miércoles, 1 de abril de 2020

Prostitución y la invisibilización del daño -1

Por la extensión del artículo lo he dividido en tres entradas consecutivas, siendo esta la primera de ellas.


Prostitución y la invisibilización del daño – Melissa Farley [Traducción]
25 MARZO, 2019
Traducción no oficial: Anna Prats | Texto original: Prostitution and the Invisibility of Harm (2003)

Abstract
El daño de la prostitución es socialmente invisible, y es también invisible en la ley, en la salud pública y en la psicología. Este artículo aborda los orígenes de esta invisibilización, cómo las palabras que se usan actualmente promueven la invisibilización del daño de la prostitución y cómo las perspectivas de salud pública y teoría psicológica tienden a ignorar el daño hecho por los hombres a las mujeres en la prostitución. Aquí se resume la literatura que documenta el abrumador daño físico y psicológico a las personas que ejercen la prostitución. Se discute la interconexión del racismo, el colonialismo y el asalto sexual infantil con la prostitución.


Melissa Farley




Introducción
La prostitución es violencia sexual que se traduce en un beneficio económico para los perpetradores. Otros tipos de violencia de género, como el incesto, la violación y el maltrato a la esposa se ocultan y se niegan con frecuencia, pero no son fuentes de ingresos masivos. Al igual que la esclavitud, la prostitución es una forma lucrativa de opresión de los seres humanos. Muchos gobiernos protegen los negocios de sexo comercial debido a las ganancias monstruosas. Instituciones como la prostitución y la esclavitud, que han existido durante miles de años, están tan profundamente arraigadas en las culturas que se vuelven invisibles. En Mauritania, por ejemplo, hay 90.000 africanas y africanos esclavizados por los árabes. Las y los activistas de derechos humanos viajan a Mauritania para informar sobre la esclavitud, pero debido a que no observan el estereotipo de lo que creen que debería ser la esclavitud, si no ven una oferta por personas encadenadas en bloques de subasta, concluyen que los africanos que trabajan (en esclavitud) frente a ellos son trabajadores voluntarios que reciben alimentos y refugio como salario (Burkett, 1997).

De forma similar, si los observadores no observan el estereotipo de la prostitución “dañina”, por ejemplo, si no ven a una niña adolescente traficada a punta de pistola de un país a otro, si lo que ven es una adolescente callejera que dice: “Me gusta este trabajo, y estoy ganando mucho dinero”, entonces no ven el daño. Los puteros (clientes) van a Atlanta, Ámsterdam, Phnom Penh, Moscú, Ciudad del Cabo o La Habana y ven a chicas y mujeres sonrientes saludándoles. Los clientes deciden que la prostitución es una elección libre.

La negativa social y legal a reconocer el daño de la prostitución es sorprendente. La normalización de la prostitución por parte de investigadores, agencias de salud pública y la ley es un obstáculo importante para hacer frente al daño de la prostitución. Por ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo describió la prostitución como el “sector sexual” de las economías asiáticas, a pesar de citar sus propias encuestas que indicaron que, en Indonesia, el 96% de las entrevistadas querían abandonar la prostitución si pudiesen (Lim, 1998). No tiene sentido oponerse a la trata de personas, por un lado, y promover el “sector sexual consensual” o el “trabajo sexual comercial” por el otro. Uno no puede existir sin el otro; el tráfico es la comercialización de la prostitución.

Asumir que hay consentimiento en el caso de la prostitución, es ocultar su daño. La afirmación social y legal de que existe un consentimiento involucrado en la opresión de las mujeres no es nueva. La ley de violación, por ejemplo, comúnmente pregunta si la mujer consintió o no a algún acto sexual, en lugar de preguntar si el violador obtuvo su permiso afirmativo otorgado libremente sin coacción verbal o física. En situaciones de violencia doméstica, la pregunta a menudo es: “¿por qué ella aceptó permanecer en la relación?” En lugar de: “¿cómo le cortó su capacidad física y psicológica para escapar de manera segura?” Y en casos de acoso sexual, la pregunta es: “¿invitó, provocó o acogió el comportamiento?” en lugar de: “¿usó su posición de autoridad para comprometer su capacidad de resistir?”. Así como no nos hemos movido más allá del obstáculo del consentimiento para mujeres violadas, golpeadas o abusadas sexualmente, por lo que también estamos en la zona cero en lo que respecta a la prostitución. La línea entre la coerción y el consentimiento se difumina deliberadamente en la prostitución. La insistencia del político en que la prostitución es consensual es paralela a la insistencia del putero en que la reciprocidad ocurre en la prostitución.

En la prostitución, las condiciones que hacen posible el consentimiento genuino están ausentes: seguridad física, igual poder con los clientes y alternativas reales (Hernández, 2001). Una mujer en Ámsterdam describió la prostitución como “esclavitud voluntaria”, una descripción que refleja tanto la apariencia de elección como la coerción detrás de esa elección. En lugar de la pregunta, “¿ella consintió?”, la pregunta más relevante sería: “¿Tuvo ella verdaderas alternativas a la prostitución para sobrevivir?”. Como veremos más adelante, es un error estadístico y ético suponer que La mayoría de las mujeres en la prostitución consienten.

No hay reciprocidad de consideración o placer en la prostitución. El propósito de la prostitución es asegurarse de que una persona es objeto de otro sujeto, asegurarse de que una persona no utilice su deseo personal para determinar qué actos sexuales ocurren y cuáles no, mientras que la otra persona actúa sobre la base de su deseo personal. Esto contrasta claramente con el sexo no comercial, promiscuo y anónimo, en el que ambas partes actúan sobre la base del deseo personal, y ambas partes son libres de retractarse sin consecuencias económicas (Davidson, 1998).

Invisibilización
Las palabras que ocultan el daño llevan a la confusión sobre la verdadera naturaleza de la prostitución. Algunas palabras en el uso actual hacen que el daño de la prostitución sea invisible: prostitución voluntaria, lo que implica que ella consintió, cuando por lo general no tenía otras opciones para sobrevivir; tráfico forzado, lo que implica que en algún lugar hay mujeres que se ofrecen voluntariamente para ser traficadas para la prostitución; trabajo sexual, que define la prostitución como un trabajo en lugar de un acto de violencia contra las mujeres. El término trabajadora sexual migrante combina la prostitución y el tráfico e implica que ambos son aceptables. Las palabras chinas bellas mercancías benevolentemente ocultan la objetivación de las mujeres en la prostitución. La expresión mujeres socialmente desfavorecidas (ostensiblemente usadas para evitar estigmatizar a las prostitutas) elimina cualquier indicio de la violencia sexual que es intrínseca a la prostitución.

La ideología libertaria o posmoderna oculta el daño de la prostitución, definiéndola como una forma de sexo. La explotación sexual más dura en el club de striptease se ha reformulado como expresión sexual o libertad para expresar nuestra sensualidad bailando. Los burdeles son referidos como hoteles para corta estancia (short-time hotels), salones de masajes, saunas y, a veces, clubes de salud (health clubs). Los hombres mayores que compran a adolescentes para actos sexuales en Seúl llaman a la prostitución una cita recompensada. En Tokio, la prostitución se describe como coito asistido.

Los hombres que compran mujeres en la prostitución son llamados partes interesadas o terceros, en lugar de puteros, que es lo que las mujeres llaman clientes. Los chulos se describen como novios o managers. Un proxeneta recientemente se refirió a la breve vida útil de una chica en prostitución. Lo que eso significa es que él conoce el alcance del daño en la prostitución y se da cuenta de que ella no será vendible después de unos años. En los Estados Unidos, la expresión ‘ho [whore: puta] refleja la visión ampliamente aceptada de todas las mujeres, y especialmente las mujeres de color, como putas nacidas de forma natural.

A las mujeres en la prostitución se las llama escorts, azafatas, strippers y bailarinas. A veces, estas palabras son intentos de las mujeres en la prostitución de conservar algo de dignidad. El propósito de exponer estas palabras no es eliminar la dignidad y el valor inherentes de las mujeres, sino exponer a la institución brutal que las perjudica. ¿Qué palabras pueden usarse sin insultar a las mujeres en la prostitución? La expresión trabajadora sexual implica que la prostitución es un tipo de trabajo aceptable (en lugar de violencia brutal). No nos referimos a las mujeres maltratadas como “trabajadoras maltratadoras”. Y así como no convertiríamos a una mujer en el daño que se le hizo (no nos referimos a una mujer que ha sido golpeada como una “golpeada”) no debemos llame a una mujer que ha sido prostituida, una “prostituta”. Sugerimos mantener su humanidad refiriéndose a ella como una mujer que está en la prostitución, que fue prostituida o que está siendo prostituida. También usamos la palabra “putero”, que es la palabra que las propias mujeres usan para referirse a los clientes.

Las líneas entre la prostitución y la no prostitución se han vuelto cada vez más borrosas. Desde la década de 1980, ha habido un gran crecimiento en el proxenetismo socialmente legitimado en los Estados Unidos. Por ejemplo, la cantidad de contacto físico entre los empleados de club de striptease y los clientes ha aumentado desde 1980. Los clientes generalmente pueden comprar un baile de mesa o un baile de regazo en el que la bailarina se sienta en el regazo de la clienta mientras ella usa poca o ninguna ropa y frota sus genitales contra los de él. Aunque por lo general él está vestido, usualmente espera eyacular.

El baile se puede realizar en el piso principal del club o en una sala privada. Cuanto más privado sea el desempeño sexual, más costará y más probable será que ocurra un acoso sexual violento o una violación.



Invisibilización omnipresente de la violencia en la prostitución
A pesar del hecho de que la prostitución es una institución en la que una persona tiene el poder social y económico para transformar a un ser humano en la encarnación viva de una fantasía de masturbación (Davidson, 1998), los psicoterapeutas y el público en general confabulan al considerar la prostitución como algo banal o negando todo su daño.

La prostitución formaliza la subordinación de las mujeres por género, raza y clase. La pobreza, el racismo y el sexismo están inextricablemente conectados en la prostitución. Las mujeres se compran porque son vulnerables como resultado de la falta de opciones educativas y como resultado de daños físicos y emocionales anteriores. Se compran sobre la base de estereotipos étnicos y raciales tóxicos.

Para la gran mayoría de las mujeres prostituidas del mundo, la prostitución es la experiencia de ser cazada, dominada, acosada, asaltada y golpeada. La prostitución es una estrategia de supervivencia basada en el género que implica la asunción de riesgos irrazonables por parte de la persona que la ejerce. La mayoría de nosotros no estaríamos dispuestos a asumir estos riesgos.

Varias autoras y autores han documentado y analizado la violencia sexual y física, que es la experiencia normativa para las mujeres que ejercen la prostitución, como Baldwin (1993, 1999), Barry (1979, 1995), Boyer, Chapman & Marshall (1993), Chesler (1993), Dworkin (1981; 1997, 2000), Farley, Baral, Kiremire & Sezgin (1998), Giobbe (1991, 1993), Hoigard & Finstad (1986), Hughes (1999), Hunter (1994), Jeffreys, (1997 ), Karim, Karim, Soldan y Zondi (1995), Leidholdt (1993), MacKinnon (1993, 1997), McKeganey y Barnard (1996), Miller (1995), Raymond (1998), Silbert & Pines (1982a, 1982b) , Silbert, Pines & Lynch, 1982), Valera (1999), Vanwesenbeeck (1994) y Weisberg (1985). Silbert & Pines (1981, 1982b) informó que el 70% de las mujeres sufrieron violaciones en la prostitución, el 65% había sido agredida físicamente por clientes y el 66% asaltada por proxenetas.

Los efectos físicos y psicológicos perjudiciales de la prostitución de clubes de striptease no se han abordado. El nivel de hostigamiento y asalto físico de mujeres en la prostitución en clubes de striptease ha aumentado drásticamente en los últimos 20 años. Tocar, agarrar, pellizcar y tocar con los dedos a las bailarinas elimina cualquier límite que existiera previamente entre el baile, el striptease y la prostitución (Lewis, 1998). Holsopple (1998) documentó el abuso verbal, físico y sexual que experimentaron las mujeres en la prostitución en clubes de striptease, que incluía ser agarrada de los senos, glúteos y genitales, así como ser pateada, mordida, abofeteada, escupida y penetrada vaginalmente y analmente durante el baile.

La violencia sexual y el asalto físico son las experiencias habituales para las mujeres en la prostitución. Silbert y Pines (1982b) informaron que el 70% de las mujeres en prostitución fueron violadas. El Consejo para Alternativas de Prostitución en Portland informó que las mujeres prostituidas fueron violadas de promedio una vez por semana (Hunter, 1994). En los Países Bajos, el 60% de las mujeres prostituidas sufrieron agresiones físicas; el 70% experimentó amenazas verbales de agresión física; el 40% experimentó violencia sexual; y el 40% había sido forzado a la prostitución y/o abuso sexual por conocidos (Vanwesenbeeck, 1994). La mayoría de las mujeres jóvenes en la prostitución fueron maltratadas o golpeadas por los proxenetas y por los puteros. El ochenta y cinco por ciento de las mujeres entrevistadas por Parriott (1994) habían sido violadas en la prostitución. De las 854 personas que ejercían la prostitución en nueve países (Canadá, Colombia, Alemania, México, Sudáfrica, Tailandia, Turquía, Zambia), el 71% había sufrido agresiones físicas en la prostitución y el 62% había sido violada en la prostitución. El ochenta y nueve por ciento de las 854 personas en prostitución de nueve países entrevistados por Farley y otros (en prensa) declararon que deseaban abandonar la prostitución, pero no tenían otras opciones. Para estas personas, teorizar la prostitución como consensual hace que su deseo de dejar la prostitución sea invisible. En otro estudio, el 94% de las personas que ejercían la prostitución callejera habían sufrido una agresión sexual y el 75% había sido violado por uno o más puteros (Miller, 1995).

Resumiendo la literatura sobre los diferentes tipos de prostitución, hemos encontrado que el 100% de las personas que ejercen la prostitución sufrieron acoso sexual, lo que en los Estados Unidos sería legalmente procesable en cualquier otro entorno laboral. Del 60% al 90% habían sido agredidas sexualmente cuando eran niñas. Del 60% al 90% fueron agredidas físicamente en la prostitución, y del 60% al 75% fueron violadas en la prostitución. El 75% de aquellas en prostitución habían sido sintecho en algún momento de sus vidas.
Vanwesenbeeck (1994) encontró que dos factores estaban asociados con una mayor violencia en la prostitución. Cuanto mayor es la pobreza, mayor es la violencia y cuanto más se trabaja en la prostitución, más probable es que se experimente violencia. Al igual que Vanwesenbeeck, encontramos que las mujeres que experimentaron la violencia más extrema en la prostitución no estaban representadas en nuestra investigación. Es probable que todas las estimaciones de violencia mencionadas anteriormente sean conservadoras y que la incidencia real de violencia sea mayor que la que se informa aquí.

El paradigma más relevante disponible en psicología para comprender el daño de la prostitución es el de la violencia doméstica. La prostitución es violencia doméstica. Giobbe (1991) comparó a los proxenetas y agresores y encontró similitudes en las formas en que usaron la violencia física extrema para controlar a las mujeres, las formas en que forzaron a las mujeres a aislarse socialmente, usaron minimización y negación, amenazas, intimidación, abuso verbal y sexual, y tuvieron una actitud de propiedad. Las técnicas de violencia física utilizadas por los proxenetas a menudo son las mismas que las utilizadas por los agresores y torturadores.

La mayoría de la prostitución está controlada por proxenetas. El reclutamiento de mujeres jóvenes para la prostitución comienza con lo que Barry (1995) ha llamado “seasoning”: violencia brutal diseñada para quebrantar la voluntad de la víctima. Después de que se obtenga el control físico, los proxenetas utilizan la dominación psicológica y el lavado de cerebro. Los proxenetas establecen la dependencia emocional lo más rápido posible, empezando por cambiar el nombre de la chica. Esto elimina su identidad e historia anteriores y, además, la aísla de su comunidad. El propósito de la violencia de los proxenetas es convencer a las mujeres de su inutilidad e invisibilidad social, así como establecer el control físico y el cautiverio. Con el tiempo, escapar de la prostitución se vuelve más difícil a medida que la mujer se ve abrumada por el terror en repetidas ocasiones. Se ve obligada a cometer actos que son humillantes sexualmente y que le hacen traicionar sus propios principios. El desprecio y la violencia dirigidos a ella finalmente se internalizan, lo que resulta en un virulento odio hacia sí misma que hace que sea aún más difícil defenderse. Las supervivientes reportan una sensación de contaminación, de ser diferentes a las demás, y de odio a sí mismas, que dura muchos años después de salir de la prostitución.

Los enfoques de tratamiento utilizados por quienes trabajan con mujeres maltratadas también son aplicables a las mujeres prostituidas. El primer objetivo debe ser establecer la seguridad física. Esto implica que tanto el cliente como el terapeuta estén de acuerdo con el objetivo de salir de la prostitución. Solo después de que esto haya ocurrido (a menudo proporcionando vivienda segura), puede continuar la etapa inicial de la terapia donde se abordan los problemas de dependencia química y trastorno de estrés post traumático agudo.

Belton (1992) y Goodman y Fallot (1998) han discutido la necesidad de una investigación con respecto a la historia de la prostitución. A menos que se hagan preguntas de detección, la prostitución permanecerá invisible. Las preguntas “¿Alguna vez has intercambiado sexo por dinero o ropa, comida, vivienda o drogas?” y “¿alguna vez has trabajado en la industria del sexo comercial como, por ejemplo, baile, acompañamiento, masajes, prostitución, pornografía, sexo telefónico?” ahora son una parte rutinaria de la historia del autor (Farley y Kelly, 2000).



La invisibilización del racismo y colonialismo en la prostitución
El racismo que está inextricablemente conectado con el sexismo en la prostitución tiende a ser invisible para la mayoría de los observadores. Las mujeres en prostitución son compradas por su apariencia, incluyendo el color de la piel y las características basadas en los estereotipos étnicos. A lo largo de la historia, las mujeres han sido prostituidas por motivos de raza y etnia, así como por género y clase.

Comunidades enteras se ven afectadas por el racismo que está arraigado en la prostitución. El insidioso trauma del racismo desgasta continuamente a las personas de color, creando una vulnerabilidad a los trastornos de estrés (Root, 1996). Las familias que han sido objeto de discriminación racial y de clase pueden interactuar con las redes callejeras que normalizan la prostitución para la supervivencia económica. La prostitución legal, como los clubes de striptease y las tiendas que venden pornografía (es decir, fotos de mujeres en prostitución) tiende a dividirse en vecindarios pobres, que en muchas áreas urbanas de los Estados Unidos también tienden a ser barrios de personas de color. Los negocios sexuales comerciales crean un ambiente hostil en el que las niñas y mujeres son acosadas continuamente por los proxenetas y los adultos. Mujeres y niñas son activamente reclutadas por proxenetas y hostigadas por los puteros que conducen hasta su vecindario. Existe una similitud entre el secuestro para prostitución de mujeres africanas por parte de los esclavistas y el recorrido de hoy por los barrios afroamericanos por parte de puteros buscando mujeres para comprar (Nelson, 1993).

En comparación con las estadísticas de los Estados Unidos en general, las mujeres de color están representadas en exceso en la prostitución. Por ejemplo, en Minneapolis, una ciudad que tiene un 96% de estadounidenses de origen europeo, más de la mitad de las mujeres en clubes de striptease son mujeres de color (Dworkin, comunicación personal, 1997). Las mujeres afroamericanas son arrestadas por prostitución en una tasa más alta que otras acusadas de este crimen.

El colonialismo explota no solo recursos naturales, sino que objetiviza a las personas cuyas tierras contienen estos recursos. Especialmente vulnerables a la violencia de las guerras o la devastación económica, las mujeres indígenas son brutalmente explotadas en la prostitución (por ejemplo, las mujeres mayas en la Ciudad de México, las mujeres hmong en Minneapolis, las mujeres Karen o Shan en Bangkok, o las mujeres de las Primeras Naciones en Vancouver). La intersección del racismo, el sexismo y la clase es especialmente evidente en el turismo sexual. Históricamente, el colonialismo en Asia y el Caribe promovió una visión de las mujeres de color como trabajadoras sexuales de origen natural, sexualmente promiscuas e inmorales por naturaleza. Con el tiempo, las mujeres de color se consideran “otras exóticas” y se las definió como inherentemente hipersexuales en función de la raza y el género (Hernández, 2001). El turista de la prostitución niega la explotación racista de las mujeres en “culturas nativas”, como en el análisis de Bishop y Robinson (1998) del negocio del sexo en Tailandia: “Las tailandesas indígenas son vistas como niñas Peter-Pan, sensuales y que nunca crecen”. Los turistas sexuales creen que simplemente están participando de la cultura tailandesa, que simplemente es “abiertamente sexual”. Puede sentirse como un millonario en una tercera o cuarta economía mundial, y racionalizar que está ayudando a las mujeres a salir de la pobreza.

Estas chicas tienen que comer, ¿no? Estoy poniendo pan en su plato. Estoy haciendo una contribución. Se morirían de hambre a menos que se prostituyeran. (Bishop & Robinson, 1998, p. 168)

La perspectiva tailandesa de esta situación es diametralmente opuesta a la del turista de la prostitución: Tailandia es como un escenario, donde los hombres de todo el mundo vienen a desempeñar su papel de supremacía masculina sobre las mujeres tailandesas, y su supremacía blanca sobre los tailandeses. (Skrobanek citado en Seabrook, 1996, p. 89).

Las ideas construidas racialmente sobre las mujeres en el turismo sexual tienen un efecto cada vez mayor en la forma en que las mujeres de color son tratadas en el hogar. Por ejemplo, las mujeres asiático-estadounidenses reportaron violaciones después de que los hombres vieran pornografía de mujeres asiáticas (MacKinnon & Dworkin, 1997).

Una vez en la prostitución, las mujeres de color enfrentan barreras para escapar. Entre estas se encuentra la ausencia de servicios de defensa culturalmente sensibles en los Estados Unidos. Otras barreras que enfrentan todas las mujeres que escapan de la prostitución son la falta de servicios que satisfagan las necesidades de emergencia, como refugios, tratamiento de la dependencia de drogas/alcohol y tratamiento del trastorno de estrés postraumático agudo (TEPT). Existe una falta similar de servicios para atender las necesidades a largo plazo, como el tratamiento de la depresión y otros trastornos del estado de ánimo, el trastorno de estrés postraumático complejo (CPTSD, por sus siglas en inglés), la formación profesional y la vivienda a largo plazo.

El continuum invisible: abuso infantil y prostitución
La naturaleza sistemática de la violencia contra las niñas y mujeres se ve claramente cuando el incesto se entiende como prostitución infantil. El uso de una niña para el sexo por parte de adultos, con o sin pago, es la prostitución de la niña. Cuando una niña es asaltada de manera incestuosa, la objetivación por parte del autor de la víctima infantil y su racionalización y negación son las mismas que las del putero en la prostitución. El incesto y la prostitución causan síntomas físicos y psicológicos similares en la víctima.

El abuso sexual infantil es un factor de riesgo primario para la prostitución. El abuso sexual familiar funciona como un campo de entrenamiento para la prostitución. Una joven le dijo a Silbert & Pines (1982a página 488): “Comencé a hacer trucos para mostrarle a mi padre lo que me hizo a mí”. Dworkin (1997) describió el abuso sexual de niñas como un “campo de entrenamiento” para la prostitución.

La mayoría de las mujeres mayores de dieciocho años en la prostitución comenzaron a prostituirse cuando eran adolescentes. Du Plessis, que trabajaba con niñas sin hogar y prostituidas en Johannesburgo, Sudáfrica, argumentó que no podía negar los servicios de su agencia a las chicas de 21 años porque entendía que eran niñas prostitutas (Comunicación personal, 1997). La adolescencia temprana es la edad de ingreso más frecuente en cualquier tipo de prostitución. Boyer et al. (1993) entrevistaron a 60 mujeres que ejercían la prostitución en forma de escorts, callejera, en club de striptease, sexo por teléfono y salas de masaje (burdeles) en Seattle, Washington. Todas ellas empezaron a prostituirse entre los 12 y los 14 años. En otro estudio, Nadon et al. (1998) encontraron que el 89% había comenzado a prostituirse antes de los 16 años. De 200 mujeres adultas en la prostitución, el 78% comenzó a prostituirse en la juventud y el 68% empezaron cuando eran menores de 16 años (Silbert, 1982a).

La distinción artificial entre prostitución de niñas y adultas oscurece la continuidad entre ambas. En un continuo de violencia y relativa impotencia, la prostitución de una niña de 12 años es más horrible que la de una niña de 20 años, no porque los actos cometidos en su contra sean diferentes, sino porque la persona más joven tiene menos poder. En otros aspectos, las experiencias de explotación sexual, violación, abuso verbal y desprecio social son las mismas, ya sea que la persona prostituida sea de la edad legal de una niña o de la edad legal de una adulta. La pobreza antecedente y los intentos de escapar de condiciones de vida insoportables (violencia en el hogar o la violencia económica de la globalización) son similares en la prostitución de niñas y adultas.

Los autores múltiples de abusos sexuales eran comunes, al igual que los abusos físicos en la infancia de las mujeres en la prostitución. El sesenta y dos por ciento de las mujeres en prostitución reportaron una historia de abuso físico cuando eran niñas. El 90% de las mujeres prostituidas habían sido golpeadas físicamente en la infancia; el 74% sufrió abusos sexuales en sus familias, y el 50% también fue víctima de abusos sexuales por parte de personas ajenas a la familia (Giobbe, Harrigan, Ryan y Gamache, 1990). De las 123 supervivientes de la prostitución en el Consejo para Alternativas de Prostitución en Portland, el 85% reportó un historial de incesto, el 90% un historial de abuso físico y el 98% un historial de abuso emocional (Hunter, 1994).

Las adolescentes prostituidas crecen en familias negligentes, a menudo violentas. Aunque no todas las niñas abusadas sexualmente son reclutadas para la prostitución, la mayoría de las personas que ejercen la prostitución tienen antecedentes de abuso sexual cuando eran niñas, generalmente por parte de varias personas. Farley y Lynne (2000) reportaron que el 88% de 40 mujeres prostituidas en Vancouver habían sido sexualmente abusadas cuando eran niñas, por una media de 5 perpetradores. Esta última estadística no incluyó a las que respondieron a la pregunta “Si hubo contacto sexual o contacto sexual no deseado entre usted y un adulto, ¿cuántas personas en total?” con “miles” o “Incontables” o “Era demasiado joven como para acordarme”. El 63% de las entrevistadas eran mujeres de las Primeras Naciones. Una chica en situación de prostitución dijo: Todas hemos sido abusadas. Una y otra vez, y violadas. Todas hemos sido acosadas y abusadas sexualmente de niñas, ¿no lo sabías? Corrimos para escapar. Ya no nos querían en casa. Nos echaron, lejos. Hemos estado en la calle desde que teníamos 12, 13, 14. (Boyer, Chapman y Marshall, 1993).

La sexualización traumática es el condicionamiento inadecuado de la sensibilidad sexual de la niña y su socialización en creencias y suposiciones erróneas sobre la sexualidad que la hacen vulnerable a la explotación sexual adicional (Browne y Finkelor, 1986). La sexualización traumática es un componente esencial del adiestramiento para la posterior prostitución.

Algunas de las consecuencias del abuso sexual infantil son conductas que son como la prostitución. Un síntoma común de las niñas abusadas sexualmente es el comportamiento sexualizado. El abuso sexual puede resultar en diferentes comportamientos en diferentes etapas del desarrollo de la niña. Es probable que los comportamientos sexualizados sean prominentes entre niñas en edad preescolar que sufren abusos sexuales, se sumergen durante los años de latencia y luego vuelvan a surgir durante la adolescencia como un comportamiento descrito como promiscuidad, prostitución o agresión sexual.

La niña abusada sexualmente puede incorporar la perspectiva del perpetrador en su identidad y, finalmente, verse a sí misma como buena solo para el sexo, es decir, puede adoptar su opinión de que es una prostituta (Putnam, 1990). Las supervivientes relacionan el abuso físico, sexual y emocional de las niñas con la prostitución posterior. El 70% de las mujeres adultas en la prostitución en un estudio afirmaron que el abuso sexual infantil fue en gran parte responsable de su entrada en la prostitución (Silbert & Pines, 1982a). El abuso y la negligencia familiar se describieron como causa de daño físico y emocional no solo directo, sino también como un ciclo de victimización que afectó su futuro. Por ejemplo, una mujer dijo que cuando tenía 17 años, …todo lo que sabía era cómo ser violada, cómo ser atacada, cómo ser golpeada, y eso es todo lo que sabía. Así que cuando él me puso en el juego [la prostituyó] estaba demasiado metida en la mierda como para hacer algo. Todo lo que sabía era abuso (Phoenix, 1999, página 111).

El sentido restringido de sí misma de la niña abusada sexualmente y la negativa coercitiva del perpetrador a respetar los límites físicos de la niña pueden ocasionar dificultades posteriores para establecer límites, una autoprotección deficiente y una mayor probabilidad de ser más victimizadas sexualmente, incluso de convertirse en víctimas involucradas en la prostitución (Briere, 1992).

La impotencia de haber sido agredida sexualmente cuando era niña puede estar relacionada con las frecuentes discusiones sobre el control y el poder de las mujeres que se prostituyen. La impotencia emocional y física de la niña abusada sexualmente puede ser representada en la transacción de prostitución, prestando atención al más mínimo fragmento de control. El pago de dinero por un acto sexual no deseado en la prostitución puede hacer que la niña o la mujer se sientan más en control en comparación con la misma experiencia sin pago de dinero. Por ejemplo, una mujer dijo que, a los 17 años, se sentía más segura y más en control en la calle que en casa con su padrastro que la violaba.

Los proxenetas explotan la vulnerabilidad de las niñas fugitivas o abandonadas al reclutarlas para la prostitución. En Vancouver, el 46% de las niñas sin hogar habían recibido ofertas de “asistencia para ayudarlas a trabajar en la prostitución”. Una niña de 13 años que había huido de su hogar recibió una vivienda de un proxeneta, pero solo a cambio de la prostitución. El 96% de las adultas entrevistadas por Silbert & Pines (1983) habían sido niñas fugitivas antes de comenzar a prostituirse. Más de la mitad de las 50 niñas asiáticas prostituidas de entre 11 y 16 años huyeron debido a problemas familiares (Louie, Luu & Tong, 1991).

Una encuesta de 500 jóvenes sin hogar en Indianápolis informó que al principio solo el 14% reconoció que ejercían como prostitutas. Cuando a las adolescentes de Indiana se les hicieron preguntas sin prejuicios sobre comportamientos específicos, respondieron de la siguiente manera: el 32% dijo que tenían relaciones sexuales para obtener dinero; el 21% dijo que tenía relaciones sexuales por un lugar donde pasar la noche; el 12% intercambió sexo por comida; el 10% intercambió sexo por drogas; y el 6% intercambiaban sexo por ropa. En otras palabras, un 81%, y no el 14% de estas 500 adolescentes sin hogar, se prostituían (Lucas y Hackett, 1995).

El comportamiento de prostitución de los adolescentes homosexuales también es probable que sea una recreación de un abuso sexual anterior. La homofobia desempeña un papel en la prostitución de jóvenes homosexuales en el sentido de que los jóvenes homosexuales pueden haber sido expulsados de sus hogares debido a su orientación sexual. Además, en muchas ciudades, la prostitución era la única entrada disponible en la comunidad gay; era una actividad donde los niños podían “practicar” ser homosexuales. De este modo, los adolescentes homosexuales pueden desarrollar una identidad que vincule su orientación sexual con la prostitución (Boyer, 1989).

Fuente






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