viernes, 14 de marzo de 2014

La prostitución tiene que ver con la igualdad, no con el sexo.

La prostitución tiene que ver con la igualdad, no con el sexo
Las mujeres que se dedican a la prostitución tienen que tener los mismos derechos que cualquier otra persona.
Beatriz Gimeno 
06/03/2014 -

El eterno debate sobre la prostitución arrecia de nuevo y en las últimas semanas nos han llegado varias noticias: cooperativas, debates en televisión, clases de prostitución y, hace un par de semanas una resolución del parlamento europeo que me parece que va en la buena dirección.

Me han llegado invitaciones para participar en varios debates e incluso para escribir sobre el asunto y a todo he dicho que no. Considero que la prostitución es un asunto de tal complejidad que cualquier acercamiento simplista no hace sino enturbiarlo aún más. En contra de lo que pretenden hacernos creer, la prostitución de hoy día no tiene mucho que ver con el sexo sino que utiliza un producto que se vende muy bien, el sexo, para sostener y reforzar una institución que tiene que ver con muchas cosas: con las migraciones globales, con el capitalismo, con el patriarcado en su fase neoliberal, con la pobreza, con la feminización de la misma, con una determinada construcción de la sexualidad, con una determinada construcción de las subjetividades, con la construcción de las categorías de género, con el feminismo…la prostitución es todo eso y más. Reducirla a los cuatro argumentos con los que se suele solventar el debate actual hace imposible un acercamiento mínimamente ajustado.  Aun así voy a intentar ofrecer algunas pinceladas desde un punto de vista distinto al habitual aunque no pretendo agotar con esto agotar el debate.

Las personas que abogan por la normalización de la prostitución (generalmente mediante su regulación) son las mismas que nos presentan el debate en su expresión más simplificada (porque ahí es fácil ganarlo): la prostitución es una cuestión de libertad individual de las mujeres, las mujeres tienen derecho a vender sus servicios sexuales y regular este servicio garantizará derechos a estas mujeres. Las abolicionistas niegan, por su parte, que ninguna mujer pueda prostituirse libremente. Durante décadas, el sector abolicionista se ha empeñado en discutir esta cuestión del consentimiento y en hacer pilotar sobre ella todo el debate: ninguna mujer puede consentir en ser prostituta. Al defender el argumento de la radical falta de consentimiento, las abolicionistas nos vemos en un callejón sin salida. Por una parte, es absurdo basar el debate en que es imposible que existan mujeres que prefieran la prostitución a las maquilas, a no tener ningún trabajo o a limpiar diez horas por la mitad de sueldo. Porque las hay, pocas o muchas y, además, es una elección que entra dentro de lo razonable. El punto de partida aquí es que en el capitalismo todo consentimiento está viciado, no sólo el de las prostitutas; no deberíamos convertirlo en excepcional.

Si cuando hablamos de trabajadores que escogen sueldos de 600 euros no apelamos a la libertad individual como instancia suprema (también es razonable preferir ese sueldo a nada y aceptarlo), ¿por qué sí lo hacemos cuando hablamos de prostitución? Porque la complicidad social  con esta institución  -el pacto entre varones-  es mucho mayor que la existe en el caso de la clara explotación laboral.  Desde un punto de vista de izquierdas, anticapitalista, antipatriarcal o simplemente progresista, no podemos seguir pensando la prostitución como una cuestión de libertad individual, o no exclusivamente, sino que tenemos que entender que cada sistema político tiene también su política sexual y la prostitución ha sido desde siempre una institución a disposición del sistema de turno; en este caso, ahora, del neoliberalismo.  El neoliberalismo busca que pensemos la prostitución sólo desde el punto de vista individual, borrando todo rastro de lo social que podría cuestionarla.

Desde los años 70-80 el uso de la prostitución experimenta un crecimiento exponencial mayor que nunca antes en su historia, y eso cuando en la década de los 60 había entrado en un cierto declive. ¿Por qué aumenta el uso de la prostitución cuando se daban las condiciones para que descendiera: más libertad sexual que nunca, mujeres libres y sexualmente activas, desaparición del estigma asociado a la sexualidad femenina, libertad reproductiva etc.?  Pues porque en un momento dado la función de la prostitución se transforma radicalmente para convertirse en una institución funcional al neoliberalismo que comienza a extenderse.  Así, la institución prostitucional adquiere una nueva funcionalidad posmoderna: la de ofrecer a los puteros (y a todos los hombres) “plusvalía de género”, en palabras de Donna Haraway. Como explica magistralmente la antropóloga Rita Segato, el neoliberalismo ha puesto a los hombres en una situación de feminización social: precariedad laboral, bajos salarios, pobreza… los ha emasculado, los ha feminizado socialmente. Al mismo tiempo, y por razones contrarias pero que han coincidido en el tiempo, el feminismo ha conseguido ciertas victorias sobre la masculinidad tradicional. Así que los hombres, muchos hombres, especialmente aquellos que no han sabido aprovechar lo que de liberador tiene el feminismo, están viendo peligrar su propia subjetividad masculina, levantada en parte sobre una determinada ideología sexual que está siendo acosada en muchos frentes. En muchos lugares del mundo, la masculinidad amenazada ha reaccionado con una violencia extrema: el feminicidio. En Europa, donde esa violencia no es imaginable por ahora, la política sexual del neoliberalismo compensa a sus precarios trabajadores, a los que ahora paga como si fueran mujeres, con la posibilidad de reafirmar su precaria masculinidad mediante el uso de mujeres que el sistema ha puesto a ocupar la categoría de puta. Así, ellos pueden volver a sentirse hombres “de verdad” y de esta manera su rabia se mitiga. Cada vez son más las empresas que ofrecen prostitutas como una parte oculta del salario: en ferias, en bonus, en vacaciones… (Aquí se produce, además, una nueva segregación laboral  ¿con qué van a pagar a las trabajadoras? De ellas se espera que desistan de competir en esos espacios) En los próximos años según se feminicen las condiciones de vida de los trabajadores veremos crecer el uso de la prostitución y su normalización social.

Princesas profesionales ley corazón putas mujeres. Pedro Roca Sánchez 


Los hombres no compran un cuerpo, ni sexo, sino una fantasía de dominio y masculinidad tradicional, como asegura Fraser. Basta con entrar en un foro de puteros (los siempre invisibles puteros)  para darse cuenta de lo que buscan esos hombres en la prostitución: destruir la idea de igualdad, reforzarse unos a otros en la fantasía de superioridad masculina, no buscan sexo porque el sexo ahora es gratis, fácil y está al alcance de cualquiera. El problema con el sexo entendido como relación humana no mercantilizada es que plantea exigencias, como cualquier relación humana: de reciprocidad o de cuidado. La prostitución de hoy adiestra, enseña, disciplina el cuerpo masculino en la desigualdad extrema, en la mercantilización desnuda de las relaciones humanas y erotiza esa relación. ¿Nos tiene esto que dar igual a las feministas? ¿Nos da igual que mientras que luchamos por la igualdad, la sociedad refuerce por otro lado un espacio para que los hombres “descansen” del feminismo o de la igualdad? ¿Puede una sociedad considerarse igualitaria mientras mantiene un ámbito, un espacio, de desigualdad radical?

En el segundo aspecto, el mercantil, la prostitución es hoy una mega industria global (es la segunda industria mundial e implica a unas 40 millones de mujeres en todo el mundo) y como tal hay que pensarlo, como pensamos cualquier mercado. Un mercado abierto por el capitalismo global que funciona como cualquier otro mercado. ¿Somos libres de vender nuestros órganos, nuestro cuerpo, nuestro sexo, nuestro vientre, nuestra sangre? ¿Por qué consideramos que hay cosas, sobre todo las que tienen que ver con el cuerpo, que tienen que quedar fuera del mercado? Entre otras cosas porque sabemos que el que vende y el que compra, en el capitalismo, no están nunca en situación equiparable. Porque el cuerpo es la última frontera, porque es el ámbito más íntimo de nuestra subjetividad, porque nos construye y puede destruirnos. Porque sabemos que siempre que se abre un mercado lo que ocurre es que se obliga a los/las pobres a entrar en él; si el mercado existe, los pobres, las pobres tienen que surtirlo. Así funcionan los mercados: los pobres se ven obligados a (mal)vender a los ricos lo que estos determinan, una clase pequeña intermedia puede sacar ciertos beneficios y una minoría empresarial es la que definitivamente se enriquece. Y si todos los mercados son desiguales, los que atañen al género son doblemente desiguales. ¿Es casualidad que mientras que cualquier anticapitalista encuentra que es terrible legalizar la venta de órganos o de sangre, encuentre en cambio que es aceptable legalizar aquello que sólo las mujeres pueden vender (es decir, aquello que el capitalismo pueda extraer sólo de ellas): vientres (niños), sexo, óvulos? ¿Por qué lo que las mujeres ofrecen al vender sus cuerpos es considerado por muchos varones de izquierdas o anticapitalistas (y mujeres también) como propio del ámbito de libertad personal”? ¿No será que es la construcción sexual- identitaria masculina patriarcal lo que se pone en juego?

Defender la prostitución hablando de la libertad de las mujeres para prostituirse es, como dice Zizek confundir la elección con la ilusión de libertad, es decir, la ideología dominante con la ideología que parece imperar. La libertad es siempre la libertad que va contra la ideología dominante. En un sistema que ha convertido la prostitución en un negocio multimillonario y global, normalizado socialmente y legalizado en casi todas partes,  defender la libre elección de la prostitución es un sofisma. Defiendo que mi cuerpo es mío para abortar en una sociedad que condena el aborto o que lo dificulta, pero no en la China del hijo único, donde defendería que mi cuerpo es mío para no abortar si no quiero hacerlo. Defender que mi cuerpo es mío para prostituirme, que mi trabajo es mío para cobrar 400 euros o que mis ideas son mías cuando todos los medios de comunicación dicen lo mismo…entonces hablamos no de libertad, sino de ideología dominante revestida, a menudo, de transgresión, que es lo que se ha hecho siempre para vender mejor la ideología dominante. Cualquier libertad que confirme la ideología dominante requiere ser repensada. Cuando la industria mundial del sexo necesita millones de prostitutas y el patriarcado necesita que los varones consuman desigualdad en el cuerpo de las mujeres es cuando, qué casualidad, se reivindica libertad para prostituirse.



De más está decir que las mujeres que se dedican a la prostitución tienen que tener los mismos derechos que cualquier otra persona. Todas las personas tienen que tener los mismos derechos. Pero defender eso no implica dejar en suspenso nuestra ideología anticapaitalista o antipatriarcal sólo cuando hablamos de prostitución. Ayer mismo me llegó un post que dice que la industria del sexo habla a cada cual en el lenguaje que quiere escuchar: a la izquierda le hablan de sindicalismo y conquista de derechos.; a las feministas, de autonomía personal y derecho al propio cuerpo; a los movimientos alternativos, de cooperativas; a los liberales, de responsabilidad individual; a los gais, de libertad sexual. Cuando hablamos de ideología dominante patriarcal, todas nuestras reservas desaparecen. 

Volvemos al principio: la resolución del parlamento europeo es buena porque por fin no pone el énfasis en la voluntariedad o no de la prostitución, sino en el efecto que ésta tiene en la igualdad de género. Y es un efecto devastador.


Fuente
http://www.eldiario.es/zonacritica/prostitucion-ver-igualdad-sexo_6_235936431.html



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