decir, hay un encaje estratégico entre el modelo económico y social.
Al final, no es más que una retroalimentación del sistema. Quieres pornografía hardcore y el mercado te lo dará, porque es rentable. De no serlo probablemente sería perseguido.

¿Cuál es el problema fundamental de la pornografía? Toda la conjunción de lo anterior, aunando la adquirida violencia al sexo. Que el sexo y la violencia son dos paradigmas inseparables se constata observando los niveles de demanda de pornografía, los niveles de demanda de prostitución, las tipologías de pornografía y las exigencias del comprador de prostitución y sus consecuencias derivadas.

Alerta, eliminando la violencia de la pornografía, no eliminas el problema. Te cargas la demanda y la industria. Sin más. El problema sigue en el mismo lugar.

Es una realidad como un templo que la sexualidad masculina está socializada como un ejercicio de dominación, relaciones sexuales autocomplacientes y por tanto, egoístas. Eso que acabo de decir, dudo que alguna mujer me lo pueda negar. Los hombres probablemente sí me lo negarán. Es gracioso verlo.
 
Mujer - Estructuras. Laura Cabrera . 2007


¿Cuál es el papel del hombre y de la mujer en una relación sexual en la pornografía?

Ella tiene un papel de jovencita, alumna despistada, sin voluntad, tonta, híper sexualizada, infantil, virgen pero experimentada (lógica aplastante) y demás. Al final no es más que la máxima representación de la vulnerabilidad y de la voluntad alienada, sería como un “dejarse llevar”. Sin embargo, los hombres son profesores, jueces, policías, bomberos, hombres con traje, fuertes, maduros, experimentados, machos, musculados y demás. Que en realidad, representan la fortaleza y el control.

También hay casos de jerarquías femeninas, pero son completamente estereotipadas, sexualizadas, cosificadas y además, la relación suele iniciarse en un contexto de desaprobación de su liderazgo como si el alumno castigara a su profesora, en el caso de los hombres es al contrario, después de una bronca, él la castiga con sexo.

Lo que quiero decir es que ocupe el espacio que ocupe la mujer, siempre es cosificada y sexualizada. Ya sea porque cumple su rol o porque no lo cumple y puede ser cuestionada. Es evidente que las mujeres en lugares de poder son más cuestionadas y con mucha más frecuencia. Además del comportamiento asociado a la crítica, suele ser más disruptivo, más impulsivo e irracional.
Si una jefa da ventajas a las mujeres de cara a la crianza en el lugar de trabajo, es porque es una feminista radical, que entiende mal el feminismo o simplemente quiere la supremacía hembrista. Sin embargo, si lo hace un hombre es progre, feminista de verdad o como las de antes, porque respeta la maternidad y sus “complicaciones” o porque simplemente entiende las desventajas de la crianza, tiene un carácter empático súper desarrollado impropio de los hombres y una inteligencia emocional que no tienen los demás. Más allá de eso, continuamos con la pornografía.

La relación sexual consta de sexo oral para él media escena, sexo oral para ella lo justo para la penetración y no se trata de placer, sino de enfocarla a ella como grita, llora, se le corre el rimmel y es constantemente golpeada, pisada, escupida, asfixiada, incluso arrastrada por el suelo o colocada de tal forma, que además de doloroso, impide control sobre la relación sexual, que es el mensaje que quiere transmitirse. Yo te follo y tú eres follada, es decir, se construye intencionadamente una relación desigual.

Por no decir que la mayoría de relaciones sexuales son sin condón ni lubricante, vaginal y analmente. Desde aquí se podrían explicar perfectamente las exigencias constantes de los hombres a hacerlo sin preservativo.

Y esto es un vídeo normal y corriente.

Si queréis podemos hablar largo y tendido de la demanda mayoritaria de porno. Porno súper small, que es nada más y nada menos que una escenificación de la pederastia. Una joven de entre 18 y 20 años que finge tener 15 vestida como una de 12, teniendo sexo con su profesor de 40 años porque ella va provocando y él no se ha podido resistir. Y sí, es un problema que a un hombre le atraiga la infancia en cualquier categoría, incluso en una teatralización.

Porno absolutamente racista, hombres blancos teniendo sexo con latinas, negras y siendo vejadas brutalmente, insultadas por su raza y además en contextos de supremacía. Tiene que ver con la concepción colonial y sobre todo con el “exotismo” negro. La híper sexualización de la raza negra es brutal en todos los medios. Ya sea la industria de la moda o en cualquier sector del mercado.

Porno de violación, que consiste en que -en teoría- una mujer escenifica una violación. Y digo “en teoría” porque no en todos los casos es una teatralización, hasta en el porno mainstream encontramos casos de abusos sexuales o violaciones.
De hecho, hay un montón de actrices que dicen haber sido violadas en medio del rodaje, porque el propio director les encomendó a los actores sobrepasarse para que la escena de violación fuera más real. Todo por el arte cinematográfico. Películas porno, por cierto, comercializadas por Brazzers.

Y la nueva moda, porno con embarazadas y gangbang con mujeres que acaban de parir. Este tipo de porno se está haciendo tan común, que antes solo lo encontrabas en la Deep Web, pero ahora lo puedes encontrar en páginas porno a las que te redirige Google.

Por tanto, hay una clara disposición a sexualizar la maternidad, la jerarquía, las razas, los ciclos vitales, los cuerpos, la violencia y la sexualidad de las mujeres, en todos los contextos. Ya sea una empresa, un instituto, una tienda de ropa, un restaurante, en la calle, en un taxi, en un autobús, en una biblioteca y añadiendo el llamado: “morbo” que a veces se usa para legitimar conductas parafílicas muy peligrosas, que en algunos casos –de llevarse a la práctica- tendrían consecuencias penales.

Se sexualiza hasta lo indudablemente criminal. Un grupo de hombres que entran en una vivienda para robar y acaban teniendo sexo con la propietaria, hija y demás. Sin mencionar que en algunos casos hasta el hijo y el marido se unen a la violación.

A veces, parece que usan el código penal para escribir el guion cinematográfico y por cada delito, montan escenas sexuales. El problema es que el sexo siempre se ve desde la categoría de la diversión, el ocio y el disfrute. Al final, nos damos cuenta que la industria del porno no solo pretende fomentar el sexo violento de una manera elefantiásica y al tiempo, manteniendo ese falso epicureísmo, sino con el objetivo de construir fantasías más y más parafílicas para llegar al máximo de demandantes posible, no solo de desarrollar las ya existentes en nuestra mente colmena. Recordad, es una empresa.

Si una violación callejera gusta, tal vez, también guste una violación a través de un secuestro y hasta puede resultar más morboso, que el hijo y el padre entren en ese juego de violencia sexual. Porque ¿a quién no le gustaría violar a su mujer y a su hija en presencia de unos secuestradores? (ironía)

Lo que yo me pregunto es si la socialización y la normalización de las fantasías traen consecuencias, no como origen del problema, sino como una retroalimentación del sistema sexual y normativo.
Hay hombres que me han preguntado qué tiene de malo que les atraiga que sus novias se vistan con ropa escolar, que actúen de alumnas, animadoras o performen una relación casual con una chica que ha perdido el autobús, con promesas de ayudarla, cuando en realidad su objetivo es meramente sexual. Y yo les contestaba que era un reflejo de su predisposición al placer sexual con contenido infantil. A lo que siempre me respondían, generalmente a gritos o a la defensiva: “¡Yo no soy un pedófilo!”.

No, no eres un pedófilo. Simplemente eres un hombre que forma parte de una socialización del sexo igual violencia, que abraza con sus tentáculos cualquier lugar en el que una mujer o una joven estén presentes en nuestro imaginario, sexualizándolo y que además no tienes ni la más mínima intención de modificar tus pautas de deseos. Cuando un deseo sexual no se puede materializar, es porque tenemos pensamientos delictivos o que merman derechos de terceros. Por tanto, ese pensamiento debe ser sustituido o deconstruido, porque de llevarlo a la práctica incurres en un delito y de no practicarlo puede generar cierto nivel de insatisfacción sexual. A esas construcciones sexuales ilegítimas las denominamos: cultura de la pedofilia y de la violación.

El sexo es salud, siempre que su concepción también lo sea.








¿Cómo pensáis que puede influir en su socialización a un chico de 14 años que consume estas tipologías de pornografía respecto a las mujeres?

¿No pensáis que extrapolará alguien a la realidad sus fantasías sexuales?

Si no es un problema de sexualidad y de masculinidad ¿cómo explicamos los datos de acoso, abuso y agresión sexual? El 99’99% de agresores sexuales son hombres.

¿Cómo explicamos que una industria que va a satisfacer los deseos sexuales masculinos, la más rentable del planeta y la que mueve más capital, tenga una demanda masculina y mayoritaria de relaciones sexuales violentas?

¿De verdad alguien piensa que una violación es deseada? ¿Nos damos cuenta que confundimos relaciones deseadas y las indeseadas?

¿Cómo lo explicamos si el problema no somos nosotros y nuestra óptica, enfoque y perspectiva de la sexualidad humana?

La pornografía no es el problema, es la consecuencia de una consecutiva socialización del machismo que difumina la clara línea entre algo deseado e indeseado, entre algo consentido o no consentido, entre la voluntad propia y la voluntad alienada o la ausencia de voluntad. Incluso con la capacidad generacional de consentir.

Pensar que podemos disponer del sexo a nuestro antojo, de las mujeres en diversas categorías sexuales, raciales y prácticas sexuales y de exigir relaciones sexuales violentas con una mirada acrítica y normalizadora, es el problema y forma sin duda una parte sustancial del catálogo de conductas del ideario colectivo de la masculinidad.

Hay algunas personalidades que consideran que el deseo es algo relativo, que no depende de nada más allá de la individualidad o por el contrario, opinan que el deseo es construido socialmente y que por tanto, no está mal. Si Anthony Giddens levantara la cabeza.

Yo no digo que esté mal o bien tener una fantasía o un deseo sexual en el cual eres violado o violador. Lo que digo es que ese deseo nace de un paradigma en el cual influye la normalización del abuso sexual, la cosificación sexual y la violencia mimetizada con el sexo. Todo eso, merma derechos. Me da igual si está bien o mal, esos son conceptos más bien religiosos. Yo hablo del cumplimiento de todos los derechos de forma simultánea y cualquier actividad, que en su naturaleza práctica conculque derechos, no es legítima.

Esas últimas ideas nacen de un modelo social machista, que representadas políticamente pueden entenderse como válidas. Si deseas violar, aunque sea solo un deseo y nunca llegue a materializarse, no es algo bonito, no es algo que debas fomentar, no es algo en lo que uno deba regocijarse, ni utilizar diversas vías de consumo sexual para apaciguar sus impulsos, es un problema para tu sexualidad, tu vida y para la vida de muchas mujeres.

Si legitimamos el deseo de violar, no legitimamos la violación per se, pero sí una lógica opresiva. En realidad, lo único que cambiamos es el contexto, no el ejercicio de violencia. Es una fantasía porque es inmaterial, pero es verosímil.

Lo que se relata en la mente de un hombre que desea violar, es exactamente el mismo sistema de pensamientos de un violador. La diferencia es que no lo lleva a la práctica.
Legitimar el porno de violación, no es legitimar las violaciones, pero sí la lógica de los violadores. Del mismo modo, que el porno de simulación pederasta, no es legitimar la pederastia, pero sí la lógica pederasta. Fundamentalmente porque lo deseas, pero te parece inmoral.

Por tanto, podemos llegar a la lógica de que abusar de una niña de 14 años no es legítimo, pero el deseo de hacerlo sí y por tanto, tienen derecho a cumplir ese deseo.

¿De verdad alguien cree que entrar en la mente de un violador o de un pederasta es sexualmente sano?

No se puede luchar contra un sistema de pensamiento machista si legitimamos ese mismo pensamiento solo en casos en los que no haya peligro. Que además, es relativo ese peligro, porque formas de violación hay muchas y no todas son reconocidas ni penadas.

Con eso no estoy diciendo que tengamos que negarnos a nuestros deseos, porque todos tenemos un desarrollo de la sexualidad viciado por el contexto y no lo estoy criminalizando como si estuviéramos todos locos, solo sugiero una vida sin autocomplacencia, de autocrítica y de cambios que pueden mejorar la vida de muchas personas. Nada más.

Si el sexo es diversión y el sexo violento es legítimo, el sexo violento también es diversión. Por tanto, negarte a él o criticarlo, te convierte en algo así como en un agente antisocial contra la diversión, contra lo que te genera bienestar y te llena como ser humano.

Al final, los que no bajamos la cabeza ante un ideario sexual que tiende a la violencia, somos catalogados de seres no pasionales, sin vida, aburridos, desgastados y sin inteligencia afectivo sexual, que estamos bajo los dogmas de no sé qué creencias religiosas que nos oprimen.

La híper sexualización no es lo contrario a la represión sexual. Son dos formas de dominación.

Cuando domina cualquier ideología de la represión humana, la creencia instalada por la represión de aquello que era catalogado de transgresor o revolucionario es siempre la respuesta al cambio social necesario, es una falacia en sí misma. Ya que ambos bloques ideológicos usan al contrario para deslegitimar cualquier idea que no sea la propia y también para existir.
Al final, el represor te llamará: “libertino” por mirar pornografía y el liberador: “moralista” por criticarla. Dos expresiones de un mismo paradigma que han servido para amortiguarse ideológicamente sin resultados.

La represión sexual y la híper sexualización son cárceles, pero solo la segunda tiene las puertas abiertas, esa es la razón por la que puede parecer liberador. No hay transgresión en desear una violación, es el mismo patriarcado de siempre, con purpurina

Es mucho más complicado explicar por qué la sociedad tiene que recapacitar sobre sus pautas, sus costumbres, sus tradiciones. Repensar las relaciones interpersonales. Reflexionar sobre los límites de la economía, sobre el sexo y el origen de nuestros deseos. Y lo más complicado, casi imposible, hacer autocrítica sin pensar en la autocomplacencia típica del egoísmo más humano.

Lo verdaderamente revolucionario es criticarlo todo con un objetivo a gran escala, que pretenda construir -por seguro- unos pilares sólidos para la reconversión a una sociedad totalmente saludable.

Si hablamos en términos de economía. Una actriz o actor porno, no se pueden comparar con un panadero o con un cocinero de un restaurante de comida rápida, fundamentalmente porque un actor porno es trabajador y también producto. En el caso de un cocinero, es solo trabajador, el producto es la comida. Cosificar una cosa, no es insano.

Si entendemos que una persona puede ser producto de una dinámica empresarial, obligatoriamente estamos cosificando. Es decir, estamos convirtiendo en una “cosa” algo que es un ser humano y lo reconvertimos en un producto. Por tanto, es un trabajo, es cine, incluso puede ser arte, pero las dinámicas de esta rama de la economía evidentemente deshumanizan el trabajo por su naturaleza práctica en el momento en que eres trabajador y producto.

Un trabajo que deshumaniza, que cosifica, que cubre la demanda exclusiva de los deseos violentos de la masculinidad y que pretende exaltar el sexo como un ejercicio de violencia legítima, jamás puede promocionar la igualdad, por tanto ¿porno feminista?

La economía tiene límites y debe tenerlos. Sino caemos en la idea neoliberal de que todo es un producto de consumo, de que todo se puede comprar y vender. Es más difícil explicar los límites de lo que puede ser trabajo y lo que no, que hacer una enmienda a la totalidad hablando de libertad, cuando en realidad lo que se pretende es una cárcel con las puertas abiertas y mucha purpurina para defender el mismo sistema social.

Y recordad: “No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma” (Krishnamurti)

Antoni Miralles Alemany
Trabajador Social y Escritor


http://www.lapandereta.es/porno-resultado-una-sociedad-acritica-falsamente-revolucionaria/








La libertad de las putas


18 de agosto de 2018
La libertad de las putas
Por Anita Botwin



Algunas voces hablan de libertad a la hora de decidir sobre nuestros cuerpos. Normalmente esas voces se centran en hablar sobre nosotras en materia de prostitución, cosificación y pornografía. Muchas de esas voces jamás tendrán que usar sus cuerpos para pagarse un plato de comida. Especialmente porque muchas de esas voces provienen […]
Por Anita Botwin

Algunas voces hablan de libertad a la hora de decidir sobre nuestros cuerpos. Normalmente esas voces se centran en hablar sobre nosotras en materia de prostitución, cosificación y pornografía. Muchas de esas voces jamás tendrán que usar sus cuerpos para pagarse un plato de comida. Especialmente porque muchas de esas voces provienen de hombres blancos, heteros y privilegiados.
No podemos hablar de libertad si existe un intercambio monetario de por medio. ¿Acaso existe libertad en gran parte de los trabajos precarios de este y otros países? No creo que alguien si pudiera elegir estaría currando en un McDonalds voluntariamente, como si de una ONG se tratara. ¡Me encanta el Mcflurry, no me importa trabajar 12 horas como un esclavo, yupi!

Es curioso que podamos verlo más claro y entenderlo cuando se trata de trabajos que compartimos hombres y mujeres y que no tienen que ver con los cuerpos femeninos como moneda de cambio. En los que puedes dar la vuelta a una hamburguesa sin necesidad de que nadie te viole –por muy esclavo que sea el trabajo-.

EL SEXO LE GUSTA A CASI TODO EL MUNDO Y NO POR ELLO TIENES QUE SUFRIR EXPLOTACIÓN PARA DISFRUTARLO

Ellas tienen libertad de elegir, dicen. Una mierda. Ellas prefieren follar a limpiar escaleras, dicen. Ellas, ellas, ellas. Ellas sólo tratan de salir adelante, como la mayor parte de las mujeres de este planeta. ¿Creen que quieren aguantar a cerdos que abusan de ellas en el mejor de los casos? Es que a algunas les gusta el sexo, dicen. Claro, el sexo le gusta a casi todo el mundo y no por ello tienes que sufrir explotación para disfrutarlo.

Es el oficio más antiguo del mundo, dicen otras voces. Claro, por eso precisamente vamos un poco tarde para abolirlo. También las guerras, la tortura, la esclavitud la muerte de miles de personas por hambre son antiguas como la vida misma y no por ello estamos a favor de regularlas.

Es que hay hombres que, pobrecillos, de otra forma nunca podrían follar y sería mucho peor. MUCHO PEOR. Para estas personas la prostitución existe para evitar posibles violaciones. En lugar de no educar en la violación, se da por sentado y ya que existe, vamos a hacer todo lo posible para que los pobres violadores no cometan ningún delito y se desahoguen con mujeres prostituidas. Porque en las mujeres, pobrecillas, las que no se comen un rosco, ¿a quién les importa? Ellas no dan beneficios si no son putas.

La realidad es que este negocio mueve diariamente cerca de 10 millones de euros en nuestro país, unos 3.500 millones al año, que representan un 0,35% del PIB. No es posible que hablemos de libertad cuando se trata de un mercado que mueve tantísimo dinero y en el que la mayor parte de las putas ejercen en contra de su voluntad. ¿Qué libertad es esa?

Es que ya que trabajan, tendrán que luchar por sus derechos y tener sanidad y cotizar. Este suele ser el argumento más escuchado de los y las regulacionistas. Ejemplos como el alemán o el holandés nos hablan de fracaso a la hora de legalizar la prostitución. Sin ir más lejos, la ley de 2002 de Alemania ha hecho que aumenten los grandes prostíbulos y prácticas como la ‘tarifa plana’ de sexo (sexo con varias personas a un precio fijo). Algo así como minutos ilimitados en el móvil. Eso es lo que valemos.

La prostitución no es una salida laboral para las mujeres libres, sino para las mujeres pobres, y regularla no es más que normalizar una opción precaria más en un mercado neoliberal en el que no existen derechos de ningún tipo. La libertad deja de existir en el momento en el que un hombre paga a cambio de un producto –mujer– para someterla y ejercer su poder sobre ella.

Un abuso sexual no se transforma en un empleo por el mero hecho de que se pague una cantidad de dinero. Normalizar la práctica de la prostitución no ayudará en absoluto a construir sociedades libres, igualitarias y por supuesto, feministas.



En
http://kaosenlared.net/la-libertad-de-las-putas/







“Ir de putas” como ritual grupal masculino


“Ir de putas” como ritual grupal masculino

Beatriz Ranea Triviño
Investigadora especializa en prostitución
27/03/2019


Según la Encuesta Nacional de Salud Sexual de 2009 se estima que en el Estado español un 32,1% de los hombres mayores de 16 años han acudido al menos una vez en su vida a la prostitución. Desde ese año no se ha vuelto a encuestar a nivel estatal sobre sobre prácticas sexuales y, por tanto, desconocemos cifras actuales de consumo de prostitución. No obstante, la magnitud de la industria de la prostitución sirve como indicador que muestra que el porcentaje de hombres que acude a la prostitución hoy en día podría ser mayor. Según el propio Ministerio del Interior en 2013 la trata de mujeres con fines de explotación sexual movilizaba unos cinco millones de euros al día (Atencio, 2015), por ello, es necesario plantear que la industria de la prostitución estará invirtiendo esfuerzos en generar demanda; y a su vez el incremento de la demanda de prostitución seguirá alimentando una industria que percibe la explotación sexual como un negocio altamente rentable. Además, la demanda de prostitución no es sólo autóctona sino que, en distintas webs internacionales España ocupa uno de los puestos principales como destino preferido de turismo sexual.

De toda la demanda, es difícil saber cuántos hombres acuden en grupo a la prostitución, pero los estudios al respecto nos permiten afirmar que en muchas ocasiones es el grupo, o algún referente masculino, quienes actúan como elementos “facilitadores” del acceso a los espacios de prostitución por primera vez. Este hecho se convierte en un ritual grupal de iniciación que genera lazos masculinos a través de compartir experiencias y prácticas de instrumentalización y subordinación de las mujeres.

En la actualidad, el elemento grupal es especialmente significativo entre los hombres jóvenes que normalizan la prostitución como una opción de ocio masculino. Incluso siendo menores de edad nos encontramos con grupos de chavales que acuden a pisos de prostitución o calles, porque en los clubes de alterne aún no les permiten entrar. Se banaliza el consumo de prostitución mientras se busca reproducir un imaginario sociosexual aprendido de la pornografía hegemónica a la que acceden también siendo cada vez más pequeños.

Una vez que un hombre se ha iniciado en el consumo de prostitución es factible que siga acudiendo a la prostitución en grupo y/o en solitario. Si nos centramos en el ritual grupal, hay muchos motivos o excusas que hacen surgir la prostitución entre diferentes grupos de hombres: con relativa frecuencia un hombre propone ¡Vámonos de putas!, y lo más probable es que no se encuentre con oposición por parte de los individuos que conforman el grupo. También es habitual la celebración de despedidas de soltero en clubes de alterne. Incluso previo a la celebración de la “despedida”, en los grupos de Whatsapp se harán bromas sobre “ir de putas” sin que ninguno de los integrantes del grupo critique estas actitudes: algunos jalean la propuesta, otros se ríen y otros guardan silencio.


Hay más ejemplos que motivan este ritual grupal masculino
 como: terminar las cenas de empresa
; cerrar un pacto empresarial o político en el prostíbulo; ir a burdeles tras un Congreso internacional científico o tecnológico; continuar o acabar una noche de fiesta; o simplemente acudir con el grupo de colegas para desconectar de lo que catalogan como “complicadas” relaciones con las mujeres fuera de los espacios de prostitución.

Historias y anécdotas masculinas en contextos de prostitución hay muchísimas que no suelen ser compartidas con mujeres. Para ilustrar el grado de confraternización masculina que se produce en los clubes de alterne comparto una de las muchas historias que he ido encontrando en estos años de estudio de la demanda de prostitución*: en un club de alterne en el que se encontraban arriba las habitaciones, una noche mientras baja las escaleras un hombre se cruza con su yerno (el compañero afectivo-sexual de su hija) que sube esas mistas escaleras. Suegro y yerno se miran sin sorpresa y uno le dice al otro mientras le toca el hombre: “lo que ocurre aquí, se queda aquí”.

En este sentido, los contextos de prostitución se constituyen como espacios masculinos y masculinizantes donde la fratría no es interpelada, sino que se mueve de forma cómoda. Es decir, son refugios de la masculinidad hegemónica como explica Beatriz Gimeno. Estos espacios se rigen por un principio claro de exclusión y segregación: son espacios para hombres en los que las mujeres solo pueden aparecer con un carácter marcadamente instrumental, para cubrir deseos masculinos. Estos deseos que tendrán un carácter sexual, siendo su concepción del sexo claramente patriarcal, heteronormativa, androcéntrica y falonarcista -que diría Bourdieu-; pero también pueden proyectar sobre las mujeres en prostitución otros deseos como ser escuchado, ser complacido o agradado de distintas maneras. En el imaginario colectivo muchas veces aparece el estereotipo del “pobre hombre” que acude a la prostitución porque no le queda otra o porque “necesita” hablar. Estas representaciones patriarcales se cimientan sobre la idea de que las mujeres han de satisfacer los deseos de los hombres sin reciprocidad, es decir, la vida de las mujeres no tiene la misma importancia y ellas han de presentarse como buenas oyentes del hombre sin desestabilizar la relación jerárquica porque, por contrapartida, ellos no desean escuchar a las mujeres en prostitución. De hecho, si ellas muestran su humanidad, la relación de prostitución (que implica deshumanización del putero hacia la prostituta) se quiebra para ellos. Son espacios donde los puteros son sujetos y las mujeres aparecen representadas únicamente como cuerpo-objeto: ellos pagan por el acceso a su corporeidad y por la performance de hiperfeminidad que ellas representan.

Así, se buscan espacios masculinos y masculinizantes como los contextos de prostitución, o también, las comunidades virtuales que generan en algunos foros. Es decir, la práctica de consumir prostitución adquiere un carácter colectivo no sólo cuando se acude a los espacios de prostitución acompañado de otros hombres; sino también cuando se narra la experiencia con otros hombres ya sea en persona o en foros de internet.

El carácter grupal en estos contextos puede derivar en que cada uno elija a una o varias mujeres y vaya con ella/s a la habitación; o que entre varios hombres se elija a una prostituta y suban con ella a la habitación. Toda esta performance grupal tiene el carácter expresivo al que se refiere Rita Laura Segato en su libro “La guerra contra las mujeres” (2016) cuando aborda la cuestión de la violencia sexual en grupo. El cuerpo-objeto de las mujeres no es más que un instrumento para que los hombres se comuniquen entre ellos expresando su masculinidad. Es decir, se busca el reconocimiento del estatus de masculinidad (hegemónica) de los unos a los otros. Están agrediendo sexualmente a una mujer entre varios hombres porque el deseo sexual y la excitación se produce mediante la agresión colectiva y los cuerpos violentados de las mujeres son significados como elemento para reforzar el vínculo grupal masculino.




Además, tenemos que reflexionar acerca de las representaciones masculinas de lo que es una prostituta: muchos hombres identifican a la prostituta como aquella a la que es legítimo violar y agredir tanto física como verbalmente. Cuando nos acercamos a los espacios es frecuente que las mujeres en prostitución expresen que muchos hombres cuando pagan se sientan con el derecho incluso de agredirlas y de imponer prácticas sexuales que ellas en un principio habían dejado claro que no iban a realizar.  Hace unos meses, un grupo de hombres identificados en los medios de comunicación como “La manada de Murcia” justificaron y legitimaron una agresión sexual a una mujer en prostitución justamente por esto: porque ella era prostituta. La prostituta es imaginada por ellos como un deshecho (y la sociedad contribuye a reforzar este imaginario estigmatizante), un cuerpo-objeto para uso y abuso por parte de los hombres. Esta es una más de las ficciones que se construyen los agresores sexuales para no reconocerse como agresores: desde que las mujeres consienten la agresión, pasando porque las mujeres disfrutan las violaciones, hasta afirmar que hay mujeres que pueden ser violadas porque son prostitutas. La masculinidad hegemónica se sostiene sobre diversas ficciones que legitiman y justifican la violencia contra las mujeres.

Es por esto, entre otras razones, por lo que la prostitución se encuentra en la encrucijada entre la violencia sexual y las lógicas neoliberales y consumistas. Sobre la violencia sexual: los hombres de forma individual o en grupo consiguen acceder al cuerpo de mujeres que no les desean, algo que fuera de la prostitución se consigue mediante la violencia o la intimidación. Por otro lado, las lógicas neoliberales –que tanto han colonizado el imaginario colectivo- nos presentan todo objeto, persona o relación, como mercantilizable; y las lógicas consumistas refuerzan la idea de que los cuerpos de las mujeres pueden ser representados como bienes intercambiables (sin subjetividad) en un mercado que satisface los deseos masculinos con inmediatez y ofreciendo una amplia gama de “productos” entre los que elegir.

Por todo esto, la masculinidad hegemónica y su carácter grupal pueden ser catalogados como un problema social que ha de ser abordado con urgencia; un problema que forma parte y sostiene la estructura patriarcal. Es probable que al afirmar esto, alguno esté pensando contestarme un not all men, “no todos los hombres”. Aquellos que no se identifican con este modelo de masculinidad no necesito/necesitamos que nos señalen que ellos no realizan estas prácticas (quizá a la espera de un aplauso o un agradecimiento por no agredir a las mujeres) sino que necesitamos que sean capaces de interpelar a sus iguales. Necesitamos hombres disidentes del patriarcado que interpelen al resto de hombres que ejecuta y reproduce el terror sexual dentro y fuera de los espacios de prostitución.

Bibliografía
Atencio, Graciela (2015): “La cultura putera mata mujeres en España” en Feminicidio: el asesinato de mujeres por ser mujeres. Madrid: La Catarata.
Bourdieu, Pierre (2000): La dominación masculina. Madrid: Anagrama.
CIS (2009): Encuesta Nacional de Salud Sexual. Madrid: CIS.
Gimeno, Beatriz (2012): La prostitución. Aportaciones para un debate abierto. Barcelona: Bellaterra.
Segato, Rita Laura (2016) La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de sueños.

Fuente