lunes, 30 de marzo de 2020

Su derecho a un burdel propio


Su derecho a un burdel propio  
 07/01/2020

AUTORA  Cruz Leal
Abolicionista, porque el abolicionismo es la revolución del feminismo como último ideal universalista.

Su nombre es Rosen Hicher y es una de las supervivientes de la prostitución que lidera el Mouvement du Nid, junto a otras supervivientes llevan años creando conciencia en contra de la esclavitud sexual. A ellas debemos en parte, que el Estado francés optara por una ley abolicionista de la prostitución inspirada en el modelo nórdico. Es autora del libro Une prostituée témoigne, testimonio de la actividad a la que dedicó más de veinte años de su vida. Entró y salió de la prostitución en varias ocasiones a lo largo de décadas, ella misma manifiesta que nadie le obligó a entrar, nadie le puso una pistola en la cabeza. Decidió no volver nunca más el día en que un putero habitual le ofreció dinero por su hija de doce años.

Rosa Hicher


Se llama Alika Kinan también es una superviviente de la prostitución, su abuela, su madre y sus tías fueron prostitutas. Ella misma cuenta, cada vez que acude a una conferencia, que nadie le obligó a entrar, nadie le puso una pistola en la cabeza. A lo largo de dieciséis años esa fue su vida y cuenta con pelos y señales, a todo el que quiera oírlo, cómo transcurre el día a día de algunos millones de mujeres; los controles sanitarios que ellas mismas se costean; los controles policiales; las deudas, extorsiones, amenazas y abusos de tantos chulos, médicos, policías, funcionarios, políticos, jueces, taxistas, vendedores, caseros, camellos… incluso las propias familias y por supuesto también de los puteros; nos cuenta del miedo, del asco, de la soledad, del ser y sentirse insignificante, de cómo todos estamos enterados y no queremos saber. Hasta que un día en el interrogatorio posterior a una redada, una jueza le preguntó si pensaba que ser prostituta sería una buena ocupación para sus hijas. Define ese momento como un golpe que le hirió profundamente y la movilizó para revelarse contra el destino que nadie admitía haberle impuesto y por el que campaba desde la adolescencia.


Alika Kinan















La  explotación consentida

Nadie le puso una pistola en la cabeza, pero tampoco nadie le había ofrecido nunca otra posibilidad para poder romper el círculo de pobreza y exclusión que venían repitiendo durante generaciones las mujeres de su familia y de su entorno próximo. No hubo libre elección, nacieron en el  camino y solo siguieron la lógica del trazado. En 2016 el Tribunal Federal de Tierra de Fuego condenó a su proxeneta a siete años de cárcel, a una indemnización de  más de siete mil pesos y el Estado argentino fue considerado cómplice de trata. Fue un hecho histórico de reconocimiento de todo un sistema de explotación sexual de mujeres y niñas, de todos los elementos que lo constituyen, tantos, que llegan a implicar a todo un Estado y lo convierten en un Estado cómplice y proxeneta.

Este logro de Kinan es suficiente para autorizar su voz y todo el conocimiento que nos aporta sobre un fenómeno social que se ha desvinculado de sus formas de explotación tradicionales y que la globalización ha impulsado a escala planetaria, convirtiendo la prostitución en un sistema criminal de explotación total que incide en la economía tanto como en la política y repercute en los Estados y en toda la sociedad. La prostitución es en estos momentos la expropiación absoluta de la humanidad de millones de mujeres, niñas y niños, su cosificación para  la violación y el abuso sexual sistemático en todas sus formas. La prostitución es ahora una industria globalizada de explotación sexual, liderada internacionalmente por grupos de inversores organizados en red que participan impunemente de su criminalidad. Su nicho de negocio en cambio, es el viejo sistema de acumulación por extracción y fabricación de pobres de toda la vida.

En palabras de Sheila Jeffreys, la prostitución no puede ser explicada al margen de la economía política; es una industria clave para el capitalismo neoliberal criminal y su funcionamiento está sólidamente racionalizado y estructurado como el de cualquier multinacional. En ello se amparan como organización para exigir reconocimiento como trabajo regulado, de interés social y exigir trato de favor en la fiscalidad. Una criminalidad profesionalizada.

Solo desde los planteamientos abolicionistas del movimiento feminista se ha tomado conciencia de la gravedad del fenómeno y de la necesidad de investigar el sistema prostitucional, los vínculos que se establecen entre sus actores principales y de éstos con el poder político,  económico y financiero. De cómo se tejen las redes criminales, cuáles son sus modos de actuación y consecuencias para la sociedad, el Estado y la democracia. Y también qué políticas son necesarias para su erradicación.

La sociedad siempre quiso ignorar el significado de la prostitución, pero las mujeres conservamos la cicatriz atávica de las violaciones de guerra. Lo primero que se instala en una colonia militar es un burdel. El primer botín que se entrega a un ejército como recompensa o para levantar el ánimo del combate es el burdel. El papel de puta reservado para mujeres y niñas es imprescindible en cualquier conquista. Calmar la frustración de cualquier ejército o animarlo al horror de la batalla requiere el sacrificio y la entrega de mujeres y niñas para alimentar a la bestia. Violar mujeres y niñas es un arma de destrucción masiva que aniquila comunidades enteras desde tiempos inmemoriales. Su eficacia avala su pervivencia en las guerras actuales, incluidas aquellas que se han desarrollado hace apenas unos años en la cultivada Europa. Incluso, como hemos sabido por titulares, las intervenciones de los cascos azules de la ONU dejan un reguero de abusos, y violaciones de menores que se intentan justificar con el intercambio de unas monedas o un plato de comida, es decir el burdel legitimado de cualquier ejército. En la guerra, las violaciones de mujeres y niñas son una repugnante costumbre justificada por el embrutecimiento, y en la paz también. La sociedad necesita legitimar su indiferencia con la lógica del burdel apuntalada por la libre elección, la biología masculina y el intercambio de dinero. Para las mujeres nunca se ha firmado un tratado de paz.

En el burdel la violación y la deshumanización están permitidas y legitimadas por el intercambio de dinero que corre a manos del proxeneta. Seguir el rastro de ese dinero y de los grupos inversores, llevó al periodista Joan Cantarero a infiltrarse en la Asociación de Empresarios de Locales de Alterne-Anela. Pudo demostrar, destapando la red de prostitución de niñas en Valencia (1985), las relaciones de éstos grupos con la extrema derecha, con políticos corruptos, con individuos de familias franquistas de reconocido renombre entre las élites, todos ellos haciendo negocio con la prostitución. Individuos referentes del régimen, de misa diaria, hombres y algunas mujeres de clases pudientes, élites económico-financieras, políticos de factoría franquista, todos en conexión con la ultraderecha política. Y ahora desde alguna supuesta izquierda siguen apuntalando sus intereses, reivindicando su derecho al negocio y también a la violación y el abuso. Y también se esmeran en defender a una organización que vomita sobre la palabra sindicato y que ya había echado sus cuentas de beneficios en cómodos plazos de cuotas mensuales, sobre lo que dicen es el trabajo empoderante de unas trescientas mil mujeres en el territorio español. No hay que ser contable para calcular los multimillonarios beneficios que recibiría la organización con el cierre de ejercicio de un solo trimestre.

Sabemos que el negocio es tan multimillonario que organismos internacionales como el FMI recomiendan su cuantificación y cotización en el PIB. Porque todos los que defienden la prostitución como un trabajo tienen intereses en su perpetuación. Todos obtienen algún tipo de beneficio. Desde el negocio multimillonario de inversores y proxenetas a la discreta mordida del asalariado para completar el mes. Desde el postureo cómplice que te abre a la aceptación del grupo y te proporciona reconocimiento y silloncito, a la posibilidad de autoafirmación y el compadreo ocioso y salvaje del putero.

Las únicas que no tenemos interés en la prostitución somos las mujeres, de ser así el mundo sería un inmenso prostíbulo. Solo la necesidad nos obliga y como cuenta Beatriz Ranea  en su investigación sobre la prostitución ocasional, el sistema prostitucional y sus redes nos está esperando en cualquier lugar, una cafetería, un banco de una plaza, una parada de autobús, encarnado en cualquier hombre dispuesto a follarnos a cambio de unas monedas. Ante nuestra necesidad no nos ofrecen ayuda sino la posibilidad de hacer de puta.

Amelia Tiganus


Amelia Tiganus también superviviente de la prostitución, cuenta que el sistema te construye como puta igual que te construye como emigrante, refugiada, mano de obra barata o mendigo.  Te deja a la intemperie y espera a que ocupes tu lugar mediante los mecanismos perversos de la exclusión y reproducción de la pobreza. A todas estas mujeres la prostitución les estaba esperando, explica, y sobreviven mientras se les despoja de toda libertad, dignidad, salud física y psicológica, derechos humanos, incluso la vida, concluye. Es un aprendizaje de servidumbre y renuncia a la humanidad. Las hacen mujeres de deuda eterna y serán expulsadas a otro sector de explotación o abandonadas a su suerte, cuando sus  captores decidan que ya no les pueden extraer más beneficio. Su supervivencia en el sistema prostitucional solo es posible colaborando en la explotación de otras, y esto es así desde el principio de los tiempos, la criminalidad se perpetúa consigo misma.

La prostitución es desde siempre el reino alucinado de las falacias y las mentiras burdas que nos contamos para poder soportarlo y las que nos cuentan para que miremos en otra dirección. El glamur que venden es sordidez, el dinero que corre siempre lo hace en la misma dirección y hacia los mismos bolsillos. Cuando una administración pública se decide a intervenir en el hecho social de la prostitución, lo hace siempre previa intervención policial y necesariamente a través de los servicios sociales y lo que encuentran son mujeres y menores en la más absoluta de las precariedades, un “trabajo” del que te rescatan con la policía. Las mujeres, ninguna, jamás hemos corrido al burdel, pero al parecer en algún sitio se ha decidido que este debe ser nuestro destino.

Su supervivencia en el sistema prostitucional solo es posible colaborando en la explotación de otras, y esto es así desde el principio de los tiempos, la criminalidad se perpetúa consigo misma.

En el último informe de ABITS de 2017 encargado por el ayuntamiento de Barcelona, nos encontramos con el hecho peculiar de que solo han atendido a un hombre en prostitución. El cinismo y el empeño en disfrazar la realidad no pueden ocultar los porcentajes estadísticos. Otra realidad que muestra el mismo informe es que casi el noventa por ciento de las mujeres prostituidas son emigrantes africanas, seguidas de latinas, rumanas y en menor medida de origen marroquí, la prostitución local no llega ni a un escaso diez por ciento. Es pertinente preguntarse por qué las mujeres dejan sus comunidades y países en los que sobran puteros y se van a miles de kilómetros a prostituirse, sin redes, desconociendo el idioma, la cultura, sus instituciones, sin apoyos de familiares ni amigos y acostumbran a dejarse la documentación olvidada, cuando no a perderla.

Y la pregunta del millón; cómo es que ante un negocio multimillonario y empoderante, los hombres no le encuentran la oportunidad o la gracia y no tienen interés en prostituirse. La respuesta es conocida por todos, incluso por quienes se empeñan en negarlo; nosotras somos el producto y los hombres dirigen el negocio, tanto en la demanda como en la extracción de beneficios. Si de verdad fuese un “trabajo cualquiera” hace ya mucho que lo hubiesen industrializado a su favor excluyéndonos por no ser suficientemente aptas o buenas putas.

De puteros y colaboracionistas

Para Rosa Cobo, en su investigación sobre el sistema prostitucional, la industria de la explotación sexual es la clave para que algunos países se incorporen a la economía global dirigida por los fundamentalistas del mercado. El neoliberalismo en su conquista de los países y con la implementación de sus políticas de destrucción del Estado afecta a sus élites, una parte de ellas entran en crisis y su economía y negocios peligran. La también socióloga  Saskia Sassen refuerza esta hipótesis al señalar cómo dichas élites reconstruyen su patrimonio a partir de las economías ilícitas (armas, narcotráfico, prostitución, venta de órganos…) y crean redes, comparten rutas, estrategias, asesores, abogados, grupos de inversión… Sus actividades son intercambiables según las circunstancias y estas actividades criminales sirven para recomponer las economías nacionales cruzando sofisticados sistemas de blanqueo de actividad y capitales que crean circuitos cuasi-institucionales e internacionales que permiten acumular grandes cantidades de dinero en poco tiempo.


Rosa Cobo










Con Rosa Cobo coinciden muchas otras investigadoras del sistema prostitucional y todas constatan su incidencia en la violencia contra las mujeres, después las estadísticas demuestran su clara incidencia en el aumento de la criminalidad. El resultado  de un sistema económico de acumulación despiadado provoca un cambio social de valores que despierta las alarmas de supervivencia, alimenta los discursos de odio y promueve la mercantilización de niñas y mujeres en la prostitución, los vientres de alquiler o la pornografía en estrecha relación con las anteriores.

Los interesados en la promoción del sistema prostitucional hablan de empoderamiento. A propósito de este palabro Daniel Bernabé desenmascara su doblez y critica la perversión de la lógica neoliberal, te puedes empoderar como persona o como mercancía, dice. Como ser humano te reconocerás en otra humanidad, arrancarle la dignidad te envilecerá y te pasará factura social. Si lo haces como mercancía, al otro, solo le otorgarás un precio siempre devaluado por el uso y el tiempo. Es el viejo mantra neoliberal del “todos tenemos un precio” que niega la posibilidad civilizatoria y solo ve la lucha descarnada por la supervivencia. El mantra anticivilizatorio de los que han convertido el mundo en un mercado repugnante y la vida en él  en un callejón sin salida.

En la prostitución, lo que siempre fue un tabú y una alianza de ocultación de la fratría masculina, ahora es secretismo. Hay un empeño en no conocer, en no querer saber, en negar la evidencia de su brutalidad porque lo que está en juego es la pérdida de nuestra inocencia, el tener que asumir la complicidad del consentimiento y la indiferencia.

Los negacionistas, en la defensa de sus intereses, aparentan ser críticos y alimentan activamente la ignorancia, ocultando hechos, cifras, actores, sus intereses, la función que cumple y las consecuencias para toda la sociedad. Niegan las voces de las pocas supervivientes que se deciden a dar testimonio y se aferran al dogma de la libre elección individual. En palabras de Amelia Valcárcel, las mujeres han sido prostituidas con independencia de su voluntad durante casi todo el periodo conocido que abarca nuestra memoria histórica ¿Cuál sería la novedad? Que ahora decidieran hacer por sí mismas lo que en el pasado se las obligó a hacer sin el concurso de su libertad.

Ahora ya sabemos qué es la prostitución y que nuestro país es destino de turismo sexual, es así como aparece en las guías de viajes. España es el país con mayor consumo de prostitución de Europa y el tercero en el ranking de demanda según la ONU y recalca que el 39% de los hombres en nuestro país ha pagado en alguna ocasión por sexo. Las cifras sobrepasan los dos millones de consumidores, por lo tanto no hay que hacer mucho cálculo para saber que en algún momento tenemos un putero cerca.

El putero es el mayor conocedor de lo que es la prostitución. Él es quien mantiene el negocio con su demanda. Su deseo lo vale todo. La trata es una atención a su gusto por el exotismo, la niñas prostituidas son un regalo a su deseo de dominación, aquellas que están sin estrenar halagan su exquisitez elitista, las que están rotas por el alcohol, las drogas o la mala suerte son un saco de boxeo ideal donde descargar toda su frustración de manera individual o en manada. No hay perfiles cerrados, todos tienen en común que son hombres de toda clase y condición social, cultural o económica y son una especie de animal mitológico que solo se encarna en el compadreo entre iguales.

El putero es ese amable policía que te va a salvar de los malos o que colabora poniendo los neones al burdel, por ejemplo en el caso  Carioca. El encantador padre de familia que se ofrece a recoger a tu niña del colegio. Los estudios reflejan que la mayoría son hombres casados y admiten ser conocedores de que en los burdeles hay menores, incluso las han visto y nunca han denunciado. El médico que te hace el reconocimiento diagnóstico, el profesor de tu hija, el dentista que mete sus manos en tu boca, el funcionario que tramita toda tu documentación de extranjería y residencia, el del INEM que te inscribe en el paro, el tendero, el taxista, el panadero, el paleta, el del bar… Son los putos amos y solo reclaman su derecho a un burdel propio ¡Déjenme ser un putero, tengo derecho!
Pero prefieren que sean ellas, las mujeres, las que den la cara y en un ataque de total libertad empoderada exijan su derecho a ser prostituidas. Su coro son las que solo pueden hacer de su necesidad virtud, defienden su explotación y la de otras muchas, porque piensan es su única salida. Sus voces son amplificadas por otras que ponen su clasismo, elitismo e hipocresía al servicio de una nómina o una oportunidad de crecimiento personal. Y caminando arropadas por su ego, pero sin ir más allá de su ombligo, promueven la prostitución de otras mujeres con la expectativa de favor de un putero halagado que en algún momento pudiera ser un promotor.

Son mujeres en condiciones de elegir y decidir, con trabajos garantizados, en instituciones o pertenecientes a una burguesía acomodada que saben sus derechos plenamente garantizados, y convencidas de que no son deudoras de la barbaridad de sus propuestas, porque siempre encontrarán la condescendencia y el reconocimiento del sistema de privilegios que defienden. Los hechos y los datos para ellas no cuentan, la realidad es siempre una mentira. Con la excusa del debate solo pretenden el control del discurso y que la explotación sea un largo río tranquilo. Su impostura discursiva pone las claves en la defensa de la libertad individual y en la prostitución como trabajo. Lo que solo es un modo desesperado de supervivencia, como la mendicidad, solo los capos explotadores quieren legitimar su crimen hablando de trabajo. Un ejemplo, el capo brasileño que llegó a crear un imperio y en los registros telefónicos, ante algunos comentarios suplicatorios de sus chulos, su orden era No hay chicas cansadas. Están allí para trabajar. Aparte de ellos, que haya quienes teniendo toda la información sigan blanqueando la prostitución y digan que el problema está en la necesidad de una ley para regular la explotación y la esclavitud, en vez de cargar sobre las exigencias de los puteros de poder abusar y violar mediante pago, es cinismo canalla. Pero también una complicidad con el sistema prostitucional que podemos llamar sin tapujos colaboracionismo.

Dado que el deseo de prostituirse de cualquier mujer solo existe en la mente calenturienta de los puteros, ellas lo validan y como no tienen intención de dedicarse, defienden nuestro derecho a poder prostituirnos. No se interesan por nuestro derecho a un trabajo digno y en condiciones deseables. Solo les motivan que las putas estén limpias y sanas.

Se prestan a recoger las prebendas del sistema prostitucional, igual que el taxista recoge la mordida por acercar un cliente. Y cuentan que prostituirse es un derecho que tenemos las mujeres trabajadoras, pobres y emigrantes. Ellas prefieren dedicarse a una profesión o hacer modus vivendi de la política en cualquier partido o de la reivindicación social en cualquier movimiento. Mientras canalizan su narcisismo en la defensa de las minorías vulnerables porque da puntos al carnet de esnobismo y postureo, desprecian a la gran mayoría que somos las mujeres, porque ellas son la abeja reina. La única mayoría que consigue conmoverlas en su vulgaridad numérica es la de millones de puteros. Ante el rechazo social creciente, antes se ponen la venda y ya tienen preparado la campaña del NO punitivismo. Algo así como, podéis pensar que son despreciables pero que no les pongan una multa y sobre todo que no se la envíen a casa, tienen familia. Las putas en cambio, son seres de luz que existen porque  sí al margen de cualquier estructura o condicionante social, solo viven por su voluntad de prostituirse y ser folladas. Simplemente aparecen, y algún día ya no están en la esquina o rotonda.

Algunas de estas señoras han hecho de la defensa de la prostitución como trabajo su carrera de éxito, sacan manifiestos escandalizadas e indignadas por la falta de libertad, escriben artículos y dan conferencias como si no hubiera un mañana. Cobrando por supuesto, y sin poner un pie en la realidad, también. Y no como esas feministas fanáticas que defienden su militancia a escote.

Ellas sí son buenas feministas, de las que jamás molestarán al patriarcado, y ni se les ocurre  considerar las consecuencias  para la sociedad o para todas las mujeres del hecho posible de naturalizara la prostitución como un trabajo cualquiera ¿qué condiciones de trabajo y salud para las mujeres? ¿Qué tipo de regulación y de qué? ¿cómo afectaría al derecho laboral y a los derechos de todas las personas trabajadoras? ¿Qué riesgos asumiría la sociedad y las mujeres si fuese un trabajo? Sabiendo como saben y ya sabemos todos, que en los países que ha sido regulada como trabajo, en todos, constatan el fracaso, el aumento de la violencia hacia las mujeres y de la criminalidad. No hace mucho supimos por titulares de la apertura del primer burdel con muñecas de silicona y que en menos de una semana estaban destrozadas por prácticas violentas, afortunadamente no eran mujeres.

A este coro de entregadas a la causa puteril las apodo ofendiditas. Tomo el término prestado de Lucía Lijtmaer en alusión a su libro sobre la criminalización de la protesta de las mujeres feministas contra el abuso sexual y su negación a seguir soportándolo. Las ofendiditas son estas señoras siempre escandalizadas, que desde su privilegio nos dictan a las demás cómo debemos interpretar la realidad, en base a sus convicciones. Porque solo ellas saben lo que nos conviene. Les molesta que hablemos de esclavitud porque no llevamos grilletes, y la defienden porque ese sistema y no otro, ha sido el que ha sustentado y amalgamado a las élites desde siempre. Al final resulta que es la vieja lucha de clases de toda la vida.

Pero la supervivencia de la prostitución siempre ha requerido de la ocultación y la doble moral, por lo tanto de grandes dosis de hipocresía y ceguera selectiva. La narración que mejor refleja esta doblez, así como la función que cumple la prostitución y la imposición de una casta de mujeres y niñas destinadas a la misma sí o sí, es este párrafo de Gonzalo Torrente Ballester en su Don Juan –Hasta que las madres de familia se reunieron en junta y acordaron ir a ver al señor Corregidor… Total, que un día surgió el tumulto, y asaltaron esta casa, lo destrozaron todo y sacaron de ella a las arrepentidas y las devolvieron a su lugar de origen…¡Cómo se fornicó en Sevilla aquella noche!- Las arrepentidas de la novela eran aquellas mujeres de la prostitución que no tenían otra alternativa. Aquí el autor se apiada de ellas y hace que se refugien y se nieguen a ejercer, lo cual subleva a las señoras de bien que entran a la casa y arrastran a las putas por los pelos hasta la puerta del burdel para que se dediquen.

Nosotras somos mucho más afortunadas y como mujeres libres, nuestras desgracias son solo culpa nuestra, algo habremos hecho mal, salvo que sea merecimiento, claro está. Pero tenemos unas valedoras generosas, son aquellas que dicen se han trabajado su posición y nos regalan un nuevo derecho, el derecho a prostituirnos. No nos van a dar unas mejores condiciones laborales o salariales por limpiar sus casas, de ser así y dada nuestra condición subalterna pudiéramos darnos a la pereza. Si no tenemos suficiente salario siempre podemos meter horas de atención y cuidado de sus mayores o dependientes. Y si tampoco así nos llega nos soltarán el haber estudiado. Y después nos harán la empoderante oferta de elevar la autoestima de los hombres de su entorno amorrándonos a sus genitales u ofreciéndoles amablemente nuestro culo para aumentar un salario que siempre les parecerá excesivo.

…¡y que vengan los puteros a debatir!

Quien debería conocer el fenómeno social de la prostitución, los intereses de sus diferentes actores y las consecuencias que acarrea a toda la sociedad, sería la institución académica. Pero la universidad ha contribuido al desprestigio de los valores de la Ilustración, solo se salvó la libertad como única medida del deseo. La fraternidad y la igualdad,  más próximas a la redistribución que a la meritocracia y la excelencia, han sido despreciadas. Y cuestiones como la democracia o el feminismo son tan debatibles y puestas en duda como los Derechos Humanos. Entiéndase debate como simple cuestionamiento de su necesidad o transcendencia.

Un relativismo de bolsillo acompañado de un cheque o subvención para la implementación de un determinado modelo que solo favorezca al mercado,  junto con una posmodernidad que nadie necesitaba, han dado validez normativa a la posverdad, populismos varios y el fundamentalismo neoliberal declarado culto obligado y representado por las más peregrinas teorías o afirmaciones dogmáticas.




La universidad ha renunciado a la investigación de la realidad y también prescinde de su función social.  Rehúsa comprender y explicar un hecho social como la prostitución que afecta a millones de mujeres y niñas en todo el planeta. Son hastiadas las críticas abolicionistas por las trabas a sus investigaciones, no solo económicas sino administrativas, metodológicas y la escasez de comparativas que pudieran rebatir sus planteamientos. Está claro que tampoco hay interés en demostrar el beneficio de los supuestos regulacionistas, porque es más que probable que sean inexistentes.
En cambio el poder legitimador de la academia sigue intacto y ha tomado carta de facto en la justificación de la prostitución como una realidad sociolaboral necesaria para las mujeres más desfavorecidas. Mientras la reivindicación del acceso a la educación y a la educación superior de las mujeres son un clásico feminista aún sin plena consecución, la misoginia de la institución académica es un broche de oro de ostentación diaria. La formación superior es el mayor garante de ascenso social. Pero aunque las cifras demuestran que somos más y mejores en las aulas, en la universidad son menos las profesoras, catedráticas y rectoras. Con estos datos y el conocimiento de que las mayores tasas de pobreza son femeninas, los representantes de la academia han creído oportuno recordarnos que siempre podemos trabajar de putas.

Mientras nos ponen paños calientes para la aceptación de la precariedad y cada ruindad se disfraza con un palabro inventado, el derecho de los puteros se reclama como si de una revolución se tratara al grito de; fuera puritanas, censoras, fascistas y feminazis ¡queremos putas y tiene que haber mujeres dispuestas y suficientes! Mientras la academia francesa ordenaba no tocar a sus putas, la nuestra fue más allá. Se coordinó en menos de una semana para organizar seminarios en veinte universidades públicas sobre el trabajo sexual como un trabajo cualquiera, e invitaron a representantes del sistema prostituyente a promocionar su actividad. Alguna universidad decidió incluso que los seminarios eran obligatorios. Y el arrebato era tan intenso que hubo rectores que llamaban al debate a los puteros para que fuesen ellos quienes reclamaran su derecho a un burdel propio ¡Déjenme ser un putero, tengo derecho!

No hablaron de prostitución, ni invitaron a abolicionistas, se posicionaron a favor del trabajo sexual desde el título de cada convocatoria, ese era el objetivo. Y por lo tanto se posicionaron a favor de la trata, la explotación sexual, el neoliberalismo salvaje, en contra de los Derechos Humanos y por supuesto y siempre a favor del patriarcado, porque van juntos en el mismo sistema de valores. Para el sistema prostitucional ha sido una de las mejores campañas, el poder encontrase en un espacio público de reconocimiento y hacer coincidir la oferta y la demanda. Podemos suponer que en pleno alborozo solo les quedaba intercambiar teléfonos y fijar precios por servicio.

Solo podemos ver en este suceso una maldad deliberada, la insistencia en no querer ver o entender y la imposición del mandato patriarcal más rancio y retrógrado; o casada o puta, siempre esclava. El odio feroz contra las mujeres que se suma al elitismo, la hipocresía y conforman el colaboracionismo de una institución que apuesta por un tipo de sociedad donde una casta de mujeres y niñas  tiene su destino decidido de antemano; tienen que hacer de putas, porque  los hombres tienen derecho a ser puteros. Definitivamente la lucha de clases se ha trocado guerra despiadada entre sexos.

Por último y como ya no viene de unos párrafos, quienes deberían saber qué es la prostitución y qué implica, son nuestra clase política. Porque son ellos quienes tienen que decidir las políticas adecuadas para su erradicación. Las de promoción ya son añosas, desde el laissez faire de toda la vida, hasta la promoción activa de algunos ayuntamientos que subvencionan cursos para hacer de puta. Sabemos por titulares que algunos son bien conocedores del sistema prostitucional, en calidad de puteros. Se puede sospechar que algunos además tengan intereses propios, pues los grupos de inversores no son entelequias. La reacción social suele ser de indiferencia cuando no de mero chascarrillo. Ser putero es tan natural como respirar. Como, bebo, duermo o voy de putas, es normal. Creo que si en algún momento los medios que contribuyen a la normalización del sistema prostitucional por la difusión y el marketing, nos contaran las cifras que se gastan en prostitución nuestros políticos y en qué tipo de demandas, se nos congelaría la sonrisa.

Pero lo peor es la aceptación generalizada de la cultura puteril, ya sean puteros o no. Una cultura que se ha hecho hegemónica y que solo cuestionan como partido, y con la boca pequeña, socialistas y comunistas. Todo el resto de partidos, desde la extrema derecha, a la más rancia conservadora y la moderna neoliberal, juntamente con los que se dicen nueva izquierda, todos, la aceptan como natural e inevitable. Se empeñan en  imponer la idea de que el sistema prostitucional no puede dejar de existir y que debemos aceptarlo sin plantear otros horizontes porque ellos no son capaces de imaginarlos. Cuando precisamente la proyección de un mejor futuro, el posibilismo de la utopía, es la única garantía de la izquierda frente al conservadurismo. El mandato neoliberal comulgado por todos y apoyado en una sola verdad, la suya, es negacionista. Impone el no hay alternativa de manera tan natural como la brisa de verano.

Han abrazado sin ambages la ideología neoliberal y ésta se parapeta detrás de una supuesta buena intención; ya que es inevitable, ya que están atrapadas en el sistema y que hay puteros suficientes, ¡hagámoslo bonito!  Pero no hay nada rescatable del hecho de que tu cuerpo sea penetrado, baboseado, manoseado… por alguien que no deseas. Todos los hombres lo saben, por eso no aceptan ser prostituidos ¿por qué nosotras sí deberíamos aceptarlo? Las mujeres llevamos peleando más de tres siglos por conseguir nuestra completa ciudadanía. Nuestros problemas son los de todos, un trabajo digno y en buenas condiciones, hace mucho decidimos que ¡no queremos ser las putas de nadie!

Ana de Miguel


Como dijo Ana de Miguel, después de desmontar la falacia de la libre elección,  si la prostitución es un trabajo como cualquier otro, sugiero que la legislatura y los responsables políticos lo practiquen durante una semana antes de tomar una decisión. Es la mejor manera de aumentar la aceptación social y reducir el estigma. Las feministas sabemos de lo que es capaz la derecha, la política es su mejor negocio porque gobiernan siempre a su favor. Ellos no se molestan en defender la prostitución, solo hacen uso de su derecho natural, las mujeres somos esclavas de su propiedad. Su batalla no es partidista, es contra todas las mujeres para que acaten el orden establecido por el patriarcado. Parten de su natural supremacista y su único rival ideológico es el feminismo.

Quienes nos helaron el corazón fueron las supuestas nuevas izquierdas. Convencidas como estábamos que eran nuestras aliadas y que era su deber cambiar el mundo. Vimos primero como nos quisieron entregar el cielo, cuando lo único que pedíamos era la realización de nuestros derechos en la tierra. Más tarde se sumaron a la dialéctica de la barbaridad y mientras decían pactar con los mercados la total desmercantilización de la vida, ofrecían sin tapujos nuestros cuerpos, íntegramente. Como si de un sacrificio ritual se tratara. Y resultó algo así como que las mujeres éramos chanchos de los que se podía aprovechar todo, óvulos, leche, úteros… y el cuerpo para el uso y abuso. Solo que los chanchos pasaron a tener más derechos que nosotras en sus propuestas. Nosotras somos la moneda de cambio, nuestros derechos, nuestra dignidad y humanidad les resultan una revolución caduca, nuestra exigencia un atentado contra su vanidad y el narcisismo infantiloide de una generación satisfecha.

Hemos comprobado que si hay algo verdaderamente transversal son la misoginia, el sexismo, el machismo y un odio feroz y profundo hacia las mujeres. Estas autodenominadas nuevas izquierdas, parten de su supuesta superioridad moral para cargar contra el feminismo como rival político. Y pugnan cada día por el control del discurso, la interpretación de la realidad acorde a sus intereses y por fijar un marco conceptual que sobrepase la teoría política feminista. Lo cual no es posible porque; no puedes inventar la realidad cada día, despreciar toda influencia, vaciarla de todo tipo de interpretaciones y apostarlo todo al albur del relativismo y un neolenguaje hueco. El adanismo es simplemente idiota y el feminismo aunque moleste, es mucho más que una filosofía política.

Haríamos bien las feministas en recordar cómo fue la aparición de esta supuesta nueva izquierda, sus orígenes fundacionales en aquel 15M del 2011. Conservar la memoria previene tener que lamentar el engaño. Nuestro 15M vino precedido de otras movilizaciones y otras primaveras en diferentes países latinoamericanos, las causas eran las mismas; rechazo y hartazgo de unos sistemas corruptos que solo ofrecían austeridad y precariedad sin alternativa posible. En las concentraciones de todas esas primaveras, las feministas presentes fueron rechazadas y agredidas.

Como relata Nuria Varela en su último libro, en nuestro 15M también sucedió. Al querer unir su causa con todas en una reivindicación común y escenificarlo con una gran pancarta, las feministas fueron agredidas. La pancarta llevaba escrito el eslogan “la revolución será feminista o no será” y las feministas fueron abucheadas y la pancarta fue arrancada entre aplausos de los presentes. El feminismo ha sido un movimiento maldito justo hasta ayer, que en un ataque de cinismo algunos lo han impreso en miles de camisetas con el susodicho eslogan y lo han cambiado por unos cuantos votos. Está desactivado, o eso creen.
Tras el suceso de la pancarta ¡Vuelta al siglo XVIII! dice Varela al relatar el suceso, aquellos jóvenes revolucionarios, tal y como hicieron los franceses ilustrados, pretendían hacer una revolución contra los privilegios de clases acomodadas sin renunciar a uno solo de sus privilegios como hombres. El enemigo era el capitalismo; el patriarcado, ni tocarlo, concluye escéptica.

Nuria Varela


No puedes decir que eres de izquierdas, ver estructuras de poder y dominación incluso en el vaho de tu aliento y cuando una mujer te dice que no tiene trabajo decirle que se haga puta, que es un trabajo cualquiera. La convicción de que las mujeres pueden ser usadas, compradas y vendidas es el pilar fundamental del patriarcado. Naturalizarnos como inferiores y deshumanizarnos es lo que cimienta la dominación y justifica toda la violencia que ejerce el poder masculino. No puedes decir que eres de izquierdas cuando el único universalismo que entiendes es el de millones de puteros. No puedes decir que eres de izquierdas y sacar a la venta a mujeres y niñas. No puedes mercadear nuestro derecho a un  trabajo digno por el privilegio de millones de puteros a un burdel propio. No puedes abrazar el eslogan ¡Déjenme ser un putero, tengo derecho! Y seguir vendiendo que eres de izquierdas.

Cruz Leal. Abolicionista, porque el abolicionismo es la revolución del feminismo como último ideal universalista.

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