miércoles, 29 de enero de 2020

Catharine MacKinnon (I). Contra la pornografía



Catharine MacKinnon (I). Contra la pornografía
Tasia Aránguez

La obra de Catharine MacKinnon es un clásico del feminismo. Junto con Andrea Dworkin, Catharine es una de las referentes del análisis feminista de la sexualidad y de la crítica a la pornografía. En esta entrada comienzo una serie en la que presentaré aportaciones de las más célebres teóricas de la segunda ola del feminismo (la corriente denominada “feminismo radical”). El resumen que presento es fiel al texto original, pues procuro mantener la fuerza de su estilo.

La pornografía, el sexo y la erotización del poder masculino
El pensamiento posmoderno, a partir de Lacan y de Foucault, ha consagrado el discurso dominante en la actualidad sobre el sexo. Desde este punto de vista la sexualidad es un ímpetu, una necesidad que debe expresarse libremente. Toda práctica sexual es afirmativa, liberadora. Cualquier punto de vista que se aparte de esta perspectiva dominante será tachado de puritano y reaccionario. Según el dogma, el sexo es bueno, natural, sano, positivo, apropiado, placentero, saludable, noble. Por todas partes se nos dice: cuanto más sexo mejor. La violación es trivializada, erotizada y la negativa sexual de la mujer se interpreta como inhibición sexual.


Catharine MacKinnon 



La libertad sexual, desde este punto de vista, significa acabar con la restricción a cualquier tipo de expresión sexual, y en la práctica significa especialmente promover el acceso sexual del hombre a cualquier cosa. Las tesis posmodernas sostienen que una sociedad en la que se permitiera todo lo sexual destruiría sus bases opresivas. Sin embargo, desde el feminismo de segunda ola (también denominado feminismo radical) que defiende MacKinnon la “libertad sexual” solo es aparentemente subversiva. Produce la sensación de que socava el poder, cuando en realidad lo afirma. Así lo sostuvo Susan Sontag que señaló que la supuesta revolución sexual de las mujeres había sido una estafa. Libertad para ser objeto no es libertad. Lo que ha consagrado la sociedad contemporánea es el derecho a explotar y deshumanizar.

Las teorías posmodernas que afirman ser feministas parten de la hipótesis de que el dominio masculino histórico de la sociedad ha reprimido la sexualidad femenina. La revolución sexual pone fin a esta represión. Surgen las mujeres sexualmente liberadas, asertivas, que buscan el sexo igual que los hombres, lo gozan y siempre les apetece. Con la aparición de las mujeres liberadas el problema del dominio masculino se resuelve. La oscura idea que se esconde es, según MacKinnon la de que “ninguna mujer sufriría jamás violación sexual, porque la violación sexual sería sexo”. Los hombres podrán decir, en esa sociedad ideal, “nuestras mujeres nunca se resisten”.

Para estas teorías la sexualidad es, ante todo, una forma de expresión (tanto para las mujeres como para los hombres). El sexo va de obtener placer y las mujeres, una vez liberadas de la moral victoriana que dividía la sociedad entre castas y putas, podrán conseguir aquello que realmente necesitan “un buen polvo”. En la sociedad posmoderna ya no existen los tabúes ni las parafilias, toda práctica sexual es la máxima expresión de la libertad contemporánea.

Frente a la lectura posmoderna del sexo, el feminismo radical de Andrea Dworkin y MacKinnon observa que nuestra sociedad sexualiza la dominación de los hombres sobre las mujeres. MacKinnon señala que “se estudia a las mujeres que se resisten a la sexualidad, se considera que necesitan explicación y ajuste, se las estigmatiza por inhibidas, reprimidas y asexuales. (…) La reticencia, aversión y frigidez de las mujeres, su puritanismo y su mojigatería ante este sexo”, sin embargo según las feministas radicales esta resistencia es realmente una rebelión de las mujeres contra la erotización del poder masculino.

“Las mujeres no están tanto reprimidas como oprimidas, la llamada sexualidad de la mujer es en buena parte una construcción de la sexualidad masculina”. Las teorías que proponen la liberación de la sexualidad femenina frente a la represión lo que realmente hacen es respaldar ideológicamente la libertad de los hombres para dominar al tiempo en que deslegitiman la negativa de la mujer a someterse. Se anima a que las mujeres despierten su deseo sexual, y, por supuesto, mejor si el objeto coopera: de aquí el orgasmo vaginal, de aquí los orgasmos fingidos.

La autora sostiene que “postular una sexualidad igualitaria sin transformación política es postular la igualdad en condiciones de desigualdad”. Interpretar la sexualidad femenina como expresión de la autonomía de la mujer, como si no existiera el sexismo, es tan reduccionista, como lo sería interpretar la cultura negra como si el racismo no existiera, como si la cultura negra surgiera libre y espontáneamente en las plantaciones y en los guetos de Estados Unidos, añadiendo diversidad al pluralismo nacional estadounidense.

“¿Cómo llegan a sexualizarse el dominio y la sumisión o por qué es sexy la jerarquía?, ¿es la masculinidad el disfrute de la violación y la feminidad el disfrute de ser violada?” En el patriarcado la fuerza es sexo (no es solo que la fuerza se sexualice), la violencia es la dinámica del deseo y no solo una respuesta de frustración y venganza ante el objeto deseado.

“La presión, conseguir beneficios, conceder indulgencias, los libros sobre cómo complacer, son el extremo suave; el puño, la calle y la pobreza son el extremo duro. La hostilidad y el desprecio, o la excitación del amo ante su esclavo, junto con el temor reverencial y la vulnerabilidad, o la excitación del esclavo ante su amo.” “La sexualidad está definida por aquello que logra endurecer el pene”. “Aparte de todas las demás cosas que lo consigan, lo consiguen el miedo, la hostilidad, el odio, la indefensión de un niño o de un colegial o de una mujer infantilizada, limitada o vulnerable, lo consigue la muerte”.

Se sexualiza una imagen de la mujer como vulnerable, pasiva, entregada, físicamente débil, suave, torpe, desvalida. Idealmente espera en el hogar vestida de modo sugerente. “La infantilización de la mujer evoca la pedofilia, la fijación con partes del cuerpo desmembradas evoca el fetichismo, la idolización de la insipidez, la necrofilia. (…) Masoquismo significa que el placer en la violación se convierte en su sensualidad”. Se alienta la coquetería narcisista, que implica que la mujer se identifique con la imagen de ella que tiene el hombre: “no te muevas que vamos a hacerte un retrato para que enseguida puedas empezar a parecerte a él”.

El dominio masculino erotiza a la mujer, y todas las mujeres son erotizadas, desde el terreno íntimo al institucional. Por eso el abuso sexual se produce en cualquier ámbito, y la negación masculina del abuso sexual generalizado llega a volver locas a las víctimas, pues incluso ellas mismas dudan de sus experiencias. Las mujeres interiorizan los patrones de su lugar en este régimen de subordinación: se identifican con los roles sexuales femeninos y reivindican su derecho al placer. Se sienten más libres cuanto mejor interpretan su papel: es muy comprensible ya que desean ser amadas, aprobadas y pagadas. “Esto, no la pasividad inerte, es lo que significa ser víctima”.

La mujer es la alienada que solo puede ver el yo como otredad, es la objetificada que solo puede ver el yo como objeto. Las mujeres se excitan imaginando su propio culo en movimiento siendo contemplado por un hombre. Su propia cosificación es el centro de su deseo. La mujer es ser cuya sexualidad existe para otro, lo que se denomina sexualidad de la mujer es su capacidad para despertar el deseo de ese otro.





“Desde el testimonio de la pornografía, lo que quieren los hombres es: mujeres atadas, mujeres violentadas, mujeres torturadas, mujeres humilladas, mujeres degradadas y ultrajadas, mujeres asesinadas. O, para ser justos con la versión blanda, mujeres sexualmente alcanzables, que puedan tener, que estén ahí para ellos, que deseen ser tomadas y usadas, tal vez solo con una ligera atadura. Cada acto de violar a una mujer-violación, agresión, prostitución, abuso sexual infantil, acoso sexual-se convierte en sexualidad, se hace sexy, divertido y libera la auténtica naturaleza de la mujer en la pornografía”.

Cada grupo de mujeres especialmente vulnerable, cada grupo tabú- las mujeres negras, las mujeres asiáticas, las mujeres latinas, las mujeres judías, las mujeres embarazadas, las mujeres con discapacidad, las mujeres pobres, las mujeres viejas, las mujeres gordas, las mujeres en trabajos precarios, las prostitutas, las niñas- distingue géneros pornográficos, clasificados según la degradación favorita de los distintos clientes. “Las mujeres se convierten y se unen a cualquier cosa que se considere más baja que lo humano: animales, objetos, niños y otras mujeres. Cualquier cosa que las mujeres hayan reclamado como propio- la maternidad, el deporte, los trabajos tradicionalmente masculinos, el feminismo- se hace específicamente sexy, peligrosa, provocativa, castigada”. La pornografía construye a las mujeres como cosas para uso sexual y construye a los consumidores para que deseen con desesperación a mujeres que a su vez desean con desesperación ser deshumanizadas y poseídas.

En la cultura de la pornografía el contenido del deseo sexual de las mujeres está moldeado por dicha cultura. El contenido de este son la propia desigualdad, la propia sumisión, la propia entrega, la propia objetificación. Lo que hace a las mujeres sentirse excitadas es lo mismo que las hace deseables. Las mujeres están en la pornografía para ser violadas y poseídas, los hombres para violarlas y poseerlas en nombre del espectador. “No es que la sexualidad en la vida real o en los medios de comunicación no exprese nunca amor y afecto, pero el amor y el afecto no son lo que se sexualiza”. El sexo es sexista porque los hombres practican el sexo con la imagen que tienen de la mujer. La posesión y consumo de la mujer objeto es el contenido de la sexualidad masculina. Ser poseída y consumida es el contenido de la sexualidad femenina. No es solo que la pornografía presente el sexo objetificado, sino que construye una experiencia social de toda sexualidad que está objetificada.

La sociedad patriarcal sostiene que las mujeres pueden elegir y oculta la realidad del poder tras la idea del consentimiento. El adoctrinamiento de las mujeres en la erotización de su propia sumisión vuelve inútil cualquier apelación al consentimiento, pues el deseo de violación y el masoquismo llegan a definir la sexualidad femenina. El hombre desea más dominio y la mujer más sumisión. Esto se experimenta como identidad, se experimenta como el propio deseo pero forma parte del género. La pornografía es la principal fuente de adoctrinamiento sexual.

MacKinnon expone las conclusiones de un estudio de Donnerstein y Berkowitz relativo a la exposición de los hombres a la pornografía. El estudio muestra que los hombres que ven pornografía durante mucho tiempo en condiciones de laboratorio terminan excitándose más con escenas de violación. El primer día experimentan incomodidad, pero luego disfrutan, mientras que el material no violento se vuelve menos excitante. Perciben a la víctima de una violación como menos humana, más objeto, menos digna y más culpable de la violación.

Con respecto al material que no se considera expresamente violento pero que muestra a mujeres respondiendo fuera de sí a las exigencias sexuales del hombre (material en el que se las ultraja verbalmente, se las domina, degrada y trata como cosa sexual) hace que aumenta al doble la probabilidad de que los hombres confiesen deseos de agredir sexualmente a las mujeres en comparación con sus sentimientos antes de esta exposición. Los denominados materiales no violentos hacen a los hombres ver a las mujeres como algo por debajo de lo humano, buenas solo para el sexo, objetos, algo sin valor y culpables de la violación, deseosas de ser violadas y distintas al hombre.

Con respecto a los hombres que ya han sido condenados por violación, estos se sienten sexualmente excitados ante material que solo incluye violencia contra las mujeres (no sexual). Pero muchos hombres normales también se excitan al ver por ejemplo bofetadas o puñetazos contra las mujeres y perciben la interacción como algo sexual, aun cuando no se muestre sexo. MacKinnon concluye que la sexualidad masculina se activa con la violencia contra las mujeres y con relativa frecuencia se expresa en forma de violencia contra las mismas.

cf4e73bc14320b6dfae6480384ea495eUna tercera parte de los hombres dice que violaría a una mujer si supiera que no les va a pillar. La idea en sí de violar resulta excitante a muchísimos hombres. Los violadores convictos señalan que la violación es un divertimento o una forma de vengarse o castigar a todas las mujeres, a un grupo de ellas o a una mujer en concreto. Usualmente se piensa que la violación es algo que hacen los violadores, extraños especímenes, de una especie distinta al resto de los hombres. Sin embargo esto no es así, la mayoría de los violadores no son psicópatas, sino hombres normales. Casi todas las violaciones suceden en el ámbito conyugal, familiar o amistoso. La violación no es una desviación patológica de la sexualidad, no es el modo anormal de un binomio normal/anormal, sino la natural expresión del machismo.

La distinción entre sexo normal y violación es que lo normal ocurre con tanta frecuencia que nadie ve nada malo en ello. Cualquier cosa sexual que ocurra con frecuencia se considera sexo normal y no violación, independientemente de lo que haya pasado. La normalidad de la dominación sexual es el soporte ideológico se la autoridad masculina.

Las mujeres que sufren abusos sexuales (que son casi todas las mujeres) parecen volverse sexualmente indiferentes o compulsivamente promiscuas, o ambas cosas en sucesión, en un intento de recuperar una sensación de control o de lograr que por fin resulten bien. “Las mujeres también experimentan en general la sexualidad como camino para la aprobación del hombre; la aprobación del hombre significa casi todos los bienes sociales. La violación puede soportarse, incluso buscarse, con este fin”. Un aspecto desconcertante del abuso sexual se produce cuando el propio cuerpo experimenta placer en el abuso. Las mujeres llegan a creer que de verdad deseaban la violación o el incesto e interpretan que la violación es su propia sexualidad.

Los experimentos ponen de manifiesto que el sexo, entendido como fuerza masculina, se aprende, es ideología a cuya adhesión las mujeres son recompensadas. Lo sorprendente es que no todas las mujeres eroticen el dominio, que no a todas les guste la pornografía y que muchas rechacen la violación. Se nos enseña que el que los hombres utilicen nuestros cuerpos para sus necesidades significa que nos quieren. La pregunta es, por tanto, por qué la sexualidad de las mujeres no es en todos los casos masoquista. La definición de sexualidad femenina que hace la supremacía masculina como deseo de aniquilación ha ganado. Este deseo no es excepcional y confirma la veracidad del análisis feminista.

La negación de la desigualdad sirve para sobrellevar la opresión. Las mujeres que llegan al sexo porque se ven comprometidas, presionadas, empujadas, engañadas, chantajeadas o forzadas, con frecuencia responden a la humillación (y a la sensación de haber perdido una integridad irreemplazable) afirmando que ellas quisieron. Sin otra alternativa, la estrategia para conquistar el propio orgullo es: yo lo quise. Así, las mujeres intentan cumplir un papel con significado que haga que su vida sexual no sea una serie de violaciones y los hombres no pueden verse como violadores porque la pornografía les permite normalizar la sexualidad del dominio. La regla legal del consentimiento es tan perversa que la mujer puede estar muerta y haber consentido. El neoliberalismo y la posmodernidad ofrecen en el “yo quise” la estrategia de la cordura que reconcilia a la mujer con el mundo.

a540b2ab34d393970e781d799320d67c_xlLa pornografía es tráfico real de mujeres a las que se explota, utiliza y se abusa de ellas. Hay unas mujeres concretas que están siendo usadas como objeto de consumo de los hombres. Pero además, en las sociedades invadidas por la pornografía, todas las mujeres están definidas por ella. La pornografía marca las pautas del tratamiento de las mujeres en privado y los límites de los comportamientos masculinos permisibles. Sexualiza la definición de lo masculino como dominante y de lo femenino como subordinado. Iguala la violencia contra las mujeres con el sexo y ofrece un aprendizaje vivencial de esta fusión. Vincula con las mujeres crímenes como la violación, el abuso sexual infantil, los malos tratos, la explotación sexual y el asesinato.

En esta sociedad la epistemología del sexo se podría resumir en dos frases. Para los hombres “el uso de las cosas para experimentar el yo” (las mujeres son las cosas y los hombres el yo). Para las mujeres “lo haces, lo haces y lo haces, y terminas siéndolo”. En la sociedad “el hombre se folla a la mujer: sujeto, verbo, objeto”.
 



Libertades patriarcales, falsos debates
Desde el punto de vista patriarcal las restricciones a la pornografía son censuras frente a la libertad de expresión. Hombres diciéndole a otros hombres lo que pueden ver, hacer y pensar en el sexo. Desde el punto de vista de las mujeres, cuya tortura se convierte en entretenimiento en la pornografía, la pornografía muestra la complicidad del derecho con la subordinación política de las mujeres. La opresión pública se disfraza de libertad privada y la coacción se viste de consentimiento. La lucha feminista contra la pornografía y la prostitución se presenta como un viejo discurso sobre la moralidad y el vicio.

En ocasiones la pornografía se esconde detrás del prestigio del arte, pero el feminismo no debería dejarse impresionar por esta maniobra. Si una mujer está sometida, ¿por qué iba a importar que la obra tenga otro valor? Tal vez incluso lo que redime el valor de una obra de arte entre los hombres aumenta su agravio para las mujeres. Los patrones actuales de la literatura, el arte, la ciencia y la política están en consonancia con el mensaje de la pornografía. Están dentro de la misma relación de poder.

La pornografía se considera amparada dentro de la libertad de expresión y, por siguiente, se considera manifestación de la pluralidad de ideas y opiniones que, por heterodoxas que sean, se entiende que benefician al progreso y al consenso. Pero lo cierto es que la pornografía, al igual que otras expresiones extremas de odio (racismo nazi o Ku Klux Klan) no son manifestación de diversidad ni de heterodoxia. Por el contrario, la pornografía es la ideología dominante. El feminismo es el punto de vista disidente que queda suprimido por la pornografía. La pornografía muestra ante todo el mundo la vejación de unas mujeres concretas pero enajena la libertad sexual de todas las mujeres, esclavizando las mentes y los cuerpos de todas. La cosificación queda normalizada y la auténtica libre expresión de las mujeres, imposibilitada: “la denominada libertad de expresión de los hombres silencia la libertad de expresión de las mujeres”.

Pero el derecho, dada su concepción atomista del daño, tiene dificultades para proteger a las mujeres de la discriminación sistémica. El daño que causa la pornografía es sistémico y por eso no puede aislarse suficientemente para probar su existencia. No daña a las mujeres una a una, sino a las mujeres como grupo. El daño principal que causa la pornografía, que es el que causa a las mujeres como grupo, suele considerarse irrelevante. La pornografía quita a las mujeres aspectos muy significativos de su identidad, pues institucionaliza la idea de que las mujeres existen para el placer masculino. Convierte a las mujeres individuales en estereotipos.

Por supuesto, la pornografía como sabemos no solo causa discriminación sistémica (indirecta), también causa violencia directa a las actrices porno, que sufren una enorme coacción para participar en este negocio. Pero a los Tribunales les cuesta mucho ver que la libertad de expresión de los pornógrafos utiliza las vidas de otras personas como material. Solo se actúa contra la pornografía cuando implica niños o cuando resulta intrusiva y se dirige contra públicos que no desean verla.

La dignidad y los derechos humanos son los valores estrella de la sociedad liberal, que consagra el derecho de todo ser humano a buscar su propia felicidad. Sin embargo esta misma sociedad permite la erotización de todo cuanto niega esos derechos humanos. Los valores definitorios de lo humano no son los definitorios de las mujeres. La degradación es femenina y sexy, la tortura es femenina y sexy. Todo lo degradante en un ser humano es sexualmente excitante en la pornografía.

Por eso la idea de que la pornografía es libertad de expresión resulta tan terrible. El derecho parece considerar que la libertad de expresión de los pornógrafos es un bien jurídico más importante que la igualdad y la dignidad de las mujeres. Las protestas de feministas contra la pornografía son interpretadas como intentos de censura que amenazan la libertad. Ponerse del lado de la expresión de los pornógrafos se vende como si fuese la decisión neutral, la que está del lado de la legalidad, cuando en realidad es parcial, es el punto de vista masculino del statu quo. Superficialmente, la pornografía trata solo de sexo, pero lo que está en juego es la emancipación y la dignidad de las mujeres.

shutterstock434370763-454x302“No hay ley que silencie a las mujeres. No ha sido necesario porque las mujeres ya están silenciadas en la sociedad por el abuso sexual, porque no se las escucha, porque no se las cree, por la pobreza, por el analfabetismo, por un lenguaje que da solo un vocabulario impronunciable a sus peores traumas, por una industria editorial que prácticamente garantiza que si alguna vez alcanzan a tener voz no dejará huella alguna en el mundo”.

Cuando se dice que la pornografía es una forma de libertad de expresión “parece que la desigualdad de las mujeres es algo que desean expresar quienes se dedican a la pornografía. Ser el medio para el discurso de los hombres anula todos los derechos de las mujeres”. El discurso de las mujeres está silenciado por el patriarcado, del que la pornografía es un elemento central. Debemos de abandonar la idea peregrina de que las feministas son censoras y puritanas. Las feministas defienden la libertad de expresión. Desean que la sociedad promueva la libertad de expresión de aquellas a las que siempre se les ha negado.

Las mujeres tienen derecho a una identidad libre de la cosificación sexual, a no ser instrumentalizadas para el sexo, a ser escuchadas y no ser ignoradas. Cuando detengamos el abuso podremos comenzar a hablar de la sexualidad de las mujeres. A las mujeres no les interesa el debate entre conservadores y liberales, ni entre artistas y reaccionarios, ni entre las fuerzas oscurantistas de la represión y fuerzas de la luz y la tolerancia. El debate real es: ¿son las mujeres seres humanos o no?

El derecho suele poner a las mujeres en la tesitura de realizar elecciones trágicas a las que llama “libertad”. El derecho no es capaz de liberar a las mujeres de la esclavitud doméstica, de los cuidados y la realización de los trabajos peor remunerados, sin embargo se vanagloria de ofrecer a las mujeres la libertad para escoger todas estas cosas. Lo mismo ocurre con el sexo forzado. Las mujeres son jurídicamente libres para “consentir” el sexo forzado. Las mujeres como grupo no encontrarán en el derecho la manera de dejar de estar subordinadas económica y sexualmente a los hombres.

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Las formas masculinas de poder sobre las mujeres, que están normalizadas, asumen la apariencia de derechos individuales en el derecho: “cuando los hombres pierden poder, sienten que están perdiendo derechos”. Esto ocurre con los juicios con violación, en los que si se escucha a las víctimas sin partir de que mienten, los hombres acusados consideran que se vulnera su presunción de inocencia. Cuando se intenta restringir que los chulos tengan derecho a torturar, utilizar y vender mujeres a través de imágenes y palabras, consideran que se viola su libertad de expresión. Cuando se intenta restringir el acceso a la pornografía, se considera que se vulnera la intimidad. La igualdad sexual real en estos ámbitos supondría la limitación de los poderes de los hombres, es decir, sus derechos actuales a utilizar a las mujeres.

En nuestra sociedad la violación es prácticamente impune. La mujer es el sujeto violado y la violación identifica a todas las mujeres con la sexualidad violable. Aunque formalmente la violación sea ilegal, los hombres la practican a gran escala. La violación es el sexo por obligación, el sexo como abuso de poder, que no siempre implica el uso de la fuerza física. La ausencia de consentimiento es redundante. El comportamiento sexual de las mujeres debe ser irrelevante en los juicios por violación, y no debe publicarse el nombre ni la identidad de las víctimas.

Cuando reconocemos la desigualdad sistémica de las mujeres el tema del aborto adquiere una nueva dimensión. Las píldoras anticonceptivas no siempre son recomendables para la salud y las mujeres habitualmente no tienen capacidad alguna para exigir el uso de preservativos. No siempre pueden controlar el acceso sexual a su cuerpo por la presión social, la costumbre, la pobreza, la dependencia económica y la violencia física. En muchas ocasiones las mujeres no controlan las condiciones en las que se produce el embarazo. Además a las mujeres se les ha asignado casi totalmente la responsabilidad del cuidado de los hijos, pero el Estado no ofrece ni siquiera los elementos básicos que permiten criarlos. Las mujeres tampoco pueden controlar las repercusiones de la maternidad en sus propias vidas. La maternidad es devastadora para las posibilidades sociales de las mujeres.

En este contexto, el acceso al aborto es necesario para que las mujeres sobrevivan a la desigualdad. Es una vía de escape, por difícil que sea, ante la ausencia de control sobre el devenir de la vida. Este enfoque implica también asumir que quien controla a un feto controla a la mujer, de modo que controlando el destino de este se controla también a aquella. Solo las mujeres deberían poder decidir sobre su destino, independientemente del modo en el que se produjese la concepción. Quienes se preocupen realmente por la vida de los no nacidos deberían luchar para proporcionar a las mujeres el control del acceso sexual a sus cuerpos y una ayuda adecuada para el embarazo y el cuidado de los hijos. En una sociedad igualitaria el aborto sería una decisión libre de las mujeres y se produciría de forma poco frecuente.



Catharine A. MacKinnon, Hacia una teoría feminista del Estado.


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