sábado, 23 de julio de 2016

La izquierda equivoca el rumbo en el tema de la prostitución

La izquierda equivoca el rumbo en el tema de la prostitución

por Jonah Mix

Traducción del inglés: Atenea Acevedo

Texto original: http://logosjournal.com/2016/mix/






En agosto de 2015 hubo una reunión de delegados de diversas representaciones de Amnistía Internacional en Dublín a fin de fijar su política oficial sobre la prostitución. En la resolución derivada de dicho encuentro, la ONG defensora de los derechos humanos expone su plan para “formular una política que apoye la despenalización integral de todos los aspectos del trabajo sexual consensuado”.[1] Además, la política hace un “llamado a los Estados a garantizar la protección plena e igualitaria de los trabajadores sexuales frente a la explotación, la trata y la violencia”.[2]

​La decisión de respaldar la despenalización contó, en gran medida, con el apoyo de amplios movimientos de izquierda, liberales y progresistas en los Estados Unidos, aunque muchas feministas expresaron abiertamente su oposición. En las semanas previas al encuentro de los delegados más de cuatrocientos colectivos de mujeres y activistas a título personal firmaron una carta abierta que condena la organización en torno a esta postura y exhorta a la adopción de lo que las feministas denominan el modelo nórdico.[3]

El modelo nórdico es una aproximación general a la ley reguladora de la prostitución adoptada inicialmente en Suecia en 1999. Según este sistema, también conocido como el enfoque para “poner fin a la demanda”, la venta de sexo sigue siendo legal, pero se penaliza la compra de sexo.
[4] No es fácil dar seguimiento a las industrias ilegales con precisión impoluta; sin embargo, las evidencias indican que el enfoque sueco ha logrado disminuir las dimensiones de la industria del sexo en el país, incrementar el estigma social contra quienes compran sexo y contrarrestar la expansión del crimen organizado y la trata de personas.[5] Desde entonces, otros países han instituido leyes reguladoras de la prostitución inspiradas en el modelo nórdico, como Noruega, Francia, Canadá y, en fechas más recientes, Irlanda del Norte.[6]

A pesar de gozar de un éxito medible, el modelo nórdico ha sido rechazado por la mayoría de quienes conforman el movimiento de izquierda en los Estados Unidos y prefieren el modelo de la despenalización.

La revista Jacobin, por ejemplo, ha publicado constantemente ataques contra quienes defienden el modelo nórdico,[7] al parecer sin darse cuenta de su sorprendente escisión de generaciones previas de marxistas que consideraban la prostitución como una reprobable expresión de la explotación capitalista.[8] Muchas instituciones de izquierda o liberales también se han sumado a las filas a favor de la despenalización. Especial mención merece The Economist, cuya impresionante producción de artículos a favor de la prostitución bien puede ser un curso para principiantes sobre los argumentos más comunes de la izquierda contemporánea.[9]

Zhang Haiying

De entre tantos argumentos a favor, tres se han convertido en los más populares: que las mujeres prostituidas desean la despenalización; que la despenalización da empleo, y que la despenalización permite que las mujeres prostituidas exijan derechos laborales. Por desgracia, los tres argumentos fracasan en el intento de justificar la prostitución desde una postura de izquierda. Acaso más importante aún sea el hecho de que estos argumentos contienen preocupantes implicaciones para otras posturas establecidas en la izquierda. Espero que este artículo arroje luz sobre tales contradicciones y que éstas se resuelvan a favor del abolicionismo y no a favor del alejamiento de una postura política de izquierda.

Quienes apoyan la prostitución desde la izquierda suelen contextualizar su postura en términos de “prestar atención a las trabajadoras sexuales”, implicando así que todas las mujeres prostituidas desean la despenalización.[10] No obstante, es obvio que las mujeres prostituidas no constituyen una entidad monolítica donde existe una sola opinión. Muchas mujeres, actualmente prostituidas o prostituidas en el pasado, se oponen a que se legalice o despenalice la prostitución.[11] Hace poco entrevisté a Chelsea, una mujer prostituida en uno de los muchos burdeles legales de Nueva Zelanda. “Los burdeles siguen funcionando igual que cuando eran ilegales”, dijo. “Tenemos lo peor de ambos mundos”.[12]

Según Chelsea, la despenalización fracasó estrepitosamente. Rara vez se cumplen las leyes que obligan al uso de preservativos y las mujeres que se niegan a permitir que los hombres eyaculen sobre o dentro de sus cuerpos tienen dificultades para encontrar prostituidores. Si un hombre hostiga, violenta o viola a una mujer, los proxenetas pueden negarse a revelar el nombre del delincuente, con lo cual imposibilitan la persecución del delito. Chelsea apoya el modelo nórdico: “Si tuviéramos el modelo nórdico, yo podría llamar a la policía en cuanto me pagaran, antes de que me violaran. En el marco de la despenalización, si llamo a la policía me dicen ‘¿Recibiste el dinero?’ Si respondo que sí me dicen ‘Listo, fue consensuado’”. Su perspectiva no es la única entre las mujeres prostituidas; sin embargo, es una voz que la izquierda, por lo general, rehúsa oír.

Además, tradicionalmente la izquierda ha abrazado la noción de que el debate en la opinión pública, lejos de funcionar como un “mercado de ideas” libre y equitativo, tiende a reflejar y reforzar la ideología del poder. Quienes tienen mayor probabilidad de alinearse con la narrativa dominante obtienen mayor acceso a métodos de expresión consagrados por la cultura. Tal vez las indígenas traumatizadas de Dakota del Sur que son prostituidas en los campos petroleros y las mujeres blancas de clase media que son prostituidas con el engañoso nombre de “escorts” o “acompañantes” sean igualmente capaces de transmitir sus experiencias personales en la industria de la prostitución, pero argumentar que la infraestructura mediática presentará dichas experiencias de manera equitativa al público es ingenuo y, además, contraviene el análisis tradicional de la izquierda. Dentro de un sistema que privilegia las voces con mayor probabilidad de validar al poder, “prestar atención a las trabajadoras sexuales” suele significar que se aceptan, sin la menor crítica, las declaraciones públicas de una pequeña minoría de las mujeres prostituidas, con toda probabilidad mujeres blancas, de clase media, jóvenes y con cuerpos funcionales.

Aun cuando pudiéramos reunir con objetividad las opiniones de todas y cada una de las mujeres prostituidas, quedaría un asunto sin resolver: Muchos, si no es que todos los sistemas de explotación a los que la izquierda se opone de manera unánime serían reivindicados por los propios explotados si se hiciera una consulta popular. Por ejemplo, el Partido Republicano, cada vez más conservador, goza del decidido apoyo de la clase trabajadora blanca en los Estados Unidos,[13] en tanto la mayoría de los estadounidenses en general expresa una opinión positiva sobre el capitalismo.[14] Aun así, unos cuantos o acaso ningún izquierdista diría que esas tendencias generales en la opinión pública son razón suficiente para dejar de apoyar el socialismo para alinearse mejor con las demandas autoproclamadas por el proletariado en cuestión de política pública. Tampoco se acusa rutinariamente a los izquierdistas de acallar, desdeñar o traicionar de cualquier forma a la clase trabajadora en su defensa del socialismo, a pesar de que muchos miembros de esa misma clase trabajadora están convencidos de que el socialismo es una ideología peligrosa y destructiva.


Hace mucho que la izquierda, siguiendo a Marx, comprende que la visión que cada ser humano tiene del mundo está moldeada por la ideología dominante, misma que se desarrolla en relación con estructuras específicas de poder dentro de la sociedad.[15] No sorprende que quienes conforman los cimientos de un sistema de explotación económica y política lleguen a desarrollar una conciencia social que maquilla, desconoce o incluso valida tales sistemas.

Si bien la problemática de la “falsa conciencia” y la raíz de las nociones sociales constituye un complejo tema que escapa al objetivo del presente ensayo, vale la pena contrastar la postura general de la izquierda frente al capitalismo con su defensa específica de la prostitución.

“Escuchemos a los trabajadores” no es el lema popular de los anticapitalistas, seguro porque la mayoría de los anticapitalistas saben que una ideología política conformada exclusivamente por la suma de expresiones individuales de los trabajadores conllevaría una fuerte influencia conservadora o neoliberal contraria a la postura de la izquierda. La primacía de la autodeclaración como base de una teoría política es ampliamente rechazada en todos los casos, excepto en la prostitución, donde resulta que la ideología dominante reflejada en esas expresiones individuales coincide con la postura predeterminada de muchos izquierdistas que ansían una sólida "industria del sexo".

La izquierda, en tanto ideología, es incompatible con la idea de que las demandas autodeclaradas de política pública son el único fundamento aceptable para definirse políticamente. Muchas de las leyes universalmente vistas como conquistas dentro de la izquierda (por ejemplo, la legislación contra la mano de obra infantil y la creación del salario mínimo) ni siquiera son temas en los que toda la clase trabajadora esté de acuerdo en los Estados Unidos. Es común que los trabajadores no calificados acepten empleos a cambio de salarios menores al mínimo legal por desesperación y que haya familias en tal situación de pobreza que mandar a sus hijos a trabajar se convierte en una decisión por necesidad. Nadie duda que los izquierdistas no “prestarían atención” a los niños que trabajan y los adultos que trabajan por cinco dólares la hora si a estos trabajadores se les ocurriera solicitar la legalización de esa forma de “empleo”. Sin embargo, es evidente que los argumentos planteados desde la izquierda para despenalizar la prostitución no serían esgrimidos para despenalizar esas otras prácticas.

Esos argumentos que defienden la prostitución están plagados de implicaciones no deseadas en lo que respecta a otras industrias explotadoras. Por ejemplo, muchas personas de izquierda afirman que, sin la despenalización, las mujeres prostituidas no pueden exigir prestaciones de salud y otros derechos laborales. No obstante, igual sucede con quienes trabajan ilegalmente por menos del salario mínimo. 
Si bien la Ley de Normas Laborales Justas[16] está técnicamente diseñada para permitir a toda persona trabajadora la solicitud de una remuneración y pago por horas extra, quienes trabajan fuera del circuito legal (especialmente inmigrantes, adultos jóvenes y la denominada “mano de obra no calificada”) casi siempre carecen de la capacidad de exigir estas prestaciones debido a su ambigua situación legal.

En respuesta, podría decirse que reducir o abolir el salario mínimo permitiría a estas personas salir de la clandestinidad y exigir derechos en el marco de la Ley de Normas Laborales Justas, tal como se dice que la despenalización de la prostitución funcionaría. Pero muy pocos izquierdistas dirían que abolir el salario mínimo es una medida aceptable para garantizar la seguridad de los trabajadores, aun cuando la eliminación de las leyes salariales les permitiera exigir derechos hoy reservados a otras personas.

De igual modo, desde la izquierda se dice que una legislación que castigue a los prostituidores arrebatará el sustento a las mujeres prostituidas y podría, según versiones extremistas, lanzarlas a la indigencia, la hambruna y la muerte. Ante todo, hay que señalar que esta postura parece contradecir la noción izquierdista igualmente popular de que la prostitución es mayormente una decisión voluntaria de una mujer, tomada sin coerción ni desesperación. Al vincular la abolición con el hambre y la muerte, quienes defienden la despenalización reconocer de manera implícita que “trabajar” en la industria del sexo suele ser la última frontera que separa a una mujer de la miseria. Esta objeción tampoco consigue coincidir con la afirmación común en la izquierda de que las leyes orientadas a controlar la prostitución son ineficaces, pues su capacidad de evitar el empleo de las mujeres sería prueba de la reducción exitosa de la industria del sexo.

Contradicciones aparte, rara vez la izquierda ha apoyado la existencia de otras industrias solo porque abolirlas pudiera causar pobreza o pérdida de empleo. Por ejemplo, una investigación dentro de la empresa Tennesse Timber and Lumber que data de 2013 reveló que un niño de 14 años operaba con regularidad una sierra de mesa de trabajo.[17] La reacción jurídica (multar al empleador y demandar el cese inmediato de esta peligrosa tarea) refleja el enfoque del modelo nórdico y, en términos generales, coincide con la postura izquierdista frente a la mano de obra infantil.

En casos así sería sumamente improbable que los anticapitalistas exigieran que se permitiera la continuidad de la mano de obra infantil para evitar la pobreza del menor o su familia. La izquierda tampoco ha problematizado la exigencia de abolir la denominada mano de obra esclava en talleres del Tercer Mundo, a pesar de que el cierre de este tipo de fábricas suele causar el desempleo y la pobreza de los trabajadores. De hecho, es difícil pensar en una sola industria, con excepción de la dedicada a la explotación sexual, que la izquierda haya defendido exclusivamente con el argumento de garantizar el empleo estable dentro del capitalismo. Esta táctica es mucho más común entre capitalistas conservadores que gustan de esgrimir el argumento de “la creación de empleo” para manifestarse en contra de la intervención y la normatividad de los gobiernos.


Un ejemplo más extremista de este doble rasero es la opinión de la izquierda frente al tráfico ilegal de órganos. Como reportó la BBC en octubre de 2013, hay una creciente tendencia entre los trabajadores del Tercer Mundo a recurrir a la venta de órganos para pagar microfinanciamientos.[18] 

Recientemente, los noticiarios turcos informaron del arresto de un empresario israelí acusado de organizar la extracción y venta de órganos de refugiados sirios.[19] En la superficie, la venta de órganos humanos cumple los criterios para favorecer la despenalización según la izquierda: actualmente es ilegal, es decir, las normas laborales y de salud no son aplicables, y actualmente hay personas que participan del tráfico que sufrirían privaciones económicas si se aprobara la legislación que las incapacitara para vender sus órganos. Así, la despenalización permitiría un ejercicio más consistente de los derechos laborales y garantizaría el beneficio económico de quienes formaran parte de las transacciones. Resulta extraño, pues, que una publicación como Jacobin no haya señalado aún a quienes se oponen a legalizar la extracción de órganos como paternalistas o retrógradas que niegan a los refugiados sirios la autonomía sobre sus propios cuerpos.

Hagamos el sarcasmo a un lado. Es innegable que el apoyo a la despenalización se deriva hasta cierto punto de la legítima convicción de un beneficio efímero para las mujeres prostituidas. Sin embargo, más allá de que así sea o no, los izquierdistas que llaman al apercibimiento legal como método para mitigar los daños respaldan una lógica peligrosa: que los sistemas opresivos deben mantenerse solo porque los oprimidos dependen de ellos para su supervivencia. En otros casos, la incapacidad de los trabajadores para sobrevivir sin entrar en una relación salarial se presenta como evidencia de un sistema inherentemente explotador. Los izquierdistas suelen considerar al trabajo asalariado como opresivo en sí mismo, en específico porque se trata de un sistema que no ofrece otras alternativas de supervivencia. No está claro, pues, por qué la izquierda invierte esa misma lógica para determinar que el valor ético de la prostitución como industria se deriva de manera directa y no inversa de la necesidad que orilla a las “trabajadoras”.

Quienes declaran públicamente creer en el fin de la opresión y la explotación deberían de ponderar las implicaciones de negarse a actuar en contra de un sistema porque la supervivencia de demasiados individuos dentro de dicho sistema depende de su continuidad.
Según esa lógica, la izquierda tendría menos probabilidades de pronunciarse por la abolición de un sistema cuanto más se profundizara su capacidad de explotación. Es probable que muchos sistemas históricos que hoy son objeto de condena universal, desde la esclavitud previa a la Guerra de Secesión hasta las terribles fábricas de camisas del período entre ese conflicto armado y la Primera Guerra Mundial, hubiesen evitado los cuestionamientos si los activistas de la época hubieran adoptado este esquema de reducción de daños. No cabe duda que muchas de las objeciones que plantea la izquierda, como decir que eliminar la prostitución dejará a las mujeres en condiciones aún peores o que el problema de fondo no es el sistema, sino la violencia ejercida contra determinadas mujeres prostituidas, resultan odiosamente parecidas a las objeciones de los dueños de esclavos en el sur y los moderados del norte en los momentos más candentes del movimiento abolicionista en los Estados Unidos.

Sin duda, estos argumentos reflejan el deseo personal de muchas mujeres prostituidas (las “trabajadoras sexuales” a las que los defensores de la despenalización se jactan de escuchar), que se concentran en la supervivencia en el plazo inmediato y sacrifican el cambio social de largo aliento. Esta postura no es producto de la tontería, la irreflexión o la falta de valor moral.
Es, más bien, consecuencia de las condiciones concretas de un sistema opresivo que aprovecha la desesperación y la transforma en una mayor participación activa en los mecanismos de explotación. El capitalismo siempre ha dependido de la negociación faustiana al diseñar sus políticas con base en las acotadas demandas de los individuos para después cargarlos con la culpa cuando no consiguen trascender su condición. El papel tradicional de la izquierda ha consistido en dar la vuelta a estas limitantes individuales mediante la confrontación organizada del poder, no en simplemente atenuar sus efectos más devastadores. Si la izquierda creyera en la capacidad de las decisiones individuales de los poderosos o los oprimidos de cohesionarse espontáneamente para propiciar el cambio social positivo, no hablaríamos de izquierdistas, sino de liberales.

Para ser claro: el objetivo de enfatizar la contradicción de estas normas no es afirmar que la prostitución es, en términos generales, comparable al trabajo fuera del circuito legal en restaurantes, la mano de obra infantil, el tráfico de órganos o el capitalismo en general. Se trata, más bien, de demostrar que adherirse a posturas autodeclaradas de política pública, como la ampliación de las normas laborales, la garantía del empleo e incluso la mitigación de los daños en el corto plazo, no constituye en sí misma una razón convincente para que la izquierda apoye la prostitución; además, el propósito es evidenciar que la lógica subyacente a dichos argumentos se reduce de inmediato a la defensa del capitalismo libertario. Dicho de otro modo, este argumento peca de fracasar o de excesivo éxito, pues no solo justifica la prostitución, sino otras posturas que la izquierda no puede sostener sin comprometer su congruencia ideológica. Tengo pues la esperanza de que quienes adviertan esta contradicción la resuelvan con una clara orientación hacia el abolicionismo, en lugar de alejarse cada vez más de una sólida y eficaz política de izquierda.


 Notas
 [1] https://www.amnesty.org/en/latest/news/2015/08/global-movement-votes-to-adopt-policy-to-protect-human-rights-of-sex-workers/
[2] Ibíd.
[3] http://catwinternational.org/Content/Images/Article/617/attachment.pdf
[4] http://www.government.se/articles/2011/03/legislation-on-the-purchase-of-sexual-services/
[5] http://www.government.se/contentassets/3f21caa844a14c1fbf5884c21b3e0c6e/press-releases-20062010—cristina-husmark-pehrsson
[6] http://www.niassembly.gov.uk/assembly-business/legislation/current-non-executive-bill-proposals/human-trafficking-and-exploitation-further-provisions-and-support-for-victims-bill-/human-trafficking-and-exploitation-further-provisions-and-support-for-victims-bill-/
[7] https://www.jacobinmag.com/2013/08/prostitution-law-and-the-death-of-whores/
[8] Pensemos, por ejemplo, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels, que puede leerse aquí: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/el_origen_de_la_familia.pdf. Lenin, Mao, Castro y otras figuras del marxismo-leninismo también se mostraron inflexibles en su oposición a la prostitución por distintas razones.
[9] Muchos de estos artículos pueden consultarse aquí: http://www.economist.com/topics/prostitution.
[10] Hay un ejemplo de este enfoque en: http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/aug/03/prostitution-sex-workers-amnesty-meryl-streep-lena-dunham Y aquí la réplica de Helen Lewis en el mismo diario: http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/aug/09/listen-to-sex-workers-but-which-ones.
[11] Entre los colectivos de mujeres anteriormente prostituidas y organizadas en favor del modelo nórdico se encuentran, entre muchas otras, SPACE (Survivors of Prostitution-Abuse Calling for Enlightenment) o EVE (antes Exploited Voices Now Educating).
[12] Estas declaraciones de Chelsea fueron tomadas de una serie de entrevistas realizadas por correo-e en agosto de 2015. Tuve contacto inicial con ella el año pasado mediante diversos grupos abolicionistas, donde pude confirmar su historia con la información que me brindó sobre el tiempo que pasó en burdeles de Nueva Zelanda.
[13] http://www.people-press.org/2012/04/17/section-1-general-election-preferences/
[14] http://www.gallup.com/poll/158978/democrats-republicans-diverge-capitalism-federal-gov.aspx
[15] La mejor síntesis de la postura de Marx en cuanto al papel de las condiciones materiales para generar una ideología se encuentra en el prefacio a la obra Contribución a la crítica de la economía política.
[16] http://www.dol.gov/whd/flsa/
[17] http://www.dol.gov/whd/media/press/whdpressVB3.asp?pressdoc=Southeast/20130320_2.xml
[18] http://www.bbc.com/news/world-asia-24128096
Fuente

http://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/la-izquierda-equivoca-el-rumbo-en-el-tema-de-la-prostitucion




domingo, 10 de julio de 2016

Sexo sin mercado: La prostitución desde el punto de vista de la educación

Sexo sin mercado: La prostitución desde el punto de vista de la educación
10 diciembre, 2012 •
Enrique Javier Díez Gutiérrez.
Profesor de la Universidad de León y Coordinador del Área Federal de Educación de IU.

La primera causa para ejercer la prostitución es la situación de pobreza que soportan las mujeres en todo el mundo. La crisis-saqueo actual y la pobreza alimentan la prostitución. Según la ONU, de los 1.500 millones de personas que viven con un dólar o menos al día la mayoría son mujeres. Y, lo que es peor, la brecha que separa a hombres y mujeres no ha hecho más que aumentar en el último decenio. Es lo que se conoce como feminización de la pobreza.

En los países del sur, pues, las mujeres son carne de cañón para las organizaciones dedicadas al tráfico de personas (segunda causa de la prostitución), uno de los mayores negocios del mundo que, junto con el de las drogas y el de las armas, generan beneficios astronómicos. Se calcula que anualmente son traficados entre 800.000 y 1,2 millones de seres humanos, de los que el 80 por ciento son mujeres cuyo destino son las carreteras, calles, pisos y puticlubs de los países desarrollados, donde ejercerán de esclavas sexuales de varones occidentales, ya sean ejecutivos agresivos, trabajadores quejosos de ser oprimidos por la patronal, “respetables” padres de familia, niñatos que celebran su fin de curso, curas o solteros a quienes les parece menos complicado eso que establecer una relación con una mujer de igual a igual porque, en este caso, están obligados a satisfacerla sexualmente…

Angel Soto con una prostituta. Picasso


La trata de personas, pues, es consecuencia de la demanda de prostitución de los países ricos; los prostituidores o puteros -que no clientes- son la tercera causa de esta lacra. Se calcula que en España entre un 27 y un 39 por ciento de varones ha recurrido al menos una vez en su vida a la prostitución. Es decir que por lo menos uno de cada cuatro españoles ha sido alguna vez cómplice de este opresivo sistema.

La prostitución no es el “oficio” más antiguo del mundo, es la explotación, la esclavitud y la violencia de género más antigua que los hombres hemos inventado para someter y mantener a las mujeres a su disposición sexual.

Si convertimos esta violencia en una profesión como otra cualquiera para las mujeres. ¿Cómo podremos educar para la igualdad en una sociedad donde las chicas sabrán que su futuro puede ser prostitutas, viendo a otras exhibirse en escaparates al estilo del barrio rojo de Holanda, y los chicos sabrán que puede usarlas para su disfrute sexual si tienen el suficiente dinero para pagar por ello?

La prostitución es una forma brutal de violencia de género

La prostitución es una forma de explotación que debe ser abolida y no una profesión que hay que reglamentar porque es violencia de género: «lo que las mujeres prostituidas tienen que soportar equivale a lo que en otros contextos correspondería a la definición aceptada de acoso y abuso sexual. 

¿El hecho de que se pague una cantidad de dinero puede transformar ese abuso en un «empleo»?, al que se le quiere dar el nombre de “trabajo sexual comercial”.

Regular la prostitución legitima implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un sistema de subordinación y dominación de las mujeres, anulando la labor de varios decenios para mejorar la lucha por la igualdad de las mujeres.

Al legitimarla se convierte en un soporte del control patriarcal y de la sujeción sexual de las mujeres, con un efecto negativo no solamente sobre las mujeres y las niñas que están en la prostitución, sino sobre el conjunto de las mujeres como grupo, ya que la prostitución confirma y consolida las definiciones patriarcales de las mujeres, cuya función sería la de estar al servicio sexual de los hombres.

Si reglamentamos la prostitución, integrándola en la economía de mercado, estamos diciendo que esto es una alternativa aceptable para las mujeres y, por tanto, si es aceptable, no es necesario remover las causas, ni las condiciones sociales que posibilitan y determinan a las mujeres a ser prostituidas. A través de este proceso, se refuerza la normalización de la prostitución como una «opción para las pobres».

Es esta “normalización” la que quiero analizar, pues a través de la normalización es como se construyen los modos de ser y estar en el mundo que se acaban considerando cuasi-inamovibles.


La socialización en la “normalización” de la prostitución

No es difícil encontrar por la calle vallas publicitarias u octavillas en el parabrisas de los coches con un anuncio de un local de prostitución, eufemísticamente denominado “club de alterne”, donde la imagen estereotipada de una mujer se ofrece como reclamo.

Una imagen que no responde a un modelo habitual de mujer, sino que se presenta con una silueta que responde a lo que supuestamente son los deseos y proyecciones sexuales de los hombres: melena espesa, cintura tan estrecha que se quiebra, caderas amplias, piernas largas, zapatos de tacón de aguja que se distinguen claramente, pechos exuberantes y alzados, que se remarcan, para que no haya duda sobre la edad, joven casi adolescente.

El problema es que estos anuncios, que inundan nuestra mirada han “normalizado” una imagen de la mujer como posible objeto sexual al servicio de los hombres. Y la han normalizado hasta el punto de que se transfiere a otros ámbitos y espacios con absoluta “normalidad” y reaccionando con escándalo cuando se critica y cuestiona.

Esto es lo que ha sucedido en mi Ayuntamiento cuando, con motivo del Carnaval, repitiendo el modelo sexista y trasnochado de concurso de “reina” del carnaval, que sigue poniendo de relevancia la belleza de las mujeres como único atributo valorable, la concejala de educación del equipo de gobierno del Partido Popular, diseña un cartel para dicho concurso que presenta una imagen de mujer de forma claramente sexista y con una pose estereotipada, que se tiende a asociar a la imagen publicitaria de locales de alterne y anuncios de prostitución en los periódicos y medios de comunicación.

Los anuncios de prostitución, las páginas web contribuyen igualmente a la normalización de la sumisión o la dominación.

El papel de los hombres: si no existiera demanda, no habría oferta

En esta socialización en la “normalización” de la prostitución juega un papel fundamental el papel de los hombres. Cuando se habla de prostitución el eje de las discusiones se centra en la situación de las prostitutas, ocultando o minimizando el papel de los prostituidores. Pero debemos empezar proclamar insistentemente un hecho incontrovertible como punto de partida clave de esta situación: “si no existiera demanda, no habría oferta”.

La prostitución no es el “oficio” más antiguo del mundo,es la explotación, la esclavitud y la violencia de género más antigua que los hombres hemos inventado para someter y mantener a las mujeres a su disposición sexual

Es decir, somos los hombres, como clase, los que mantenemos, forzamos y perpetuamos el sometimiento de mujeres, niñas y niños a esta violencia de género, demandando este “comercio” y socializando a las nuevas generaciones en su “uso”.

Partimos de un supuesto básico como clase, sea explícita o solapadamente consentido: se considera que todo hombre, en todas las circunstancias y sea cual sea el precio, debe poder tener relaciones sexuales.

La prostitución se justifica como una realidad social “inevitable” que la mayoría de los hombres acepta como algo natural e inamovible. Los hombres de derechas prefieren que permanezca en la sombra para mantener el juego de la doble moral que sustenta su visión del mundo. Los hombres de izquierdas desean que se legalice, alegando la defensa de los derechos de las trabajadoras y “para liberar al resto de los seres humanos del yugo de la moral retrógrada”. Ambos planteamientos evitan analizar los mecanismos de poder patriarcales inaceptables que lo fundamentan.

Pero sobre todo ambos enfoques siguen centrando los análisis sobre la prostitución en torno a las mujeres que la ejercen, ocultando permanente el rostro y la responsabilidad de los hombres que la practican. El “cliente” o prostituidor, el más guardado y protegido, el más invisibilizado de esta historia, es el protagonista principal y el mayor prostituyente.

La explotación de mujeres, de niños y niñas se hace solo posible gracias al prostituidor, aunque su participación en este asunto aparezca como secundaria.

Los trabajos habituales que se dedican al tema los ignoran y a los prostituidores mismos les cuesta aceptar su condición, representarse como tales. Cómo miraríamos en esta sala a algunos de los varones aquí presentes si supiéramos que son maltratadores. Qué exigiríamos si además han sido denunciados o imputados. Sin embargo aceptamos implícitamente que buena parte de los hombres que aquí estamos podríamos ser prostituidores, clientes y usuarios de esta violencia de género, sin ruborizarnos. Es más, en algún momento surgen comentarios “cómplices”, insinuaciones y alusiones veladas, o no tan veladas, que se convierten en motivo de chascarrillo o gracia y que minimizamos porque lo hemos “normalizado” demasiado.

El rechazo generalizado a afrontar un examen crítico o hacer pesar una responsabilidad sobre los usuarios de la prostitución, que constituyen de lejos el más importante eslabón del sistema prostitucional, no es otra cosa que una defensa tácita de las prácticas y privilegios sexuales masculinos. Por eso es tan importante hacer un análisis de las razones que explican por qué en una sociedad más abierta y libre, como la española tras la etapa de la dictadura franquista, sigue habiendo tantos hombres y jóvenes que acuden a relaciones prostitucionales con mujeres o con otros hombres.


¿Por qué los hombres acuden a la prostitución?

La mayoría de los estudios e investigaciones en profundidad sobre el tema llegan a una conclusión similar: “un número creciente de hombres busca a las prostitutas más para dominar que para gozar sexualmente. En las relaciones sociales y personales experimentan una pérdida de poder y de masculinidad tradicional, y no consiguen crear relaciones de reciprocidad y respeto con las mujeres con quienes se relacionan. Son éstos los hombres que buscan la compañía de las prostitutas, porque lo que buscan en realidad es una experiencia de dominio y control total”.

De hecho, no tenemos más que analizar los anuncios de la prensa escrita o de internet, en donde los reclamos se refieren a cuatro aspectos: por un lado la sumisión, por otro lo que denominan “vicio”, el tercero sería la edad y por último el servicio ofrecido. La sumisión, es decir, el haz conmigo lo que quieras, cuando quieras, las veces que quieras, el tiempo que quieras. La alusión al vicio y a sus sinónimos: “viciosa”, “muy viciosa”, morbosa, etcétera. Alusión a la edad: mujercitas, jovencitas, rasurada, aniñada. De ahí que sean los clientes-prostituidores los principales responsables en la cada vez más reducida edad de la “mercadería” que consumen, pues exigen con ansía y demanda creciente el permanente cambio de las mujeres y que sean cada vez más jóvenes quienes satisfagan su “pasión sexual” a precio fijo y por un lapso de tiempo pautado.

Parece como si una parte importante de la humanidad, los hombres que acuden a la prostitución, tuviera un problema serio con su sexualidad, no siendo capaces de establecer una relación de igualdad con las mujeres, el 50% del género humano, que creen que debe de estar a su servicio. 

Como si cada vez que las mujeres consiguen mayores cotas de igualdad y de derechos, estos hombres no fueran capaces de encajar una relación de equidad y recurrieran, cada vez con mayor frecuencia, a relaciones comerciales por las que pagando se consigue ser el centro de atención exclusiva, regresando a la etapa infantil de egocentrismo intenso, y una relación que no conlleva necesariamente ninguna “carga” de responsabilidad, cuidado, atención o compromiso de respeto y equivalencia.

Una segunda conclusión relevante de los estudios nacionales es que España es uno de los países donde el “consumo” de prostitución está menos desprestigiado. Las encuestas indican que un 39% de los españoles acude de forma habitual a la prostitución, sin que se les reproche socialmente ni se les recrimine legalmente. De hecho, parece que hay un consentimiento social ya no tácito, sino explícito, en mantener estrategias y formas constantes que “alivian” la responsabilidad de aquellos que inician, sostienen y refuerzan esta práctica.

Esta estrategia del consentimiento, tiene que ver con una tercera conclusión que se extrae de estos estudios y es cómo ésta influye en el proceso de socialización de los chicos y jóvenes en el uso de la sexualidad prostitucional. El problema de la socialización que se vive en nuestras sociedades sobre la prostitución sitúa a todo varón homo o heterosexual como un potencial “cliente” una vez que ha dejado de ser niño. Así, no sería demasiado exagerado afirmar que la sola condición de varón ya nos instala dentro de una población con grandes posibilidades de convertirnos en consumidores. Si a esto añadimos la regulación de la prostitución como una profesión estaríamos generando unas expectativas de socialización donde las niñas aprenden que la prostitución podría ser un posible “nicho laboral” para ellas, y los niños aprenden que sus compañeras pueden ser “compradas” para satisfacer sus deseos sexuales.

Por eso cualquier intervención en este problema debería tener en cuenta las representaciones que en el imaginario social legitiman la prostitución, este proceso de socialización educativa. Las leyes de Códigos Penales o los tratados internacionales son necesarios pero nunca serán suficientes para contrarrestar prácticas convalidadas por las costumbres o que se legitiman regulándolas socialmente: derechos de los hombres sobre el cuerpo de las mujeres, derechos de los poderosos sobre el cuerpo de los débiles. Los hombres debemos resolver nuestros problemas de socialización para aprender a vivir sin servidoras sexuales y domésticas.

Tal como vives así educas

Es en este contexto social en el que se produce una permanente socialización de género donde los chicos aprenden un rol esencialmente diferenciado de las chicas. No sólo porque el mundo adulto que le rodea pueda iniciarle o no en el consumo de la prostitución, sino porque ve diariamente, constantemente, en los periódicos y revistas de cualquier kiosko, en las vallas publicitarias de las ciudades y los pueblos, en los anuncios de neón de los “clubes de alterne”, dónde se sitúa a las mujeres y dónde se le sitúa a él.

Qué expectativas puede tener él y qué expectativas puede tener cualquier chica de las que le rodea. Cuáles son las categorías mentales y vitales en las que se enmarca su mundo y cuáles son las que enmarcan el mundo de las chicas que le rodean. El contexto social es un espacio de socialización permanente donde los lugares que ocupamos unos y otras generan un posicionamiento vital y experiencial que marcan profundamente nuestra forma de estar y conducirnos en el mundo.

Socializarse significa impregnarse de los modos, formas y valores de una sociedad. En los últimos 50 años se ha iniciado un proceso de denuncia sobre las diferencias educativas de hombres y mujeres que conllevan a la desigualdad. Hay todo un trabajo académico, de movimientos y asociaciones de mujeres que han desvelado y visibilizado la educación sexista, es decir la educación que sigue estableciendo roles de género en función del sexo, unas relaciones asimétricas y jerarquizadas, siendo superiores y mas valoradas todo lo relacionado con lo atribuido al sexo masculino.
Pero actualmente un sector del movimiento feminista parece poner entre paréntesis el análisis de la prostitución como forma de desigualdad extrema, de violencia de género asumida y consentida. 

Proponiendo la regulación de la prostitución como una profesión, como mal menor, con la excusa de luchar por los derechos de las mujeres prostituidas.

Educar en la igualdad un mundo donde la prostitución es una profesión

Lo que nos preguntamos, desde un punto de vista educativo, ante esa postura es ¿cómo vamos a educar a nuestros hijos e hijas en igualdad con mujeres tras los escaparates como mercancías o sabiendo que es un posible futuro laboral de nuestras hijas? ¿Es posible educar en igualdad en una sociedad que acepta e instituye la desigualdad?

¿Qué consecuencias tendría en el proceso de socialización de nuestras niñas y niños un contexto social y cultural que asuma la prostitución como un posible “nicho laboral” más, como otro cualquiera, para las mujeres jóvenes? ¿Alguien puede pensar seriamente que supondrá un avance en el proceso de construcción de la igualdad entre hombres y mujeres?

Los valores básicos ante la vida no se adquieren socialmente tanto por las declaraciones formales de cuáles han de ser éstos, como por las prácticas sociales en las que vive inmersa la infancia y adolescencia y que asumen casi por ósmosis de su entorno, marcado profundamente no sólo por su contexto familiar y escolar, sino especialmente por los medios de comunicación, los grupos de iguales y la sociedad que les rodea. Por eso es tan importante la coherencia entre los principios y valores que se postulan en la sociedad y las prácticas que se llevan a cabo, pues son éstas las que, en definitiva, construyen las expectativas, creencias y hábitos de niñas y niños sobre lo que esperan de su futuro, sobre lo que han de tener derecho o no, sobre lo que es valioso y justo y sobre lo que es una sociedad realmente igualitaria.

Los niños que se “socializan” en un contexto donde la prostitución está regulada legalmente como una profesión más, que, por lo tanto, es aprobada socialmente y se promociona y publicita -en una sociedad de consumo es imprescindible hacerlo-, están aprendiendo que las mujeres son o pueden ser “objetos” a su disposición, que su cuerpo y su sexualidad se puede comprar, que no hay límites para su uso, que incluso pueden ejercer la violencia o la fuerza sobre ellas porque va a haber determinados espacios donde tengan todos los derechos si tienen dinero para pagarlos.

Por eso es radicalmente contradictorio hablar y defender la igualdad entre hombres y mujeres en el proceso educativo de los niños y niñas y simultáneamente apoyar relaciones y espacios de poder exclusivos para hombres, donde la mujer sólo parece tener cabida cuando está al servicio de éste. Una sociedad, cuyas prácticas regulan una concepción de la sexualidad marcada por estos principios, educa a los niños en la expectativa de que no tienen por qué renunciar a ninguno de sus deseos sexuales y a no tener en cuenta a la otra persona, puesto que si tienen dinero para pagarlo todo es posible.

Llevamos muy poco tiempo construyendo procesos de igualdad, intentando hacer visible los aportes de las mujeres en la construcción de la sociedad, removiendo la invisibilidad que ha recaído sobre las mujeres que han contribuido y aportado a la sociedad arte, creatividad, participación política, ya que sabemos que es necesario tener modelos de referencia. Si la prostitución se convierte en una profesión para las mujeres, nos preguntamos cuáles serán los nuevos modelos de referencia para las mujeres que conllevarán esta propuesta donde el valor de la mujer está en su biología, en su cuerpo, en su imagen y belleza a disposición de los hombres. Una imagen y belleza que sólo tienen algunas mujeres y durante un determinado tiempo muy limitado.

Es más, nos preguntamos cómo va a repercutir en el imaginario de los hombres, en sus conductas, actitudes y creencias, y ¿en la vida de las mujeres? Pensemos en la repercusión que tendrá en las actitudes, creencias y expectativas de los niños y jóvenes que viven en un pueblo donde ya no hay escuela pero sí un denominado eufemísticamente “club de alterne”. Podemos imaginarnos su forma de hablar entre ellos de las mujeres. Y podemos ponernos en la piel de las mujeres. ¿Qué tipo de publicidad se va a difundir, que tipo de mensajes visuales u orales se van a publicitar, para enseñar a las nuevas generaciones de hombres a consumir ese producto, mujeres, que es necesario vender? 

¿Cómo va a afectar a la subjetividad de niños y niñas, de adolescentes este tipo de sociedad?
En una sociedad que regule la prostitución estamos socializando a niños y niñas en valores claramente diferenciados: A los niños, en que ellos como hombres, van a poder comprar, pagar por usar, el cuerpo, la atención, el tiempo… de las mujeres. Y a las niñas, en que ellas como mujeres, pueden estar al servicio de los hombres. Quizás no ellas personalmente o directamente, pero sí las mujeres, muchas mujeres. Si se regula la prostitución, educar en la igualdad va a ser imposible.

Zhang Haiying

Centrar las medidas en la erradicación de la demanda

Estamos inmersos no solo en una lucha económica, sino también en una lucha ideológica, de valores y en una lucha por construir otra subjetividad y otra conciencia social. El modelo de sociedad que presentamos a los jóvenes, encubierto bajo un manto de silencio cómplice, contradice profundamente los mensajes que pronunciamos sobre la educación para la igualdad. Nuestro silencio nos hace cómplices de esta nueva forma de esclavitud y violencia de género. Si queremos construir realmente una sociedad en igualdad hemos de centrar las medidas en la erradicación de la demanda, a través de la denuncia, persecución y penalización del prostituidor (cliente) y del proxeneta: Suecia penaliza a los hombres que compran a mujeres o niños con fines de comercio sexual, con penas de cárcel de hasta 6 meses o multa, porque tipifica este delito como «violencia remunerada». En ningún caso se dirige contra las mujeres prostituidas, ni pretende su penalización o sanción porque la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia masculina contra mujeres, niñas y niños.

Regular la prostitución legitima implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un sistema de subordinación y dominación de las mujeres, anulando la labor de varios decenios para mejorar la lucha por la igualdad entre los hombres y las mujeres. Al legitimarla se convierte en un soporte del control patriarcal y de sujeción sexual de las mujeres, con un efecto negativo no solamente sobre las mujeres y las niñas que están en la prostitución, sino sobre el conjunto de las mujeres como grupo, ya que la prostitución confirma y consolida las definiciones patriarcales de las mujeres, cuya función sería la de estar al servicio sexual de los hombres.

Regular la prostitución legitima implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un sistema de subordinación y dominación de las mujeres

Como dice Gemma Lienas, que publica en el último monográfico de Nuestra Bandera sobre prostitución, cambiar el destino de estas mujeres en situación de prostitución no pasa por ponerles multas como ha anunciado que hará el ministro del Interior para evitar el “lamentable espectáculo” a las mentes bienpensantes.

Cambiar el destino de estas mujeres pasa por plantear un sistema económico justo y sostenible que incorpore en igualdad a ambos sexos.

Cambiar el destino de estas mujeres pasa por perseguir a las mafias y no favorecer su instalación en nuestro país con leyes permisivas y con modelos económicos basados en el ladrillo o en Eurovegas.

Cambiar el destino de estas mujeres pasa por transformar la mentalidad de esos varones, no sólo con multas que les quiten las ganas sino con una educación que obligue a los medios a cambiar la imagen de la mujer como objeto sexual y a los hombres a corresponsabilizarse emocional y vitalmente.

Cambiar el destino de estas mujeres pasa porque los derechos de las mujeres dejen de ser derechos de segunda y pasen a formar parte de verdad de los derechos humanos.

Vuelvo al inicio. Se dice que la prostitución siempre ha existido, dicen. También las guerras, la tortura, la esclavitud infantil, la muerte de miles de personas por hambre. Pero esto no es prueba de legitimidad ni validez. Tenemos el deber de imaginar un mundo sin prostitución, lo mismo que hemos aprendido a imaginar un mundo sin esclavitud, sin apartheid, sin violencia de género, sin infanticidio ni mutilación de órganos genitales femeninos. Sólo así podremos mantener una coherencia entre nuestros discursos de igualdad en la escuela y en la sociedad y las prácticas reales que mantenemos y fomentamos.

Como decía Martin Luther King: «Tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena». Educar para la igualdad exige romper nuestro silencio cómplice y comprometernos activamente en la erradicación de toda violencia de género. No podemos renunciar a nuestra utopía de trasformar la sociedad y educar en igualdad a hombres y mujeres.

Fuente:

http://www.cronicapopular.es/2012/12/sexo-sin-mercado-la-prostitucion-desde-el-punto-de-vista-de-la-educacion/