sábado, 1 de febrero de 2020

Neoliberalismo, Teoría Queer y Prostitución


Neoliberalismo, Teoría Queer y Prostitución
5/18/2018
 Por: Anna Djinn
Publicación original: “Neoliberalism, Queer Theory and Prostitution”, 8/11/2014
Traducción: Olga Baselga
Colaboración: Maite Sorolla

Desde hace unos 40 años, la pornografía y la prostitución se han convertido en mainstream y la pornografía se ha vuelto más misógina, sádica y pedófila. En muchos países, la prostitución se ha incorporado a la economía como un sector más, y ya computa en el PIB. La pornografía se ha extendido cada vez más y la prostitución ha prosperado y se acepta más que nunca, mientras que las condiciones para las mujeres y las niñas involucradas siguen siendo alarmantes.
Pese a los avances logrados por el movimiento feminista desde los años 60, los hombres todavía controlan los grandes bloques de poder: el gobierno, las fuerzas armadas y la policía, las finanzas y la banca, las grandes empresas y los medios de comunicación. La ‘industria del sexo’ está abrumadoramente destinada a los hombres, y las feministas han encontrado una ardua resistencia a sus críticas. En este artículo intento reunir algunas explicaciones a esta resistencia, en aras de un enfoque diferente.

“Quizás lo más sorprendente es la dificultad que hemos tenido para encontrar aliados en este esfuerzo. Aunque existe un consenso bastante amplio entre las personas progresistas o liberales sobre el valor de la paz, la justicia económica y los derechos humanos, y sobre los valores negativos de la corrupción y el secretismo en el gobierno, la excesiva concentración de riqueza en manos de pequeñas élites, etcétera, hay una notable falta de consenso sobre el poder entre géneros y la explotación sexual. Los hombres ‘progresistas’ que enarbolan las banderas de la paz y la justicia siguen reclamando privilegios sexuales bajo las reglas del patriarcado” (D.A Clarke, 2004).






El auge constante del neoliberalismo
A partir de los años 70, las grandes empresas norteamericanas y británicas emprendieron una lucha contra los avances sociales introducidos después de la Segunda Guerra Mundial y se redefinieron como cumbre de la civilización y fin supremo de la evolución humana. El capitalismo financiero desplazó al capitalismo industrial; la desregulación permitió al capitalismo apropiarse de los recursos del mundo y destruir las condiciones de los trabajadores y el medio ambiente; la brecha entre ricos y pobres aumentó drásticamente y los empleos bien remunerados desaparecieron progresivamente. En todas partes, las mujeres han sido las más perjudicadas por esa estrategia que combinó los recortes del bienestar social, la erosión del empleo y las condiciones laborales con la destrucción de la agricultura tradicional de subsistencia.

Tradicionalmente, el comercio y la especulación llevaban una tensa convivencia con las fuerzas sociales, como la religión y las organizaciones culturales y laborales en defensa de los valores ajenos al mercado, como la conciencia social y la responsabilidad mutua. Pero la balanza se inclinó hacia la exaltación y alarde de la riqueza y el poder empresarial, el culto al negocio por sí mismo.

Simultáneamente, se produjo un proceso de comercialización de la cultura de masas: los medios de comunicación, que en gran parte son propiedad de grandes empresas o dependientes de ellas para los ingresos publicitarios, se concentraron en cada vez menos manos. La consecuencia de ello es que ahora el control recae en unos grupos empresariales cuyo propósito principal ya no es proporcionar noticias y análisis, sino vender la audiencia a los anunciantes. La pornografía se difundió cada vez más abiertamente, de forma que gran parte de la cultura actual se habría considerado pornográfica hace 30 o 40 años. Esto no es sólo una comercialización de nuestra sexualidad –yo diría que de lo que representa el ser humano en sí mismo—, sino también la propaganda de un mundo donde todo, incluida nuestra propia condición humana, puede reducirse a un intercambio comercial y donde el ‘derecho’ de ver satisfechos todos nuestros caprichos y deseos es sacrosanto, siempre que podamos pagarlo, por supuesto. Y vaya si pagamos. De una forma u otra.

“La mayoría de nosotros estamos familiarizados con la línea adoptada por los CEOs corporativos y sus defensores con respecto a la mano de obra barata en el extranjero. Si las mujeres en Filipinas o México, dicen, están dispuestas a trabajar en las fábricas de una zona de libre comercio por 60 centavos (americanos) al día, entonces esas mujeres son agentes libres que firman contratos individuales con su empleador. Han elegido el mejor acuerdo posible, como todos los actores racionales en un mercado libre, y cualquiera que cuestione los términos de ese acuerdo está impugnando su personalidad y su racionalidad. Cualquiera que intente que las multinacionales paguen más a las trabajadoras de sus maquiladoras, o que mejoren las brutales condiciones bajo las que trabajan, está actuando directamente contra las mujeres a las que intenta ayudar, porque las empresas sencillamente cerrarán si sus costes aumentan excesivamente, lo cual dejará a las mujeres nuevamente sin trabajo.

El lenguaje de los ‘feministas’ y gente de izquierdas que defienden la prostitución tiene unas similitudes inquietantes con el de los grandes empresarios y sus valedores. Nos dicen que las prostitutas eligen su línea de trabajo en un mercado libre, que son agentes racionales. Criticar la industria que las explota, o incluso decir que son explotadas, equivale a negar su libre albedrío. Intentar regularlo o restringirlo no es otra cosa que negarles ‘oportunidades’ y ‘opciones’. La similitud entre esos lenguajes no es casual, por supuesto: hace décadas que la irrupción de los valores y creencias comerciales en el mundo académico y la cultura popular viene cobrando fuerza. Cada vez es más difícil –y cada vez más marginal o mal visto— sostener una postura que no se ajuste al Mercado.

La cultura popular refleja el Zeitgeist de manera precisa y poco halagüeña en los esperpentos mediáticos de los ‘reality shows’ [...], en los que los ‘contendientes’ se enfrentan de forma no muy diferente de los gladiadores romanos en una cruenta lucha por la riqueza. Algunos ‘programas de radio’ ofrecen ahora dinero o ‘fama’ a los ‘invitados’ como incentivo para someterse a diversas humillaciones públicas. En un notorio incidente, Howard Stern convenció a una mujer para que se desnudara en el estudio y comiera comida para perros de un plato en el suelo, a cambio de emitir la música grabada por un amigo suyo. La ideología pseudo-smithiana de la ‘elección’ y el resto de la palabrería populista del mercado, por supuesto, exaltarían la ‘elección’ de esta mujer para soportar tal escena en lugar de poner en tela de juicio la ética de Stern, a la emisora de radio o sus anunciantes y oyentes. La escena en sí es paradigmática de la prostitución: un hombre ofrece algo que una mujer quiere o necesita para inducirla a hacer cosas que a ella la humillan y a él le divierten.

En una era dominada por la ideología neoliberal, obviamente es difícil organizar una campaña eficaz contra la explotación sexual de mujeres y niños. En todos los frentes, las feministas se topan con un muro.

En primer lugar, el culto al Mercado preponderante se burla y devalúa cualquier invitación al altruismo; Si las mujeres que han tenido la suerte de escapar de la explotación sexual en sus propias vidas se revelan preocupadas y por las mujeres prostituidas y su cuidado, se las tacha de ingenuas, idealistas poco realistas y (por supuesto) ‘ideólogas’. La ideología pseudo-progresista de la ‘liberación sexual’ se encarga de que las mujeres que se oponen a la explotación, especulación, coacción y otras prácticas habituales en la industria del sexo queden como ‘cripto-conservadoras’, ‘neo-victorianas’, ‘antisexuales’, etcétera. Y si cualquiera de estos obstáculos no desalienta a la crítica social feminista, el dogma neoliberal se apresura en demostrar que, por ejemplo, la mujer que come comida para perros en el suelo del estudio de Stern está exactamente donde quiere estar. Cualquier mujer que exprese asco hacia los hombres que propiciaron y disfrutaron este ritual de humillación es en realidad antifeminista: está negando el libre albedrío y elección de esta mujer ‘liberada’, lo ‘buena chica’ que es al ‘aceptarlo con valentía’. Porque no le hacen falta la compasión o intervención de unas niñeras bienpensantes. Exactamente igual que, por supuesto, los pobres, capaces de valerse por sus propios medios sin la insultante ayuda de las asfixiantes manos de Papá Estado.” (D.A Clarke, 2004)

Al tiempo que las grandes empresas luchaban contra las medidas sociales y económicas progresistas introducidas después de la Segunda Guerra Mundial, el neoliberalismo se convertía en la nueva ortodoxia en economía académica, el postmodernismo (o deconstruccionismo) se convertía en la nueva ortodoxia en los departamentos de literatura y humanidades, y la teoría queer tomaba el lugar de los movimientos feministas y del colectivo gay.





Movimiento feminista y movimiento gay
Los movimientos feminista y gay de los años 60 y 70 fueron movimientos de cambio personal y social en los que era fundamental el rechazo de los estereotipos y jerarquías de género. Las pensadoras feministas se basaron en el análisis marxista por el que todas las sociedades son sistemas de clases estratificados como una jerarquía de grupos sociales con diversas relaciones con los medios de producción, y demostraron que las sociedades también son sistemas en los que hombres y mujeres son dos grupos socialmente distintos y con una relación jerárquica por sus diferentes papeles biológicos en la reproducción humana. La explotación y la opresión de las mujeres no son fenómenos meramente accidentales, sino partes intrínsecas de un sistema (conocido como patriarcado) que existe desde hace miles de años. Las feministas han demostrado que la explotación y subordinación patriarcal es efectivamente necesaria para el sistema económico capitalista, basado en la máxima acumulación (Mies, 1998).

En una familia patriarcal, las niñas y niños aprenden cuál es su lugar en la jerarquía de clases sexuales y a través de ello aprenden a desenvolverse por la jerarquía de clases en sentido amplio. A los hombres se les puede machacar en el sistema de clases, pero tienen poder más o menos absoluto sobre sus mujeres y los menores. La cooperación de las mujeres a menudo se basa en su esperanza de que, si lo aceptan, sus hijas e hijos tendrán al menos la oportunidad de una vida mejor, o bien asumen que el poder y el bienestar material bajo la tutela de los hombres es mejor que nada en absoluto. De todas formas, la mayoría de las veces no tienen opción. Una vez que este sistema opresivo se interioriza, se convierte en el modelo para todas las demás opresiones y las niñas y niños crecen hasta convertirse en soldados rasos para el capitalismo y el colonialismo. O al menos así es como funcionaba tradicionalmente. Uno de los grandes éxitos del movimiento feminista es que las mujeres ya no están tan dispuestas a soportar un matrimonio opresivo.

Un amplio sector del feminismo entiende la explosión del porno en las últimas décadas como parte de una reacción contra éste y otros logros del movimiento feminista. Pero también puede verse como una continuación o repuesto de la familia patriarcal ahora que está en declive. Si nuestra incorporación al sistema de género es incompleta en la familia (porque, por ejemplo, gracias al movimiento feminista, las mujeres ahora pueden vivir con sus hijos sin un hombre), entonces la exposición de preadolescentes y adolescentes al tipo de pornografía violenta a la que sólo los hombres más pervertidos tenían acceso en el pasado los pone rápidamente al día.

Las feministas veían el género como una serie de roles socialmente construidos para garantizar el sistema de dominación masculina –donde la masculinidad es el comportamiento de la dominación masculina y la feminidad el de sumisión a esa dominación— y rechazaban el sistema de géneros como parte del sistema de supremacía masculina. Planteaban que sin el sistema de dominación masculina no habría necesidad de géneros, que podríamos relacionarnos como simples seres humanos, y que por lo tanto negarse a ajustarse a los roles de género estereotipados era en sí mismo un acto de rebeldía contra el sistema patriarcal.

El movimiento de liberación gay adoptó un análisis de la opresión de amplitud similar, tomando el modelo de la lucha de los pueblos colonizados contra el imperialismo, y entendiendo que la opresión de los hombres homosexuales proviene de la opresión de las mujeres y la imposición de roles sexuales (el género), entendidos igualmente como constructos políticos. También consideraban que la homosexualidad y la heterosexualidad se construyen socialmente.

Posmodernismo y teoría queer
El postmodernismo (o deconstruccionismo) afirma que no existe una realidad objetiva, que todo es sólo una entre un número ilimitado de narraciones posibles, que ningún sistema político u obra de arte es superior a ningún otro. Las palabras sólo adquieren su significado a través de sus relaciones con otras palabras y no hay un significado unívoco. Lo único que podemos hacer es ‘deconstruir’ el texto. Desde este punto de vista, la literatura (como Matar un ruiseñor, Las uvas de la ira o La habitación de las mujeres) que pone de manifiesto la desigualdad social y estructural no es mejor que la literatura (como Cincuenta sombras de Grey) que erotiza y legitima dicha desigualdad. El postmodernismo es una doctrina profundamente conservadora que ofusca la realidad política y social. Surgió en un momento particularmente conservador de la historia, cuando el neoliberalismo estaba en auge y las críticas sociales radicales habían pasado de moda.

Fue en este contexto donde surgió la teoría queer, que entiende el género como una actuación, que hay muchos géneros posibles e idealiza los desajustes entre género y sexo (que denomina ‘transgresión’). Así pues, una lesbiana butch, una drag queen, un gay dominante masculino y una mujer prostituida pueden considerarse géneros diferentes y ‘transgresores’. De esta manera, el género se desvincula de las diferencias materiales entre sexos, y por ende la supremacía masculina y la opresión de las mujeres se difuminan. En lugar de desafiar roles y comportamientos dominantes y sumisos, la teoría queer acaba defendiéndolos y perpetuándolos.
Entender que la prostitución es así de ‘transgresora’ equivale a idealizarla e invisibilizar su realidad, la que para la mayoría de las mujeres no es una elección entre varias opciones viables, y por su propia naturaleza es abusiva y destructiva (tal y como demuestro en Choice in an Unequal World y Prostitution is Unlike Other Work). Pero cuando las feministas critican los sistemas de prostitución, los teóricos queer lo tachan de ataque a la ‘agencia’ de las mujeres prostituidas, en consonancia con el contraataque neoliberal hacia quienes osan pedir a las multinacionales que mejoren los salarios y condiciones de las trabajadoras en sus maquilas de Bangladesh, por ejemplo.

En buena lid, el término ‘queer’ debería englobar a lesbianas y gays, pero debido al mayor poder socioeconómico de los hombres, las lesbianas se fueron haciendo menos visibles y la liberación homosexual fue reemplazada por un movimiento por los derechos de los gays, muchos de los cuales pueden verse como hombres reclamando su parte de privilegios masculinos, de tal manera que se ha ido desarrollando una enorme industria sexual comercial al servicio de los gays. Estas demandas de hombres gays por su privilegio masculino se puede ver en su reivindicación del ‘derecho’ al sexo público, un derecho que pocas lesbianas o mujeres sienten necesidad o deseo de reclamar y que puede verse como otro aspecto más del derecho sexual masculino. Al encontrar poco apoyo para este llamado ‘derecho’ entre sus compañeras lesbianas, los hombres homosexuales solicitaron el apoyo de las defensoras de la industria del sexo heterosexual (Jeffreys, 2003), por lo que existe la percepción de que cualquier desafío a la prostitución es también un desafío a la ‘libertad’ de los hombres gays. No es por tanto sorprendente que cualquier crítica a esta ‘libertad’ se refute tan brutalmente como cualquier crítica al ‘derecho’ masculino a la prostitución.

El postmodernismo está disminuyendo su popularidad en la misma medida que la crítica al neoliberalismo se normaliza. Sin embargo, la teoría queer sigue tan popular como siempre, y debido a que el postmodernismo domina el mundo académico desde hace décadas, varias generaciones de estudiantes han sido educadas en este paradigma. Por tanto, no deberíamos subestimar la longevidad de su legado.

La izquierda tradicional
“Nuestra experiencia demostró, una vez más, que las personas a menudo se aferran deliberadamente a su ignorancia de la realidad social cuando esa ignorancia les permite mantener y justificar sus privilegios. Es mucho más fácil que desafiar el statu quo.” (Wu, 2004)

Es frecuente que las feministas en lucha contra el sistema prostitucional se indignen al descubrir que muchas personas de la izquierda tradicional las ataquen con las consabidas críticas: que son puritanas, antisexuales, que socavan la ‘agencia’ de la mujer prostituida, etc., al tiempo que despliegan una sofisticada censura contra el neoliberalismo, el capitalismo desenfrenado, la extensión del mercado a todas las esferas de la vida, la apropiación de formas de vida, etc., argumentando coherentemente que es incorrecto mercantilizar algunas cosas. Entonces, ¿cómo pueden ser incapaces de admitir el argumento feminista de que los cuerpos de mujeres y niños no deberían estar en venta? ¿Y que la prostitución no es una solución humana al empobrecimiento y la falta de oportunidades para mujeres y niñas en todo el mundo?

Para entender la prostitución como sistema de explotación y opresión es necesario apreciar su conexión con el sistema patriarcal que explota y oprime a las mujeres y privilegia a los hombres. Si permitimos que esta comprensión entre en nuestra conciencia, tenemos que admitir nuestra propia complicidad en este sistema, es decir, que somos cómplices de alguna forma. Como hombres, nuestros privilegios se basan directamente en el sistema, pero como mujeres también estamos atrapadas en él: nuestros privilegios suelen depender de los privilegios de los hombres que nos rodean. Si estamos dispuestos a tomar plena conciencia de este hecho, veremos que si queremos llegar a una relación humana verdaderamente libre, tenemos que renunciar a nuestra complicidad. ¿Tan aterrador es eso? Claro… Es mucho más fácil dirigir nuestra ira contra esas feministas puritanas, sin sentido del humor y anti-sexo.

“Se evita que el neoliberal perciba aspectos negativos del boom de la prostitución precisamente porque es un boom: un aumento en la actividad monetarista, un aumento en el número de transacciones de mercado. Es un buen negocio. Para mí, como feminista, la ideología de centro- derecha de los neoliberales huele a algo desagradablemente conocido: huele más o menos como la misma lógica (o ilógica) que se viene aplicando sistemáticamente a las mujeres prostituidas desde el doble rasero de la izquierda norteamericana (e internacional).

Aunque sepamos, culturalmente, por experiencia o por osmosis, que mujeres y niñas son prostituidas frecuentemente mediante la violencia, la pobreza, la privación o la traición, el liberalismo occidental lleva proclamando desde hace décadas que el aumento de la prostitución y la pornografía implican mayor libertad, apertura y […] democracia. El hecho de que la democracia real desempeñe un papel muy pequeño en la vida diaria de la prostituta tipo no se recoge en ningún sitio. El fanatismo ideológico con el que el teórico neoliberal ignora todos los efectos negativos de la ‘liberalización’ de los mercados no difiere del deliberado esfuerzo con el que el teórico liberal tradicional del sexo viene ignorando los efectos negativos de la llamada ‘revolución sexual’.

Las estadísticas incómodas, los atroces hechos como la expectativa de vida de las prostitutas, la edad promedio de inducción a la prostitución, los ingresos medios de las prostitutas, etc. (es decir, demografía pura y dura), nunca han incomodado a quienes definieron el negocio sexual como una fuerza liberadora. Que esa 'libertad' sea principalmente la libertad de los hombres para acceder a los cuerpos de mujeres y niñas –o de las naciones del G7 para acceder a los mercados y materias primas del Tercer Mundo— es un hecho que se soslaya a la hora de redefinir la depredación como progreso”. (DA Clarke, 2004)




Deseo y demanda
“El consumismo es la droga por la cual las mujeres y los hombres aceptan condiciones de vida inhumanas, y cada vez más destructivas. Las nuevas 'necesidades' creadas por la industria en su esfuerzo desesperado por mantener el modelo de crecimiento en marcha son todas de tipo adictivo. La satisfacción de estas adicciones ya no contribuye a una mayor felicidad y realización humana, sino a una mayor destrucción de la esencia humana”. (Mies, 1998)

Cualquier madre nos dirá que uno de los retos de la crianza de los hijos es establecer y aplicar límites al deseo de sus hijos: que no, que no puede cenar chucherías en lugar de comida, que debe ponerse el cinturón de seguridad en el automóvil, que no puede coger algo que no es suyo… esas cosas. De alguna manera, como adulto tienes que convencer al niño de que moderar sus deseos es por su propio bien, que por ejemplo renunciar al derecho de tomar las posesiones de otras personas contribuye a un mundo donde podemos confiar en que otros no se apropiarán de las nuestras. Y el valor de la confianza mutua vale más que robar el nuevo juguete de tu amigo. Moderar el deseo es parte del ser humano.

Sin embargo, está claro que moderar el deseo no es bueno para los negocios, y entender el precio que se paga por el deseo ilimitado es aún peor. Así que las grandes empresas hacen todo lo posible para garantizar que no comprendamos el precio de nuestros deseos, que no podamos ver la explotación de las mujeres que cosen la ropa que adquirimos en nuestras compras desenfrenadas del sábado, por ejemplo. O el perjuicio medioambiental por el uso del riego y los pesticidas en el cultivo del algodón, o el coste para la salud y la educación de los niños que se ven obligados a recogerlo, o el coste de transportarlo por mar en un barco de mercancías, o de la destrucción de vida marina cuando un contenedor cae al mar y se abre, etcétera. El mundo es finito, la vida humana es finita y un mundo donde el deseo es ilimitado es despiadado e insostenible.

Pero Margaret Thatcher estaba equivocada: existe una alternativa y debemos concebirla. Quizás esa alternativa signifique que necesitamos moderar nuestros deseos, usar nuestra ropa hasta gastarla. Tenemos que renunciar a algo para conseguir algo de mayor importancia.

Me atrevo a decir que el precio de la prostitución es demasiado alto: no sólo para las mujeres, las niñas, las personas transgénero y los hombres, sino para la sociedad en general, incluso para los puteros ese precio es demasiado alto. Al igual que con el consumismo, ese precio se oculta. Pero al final todos pagamos. Los socialistas, las feministas, los antirracistas y aquéllos que luchan por un mundo más justo deben tener claro que nadie, ni una sola persona, debe ser chantajeada u obligada a hacer cosas que van contra la dignidad humana a cambio de su subsistencia o supervivencia. Y a nadie se le debe permitir construir su ego e identidad sobre la explotación y subordinación de los demás. La prostitución es incompatible con estos principios. Esto significa que los hombres deben renunciar a su antiguo derecho sexual patriarcal. Es una condición previa necesaria para una sociedad más igualitaria.

“Quiero sugerirles que comprometerse con los hombres a ser sexualmente iguales, es decir, a un carácter uniforme como un movimiento o superficie, equivale a comprometerse a adquirir riqueza en lugar de pobreza, a ser violadoras en lugar de violadas, asesinas en lugar de asesinadas Quiero pedirles que adopten un compromiso diferente: un compromiso con la abolición de la pobreza, la violación y el asesinato; es decir, un compromiso para acabar con el sistema de opresión llamado patriarcado; para acabar con el modelo sexual masculino en sí mismo”. (Dworkin, 1976)

Por tanto, recomiendo apoyar el modelo nórdico. Despenaliza a todas las mujeres, niños, hombres y personas transgénero que participan en la prostitución, reconociendo la explotación que implica y las condiciones de explotación que originaron su introducción en ella, supone una fuerte inversión en servicios de reducción de daños para las implicadas y estrategias de salida para aquéllas que quieren dejarla, y criminaliza a proxenetas y puteros, para dejar claro que la prostitución es incompatible con los derechos humanos, y así reducir la demanda que la alimenta.

“La pornografía es propaganda de odio, y la prostitución es explotación. Si queremos un mundo basado en la justicia –justicia de género, justicia racial, justicia de clase, justicia entre personas de diversas orientaciones sexuales— entonces la pornografía y la prostitución deben ser eliminadas. Para eliminar la pornografía y la prostitución es imprescindible que los hombres participen, no sólo porque sean la mitad de la población, sino por algo aún más importante: los hombres son los principales productores, distribuidores y consumidores de mujeres y hombres en la pornografía y la prostitución. La ética de la justicia es nuestra ética, y no puede convivir con la pornografía y la prostitución”. (Funk, 2004)

Para una traducción al francés de este artículo, ver “Néolibéralisme, théorie queer et prostitution”.

Referencias:

Clarke, D.A. 2004. ‘Prostitution for Everyone: feminism, globalisation, and the “sex” industry’ in Not for Sale Feminists Resisting Prostitution and Pornography. Spinifex, Melbourne.
Dworkin, andrea 1976. Our blood: Prophecies and Discourses on Sexual Politics. Pedigree Books, New York.
Funk, Rus Ervin 2004. ‘What does pornography say about me(n)?: How I became an anti-pornography activist’ in Not for Sale Feminists Resisting Prostitution and Pornography. Spinifex, Melbourne.
Jeffreys, Sheila 2003. Unpacking Queer Politics, Polity Press, Cambridge.
Mies, Maria, 1998. Patriarchy and Accumulation on a World Scale: Women in the International Division of Labour. Zed Books, London.
Pollitt, Katha, 2014. Why Do So Many Leftists Want Sex Work to Be the New Normal?
Wu, Joyce, 2004. ‘Left Labor in bed with the sex industry’ in Not for Sale Feminists Resisting Prostitution and Pornography. Spinifex, Melbourne.

Visita nuestro canal de Youtube con interesantes videos traducidos y subtitulados en español: https://www.youtube.com/channel/UCuDKy2DjYr3Egw6iX1h1tcQ/videos

 Fuente
https://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/neoliberalismo-teoria-queer-y-prostitucion






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